En esta bitácora encontrarás de todo un poco: libros, textos literarios, gastronomía, historia, música, y otras cosas que pueden ser de tu interés. Tómalo como una visita a mi biblioteca, de donde sale casi toda la información. Paséate por los artículos y, si lo deseas, deja un comentario.
En estos días, la Librería Estudios me tenía un presente inesperado de parte del establecimiento y de su directiva. Al hacerme la entrega del presente, Jesús el Librero, me explicó el origen del mismo. Hace unos días escribí unas breves reflexiones sobre la actitud que debe tener el cristiano ante la proximidad de la muerte y agregué unos datos tomados del Catecismo de la Iglesia (leer por aquí) y el texto gustó. El Dr. Zapata consideró adecuado regalarme Jesús, una aproximación histórica (PPC, Buenos Aires, 2013) por José Antonio Pagona, para que esa aproximación histórica "le ayude a conocerlo más y, como dice San Ignacio, para así amarlo y seguirlo."
No es un libro para leerlo como unas biografía o una novela, sino para degustarlo. Está repleto de información arqueológica, de las investigaciones más recientes e historia, que nos trasladan a Galilea del siglo I. Nos muestra, pues, el contexto político, económico y social en que se desarrolló la vida de Jesús hombre. Apasiona y da gusto leerlo. A pesar del volumen de información manejada por el autor, la prosa es fresca y de agradable lectura.
El autor explica que a la hora de escribir el libro tenía en mente a cristianos.
José Antonio Pagola
Sé cómo se encenderá la fe y cómo disfrutarán de ser creyentes si conocen mejor a Jesús. Bastantes de ellos, hombres y mujeres buenos, viven en la "epidermis de la fe", alimentándose de un cristianismo convencional. Buscan seguridad religiosa en las creencias y prácticas que se encuentran a su alcance, pero no viven una relación gozosa con Jesucristo.
Además, pensó en los que ignoran casi todo sobre Jesús. "Jesús no es sólo de los cristianos. Su vida y su mensaje son patrimonio de la humanidad":
Hombres y mujeres para quienes su nombre no ha representado nunca nada serio o cuya memoria se ha borrado hace mucho de su conciencia. He recordado a jóvenes que no saben gran cosa de lña fe, pero que se sienten secretamente atraídos a Jesús. Sufro cuando lers oigo decir que han dejado la religión para vivir mejor.
También pensó en los decepcionados del cristianismo real que tienen ante sus ojos y se han alejado de la Iglesia y andan hoy buscando , por caminos diversos, luz y calor para sus vidas.
A mi juicio, si el público lector leer este libro, Pagola habrá cumplido su cometido. Lo que manifiesta en el texto, llama a acercarse a Jesús y dudo que quien lo lea, no se sienta movido.
Lo que no sabía el Dr. Zapata es que, desde hace un tiempo, venía rondando por ese libro y siempre salía de la librería con otra cosa y dejaba al Jesús de Pagola para otro día. Un millón de gracias. Espero agradecérselo en persona cuando vuelva a Caracas.
Para quien esté interesado en adquirirlo, quedan varios ejemplares en la Librería Estudios, en su sede de la Castellana. Parece que ha gustado.
El cabo de presos Nereo Pacheco, sin ser político, ni general, ni artista (aunque era arpista), pasó a la historia de Venezuela acompañado de una fama atroz. Era esbirro y sapo, aunque esas no eran su verdadera profesión. Se distinguía por realizar ciertas tareas de confianza en la ergástula de La Rotunda, tales como envenenar con arsénico o aderezar sopas con vidrio molido para consumo de curas y poetas presos. Mientras estos morían entre dolores y retortijones, el buen Nereo amenizaba a los acordes del arpa criolla. Las historias abundan.
Oscar Yanes en su colección Así son las cosas (Planeta, Caracas, 1996) nos narra uno de esos eventos y lo titula El café de Nereo:
Uno de los episodios del inmediato pasado venezolano que todavía ha quedado en el misterio, es el complot de Eliceo (sic) López -un poeta zuliano, quien está injustamente olvidado- para matar al general Juan Vicente Gómez, en el Cementerio General del Sur en 1917, durante el entierro de su mamá. Nunca se supo quien o quienes habían delatado a Eliceo López, pues este fue detenido horas antes del funeral de la madre del general Gómez. Algunos dicen que el poeta iba a lanzar una bomba en pleno sepelio, cuando Gómez llegara al cementerio, otros afirman que el poeta dispararía contra el Benemérito y luego se suicidaría.
José Rafael Pocaterra, el gran escritor, contaba en aquella época que cuando se descubrió el atentado contra Gómez llamaron a declarar a varios venezolanos, entre ellos a Andrés Eloy de la Rosa, Diego Bautista Ferrer y Gregorio José Urriera, escritores casi todos. Nunca se supo quien delató al poeta, pero sí se descubrió lo que pasó el 5 de julio de 1918, en la cárcel de La Rotunda en el calabozo donde estaba secuestrado Eliceo López. La cárcel de La Rotunda -es bueno que ustedes sepan- se levantaba a unas tres cuadras de la Iglesia de Santa Teresa, en donde hoy está la plaza de la Concordia. Nereo Pacheco, el verdugo de La Rotunda, se acercó el 5 de julio de 1918 a Eliceo López en su calabozo y le dijo: "Buenos días poeta, por aquí le traigo una tacita de café, pa' que se caliente y le entre un calorcito. Hoy amanecí como una pascua, pues es el día de la independencia y tenemos que portarnos bien para que nos ayude don Simón; quien está allá arriba viendo todo, así que tómese poeta su cafecito tranquilo, que hoy no nos vamos a meter con usted".
El poeta estiró la mano temblorosa y agarró el pocillo, después se escuchó un grito horrible, Eliceo López habías sido envenenado con arsénico al igual que el presbítero doctor Régulo López Franklin. Hoy en día nadie recuerda al poeta zuliano Eliceo López, quien trató de liberar a Venezuela tratando de matar a Juan Vicente Gómez...
José Rafael Pocaterra en sus Memorias de un venezolano de la decadencia, nos amplía la lista de víctimas de Nereo. Es sumamente triste el fin de la viuda de Eliseo López:
La viuda de Eliseo López, embarazada de algunos meses, dio a luz poco después una niña. Años más tarde mendigaba por las calles de Caracas con la huerfanita de la mano.
Otro día comentaremos el libro de José Rafael Pocaterra y, si lo conseguimos, algún poema de Eliseo López.
Desde la antigua esquina de Cárcel, hoy plaza de la Concordia
Una vez más, Inés Quintero regala al público lector y amante de la historia con un muevo libro. Me refiero a El hijo de la panadera (Editorial Alfa, Caracas, 2014), que no es otra cosa que la biografía, muy bien documentada por cierto, de Francisco de Miranda. Personaje tan biografiado que resulta muy escribir sobre él.
Tuve el acierto de acercarme a una presentación que hizo la autora junto con Edgardo Mondolfi Gudat en la Librería Alejandría del Paseo Las Mercedes, y disfrutar de una actividad ilustrativa. De antemano ya había resuelto adquirir un ejemplar que reservé en otra librería. Me lo leí de punta a punta, pues Miranda tuvo una vida apasionante llena de aventuras y de amor por la libertad de su patria. En esta oportunidad, la historiadora recurre no sólo al archivo del Precursor, sino que hace sabio uso de su diario.
Veamos lo que nos dice la contraportada:
La autora asume el desafío de ofrecer una nueva lectura de la vida y vicisitudes de Francisco de Miranda, desde el momento en que abandona Venezuela, con apenas 20 años, hasta el triste desenlace que representó para su vida el fin de la Primera República, su entrega a las autoridades españolas, la prisión y su posterior fallecimiento en La Carraca.
El libro comienza con el acontecimiento del cual deriva su título: un incómodo y escandaloso incidente promovido por los criollos principales de la capital contra su padre, Sebastián Miranda, tenido como individuo de inferior condición y -para mayor escarnio- casado con una panadera.
En sus páginas se busca trascender, sin soslayar, la biografía política para prestar atención a los detalles de la vida cotidiana del Generalísimo: sus sentimientos, dolencias y caprichos; su vida amorosa, su vastísima cultura, sus viajes, su inagotable curiosidad, sus prisiones, persecuciones y fracasos y muchos otros aspectos que formaron parte de su agitada existencia. "Todos ellos y seguramente muchos otros, son y seguirán siendo fuente fecunda de relatos, aproximaciones y acuciosos estudios sobre este personaje singular, cuya mayor cuialidad fue, sin lugar a dudas, su constancia y empecinamiento en propiciar , aun a costa de su propia vida, la independencia de todo un continente. No lo logró en vida, pero murió a causa de ella".
Una breve entrevista con la autora, se puede leer por aquí.
Poco tiempo antes de morir el Barón Alejandro de Humboldt recibió la visita del fotógrafo húngaro Pal Rosti, quien viajó a América siguiendo los pasos del sabrio. En esa ocasión le obsequió, entre otras, una foto del samán de Güere tomada en 1857. Humboldt, emocionado, al ver de nuevo el árbol que había descrito, y llevándose la mano a la frente, expresó: "Este hermoso árbol está lo mismo ahora que hace sesenta años: ninguna de sus ramas se ha doblado; está exactamente tal y como lo contemplé con Bonpland". Otra versión asegura que el sabio Humboldt habría dicho: "Así mismo lo vimos Bonpland y yo cuando jóvenes y llenos de vitalidad visitamos Venezuela. Hoy estoy viejo y cansado pero los años no parecen haber transcurriodo para este viejo árbol".
¿Cómo lucía el famoso samán en febrero de 1800? Alejandro Humboldt lo describió en su diario de viajes (Maravillas y misterios de Venezuela. Libros de El Nacional, Caracas, 2006):
Al salir del pueblo de Turmero, a una legua de distancia, se descubre un objeto que se presenta en el horizonte como un terromentero, como un tumulus cubierto de vegetación. No es una colina ni un grupo de árboles muy juntos sino un solo árbol, el famoso Samán de Güere, conocido en toda la provincia por la enorme extensión de sus ramas, que forman una copa hemisférica de 576 pies de circunferencia. El samán es una vistosa especie de mimosa, cuyos brazos tortuosos se dividen por bifurcaciones. Su follaje tenue y delicado se destacaba agradablemente sobre el cielo. Largo tiempo nos detuvimos debajo de esta bóveda vegetal. Uno de los lados del árbol estaba por entero despojado de sus hojas a causa de la sequía, y en los otros quedaban a un mismo tiempo hojas y flores. Cubren los brazos y desgarran su cortesa tilandsias, loranteas, pitahayas y otras plantas parásitas. Los habitantes de estos valles, y sobre todo los indios, tienen veneración por el Samán de Güere, que parecen haber hallado los primeros conquistadores poco más o menos en el mismo estado que hoy lo vemos. Desde que se lo viene observando atentamente no se lo ha visto mudar de grosor ni de forma. El aspecto de los árboles vetustos es en cierto modo imponente y majestuoso. Así es que la violación de estos monumentos de la naturaleza se castiga severamente en los países que carecen de los monumentops de arte. Supimos con satisfacción que el actual propietario del samán había promovido un juicio contra un hacendado que había tenido la temeridad de cortarle una rama. La causa fue pleiteada y el tribunal condenó al hacendado. Cerca de Tuirmero y de la hacienda de Cura se hallan otros samanes con el tronco más grueso que el de Güere, pero su copa hemisférica no tiene igual amplitud.
El Samán de Güere fue decretado monumento histórico nacional en 1933. Ya había comenzado su decadencia, causada tal vez por la eliminación ("limpieza", dirían algunos) de las "tilandsias, loranteas, pitahayas y otras plantas parásitas" que alguna vez se le practicó. Ya para mediados del siglo XX estaba casi muerto; hoy lo que quedan son restos. No fue estéril este árbol, pues por su fama y renombre se procuró reproducirlo. Quizá el más famoso de sus hijos sea el Samán de la Trinidad, cerca del Panteón Nacional, en Caracas, que ha sobrevivido a pesar de los abusos y la incuria.
Samán de la Trinidad. Imagen tomada de www.latierraprimero.blogspot.com
Justiniano el Grande (482-565). Fragmento de mosaico de la basílica de San Vital, Rávena
Los bizantinos, que eran un pueblo piadoso, tenían un concepto del poder vinculado a la religión. Nada de particular en eso porque en Occidente, hasta la Revolución Francesa, se consideraba que los monarcas absolutos lo eran por derecho divino y que tanto era pecado insurgir en su contra.
Santo Tomás de Aquino (1224-1274)
Sobre el tema, conversaba yo un día con un viejo amigo que ha hecho estudios profundos sobre Santo Tomás de Aquino y su obra y acoté que el santo tenía una opinión clara sobre la tiranía y cómo salir de ella. En su Gobierno de Príncipes, indica que el tirano es quien desprecia el bien común y busca el bien privado y que "se ha de proceder contra la maldad por autoridad pública", pues el tirano no sólo afecta el bienestar temporal de sus súbditos, sino que ante todo impide las cosas espirituales. "Y no es raro, pues el hombre despojado de la razón; se deja arrastrar por el instinto, como la bestia cuando gobierna".
Opina el Doctor Angélico que aún en caso de tiranía ésta debería tolerarse para evitar males mayores, argumentado que cada tirano que se pretenda eliminar por otro personaje, o por un grupo, acabarán terminando en otra tiranía, por el vicioso génesis de la llegada al trono, cometiéndose en demasía arbitrariedades que serían más dañosas que la misma tiranía; y además, que "cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza matar al tirano". Disentía de San Pedro en lo que respecta a la sumisión al poder, incluso si éste es tiránico. En suma, Santo Tomás considera la sedición como un pecado mortal, mas la resistencia justificada no consistía, a su juicio, sedición, pues el poder está justificado cuando sirve al bien común.
Los bizantinos eran más radicales que Tomás de Aquino. Su sistema político, sin una constitución que aclarase el aspecto de la sucesión ni el cambio de gobierno, se prestó a todo tipo de intrigas y violencias. Ayer mientras expurgaba en mi biblioteca encontré el volumen Bizancio, de la colección Las grandes épocas de la humanidad editada por Time-Life International en 1967. Allí leemos:
Pantocrator. Mosaico bizantino (1261)
Santa Sofía, Estambul
...los emperadores de Bizancio se identificaban con su Dios: eran su manifestación visible. la actividad invisible de Dios, como todo el mundo sabía, consistía en reunir a todos los principados celestes en una armonía ordenada bajo su gobierno absoluto y de la mano de su infinita y todopoderosa bondad. Su actividad visibles, llevada a cabo por el emperador, consistía en guiar a toda la humanidad a una armonía ordenada dentro de un estado universal, bajo el gobierno absoluto de la monarquía. Así la sociedad humana imitaría a la sociedad divina. Como Dios, creador del universo, que lo rige con su providencia, era el ordenador del orden cósmico, centro inmutable alrededor del cual todo giraba, así el emperador, su proyección humana, debe ser el regulador del cual giran todos los asuntos humanos.
De ahí se deduce que todas las acciones del emperador, así como su cargo, tenían un carácter sagrado y simbólico.
(...) la idea misma de que un emperador era elegido por la gracia divina significaba que en esta cuestión no podía haber regla constitucional definitiva. La única manera cierta de conocer la voluntad divina, era ver quién era el que efectivamente ocupaba el trono. En otras palabras, todas la maneras de llegar a emperador eran legítimas -siempre que tuviesen éxito. Por otra parte, un intento fracasado de alcanzar el trono, por no haberlo conseguido llevarlo a buen término, era imperdonable y desastroso para el presunto gobernante.
Además, lo que Dios había otorgado, podía también quitarlo. El trono de un emperador podía serle arrebatado de la misma manera repentina e imposible de predecir como la que se le había conferido antes -y generalmente las consecuencias eran para él tan terribles, su posición era tan delicada y como sobre un volcán, como si hubiese intentado hacerse con el poder, y hubiese fracasado.
El libro nos da una larga lista de emperadores envenenados, mutilados, apuñalados y estrangulados. De los 88 emperadores que reinaron desde Constantino I (324) a Constantino XI (1453), 29 murieron violentamente y otros 13 terminaron recluidos en un monasterio. Como ejemplo de una transmisión de mando accidentada, los autores nos presentan dos casos: Nicéforo Focas (969) y Andrónico Commeno. Transcribiré lo que le sucedió a este último:
Muerte de Andrónico I Commeno.
Edición del siglo XV de la Historia de Guillermo de Tiro.
La más repugnante de todas las muertes imperiales fue probablemente la de Andrónuico I Commeno en 1185. Fue encadenado a una picota durante días, y apaleado brutalmente; le rompieron los dientes con martillos y le cortaron una mano. Luego fue atado al dorso de un camello enfermo y paseado por las calles de Constantinopla. Finalmente, después de haber vertido agua hirviendo sobre su cara, y de haberle arrancado un ojo, fue llevado al Hipódromo para continuar la tortura. Una y otra vez repetía: "Señor, ten piedad de mi. ¿Por qué golpeas una caña rota?" Como corolario, fue liberado de sus tormentos al hundirle una espada en sus entrañas.
IUSTITIA EST CONSTANS ET PERPETUA VOLUNTAS IUS SUUM CUIQUE TRIBUENS
Justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno su derecho
INIURIA EST OMNE QUOD NON IURE FIT
Injusticia es todo lo que se hace en contra del derecho
Winston Churchill, Primer Ministro británico para momentos difíciles, tenía un fino sentido del humor y sabía también enviar mensajes claros a amigos y enemigos por igual. En estos días encontré una anécdota suya en el libro 2500 años de historia al desnudo (Ediciones Martínez Roca, Madrid, 2010), por Tony Perrottet, que no deja de sacarnos una sonrisa. El cuento es el siguiente:
...En la Segunda Guerra Mundial, según un dato apócrifo, el líder soviético Josef Stalin pidió al primer ministro británico Winston Churchill que le echara una mano para resolver la grave escasez de profilácticos que aquejaba al ejército soviético. Churchill ordenó que se fabricara una partida especial de condones de tamaño doble del normal, y después los envió a Rusia con las etiqueta "Made in Britain - Medium".
Si esta historia no es cierta, es ben trovata; describe la actitud de Churchill frente a lo que veía venir una vez finalizada la guerra y le mostraba a estos aliados ocasionales que los británicos eran indomables. Me imagino la cara de los jerarcas soviéticos cuando abrieron unos condones tamaño Rasputín.
En estos días salió al mercado venezolano, para deleite de los amantes de la historia, el libro El misterio de Francisco Isnardi (Fundavag Ediciones, Caracas, 2014), enjundioso estudio realizado por la historiadora Marisa Vannini de Gerulewicz en los archivos de Venezuela, España, Italia, Francia y el Reino Unido, cuya primera edición española estuvo a cargo del Instituto de Estudios Ceutíes (Ceuta, 2001). La primera edición venezolana, pues, viene a llenar un vacío entre los lectores que difícilmente tendrán acceso a aquella.
La investigación de la Dra. Vannini buscaba originalmente una mayor información sobre Francisco Isnardi, el turinés que la historiografía venezolana coloca como Secretario del Congreso de 1811, corredactor del Acta de Independencia de Venezuela y de su primera Constitución. En el curso de sus pesquisas, se encuentra, no con uno sino tres personajes del mismo apellido (dos de ellos llamados Francisco), todos relacionados con los movimientos revolucionarios que llevaron a la independencia: Francisco Isnardi, el piamontés, cuyos rastros en Venezuela desaparecen hacia 1803; Enrico Iznard, provenzal o francés, a quien Dauxion-Lavaysse encontró en Margarita y que llegó a ser Secretario de la Junta de esa isla en 1810, y Francisco José Vidal Isnardi, médico gaditano, quien fue el Secretario del Congreso y corredactor del Acta de Independencia de la Constitución de 1811.
Es un libro apasionante, llamado a levantar roncha, pues desentraña el misterio que la historiografía tradicional venezolana ha enmarañado, tal vez por falta es una revisión documental y crítica por parte de historiadores que se limitaban a repetir sin revisar fuentes. Leamos la contraportada:
Esta obra ocupará un lugar preeminente en la historiografía venezolana. Su título, El misterio de Francisco Isnardi, inusual en libros de esta naturaleza, se debe al hecho de que su biografía propició equívocos perturbadores, al menos hasta ahora, alrededor de sí, aunque se trata de un actor clave en el origen de nuestra independencia, pues ejerció el cargo crucial de secretario del Congreso Constituyente de 1811 y fue, además, corredactor del Acta de Independencia del 5 de julio de ese mismo año. Ahora bien, ¿quién fue realmente?, ¿Cuál su origen? y tras la independencia, ¿qué fue de él?
Marisa Vannini de Gerulewicz
Estas son las interrogantes que ya en obra de 2001 había enfrentado nuestra reconocida historiadora, la profesora y escritora Marisa Vannini. Pero esa primera publicación resultó prácticamente desconocida en Venezuelas. Ahora, al fin y con justicia, contamos con esta edición que mantiene las Palabras preliminares que escribiera nuestro expresidente y académico de la historia, don Ramón J. Velásquez, a las que se agrega ahora un esclarecedor Estudio introductorio del historiador y académico Edgardo Mondolfi.
De tal modo que esta primera edición venezolana pone ante el lector un poderoso y fascinante vuelco historiográfico ante lo que hasta ahora fue una biografía mantenida por una larga tradición, pero esencialmente equivocada,
Como ya indiqué, es un texto apasionante que bien merece ser leído. La autora nos lleva, como un detective, de pista en pista, hasta hallar al personaje. También nos lleva a saber el destino final de los otros dos personajes: el turinés, expulsado de los dominios españoles luego de un largo juicio, y el provenzal, quien habría sido fusilado por las fuerzas patriotas en Margarita hacia 1814. No tiene desperdicio.
Cuando se comienza a revisar y reordenar una biblioteca surgen libros que parecen olvidados en un rincón de la estantería. Ayer me sucedió con La controversia de Valladolid (Ediciones Península, Barcelona, 1998), creación literaria de Jean-Claude Carriere cuyo título en francés es La controverse de Valladolid, traducida por Manuel Serrat. Interesante libro en el que el autor recrea la disputa sobre los derechos del indígena americano, presentándola en forma de un debate público.
En la contraportada los editores nos invitan a leerla:
La controversia de Valladolid es una apasionante recreación literaria del más célebre de los debates que suscitó la conquista de América. En 1550 un legado papal debe determinar hasta qué punto hay que respetar los derechos nativos: los indios ¿son hombres como los cristianos? ¿O bien salvajes incultos que es preciso redimir? En su toma de decisión le asesoran dos consejeros de pareceres opuestos: por una parte Ginés de Sepúlveda, que propugna la evangelización radical y la supresión de los valores indígenas; por otra, Bartolomé de Las Casas, defensor de la cultura india y contrario a la esclavitud. A partir de este episodio histórico, Carriere ha construido un espléndido relato que nos da noticia de una actitud imperialista en el siglo XVI, de lasa mixtificaciones ideológicas que invirtieron los Estados y la Iglesia para legitimar la colonización y de las pocas voces que, en oposición a la barbarie, se alzaron en defensa de la dignidad americana.
Demás está decir que el autor agregó algo se su propia cosecha para poner al alcance del público esta discusión; a saber, la intervención del legado pontificio, la aparición de colonos, de los indios y la concordancia cronológica de las decisiones finales (que nunca fueron oficialmente proclamadas). El resto es pura verdad histórica. Un excelente libro, sin duda.
Sólo deseo agregar un breve comentario. Aún persiste, más en España que en América, la falacia de la Leyenda Dorada, según la cual los indios eran salvajes y no sabían ni vestirse y que los buenos cristianos vinieron a hacerles el favor (a cambio del oro). El tema sigue siendo sensible en este lado del charco y recuerdo una expresión de Benedicto XVI en Aparecida, Brasil, que levantó ronchas en la región ¿Qué había dicho el Papa? Simplemente algo que la Iglesia ha repetido desde el siglo XVI; que al momento de la llegada del europeo el indígena estaba listo para recibir a Cristo. La Leyenda Negra también es falsa. No todo era negativo, como tampoco lo era positivo. Era simplemente la miseria humana actuando en un ambiente hostil y desconocido.
Siempre me ha entrado curiosidad por fisgonear las bibliotecas de gente famosa; de hecho, tengo una sección en mis estanterías dedicada a lo que Gabriel el Librero denomina "Libros sobre libros". Desde hace un par de años estaba pendiente de adquirir un ejemplar de Los libros del Gran Dictador (Ediciones Destino, Barcelona, 2010) por el historiador y periodista Timothy W. Ryback, quien lo tituló en inglés Hitler's Private Library. Muy buen libro, bien estructurado y prolijo. La traducción, a cargo de Marc Jiménez Buzzi, es bastante regular al punto de confundir Génova con Ginebra y presentar algunas diferencias de género entre el sujeto y el predicado.
Me llenaba de curiosidad saber qué leía este desquiciado quemalibros, pero dudaba sobre si valdría la pena comprar algo que después me defraudaría. Al fin me decidí por lo que leí en la contraportada y la recomendación de Jesús el Librero. Veamos:
Adolf Hitler quemaba libros... y leía El Quijote, Robinson Crusoe e incluso Shakespeare. Timothy Ryback, el autor de esta obra, nos descubre que una interpretación particular del poema dramático de Ibsen, Peer Gynt, moldeó la ambición despiadada del dictador alemán, y que admiraba El judío internacional, el tratado antisemita de Henry Ford, de lectura obligatoria para los miembros del partido. Ryback muestra cómo las lecturas de Hitler sobre religión y ciencias ocultas alimentaron su creencia en la providencia divina, y el proceso por el cual las palabras de Nietzche se metamorfosearon en los infames temas nazis.
La destructiva ideología de Hitler se formó en buena medida a partir de los libros de su biblioteca privada, que Ryback rescató de su olvido en la sección de libros raros de la Biblioteca del Congreso, en Washington. Durante más de seis años de investigación, el autor ha analizado cientos de estos libros y estudiado minuciosamente (...) las abundantes notas manuscritas, signos y garabatos de Hitler que contienen.
Timothy Ryback sigue el rastro de las frases e ideas que Hitler incorporó en sus propios escritos, discursos, conversaciones, definiciones de sí mismo, y que se traslucen en sus acciones. El análisis de las lecturas de Hitler se convierte así en una forma de leer al propio Hitler; su mente, sus obsesiones, su evolución y su inseguridad intelectual, que no palió la abundancia de libros de su biblioteca.
Adolf Hitler a los 36 años de edad, posando con sus libros.
Conozco a personas que "leen" muchísimo, libro tras libro y línea a línea, y a las que, sin embargo, no calificaría de "buenos lectores". Es cierto que estas personas poseen una gran cantidad de "conocimientos", pero su cerebro no sabe organizar y registrar el material adquirido. Les falta el arte de separar, en un libro, lo que es de valor para ellos y lo que es inútil, de conservar para siempre en la memoria lo que interesa de verdad y desechar lo que no les reporta ventaja alguna.
En efecto, a pesar de ser un lector incansable y dedicado, no llegó a se un hombre culto. Sus gustos literarios, si acaso se les puede designar como tales, no enriquecieron su intelecto ni lo hicieron un mejor hombre.
Me llamó la atención una descripción de su biblioteca por Frederick Oechsner en 1942, que estimaba el fondo bibliográfico en unos 16.300 libros, distribuidos entre la Cancillería en Berlín y su retiro de montaña en Berchtesgaden.
Oechsner divide la colección en tres secciones: la militar con unos 7.000 volúmenes que incluía todos los aspectos de las ciencias y artes militares, libros que había leído de principio a fin; la segunda sección, de unos 1.500 libros incluía libros de arte (arquitectura, escultura, pintura, teatro), que era quizá una de sus aficiones más íntimas; y la tercera era más heterogénea, pues comprendía libros sobre astrología, espiritismo, alimentación y dieta (incluyendo un recetario francés de cocina vegetariana), crianza de animales, 400 volúmenes dedicado a la Iglesia, casi todos sobre la católica, incluyendo mucha pornografía que retrata el libertinaje del clero "que constituyeron las acusaciones en los juicios por inmoralidad que los nazis incoaron contra sacerdotes en el momento álgido de su ataque a la Iglesia católica. Aunque Oechsner no lo menciona, Hitler también tenía muchos libros sobre la cuestión judía y mucha pseudociencia al respecto, así como obras de Shopenhauer, Nietzche, Clausewitz (no puede faltar en la biblioteca de un político), y autoayuda por Carl Ludwig Schleich.
Luego Oechsner nos presenta los gustos literarios de Adolf: un gran número de novelas policíacas (todas las de Edgar Wallace); libros de aventuras; docenas de novelas románticas, incluidas las de la escritora más sensiblera de Alemania, Hedwig Courts-Mahler. "Todos estos libros están forrados con sobrecubiertas neutras que esconden sus títulos. Hitler no quiere que la gente sepa que tiene estas aficiones". También tenía toda la serie de novelas de indios americanos escritas por el alemán Karl May ("estos libros están encuadernados en un caro papel pergamino y guardados en un estuche especial, . Presentan pruebas de una profusa lectura y siempre suele haber uno o dos en la estantería de cabecera del dormitorio de Hitler, detrás de su cortina verde").
Hiltler leía de todo lo que le gustaba, lo anotaba, subrayaba, marcaba, y comentaba con sus colaboradores. Se dedicaba a esta tarea con fruición hasta altas horas de madrugada y requería silencio absoluto. Luego de la caída del III Reich su biblioteca se convirtió en recuerdos de guerra de muchos soldados aliados. Luego las fuerzas de ocupación estadounidenses se ocuparon de colectar lo que quedaba. Buena parte de este fondo se encuentra en la Biblioteca del Congreso y otra en la Universidad de Brown.
No acostumbro a marcar o subrayar libros y mucho menos hacer anotaciones al margen, pero, luego de leer lo que hacía este señor, creo que deberé revisar mi conducta y atreverme a hacer alguna marca, a lápiz como lo hacía el Gran Dictador; al fin y al cabo los libros son míos y no tengo que devolverlos.
Timothy Ryback
Profesor de historia y literatura de la Universidad de Harvard, Autor de The last Survivor: Legacies of Dachau.
Ha escrito para The Atlantic Monthly, The New Yorker, The Wall Street Journal y The New York Times.
Cofundador del Institute for Historical Justice ans Reconciliation y secretario general adjunto de la Académie Diplomatique Internationale, con sede en París, donde reside.
Hace unos días, Olmar, asidua lectora de esta bitácora me comentaba, a propósito de una leyenda caraqueña, un mensaje que había compartido con una amiga suya sobre el diablo suelto en Carora:
... entre los católicos existe una muy difundida creencia que cuando se acerque el final del mundo durante siete años no nacerá ningún niño, para evitar que sean juzgadas criaturas inocentes. Bien, en una región de Venezuela, Carora (si tienes curiosidad, está en el estado Lara) se dice que el diablo está amarrado a un árbol. Cuando por ahí pasa algún viajero el diablo le pregunta ai las mujeres aún paren. Y, ante la respuesta afirmativa, se enfurece, maldice y grita: "y seguirán pariendo" que repite una y otra vez, mientras el viajero huye al darse cuenta de quién es aquel al que ha encontrado...
Le prometí a Olmar escribir algo sobre la base histórica de esta leyenda. Esta mañana, mientras ponía un poco de orden en la biblioteca me encontré el el libro que se refiere al tema. Se trata de El diablo suelto en Carora; memoria de un crimen (Academia Nacional de la Historias, Caracas, 2007), trabajo de investigación del historiador Juan Carlos Reyes. Creo que lo compré hace unos años en la librería de la Academia, situada de San Francisco a Bolsa. Veamos lo que nos dice la contraportada:
En el año 1736 la ciudad de Carora se vio estremecida por un hecho sin precedentes. Los Alcaldes de la ciudad deciden apresar a algunos de los representantes de la Compañía Guipuzcoana que perseguían el contrabando en el llano venezolano y más en la ciudad de Carora que era su ruta de entrada -de allí su debe nombre El Portillo de Carora-; los representes de la compañía decidieron, en audaz acción nocturna, liberar a los detenidos; al mismo tiempo los Alcaldes reunieron cantidad de hombres para hacerles frente por lo que decidieron ampararse bajo el asilo de la Iglesia en la ciudad. El Obispo y los curas de la Iglesia niegan el acceso de los hombres de los alcaldes al recinto y estos hacen caso omiso por lo que son excomulgados; simultáneamente los hombres de los Alcaldes hacen entrada forzada a la Iglesia y sacan a los acusados y son fusilados delante de multitud de personas. Al Obispo no le quedó más remedio que afirmar que ese día se soltó el Diablo en Carora.
Redacción un poco extraña la que le da la ANH, pero nos hace ver el origen de la expresión. El Obispo al que se refiere no tenía sede en Carora, sino en Caracas. Su nombre era José Félix Valverde, Obispo de Caracas y Venezuela entre 1728 y 1741. El caso fue grave pues, además de los delitos de contrabando y agavillamiento, se agrega la profanación del convento franciscano de la ciudad. El término de "diablo suelto" calló primero en boca de los arrieros que lo incluyeron en sus coplas y poco a poco en el habla popular.
Hay un valse criollo de Heraclio Fernández, compositor nacido en Maracaibo en 1851 y muerto en La Guaira en 1886, titulado El Diablo Suelto, que escucharemos en interpretación a la guitarra por John Williams (!941- ), quien fue alumno del caroreño Alirio Díaz. Es un guitarrista clásico que siempre incluye en su repertorio alguna pieza venezolana. Entre su discografía se cuenta un álbum titulado El Diablo suelto, dedicado completamente a la música venezolana.
Dramatis personae, doce ensayos biográficos (Alfadil Ediciones, Caracas, 2004) es el título con el que Manuel Caballero designó a una selección de sus ensayos biográficos sobre un grupo selecto de venezolanos que fueron protagonistas de la historia reciente de Venezuela. Hace días encontré en una librería un volumen de este libro (el volumen 5 de la colección Biblioteca Manuel Caballero) y me decidí a adquirirlo. Son escas las biografías de personajes del siglo XX y esta era una oportunidad de aproximarme a varios de ellos. De la contraportada:
En estos ensayos sobre Arturo Úslar Pietri, Eleazar López Contreras, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, Ramón J. Velasquez, Gonzalo Barrios, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Pompeyo Márquez, Augusto Mijares, Mario Briceño Iragorry y Luis Castro Leiva, se traza no sólo un retrato sino sobre todo una interpretación de la obra de estos destacados venezolanos. Se trata de estudios de historia intelectual, partiendo de la base de lña desconfianza manifiesta de Manuel Caballero hacia esas biografías que pretenden presentar "el lado humano" de un personaje histórico, pues, como lo ha afirmado repetidas veces, la única dimensión verdaderamente humana es aquella donde interviene la inteligencia, incluso cuando actúan las pasiones. También para contrarias la historia común, "de calle", centrada en héroes militares, ésta es una historia de la inteligencia, una historia civil.
En Venezuela es difícil conseguir biografías o semblanzas de personajes de su historia reciente y mucho menos si éstas son objetivas. Estos ensayos de Manuel Caballero logran presentarnos objetivamente a los biografiados, independientemente de las simpatías o antipatías el autor. Tienen el mérito adicional de haber sido escritas en diversas ocasiones, algunas de ellas en vida de los "biografiados", cuando aún no había concluido su carrera de la vida y luego seleccionadas para figurar en este volumen. Como nos acostumbró Caballero, es un libro muy ilustrativo y de grata lectura.
El día que mi tía Imelda cumplió 89 años, le regalé dos libros. Generalmente le regalo poesía y narrativa, pero esta vez preferí regalarle algo de historia. Así que me acerqué a una librería y me puse a revisar. Tenían en existencia una obra de mucha claridad y de grata lectura que ya figuraba en mi biblioteca. Así que compré Historia de los venezolanos del siglo XX (Editorial Alfa, Caracas, 2010) del fallecido polígrafo venezolano Manuel Caballero.
Pues bien, la anciana tía se devoró el libro de una sentada y luego lo ha releído aquí y allá, de alante pa'tras, y me dice: "Todo esto es lo mismo que ahora con sus variantes". Y sé por qué lo asevera; la historia venezolana es repetitiva y ella recuerda como si fuera ayer todo el proceso venezolano desde la muerte de Gómez hasta hoy.
El siglo XX es casi ignorado por los venezolanos del presente y Caballero nos lleva a revisarlo, analizarlo y reflexionar. En la contraportada leemos:
Durante muchos años, Manuel Caballero ha investigado y reflexionado sobre su siglo, el XX, enfrentando tanto la tradición historiográfica venida del siglo XIX que confundía historia con épica como el utopismo que sacraliza un futuro donde toda perfección es posible a condición de sacrificar las generaciones presentes. Este libro resume, y a la vez completa, todo ese trabajo y ese enfrentamiento, lo cual le permite concluir que el siglo XX es el siglo de la política, más que de la paz y de la democracia.
Nacida de la paz, la política es más importante que la democracia. Ella parte de dos supuestos, dos principios ineludibles. El primero es el abandono del recurso a las armas, su sustitución por la palabra. El segundo es el reconocimiento de la existencia del adversario como tal, no como enemigo mortal. En las seis partes de este polémico libro, la lucha entre la política y la antipolítica recorre el siglo XX, el de mayor desarrollo material y espiritual de los quinientos que, a partir de 1498, forman el cuerpo de la historia de Venezuela.
El libro no tiene desperdicio y creo que debe leerse como lo hace la tía Imelda: de punta a cabo y de cabo a rabo. Muchas cosas buenas contiene que nos permiten explicarnos el presente y el pasado reciente. En el blog del amigo Carlos Balladares Castillo (recomiendo visitarlo, pues es uno de los más leídos de Venezuela) aparece una entrevista con el autor, la cual se puede leer por aquí.
Manuel Caballero (1931-2010) Foto tomada del Blog Venezuela y su historia
Bajorrelieve que muestra a Tulia arrollando el cadáver de su padre
Cuando cursaba la primaria, había una asignatura que llamaban Historia Universal que incluía muchos hechos de la historia clásica, con las mismas enseñanzas moralizantes de los historiadores helenos y latinos. Creo que el fin último de la materia era educar a los niños sobre lo que es honroso y digno y contraponerlo a los deshonroso e indigno, de tal manera que ni se piense en hacer el mal. Una de esas historias, que me llamaba mucho la atención era la de la pérfida Tulia, que arrolló con su carro el cadáver de su padre Servio Tulio, rey de Roma.
Además de los hechos feos y cruentos, me atraía la historia porque dos buenos amigos y compañeros de escuela llevaban nombres clásico. Uno de ellos se llamaba Servio Tulio y el otro Tulio. Mi imaginación de muchacho hasta le ponía caras a los protagonistas de esta historia. En estos días, releyendo a Tito Livio, me topé con Tulia y con su marido Tarquino el Soberbio. Luego del asesinato de Tarquino Prisco (o el Viejo) comienza a gobernar Servio Tulio su yerno. Tarquino moribundo, lo instruye su suegra Tanaquil:
"Si eres hombre -añadió-, el trono es tuyo y no de aquellos que han recurrido a manos extrañas para cometer el crimen más espantoso. Levanta y obedece a los dioses que te destinaron al poder real, cuando anunciaron tu alta fortuna por medio de la llama celestial, que en otro tiempo brilló en derredor de tu cabeza. Que aquella llama te caliente hoy; que sea hoy cuando despiertes en realidad. ¿No hemos reinado también nosotros aunque seamos extranjeros? Piensa en quien eres y no de dónde vienes. Si lo repentino del caso te aturde, al menos permíteme que te guíe".
L. Tarquino Prisco y su señora Tanaquil. Grabado de Guillaume Rouillé
La llama celestial a la que se refiere Tanaquil fue un prodigio que se manifestó en forma de corona de fuego sobre la cabeza del infante Servio Tulio y que causó se le educara con esmero en la casa real, a pesar de su ínfimo origen, incluso sobre sus propios hijos.
¿Quién asesinó a Tarquino? Dos aguerridos pastores que, a sueldo de los hijos de Anco Marcio, se presentaron en el palacio con una supuesta querella y terminando matando al rey de un hachazo en la cabeza "dejando el hierro en la herida". Los asesinos fueron apresados de inmediato y los instigadores se fueron voluntariamente al exilio. Las causas del regicidio incluían, entre otros factores, el favor que gozaba Tulio en casa de Tarquino, en desmedro de personajes más encumbrados. Guiado por su buena suegra Tanaquil, que lo preparó todo, Tulio comenzó a gobernar y a juzgar en nombre del difunto hasta que, una vez establecido en el poder, se anunció públicamente la muerte de Tarquino Prisco.
Apolo de Veyes.
Escultura etrusca. Museo de la Villa Giulia, Roma
Habiendo puesto su poder al abrigo de toda oposición popular, Servio quiso hacer lo propio en lo referente a las asechanzas domésticas; y para que los hijos de Tarquino no le tratasen como éste había sido tratado por los Anco, casó a sus dos hijas con Lucio y Armino, que eran hijos de Tarquino. Pero la prudencia de un hombre no pudo desbaratar los designios de los hados, y la ambición de reinar produjo por todas partes, especialmente entre los miembros de la familia real, enemigos y traidores. Afortunadamente para la tranquilidad de Servio, había expirado la tregua con los veyos y demás pueblos de Etruria, y la guerra volvió a reanudarse; guerra en la que brilló tanto la fortuna de Servio como su valor...
Pero Servio Tulio no fue sólo un buen militar, sino que se dedicó a las organización del Estado. La posteridad -nos dice Tito Livio- atribuye a Servio la gloria de haber introducido en el Estado el orden que distingue las categorías, las fortunas y las dignidades, estableciendo el censo, institución especialmente provechosa para un pueblo destinado a tanta grandeza. Este reglamento imponía a cada uno la obligación de contribuir a las necesidades del Estado, lo mismo en la paz que en la guerra, no por tasas individuales y comunes como antes, sino en proporción a sus rentas. Estas reforma impositiva será una de las causas de su derrocamiento por Tarquino el Soberbio, pero no nos adelantemos. También este rey, ante el incremento de la población, amplió el Pomoerium de la Urbe, incluyendo primero al Palatino y Viminal, y después las Esquilias (Esquilino) donde construyó un palacio. Aún existen restos de las murallas Servias en el tramo que va del Monte Celio al Esquilino.
Servio Tulio. Grabado de Frans Huys (S. XVI)
Pero volvamos a los problemas domésticos. Esa familia real era un tanto disfuncional y el joven Tarquino lo acusaba de reinar en contra del consentimiento del pueblo:
El palacio romano vino a ser entonces el centro de terribles horrores, como si se propusieran acelerar el advenimiento de la libertad en contraposición a la monarquía, y que aquél fuese el último reinado que comenzase con el crimen. Este L. Tarquino, hijo o nieto de Tarquino el Viejo (detalle que no está completamente averiguado, pero que le supongo hijo de éste último, ateniéndome a la versión de la mayoría de los escritores), tenía otro hermano llamado Arunto Tarquino, que era un joven de carácter apacible. Las dos Tulias, tan diferentes en sus costumbres como los mismos Tarquinos, según dijimos ya, estaban casadas con los dos príncipes. Mas la realidad, y según creo también la fortuna de Roma, no quiso que el matrimonio reuniese en un mismo destino los dos caracteres violentos; quizá sucediera esto para prolongar el reinado de Servio y dar lugar a que se robusteciesen las costumbres romanas. La altiva Tulia se indignaba al no ver en su esposo la ambición ni el valor, demostrando todas sus preferencias por el otro Tarquino, que excitaba su entusiasmo, considerándole como un varón verdadero, nacido de regia estirpe; y despreciaba a su hermana, que era la esposa de aquel hombre, cuyos sentimientos y generosos pensamientos entorpecía con sus torcidos consejos. La afinidad de sus gustos atrajo en seguida a los dos cuñados, puesto que el mal constantemente está llamando al mal. Pero en este caso fue la mujer la que provocó el conflicto: en las secretas entrevistas que de antemano tenía preparadas con aquel hombre, que no era su esposo, no perdonó injuria contra su marido ni contra su propia hermana, añadiendo que mejor le sería ser viuda y que él continuase en el celibato, antes que encontrase unidos el uno y la otra con personas tan diferentes a ellos mismos, permaneciendo sujetos a envejecer bajo la influencia vergonzosa y cobarde del otro. "Si los dioses -decía- me hubieran deparado el esposo que merezco, empuñaría muy pronto el cetro que todavía estoy viendo en las manos de mi padre". No tardó mucho tiempo en comunicar al joven su audacia con esas insidias, y por fin la muerte casi simultánea de Arunto y de su hermana Tulia le permitieron contraer matrimonio con su cómplice; matrimonio que no fue aprobado por Servio, pero que tampoco se atrevió a impedir.
Después de este adulterio incestuoso y asesino, vino el golpe de Estado y el asesinato de Servio Tulio, instigado por la pérfida Tulia. Para ello, a la par que le recordaba su origen regio, insistía con frecuencia ante su nuevo marido:
Tarquino el Soberbio. Grabado Guillaume de Rouillé
"Si verdaderamente fueras tú ese hombre que yo buscaba -añadía-, ese hombre que pensaba haber encontrado, te reconocería por esposo y por rey; si no lo eres, en ese caso mi suerte es ahora peor que la de antes, porque al crimen se añade la cobardía. ¿Qué te detiene? Tú no has necesitado venir desde Corinto o de Tarquinia para apoderarte de un trono extranjero por medio de intrigas como hizo tu padre. Tus dioses penates, los de tu patria, la imagen de tu padre, ese palacio que habita, ese solio que ocupa, el mismo nombre de Tarquino, todo señala que tú eres rey, todo te invita a serlo. Si tu espíritu no se revela en la presencia de tan elevados destinos ¿a qué seguir engañando por más tiempo a Roma? ¿Por qué consentir que se te considere como al hijo de un rey? Marcha a Tarquinia o a Corinto; vuelve al oscuro estado del que saliste, porque eres más digno de ser hermano de Arunto que el hijo de tu padre". Estas y otras reconvenciones inflamaron al joven: Tulia no podía contenerse ante la idea de que Tanaquil, aquella extranjera, hubiera podido conseguir por dos veces, en virtud del ascendiente de su valor, elevar al trono a dos reyes: su esposo y su yerno; en cambio ella, que procedía de estirpe real, se consideraba impotente tanto para proporcionar una corona como para quitarla. Dominado muy pronto por la ambición desenfrenada de la esposa, Tarquino comenzó a insinuarse poco a poco a los senadores, especialmente a los más modernos; les adulaba y al mismo tiempo les recordaba los favores de su padre y terminó pidiéndoles correspondencia...
Llegó el momento oportuno y Tarquino procede en consecuencia y acompañado de un grupo armado:
En medio del terror de todos ocupó el asiento real, delante del Senado, y por medio de un heraldo ordenó convocar a todos los senadores para que acudiesen a la presencia del rey Tarquino. Todos llegaron enseguida; loas unos porque estaban advertidos de antemano para este golpe de audacia, y los otros por temor de que se les imputase su ausencia como un crimen y asombrados además por aquel extraño acontecimiento y persuadidos de que todo había terminado para Servio. Tarquino comenzó por atacar la baja estirpe de Servio, diciendo: "Ese esclavo, hijo de una esclava, después del indigno asesinato del rey, sin interregno alguno, según era la costumbre, y sin que para su elección se reuniesen los comicios ni se pidiesen los votos del pueblo, recibió de manos de una mujer el reino como un regalo. Las consecuencias de su usurpación corresponden a la bajeza de su origen. Su predilección por la clase ínfima, de la que salió, y su odio a todos los hombres importantes le han inspirado la idea de arrebatar a los grandes las tierras que ha repartido entre los más despreciables. Lasw cargas públñicas, anteriormente comunes a todos, las hace pesar ahora solamente sobre las clases elevadas, y tan sólo ha establecido el censo para poner en manifiesto el caudal de los ricos ante la avidez de los pobres, y para conocer de dónde puede sacar el dinero cuando quiera, para sus generosidades con los desgraciados".
Mapa de Roma que muestra la muralla de Servio Tulio.
Allí está el anzuelo para atraer a su lado a la case senatorial, rica y terrateniente, en su conflicto con un rey dedicado al pueblo. El dinero hace sensible a cualquiera. Cuando llega Servio, se encuentra con el hecho consumado. Sin embargo, increpa al golpista y se queja:
Tarquino le contestó con altivez que estaba ocupando el puesto de su padre; asiento más digno del hijo de un rey, de un heredero del trono, que de un esclavo; que desde mucho tiempo atrás Servio venía insultado a sus amos y prescindía de su intervención...
Hubo tumulto público y reacciones de ambos bandos:
Arrastrado Tarquino por lo crítico de la situación, se atrevió ya a todo; más joven y más robusto que Servio, agarró al rey por la cintura, y, sacándolo del Senado, lo arrojó desde lo alto de la escalinata. Con toda rapidez volvió a entrar al Senado para retener a los senadores; los aparitores y acompañantes del rey huyeron, y el mismo Servio, medio muerto, cuando se retiraba hacia su palacio en compañía de algunos partidarios suyos aterrados, al llegar a lo alto de la calle Cypria, fue alcanzado y muerto por unos asesinos que Tarquino había enviado en su persecución. Se afirma que Tulia aconsejó este crimen, siendo verosímil esta afirmación si se tienen en cuenta los crímenes cometidos por ella con anterioridad. Pero es un hecho comprobado sin lugar a duda que montada en su carro, se presentó en el centro del Foro, y allí mismo, sin perder la serenidad en medio de tanta gente reunida, llamó a su marido, siendo la primera en saludarle con el título de rey; y después que Tarquino le ordenó retirarse de aquellas tumultuosas manifestaciones, marchó de nuevo hacia su casa. Cuando llegó a lo alto de la calle Cypria, el auriga, al intentar la vuelta por la calle Virbia para pasar al barrio de las Esquilias, paró los caballos y, pálido de terror, le mostró el cadáver de Servio tendido en el suelo, en el mismo lugar en que se alzaba en otros tiempos un pequeño templo dedicado a Diana; se cuenta que ella entonces cometió un acto infame y espantosamente cruel. El nombre de la calle, que desde entonces se llamó Malvada, ha perpetuado hasta nuestros días su horrible recuerdo. Aquella mujer, dominada por todas las furias de la venganza que la perseguían desde la muerte de su hermana y la de su esposo, hizo pasar, según se dice, las ruedas de su carro sobre el cadáver de su padre; a continuación horriblemente manchada con la sangre paterna, llevó aquellas ruedas ensangrentadas y repugnantes hasta los pies de los dioses penates que le eran comunes con su marido. Pero la ira de aquellos dioses tenía preparada para aquel reinado otra catástrofe digna de sus comienzos.
El lugar de esta profanación se conserva en la prodigiosa memoria del pueblo romano. Estando en Roma leí en una guía turística que Tulia atropelló el cadáver de su padre en un lugar muy cercano a la Piazza di San Pietro in Vincoli (ubicada frente a la basílica del mismo nombre, donde está el Moisés de Miguel Ángel), y a la Scala Borgia, sobre la vía Cavour. Eso queda en el Rione Monti, subiendo de los foros imperiales hacia el Esquilino. Hay algunos restaurantes indostanos en la zona, para aprovechar el paseo.
Scala Borgia sobre la Via Cavour, en Roma.
Por ella se sube hacia la Piazza di San Pietro in Vincoli, lugar donde la tradición romana ubica el
atropello de Tulia al cadáver de su padre.
Servio Tulio reinó -dice Tito Livio- durante cuarenta y cuatro años con tal sabiduría, que hubiera sido difícil, hasta para un sucesor bueno y moderado, el poder competir a esta gloria. La misma circunstancia de con él se extinguió la monarquía legítima sirve de aumento a esta gloria. También se afirma que proyectaba abdicar aquella autoridad suya tan suave y prudente tan solo porque estaba en las manos de un hombre solo, y este generoso proyecto lo hubiera realizado, si aquel crimen no le hubiera impedido dar la libertad a su patria.
Con este largo artículo espero haber satisfecho la curiosidad de un amable lector anónimo de esta bitácora, quien manifestó no conocer a la pérfida Tulia y ahora cumplo con presentar a la famosa joyita.
Lucrecia y Tarquino, por Victor Meirelles (1832-1903)
Cuando publicamos en esta bitácora el artículo Los Idus de Marzo (aquí), presentamos un personaje que, por su relevancia, marcó la historia de la Roma republicana y no desapareció con el Imperio. Se trata de Junio Bruto, que echo del trono a los reyes de Roma, instauró la República, de la cual fue su primer cónsul, y un régimen de libertades que perduró en el tiempo y aún es ejemplo de virtudes republicanas. Hoy contaremos sus historia y la de la honorable matrona Lucrecia, ultrajada por uno de los Tarquinos y, además, escucharemos la cantata La Lucrezia (HWV 145) de Georg Frideric Handel, en la voz de Dame Janet Baker, acompañada de la English Chaber Orchestra, bajo la dirección de Raymond Leppard.
La historia de Roma, en particular en sus principios, está llena de historias moralizantes, en la que se desdibujan los personajes reales y adquieren virtudes o vicios de proporciones mitológicas. El fin de ello no era otro que formar ciudadanos virtuosos. Nos dice Tito Livio Patavino: ...Lo principal y más saludable en el conocimiento de la historia es poner ante la vista, en luminoso monumento, enseñanzas de todo género que parecen decirnos: "esto debes evitar porque es vergonzoso pensarlo, y mucho más vergonzoso el hacerlo". Seguiremos a Tito Livio en nuestra historia, tal y como la presenta en Las Décadas (Historiadores latinos. EDAF, Madrid, 1970). Comenzaremos por Junio Bruto, un personaje que, como Claudio, se hizo el tonto para sobrevivir en un ambiente de perfidia.
Tarquino el Soberbio, que tiranizaba a todo el mundo y era ya una carga pesada para el pueblo se da aq la conquista de tierras y a construir obras suntuarias que dejaron en mal estado el erario público. Como en muchas historias de Roma, ésta incluye un prodigio:
Junio Bruto, fundador de la República romana
... una serpiente saliendo de una columna de madera, sembró el espanto en todos los habitantes de palacio, obligándoles a huir. No demasiado asustado, Tarquino al principio, sin embargo, abrigó serias preocupaciones para el futuro. Era costumbre consultar a los adivinos etruscos acerca de los presagios cuando éstos se manifestaban en público; pero como éste precisamente parecía amenazar a su familia, el rey decidió consultar al oráculo de Delfos, que era el más célebre del mundo. Como no conocía cuál sería la respuesta del dios, no se atrevió a dejar el cuidado de ir a recibirla a personas extrañas, y, en su consecuencia, envió a Grecia a dos hijos suyos, atravesando comarcas desconocidas entonces, y mares todavía más desconocidos. Aruncio y Tito partieron acompañados del hijo de Tarquinia, hermana del rey, llamado Junio Bruto, cuyo carácter era muy diferente del que aparentaba mostrar en público. Conocedor por los principales del Estado de que su tío, entre otros, había sucumbido víctima de la crueldad de Tarquino, este joven decidió desde aquel momento no revelar en su carácter ni en su fortuna absolutamente nada que pudiera disgustar al tirano y excitar su avidez; en una palabra, que se propuso buscar en el desprecio una seguridad que no había podido encontrar en la justicia. Fingió estar loco, entregando su persona a los caprichos y risa del rey, abandonando en él todos los bienes y hasta aceptando el injurioso calificativo de Bruto. Amparado en este nombre esperaba el libertador de Roma la realización de sus proyectos.
Los jóvenes cumplen su cometido y se presentan en Delfos y Junio Bruto "ofrece al dios un báculo de oro encerrado dentro de otro de cuerno hueco, emblema misterioso de su carácter". Pero los primos, que eran ambiciosos no se contentaron con saber lo que auguraba el oráculo y quisieron saber otra cosa:
... quisieron saber a cuál de ellos vendría a parar el reino romano; y se cuenta que desde el fondo del santuario contestó una voz: "Obtendrá el supremo mando de Roma aquel de vosotros, oh jóvenes, que sea el primero en dar un beso a su madre". Los Tarquinos exigieron absoluto silencio en lo referente a la respuesta del oráculo, para que su hermano Sexto, que había quedado en Roma, no se enterase de ella, y su ignorancia le hiciese perder las esperanzas de reinar; y en cuanto a ellos, dejaron que la fortuna decidiese cuál de los dos besaría el primero a su madre cuando regresasen. Pero Bruto había interpretado de diferente manera la voz de la pitonisa, y fingiendo caer al suelo, besó la tierra, madre común de todos los hombres...
De regreso a Roma, Tarquino había declarado la guerra a las rútulos, cuya capital era Ardea. Buscaba el rey apoderarse de las riquezas de este pueblo y reponer así el exhausto erario romano y de paso hacer algo de política interna. Los ardeatinos no fueron la conquista fácil que esperaba el rey de Roma y hubo de recurrirse a un largo asedio. Es en este contexto, cuando se produce la tragedia de Lucrecia y el fin de la monarquía. En una noche de tragos (festines y orgías, dice Tito Livio, era en entretenimiento de los Tarquinos), se ponen a comparar esposas. La bebida es mala consejera:
Lucrecia, por Lucas Cranach el Viejo (1472-1553)
(...) Un día en que estaban cenando en casa de >sexto Tarquino con Colatino, hijo de Egerio, recayó la conversación sobre las esposas, elogiando cada cual la suya. La discusión se prolongó y llegó a hacerse bastante agria; Colatino manifestó que no eran necesarias tantas palabras y que en pocas horas podrían convencerse de la superioridad de su esposa Lucrecia sobre todas las demás. "Somo jóvenes y vigorosos -añadió- montemos a caballo y marchemos a cerciorarnos por nosotros mismos acerca de los méritos de nuestras respectivas esposas. Como no nos esperan, las juzgaremos por las ocupaciones en que las sorprendamos". El vino les tenía excitados los ánimos, y todos los jóvenes exclamaron: "Partamos". Y salieron corriendo hacia Roma, a donde llegaron al oscurecer. De allí marcharon a Colacia, donde encontraron a las nueras del rey y a sus compañeras entregadas a las delicias de suntuosa cena; Lucrecia, por el contrario, se encontraba en lo más retirado del palacio hilando lana y velando con sus criadas hasta muy entrada la noche. Ésta, pues,, que obtuvo los honores de la disputa, recibió bondadosamente a los dos Tarquinos y a sus esposo, quien contento con su victoria, invitó a los príncipes a que permanecieran con él. Entonces Sexto Tarquino concibió el odioso deseo de poseer a Lucrecia, aunque tuviera que emplear el infame infame violencia para conseguirla, sintiendo excitada su vanidad, no solamente por la belleza de aquella mujer, sino también por su acrisolada virtud...
Pocos días después volvía Sexto a Colasia, ocultándose de Colatino y acompañado de un hombre solo. Como nadie podía suponer sus propósitos, le recibieron con suma benevolencia, y le llevaron después para que cenase en su habitación. Allí, quemado por los deseos y juzgando por el silencio reinante que todos dormían dentro del palacio, empuñó la espada y marchó hasta el lecho de Lucrecia, que ya estaba dormida; apoyando una mano en el pecho de aquella mujer, le dijo: "Silencio, Lucrecia, soy Sexto; llevo en mi mano la espada; si gritas, te mato". Despertó Lucrecia sobresaltada y muda de espanto, y encontrándose indefensa, vio la muerte que la amenazaba; Tarquino le declaró su amor, insistía, amenazaba y rogaba a la vez , sin omitir detalle alguno de los que pueden quebrantar el corazón de una mujer. Pero encontrándola firme en su resistencia, y que no se dejaba doblegar ni por el temor de la muerte, intentó asustarla con la pérdida de su reputación, diciéndole que después de matarla colocaría a su lado el cuerpo de un esclavo degollado, para simular que había recibido la muerte en el momento de consumar el más repugnante de los adulterios. Vencida la inflexible castidad de Lucrecia ante aquel temor, cedió a la lujuria del joven, alejándose éste enseguida,orgulloso con su triunfo sobre el honor de aquella mujer. Oprimida Lucrecia por el dolor, envió mensajeros a Roma y Ardea, diciendo a su padre y a su marido que se apresurasen a venir, acompañado cada uno por un amigo fiel; porque un acontecimiento espantoso exigía su presencia.
Sp. Lucrecio llegó acompañado de P. Valerio, hijo de Voleso, y Colatino, acompañado por Bruto (...) hallador (a Lucrecia) sentada en su habitación y sumida en profundo dolor. Al ver a los suyos, rompió en llanto, y al preguntarle su esposio si todo estaba a salvo, contestó: "No: ¿Qué bien puede quedar a la mujer que ha perdido su castidad? Colatino: huellas de un varón extraño manchan todavía tu lecho. Pero solamente mi cuerpo ha sido deshonrado: mi alma permanece pura y mi muerte lo demostrará. Juradme que no ha de quedar impune el adúltero: es Sexto Tarquino, que ocultando un enemigo bajo su exterior de huésped, vino la última noche con las armas en la mano, para robar un placer que debe costarle tanto como a mí, si es que sois hombres." Los dos le prometieron lo que deseaba, y procuraron endulzar su dolor, achacando toda la culpa al autor de la violencia; la animaban diciendo que el cuerpo no es culpable cuando el alma queda inocente, y que no existe la falta donde no aparece la intención. Entonces ella les dijo: "Vosotros decidiréis sobre la suerte de Tarquino; por mi parte yo, si bien me considero libre de culpa, no me perdono la pena, para que en lo sucesivo ninguna mujer que sobreviva a su deshonra no pueda invocar el ejemplo de Lucrecia". Después que hubo pronunciado estas palabras, se clavó en el corazón un cuchillo que llevaba oculto bajo el manto, y cayó muerta en el acto. El padre y su esposo lanzaron gritos de espanto.
Mientras se entregaban al dolor, Bruto arrancó de la herida el cuchillo ensangrentado , y, levantándolo en alto, exclamó: "por esta sangre tan pura antes de recibir el ultraje del odioso hijo de los reyes, juro y os tomo por testigos a vosotros, ¡oh, dioses!, que perseguiré a Lucio Tarquino el Soberbio, a su malvada esposa y a todos sus hijos, por el hierro, por el fuego y por cuantos medios encuentre a mi alcance, y que no he de consentir que ni ellos ni otros reinen jamás en Roma". Enseguida entregó el cuchillo a Colatino, y después a Lucrecio y a Valerio, que estaban asombrados ante aquel prodigioso cambio en un hombre que consideraban insensato. Repitieron el juramento que les dictó, y pasando repentinamente del dolor al deseo de venganza, siguieron a Bruto, que les llamaba a la destrucción de la monarquía...
Lo demás es historia: se expulsaron a los Tarquinos y a "la malvada esposa", quien no era otra que la famosa Tulia, sobre quien escribiremos otro día. Se instauró la República y un régimen de libertades que se mantuvo por muchos años, a pesar de los altibajos de la historia romana. La cosa no fue fácil, pero se logró.