EL CUERVO
Al literato, diplomático y amigo distinguidísimo
Don Miguel Velazco y Velazco, dedica esta versión
castellana de "El Cuervo" de Edgar A. Poe, el traductor.
New York, 1° de Abril de 1887
Una fosca medianoche, cuando en tristes reflexiones,
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar;
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
"Es -me dije- visitante que llamando está a mi puerta:
eso es todo, ¡y nada más!".
¡Ah!, bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
¡Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerte de Leonora,
la radiante, la sin par
virgen rara a quien Leonora los querubes llaman, hora
ya sin nombre..., ¡nunca más!
Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar,
"es sin duda un visitante" -repetía con instancia-,
que a mi alcoba quiere entrar:
un tardío visitante a las puertas de mi estancia...,
¡eso es todo y nada más!".
Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando:
"Caballero, dije, o dama: mil perdones os demando;
mas el caso es que dormía, y con tanta gentileza
me vinisteis a llamar,
y con tal delicadeza y con tímida constancia
os pusisteis a tocar,
que no oí, dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia:
¡sombras solo y... nada más!
Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños
quedé allí -cual antes nadie los soñó- forjando sueños;
más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno..., resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora!...!
Esto apenas, ¡nada más!
A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
pronto oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia:
"De seguro -dije- es algo que se posa en mi persiana;
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
y el enigma averiguar:
¡Corazón, calma un instante, y aclaremos el misterio...:
es el viento, y nada más!".
La ventana abrí, y con rítmico aleteo y garbo extraño,
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Palas la figura representa
fue y posóse, y ¡nada más!
Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: "Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
¡viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo de la tiniebla...!
Dime, ¿cuál tu nombre, cuál
es el reino plutoniano de la noche y de la niebla...?
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
que lograse contemplar
ave alguna en la moldura de la puerta encaramada,
ave o bruto reposar
sobre efigie en la cornisa de su puerta, cincelada,
con tal nombre: "¡Nunca más!".
Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esa palabra, cual si su fama fuese en ella
vinculada, ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: "Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
"no hay duda alguna -dije-, lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichoso a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en un duelo,
sus canciones terminar
y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
de: ¡Jamás, y nunca más!".
Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
un sillón rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar
por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgrubre y odioso
al graznar: "¡Nunca jamás!".
Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más -sobre cojines reclinado- con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminosa mi fanal,
terciopelo cuya púrpura ¡ay! volverá ella
a oprimir, ¡ah, nunca más!
Parecióme el aire, entonces, por incógnito incensario
que un querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
perfumado. "¡Miserable ser -me dije- Dios te ha oído,
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
"¡Oh, Profeta -dije- o duende!, mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo, ya te envíe la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa, desolado
pero intrépido, a este hogar
por los males devastado, dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamás a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
"¡Oh, Profeta -dije- o diablo! Por este ancho, combo velo
de zafir que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,
presa infausta del pesar,
si jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
el alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora..."
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
"¡Esa voz, oh cuervo, sea la señal de la partida
-grité alzándome-, retorna, vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma...!
¡De tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra! ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! ¡De mi umbral tu forma aleja...!".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
¡Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura...,
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral;
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota..., nunca
se alzará..., nunca jamás!
¡Ah!, bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
¡Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerte de Leonora,
la radiante, la sin par
virgen rara a quien Leonora los querubes llaman, hora
ya sin nombre..., ¡nunca más!
Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar,
"es sin duda un visitante" -repetía con instancia-,
que a mi alcoba quiere entrar:
un tardío visitante a las puertas de mi estancia...,
¡eso es todo y nada más!".
Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando:
"Caballero, dije, o dama: mil perdones os demando;
mas el caso es que dormía, y con tanta gentileza
me vinisteis a llamar,
y con tal delicadeza y con tímida constancia
os pusisteis a tocar,
que no oí, dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia:
¡sombras solo y... nada más!
Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños
quedé allí -cual antes nadie los soñó- forjando sueños;
más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno..., resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora!...!
Esto apenas, ¡nada más!
A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
pronto oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia:
"De seguro -dije- es algo que se posa en mi persiana;
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
y el enigma averiguar:
¡Corazón, calma un instante, y aclaremos el misterio...:
es el viento, y nada más!".
La ventana abrí, y con rítmico aleteo y garbo extraño,
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Palas la figura representa
fue y posóse, y ¡nada más!
Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: "Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
¡viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo de la tiniebla...!
Dime, ¿cuál tu nombre, cuál
es el reino plutoniano de la noche y de la niebla...?
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
que lograse contemplar
ave alguna en la moldura de la puerta encaramada,
ave o bruto reposar
sobre efigie en la cornisa de su puerta, cincelada,
con tal nombre: "¡Nunca más!".
Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esa palabra, cual si su fama fuese en ella
vinculada, ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: "Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
"no hay duda alguna -dije-, lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichoso a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en un duelo,
sus canciones terminar
y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
de: ¡Jamás, y nunca más!".
Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
un sillón rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar
por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgrubre y odioso
al graznar: "¡Nunca jamás!".
Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más -sobre cojines reclinado- con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminosa mi fanal,
terciopelo cuya púrpura ¡ay! volverá ella
a oprimir, ¡ah, nunca más!
Parecióme el aire, entonces, por incógnito incensario
que un querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
perfumado. "¡Miserable ser -me dije- Dios te ha oído,
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
"¡Oh, Profeta -dije- o duende!, mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo, ya te envíe la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa, desolado
pero intrépido, a este hogar
por los males devastado, dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamás a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
"¡Oh, Profeta -dije- o diablo! Por este ancho, combo velo
de zafir que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,
presa infausta del pesar,
si jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
el alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora..."
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
"¡Esa voz, oh cuervo, sea la señal de la partida
-grité alzándome-, retorna, vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma...!
¡De tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra! ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! ¡De mi umbral tu forma aleja...!".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".
¡Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura...,
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral;
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota..., nunca
se alzará..., nunca jamás!
Grabado de Gustave Doré para Le Corbeau |
Para la presente transcripción, ha usado como texto la versión presentada en el libro Poetas norteamericanos traducidos por poetas venezolanos (Ministerio de Educación, Caracas, 1976), edición en "homenaje del pueblo de Venezuela al pueblo de Estados Unidos en el bicentenario", cuya selección e introducción correspondió al poeta Jaime Tello. Lo he cotejado con el ofrecido por Pedro Diaz Seijas en su obra La antigua y la moderna literatura venezolana (Armitano, Caracas, 1966), quien a su vez la tomó de Poesías y traducciones de J. A. Pérez Bonalde, publicada en la colección Biblioteca Popular Venezolana en 1947. El libro de Díaz Seijas, a pesar de la calidad de su contenido, presenta errores tipográficos y de diagramación (en particular la Antología), generalmente no vistos en los libros de esa editorial que produjo muchos y muy buenos libros de arte.
Para completar, entonces, lo relativo a esta interesante traducción de The Raven por Juan Antonio Pérez Bonalde, no me queda sino citar lo que dice sobre ella Pedro Diaz Seijas en su obra arriba citada:
En cuanto a El cuervo, de Poe, la misma suerte e ingenio acompañó a Pérez Bonalde en su traducción (se refiere Diaz Seijas a la traducción perezbonaldiana de Heine). El mismo estado psicológico que privó en Poe para escribir su gran poema ha debido privar en Pérez Bonalde para traducirlo. La muerte de la esposa del poeta norteamericano, su tristeza y su enfermizo desconsuelo tienen mucho de semejanza con el hecho de la muerte de la pequeña hija del poeta venezolano y su búsqueda de los dos bardos. En las más apartadas regiones de la conciencia del traductor, con mayor propiedad en el subconsciente, se agitaba la misma tragedia, la misma tenebrosa y misteriosa visión de la vida presentes en el poema de Poe. La angustiante y siniestra figura del cuervo es la sombría obsesión de los espíritus superiores, prestos a dialogar con la muerte y con el destino fatal. Tanto Poe como Pérez Bonalde se vieron perseguidos por ese secreto de lo trágico que los griegos llamaban fatum o ananké. Y ambos se hunden en ese mundo extraño y fantasmal de El cuervo. El pájaro torvo, lúgubre, con su ritornelo de "nunca más", es uno como trémolo metafísico perenne sobre el sino de los visionarios poetas.
Para leer la versión original en inglés, ingresar por aquí.
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