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jueves, 15 de mayo de 2014

José Antonio Ramos Sucre: Creación y vida


Hace un par de semanas Jesús el Librero me habló sobre una novedad editorial venezolana que él sabía que me habría de gustar. Se trata de José Antonio Ramos Sucre: Creación y vida (Fundavag Ediciones, Caracas, 2013), biografía analítica del excelso poeta escrita por Alberto Silva Aristeguieta, que está acompañada por una semblanza del bardo titulada El genio absoluto de la literatura venezolana, de la pluma de Armando Rojas Guardia. Lo compré de inmediato porque considero que Ramos Sucre requiere una mayor comprensión, fuera de los análisis críticos y literarios que abundan.

De la contraportada:
José Antonio Ramos Sucre ha sido estudiado hasta la saciedad, pero fundamentalmente desde la perspectiva del especialista, de la investigación literaria, académica.
Por el contrario, esta biografía analítica escrita por Alberto Silva Aristeguieta (pariente del poeta) propone otra visión: la de una obra para el gran público pero que, simultáneamente, sirve a quienes necesiten investigar sobre Ramos Sucre, al proporcionarles innumerables pistas tanto desde la voz del biografiado como desde una variedad significativa de textos críticos que lo estudian.
Se trata de una biografía tramada desde la infancia hasta los días finales, que repasa todos los quehaceres del poeta (maestro, abogado, funcionario público), así como las huellas de sus tribulaciones y angustias fundamentales que dan paso tanto a su obra de traductor como a la de creador. En dicho territorio, esta biografía explaya su obra entera, las ideas que la fundan y desarrollan y, en especial, su legado poético.
A manera de colofón, esta obra culmina con una cronología esencial y con una suerte de antología básica del biografiado. En síntesis, en la copiosa obra sobre Ramos Sucre esta de Alberto Silva Aristeguieta no es una más: tiene su propio lugar y pertenencia.

La biografía es un tesoro de informaciones que considero de utilidad para la comprensión de la obra poética de Ramos Sucre, en particular para sus admiradores. Si a ello agregamos la semblanza que de él nos da Armando Rojas Guardia, tenemos un pequeño gran libro, bien escrito, ameno e instructivo.

Alberto Silva Aristeguieta

miércoles, 9 de octubre de 2013

El convite

Cherries, por Sir Lawrence Alma-Tadema (1873)

EL CONVITE

Thais era una cortesana de la antigüedad. Su nombre constaba en la obra perdida de Menandro. El tiempo respetaba su juventud y yo no he encontrado en los residuos de la era clásica ninguna señal de su muerte.
 He leído una hazaña de su perfidia en un documento reconstituído. Si yo no revelara a los hombres este episodio, faltaría a los consejos de Plutarco.
Thais atrajo a sus amantes a una celada, después de reconciliarlos mutuamente. Se acomodaron en unas curules de marfil, dignas de un senado de reyes. La mujer los dejó maravillados y suspensos con la bizarría de su imaginación y les ciñó una corona de adormideras, mientras arrojaba al fuego un laurel seco. Ese laurel había bastado para defender la vida de un héroe en la empresa de visitar los infiernos.
Los invitados quedaron embelesados y perdidos en la incetidumbre.
Thais había abolido su entendimiento y les había inspirado la ilusión de estar siempre en medio de los preludios del alba. Oían a veces un himno desvanecido en la bruma cándida. Los entonaban unas jóvenes coronadas de jacintos.
Las arpías y las quimeras tejían un vuelo circular y bajaban a colgarse de los brazos de un árbol insociable.

José Antonio Ramos Sucre
1890-1930

De: Las Formas del fuego (1929)
José Antonio Ramos Sucre


jueves, 5 de septiembre de 2013

De un álbum de familia

María Teresa, Trina y Luisita Madriz Sucre, bellas cumanesas
Foto cortesía de Gonzalo De Sola Ricardo

Mi viejo amigo Gonzalo De Sola Ricardo colocó ayer en su perfil de Facebook la foto de sus "tres bisabuelas" en Cumaná. Le dije que se la robaría para esta bitácora y le regalé a cambio una de Lorenzo Ramos Sucre. De inmediato me puse a buscar alguna carta que José Antonio Ramos Sucre le escribiera a Dolores Madriz, que, creo, era hermana de estas tres bellas cumanesas.  Esos apellidos, Madriz y Sucre traen para mi gratos recuerdos; son gente próxima. Las familias venezolanas del siglo XIX y principios del XX estaban todas emparentadas en un ámbito regional y se conocían. Gonzalo me ha prometido un encuentro para charlar sobre éste y otros temas. Es buen conversador.

Encontré la misiva en una antología del gran poeta y la transcribo ahora:

Ginebra, 7 de junio 1930
Srta. Dolores Emilia Madriz
Cumaná
Muy ilustre Dolores Emilia:
Ayer recibí tu última carta y tu retrato en compañía de la dulce Leonor. Besé infinitas veces tu retrato.
No te impacientes conmigo. Aún no he podido visitar París. Los trabajos de la Sociedad de Naciones y la presencia de diplomáticos venezolanos en Ginebra me han impedido ausentarme. Yo te prometo dejarte satisfecha.
Te advierto que mis dolores siguen tan crueles como cuando me consolabas en Caracas. Yo no me resigno a pasar el resto de mi vida, ¡quién sabe cuántos años!, en la decadencia mental. Toda la máquina se ha desorganizado. Temo muchísimo perder la voluntad para el trabajo. Todavía me afeito diariamente. Apenas leo. Descubro en mí un cambio radical en el carácter. Pasado mañana cumplo cuarenta años y hace dos que no escribo una línea. Apenas puedo consolarme buscando la vida de enfermos ilustres a quienes la fatalidad apagó en plena juventud. Te ruego que no permitas la leyenda de que soy antropófago y salvaje y enemigo de la humanidad y de la mujer. Esa leyenda es obra de mis enemigos. Tú sabes que, al contrario, soy muy accesible, muy indulgente y jamás he lastimado a una mujer.
Los médicos de Europa no han descubierto qué es lo que me derriba. Yo supongo que son pesares acumulados. Tú sabes que mi cadena fue siempre muy corta y muy pesada. Nací en la casa donde todo está prohibido.
Yo te suplico que disculpes estas confidencias. Beso las manos de las distinguidas primas y me despido así mismo de ti.
Escríbeme.
J.A.R.S. 

A los pocos días de firmar esta carta, el 13 de junio de 1930, se suicidó en Ginebra José Antonio Ramos Sucre. Cuando se lee, el alma queda compungida. Aquí lo vemos en su expresión más íntima de poeta incomprendido.

Rafael Arraiz Lucca en Literatura venezolana del siglo XX (Editorial Alfa, Caracas, 2009) nos comenta:
Durante los meses de abril y mayo asume la resignación del autómata: cumple con puntualidad sus tareas diplomáticas y hasta manifiesta preocupación por la Asamblea de la Liga de las Naciones a la que debe asistir. Ya en junio, la tolerancia ha llegado a su límite: el 7 escribe su última carta a Dolores Emilia Madriz (...) El 9 de junio, fecha de su cumpleaños, ingiere otra vez una sobredosis de hipnóticos, y al día siguiente (César ) Zumeta despacha otro telegrama: "Nueva tentativa suicida de Ramos Sucre. Este requiere tratamiento especial". Pero esta sobredosis fue suficiente, el 13 de junio el insomnio finalmente ha doblegado a su víctima...

miércoles, 12 de junio de 2013

Elogio de José Antonio Ramos Sucre

Ulyses and the Sirens, por Herbert James Draper (1909)

La muerte de Ramos Sucre me ha sumido en auténtico dolor. Me acostumbré a quererlo desde el día en que, rompiendo las vallas de su carácter, en la codiciada soledad en que aspiró a vivir desde niño, me ofreció su amistad, toda ímpetu cordial, noble y señera, como el abolengo cumanés que decoraba su gentilicio. era de la familia del Mariscal de Ayacucho por su madre; de una raza de letrados por su padre. Y tuvo también entre sus antecesores quien cultivara la tierra, quien se apegara al surco roto por su esfuerzo, teñido de oro y violeta por el crepúsculo que caía sobre los tamarindos del Manzanares.
Su educación, según él mismo solía referirme, fue una protesta airada, viril y sostenida, contra los cambios intelectuales y sociales que se operaban en la recatada ciudad de su nacimiento. Detestó las cosas transitorias; buscó en el pasado las lecciones permanentes de energía, de amor o de belleza, que pudieran servir al alto concepto de justicia que jalonó su vida ciudadana.
Frente a la dulce y clara mansedumbre del mar en que se asienta la ciudad patricia, madre del Oriente, soñó con el brote de una nueva cultura que eslabonara con la de los antiguos señores del lugar. Por sugestión de sus penates, por anhelos remotos de un espíritu esencialmente aristocrático, una mañana remota vio correr la barca de Ulises sobre aquellas ondas rizadas, y siguió tras el lírico señuelo sin cuidarse de azares y perfidias. Fue así como se hizo, por propia voluntad, a esfuerzos que al fin quebrantaron sus nervios exasperados, el primer humanista con que contaba en el día nuestro país. No era afán de lucro el que guió sus pasos por esta senda fatal. Él sabía mejor que nadie que cuando una sociedad cambia de rumbo, no vale a detenerla en su pendiente el canto de las sirenas; que el ruido de las máquinas ahogará necesariamente el grave ritmo de La Ilíada y el sutil y melodioso de La Eneida; que Cecilio Acosta murió afectado por una mano infame. Y en esto estriba la avasalladora fuerza de su personalidad. Armonizó su vida con sus sueños; sembró en su propia entraña la simiente de sus ideales; huyó del tráfico vulgar, no del pueblo; al que amaba como reserva de intactas energías.
En la galería de bustos con que todo hombre de pensamiento ha soñado para adorno de una futura ágora venezolana, el suyo se destacará bajo un jazminero de las Indias, escondido en aromada penumbra, no lejos de José Luís Ramos, con quien tiene muchos puntos de contacto, muchos desgarrones de nubes iluminados por el resplandor de un hallazgo sutil en los predios de Horacio o de Virgilio.
Su obra literaria no estaba en proporción con la vastedad y hondura de sus conocimientos. Original dentro de nuestra literatura, su prosa se enlaza con los procedimientos de aquellos monjes de la Edad Media que en un latín renaciente escribían himnos y secuencias. Sus libros, nunca populares, son y serán deleite de artistas ávidos de la palabra exacta o del giro insuperable de la frase. De un simbolismo recóndito, los eruditos encontrarán en ellos una vena inagotable cuando busquen por sus páginas la huella de sangre de Shakespeare o la encendida y tétrica del Dante. Quizás entonces asome sobre el misterio de su vida, rota bruscamente por su mano, la faz adolorida de Cordelia, deponiendo sobre su tumba un ramo de ciprés, o la pura y luminosa Beatriz conduciéndolo por los círculos de la eterna claridad.

Caracas, 14 de junio de 1930
Luis Correa
José Antonio Ramos Sucre

El 13 de junio de 1930, días después de cumplir los 40 años de edad, se suicidó en Ginebra el bardo José Antonio Ramos Sucre. El sentido texto que acabamos de leer fue escrito por el poeta, ensayista, periodista y diplomático venezolano Luis Correa (1884-1940), cuando José Antonio Ramos Sucre tenía menos de 24 horas de muerte. Salió publicado en la revista Elite, Año V, N° 248. Posteriormente, Correa lo incluyó en su antología de ensayos Terra Patrum (mi copia de esta selección de ensayos es la de la Biblioteca Popular Venezolana, Caracas, 1961). Correa era, a la sazón, Director de la Imprenta Nacional y ya era un escritor consagrado y tenía una larga hoja de servicios en la Administración Pública venezolana, concluyendo como Director de Gabinete del Ministerio del Interior (1931). Es éste, tal vez, el primer homenaje recibido por Ramos Sucre después de muerto.

Mientras buscaba una ilustración para este artículo me encontré con una imagen de la tumba del poeta en Cumaná. Me dio tristeza verla en ese estado. Dudo que Cordelia pueda depositar sobre ella un ramo de ciprés.  Si visitamos la Primogénita podremos acercarnos a la casa natal de Ramos Sucre (N° 29 de la Calle Sucre, cerca de la Iglesia de Santa Inés).

Panteón de la familia Ramos Martínez en Cumaná.
Allí reposan los restos del poeta.
Foto tomada de la página José Antonio Ramos Sucre: selected works, en Facebook



martes, 11 de junio de 2013

Sobre la poesía elocuente, por J. A. Ramos Sucre


SOBRE LA POESÍA ELOCUENTE

Calíope, por  Leonhard Kern (1640)
Wurtembergisches Landesmuseum, Sttutgart
Foto de Andreas Praefcke, 2006.
La elocuencia es el don natural de persuadir y conmover. La retórica, arte de bien decir, es sierva leal o desleal de la elocuencia, y cuando usa palabra altisonante o superflua merece el nombre de declamación. De modo que no hay disculpa al confundir maliciosamente la elocuencia, ventaja del contenido, emanada del afecto vehemente o de la convicción sincera, con la declamación que es vicio de la expresión, retórica defectuosa.
Algunos poetas sostienen que debe torcerse el cuello a la elocuencia, y conviene objetarles que tal severidad sólo debe usarse con la declamación, porque aquel don afortunado sirve muy bien a la poesía entusiasmada y lírica. Además, debe distinguirse entre los poetas inactuales y egotistas y los poetas comunicativos, de apostolado y de combate, bardos de aliento profético y simpatía ardorosa que ejercen una función nacional o humanitaria. Los últimos no pueden prescindir jamás de la elocuencia y se expresarán inevitablemente en imágenes, medio que puede enunciar la filosofía ardua y comunica eléctricamente la emoción. La imagen es la manera concreta y gráfica de expresarse, y declara una emotividad fina y emana de la aguda organización de los sentidos corporales. Algunos dialécticos, enamorados de la idea universal y sin fisonomía, reprueban esta manera de expresión, considerándola de humilde origen sensorial, y abogando por la supremacía de la inteligencia, con lo cual insisten en la distintas facultades de la mente humana, que es probablemente una totalidad sin partes.
La imagen siempre está cerca del símbolo o se confunde con él, y, fuera de ser gráfica, deja por estela cierta vaguedad y santidad que son propias de la poesía más excelente, cercana de la música y lejana de la escultura.
La imagen, expresión de lo particular, conviene especialmente con la poesía, porque el arte es individuante.
La imagen es un medio de expresión concreta y simpática, apta para poner de relieve las ideas sublimes e independientes de la metafísica y las nociones contingentes de la experiencia, y comunica instantáneamente los afectos. Pero nunca deja de ser un medio de expresión, y quien la use como fin viene a parar en retórico vicioso, en declamador.

La torre de Timón (1925)
José Antonio Ramos Sucre


José Antonio Ramos Sucre
1890-1930
En lo esencial, su obra se condensa en tres libros. El primero, La torre de Timón, publicado en Caracas, en 1925, reúne, junto con nuevas composiciones, varios de los textos (breves "ensayos" y semblanzas, reflexiones sobre historia, arte, literatura, y poemas en prosa) que integraron el libro Trizas de papel (1921), y el ensayo Sobre las huellas de Humboldt, que circuló inicialmente en 1923. Los otros dos libros restantes, Las formas del fuego y El cielo de esmalte, fueron editados, casi simultáneamente, en 1929. Estos dos últimos están integrados en su totalidad por poemas en prosa.

Salvador Tenreiro. Prólogo a la Antología de José Antonio Ramos Sucre. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1992


domingo, 9 de junio de 2013

Fragmento apócrifo de Pausanias

Teseo y Antiope, por Oskar Kokoshcka (1886-1980)

FRAGMENTO APÓCRIFO DE PAUSANIAS

Teseo persiguió el ejército de las amazonas, cautivó su reina y la sedujo. La tropa de las mujeres huyó sobre el Bósforo congelado, montada en caballos de alzada soberbia. Una de ellas murió en el sitio de su nombre, donde los atenienses la recuerdan y la honran. Las fugitivas volvieron a perderse en la estepa de su nacimiento, socorridas de la brumazón.
Un autor anónimo refiere las valentías del hijo de Teseo y de la amazona cautiva. Se atrevió a solicitar el amor de la sacerdotisa de un culto severo, dedicado a una divinidad telúrica, reverenciada y temida por los esclavos asiáticos.
El joven licencioso contrajo una rara enfermedad en la mente y vagaba delirando por la ciudad y la campiña, amenazando con volverse lobo.
Teseo escucha el parecer de viajeros memoriosos, habituados a la nave y a la caravana, y manda por un médico hasta el valle del Nilo.
El sabio se presentó al cabo de un mes y consiguió sanar al mozo delirante por medio de la palabra y envolviéndolo en el humo de una resina balsámica.
Teseo fiaba en la medicina de los egipcios y los tenía por el pueblo más sano y longevo de la tierra.
El médico dejó, en memoria de su paso, una efigie de su persona. Yo la he visto entre los simulacros y ensayos de un arte rudinentario.
La figura del egipcio, de cráneo desnudo, mostraba la actitud paciente y ensimismada de un escriba de su nación.


Las formas del fuego (1929)
José Antonio Ramos Sucre


La Antología de José Antonio Ramos Sucre, editada por la Biblioteca Ayacucho (Caracas, 1992) esté prologada por Salvador Tenreiro, quien hace un estudio del poeta y su obra. De allí extraigo algunas ideas que nos permitan conocerlo:
José Antonio Ramos Sucre
Uno de los rasgos sobresalientes de la escritura de Ramos Sucre, es la complejidad constructiva de su universo referencial. Es allí donde su discurso poético exhibe la vigilia de una iluminación, la delicia de una incomparable plenitud verbal. La riqueza de sus alusiones culturales no reposa -a diferencia de manuales universitarios y textos afines- en una erudición decorativa, ni en trapisondas intelectuales de bulevar. Sus referencias son, como bien ha señalado Guillermo Sucre, metáforas que conducen a un conocimiento diferente, augural, a una "aventura de la imaginación".
No se trata de simples alusiones a personajes o acontecimientos históricos o literarios. La mención no sólo constituye uno de los rasgos estilísticos más relevantes, sino que, a menudo, integra el núcleo estructurante del poema (...)
Pero Ramos Sucre no cita, no imita, no parodia ni plagia a los otros: los reescribe. Su escritura es un proceso verbal complejo, con gran variedad de recursos: amplificación, expansión de enunciados, condensación, prosificación. Su labor consiste en transferir, en transformar, en transmutar...

Discurso contemplativo


Gorrión
Foto de Alfonso Martínez, tomada de www.abc.es

DISCURSO CONTEMPLATIVO
Amo la paz y la soledad; aspiro a vivir en una casa espaciosa y antigua donde no haya otro ruido que el de una fuente, cuando yo quiera oír un chorro abundante. Ocupará el centro del patio, en medio de árboles que, para salvar del sol y del viento el sueño de sus aguas, enlazarán las copas gemebundas. Recibiré la única visita de los pájaros que encontrarán descanso en mi refugio silencioso. Ellos divertirán mi sosiego con el vuelo arbitrario y el canto natural; su simpleza de inocentes criaturas disipará en mi espíritu la desazón exasperante del rencor, aliviando mi frente el refrigerio del olvido.
La devoción y el estudio me ayudarán a cultivar la austeridad como un asceta, de modo que ni interés humano ni anhelo terrenal estorbará las alas de mi meditación, que en la cima solemne del éxtasis descansarán del sostenido vuelo; y desde allí divisará mi espíritu el ambiguo deslumbramiento de la verdad inalcanzable.
Las novedades y variaciones del mundo llegarán mitigadas al sitio de mi recogimiento, como si las hubiera amortecido una atmósfera pesada. No aceptaré sentimiento enfadoso ni impresión violenta; la luz llegará hasta mí después de perder su fuego en la espesa trama de los árboles; en la distancia acabará el ruido antes que invada mi apaciguado recinto; la oscuridad servirá de resguardo a mi quietud; las cortinas de la sombra circundarán el lago diáfano e imperturbable del silencio.
Yo opondré al vario curso del tiempo la serenidad de la esfinge ante el mar de las arenas africanas. No sacudirán mi equilibrio los días espléndidos de sol, que comunican su ventura de donceles rubios y festivos, ni los opacos días de lluvia que ostentan la ceniza de la penitencia. En esa disposición ecuánime esperaré el momento y afrontaré el misterio de la muerte.
Ella vendrá, en lo más callado de una noche, a sorprenderme junto a la muda fuente. Para aumentar la santidad de mi última hora, vibrará por el aire un beato rumor, como de alados serafines, y un transparente efluvio de consolación bajará del altar del encendido cielo. A mi cadáver sobrará por tardía la atención de los hombres; antes que ellos, habrán cumplido el mejor rito de mis sencillos funerales el beso virginal del aura despertada por la aurora y el revuelo de los pájaros amigos.
La torre de Timón (1925)
José Antonio Ramos Sucre

José Antonio Ramos Sucre
1890-1930
Tal día como hoy en 1890, nació en Cumaná el gran poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre, una de las más finas plumas de la historia de la literatura venezolana. De él dice Rafael Arráiz Lucca en su Antología de la poesía Venezolana (Panapo, Caracas, 1997):
Su poesía, profundamente culta, supuso el trato cotidiano con la literatura clásica, con las estructuras mentales de la edad Media, con otras lenguas. El poeta fue un hombre de biblioteca: allí transcurrió su vida, por más que los avatares lo llevaran al inútil escritorio del diplomático o al siempre fácil estrado del profesor. No fue, sin embargo, un anacoreta. Discurrió por las calles de su tiempo y se le ubica en la camada de la Generación del 18, desde que llegó a Caracas proveniente de su Cumaná natal. Murió en Ginebra cuando apenas contaba cuarenta años: víctima del insomnio, un día no pudo más y dispuso de su vida.
(...) Si la medida de la hondura de un autor es el hecho de regresar a él y no terminar nunca de poseerlo totalmente, la magnitud de la obra del cumanés no tiene igual entre nosotros. 

miércoles, 17 de octubre de 2012

El protervo

José Antonio Ramos Sucre
1890-1930
Autor

EL PROTERVO

Nosotros constituíamos una amenaza efectiva.
Los clérigos nos designaban por medio de cincunloquios al elevar sus preces, durante el oficio divino.
Decidimos asaltar la casa de un magistrado venerable, para convencerlo de nuestra actividad y de la ineficacia de sus decretos y pregones.
Esperaba intimidarnos al doblar el número de sus espías y de sus alguaciles y al lisonjearlos con la promesa de una recompensa abundante.
Ejecutamos el proyecto sigilosamente y con determinación y nos llevamos la mujer del juez incorruptible.
El más joven de los compañeros perdió su máscara en medio de la ocurrencia y vino a ser reconocido y preso.
Permaneció mudo al sufrir los martirios inventados por los ministros de la justicia y no lanzó una queja cuando el borceguí le trituró un pie. Murió dando topetadas al muro del calabozo de piso hundido y de techo bajo y de plomo.
Gané la mujer del jurista al distribuirse el botín, el día siguiente, por medio de la suerte. Su lozanía aumentaba el solaz de mi vivienda rústica. Sus cortos años la separaban de un marido reumático y tosigoso.
Un compañero, enemigo de mi fortuna, se permitió tratarla con avilantez. Trabamos una lucha a muerte y lo dejé estirado de un trastazo en la cabeza. Los demás permanecieron en silencio, aconsejados del escarmiento.
La mujer no pudo sobrellevar la compañía de un perdido y murió de vergüenza y de pesadumbre al cabo de dos años, dejándome una niña recién nacida.
Yo la abandoné en poder de unas criadas de mi confianza, gente disoluta y cruel, y volví a mis aventuras cuando la mano del verdugo había diezmado la caterva de mis fieles.
Muchos seguían pendientes de su horca, deshaciéndose a la intemperie, en un arrabal escandaloso.
Al verme solo, he decidido esperar en mi refugio la aparición de nuevos adeptos, salidos de entre los pobres.
Dirijo a la práctica del mal, en medio de mis años, una voluntad ilesa.
Las criadas nefarias han dementado a mi hija por medio de sugestiones y ejemplos funestos. Yo la he encerrado en una estancia segura y sin entrada, salvo un postigo para el paso de escasas viandas una vez al día.
Yo me asomo a verla ocasionalmente y mis sarcasmos restablecen su llanto y alientan su desesperación.

Fuente:
José Antonio Ramos Sucre. Antología. (Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1992)


De la pluma del extraño y prodigioso poeta José Antonio Ramos Sucre; uno de los más interesantes escritores del siglo XX en Venezuela... insomne, postromántico y postmodernista. Su lenguaje vanguardista lo destacan del resto de su generación. Me gusta su expresión, siempre rica, y la construcción directa de sus frases... Ni una palabra más, ni una palabra menos. Uno de mis favoritos, sin duda.

martes, 17 de julio de 2012

La tarea del testigo

La tarea de testigo
carátula
Hace uno día concluí la lectura de la novela La tarea del testigo (Lugar Común, Caracas, 2012) por el autor venezolano Rubi Guerra, Premio Novela Corta Rufino Blanco Fombona (2006). Es una novela apasionante, íntima, onírica y muy bien escrita. La disfruté en pleno y hasta me pareció ver al protagonista, José Antonio Ramos Sucre, insomne, rondar por casa. Coincido con los editores y su comentario en la contraportada:
Estas páginas de Rubi Guerra son el testimonio imaginario de los últimos días del poeta cumanés José Antonio Ramos Sucre, transfigurado en personaje de ficción que trasciende su tránsito biográfico y literario, y se instala en la conciencia de la historia contemporánea. su estadía final en Suiza, los suplicios del insomnio, la nostalgia de su tierra natal, la introversión enfermiza, su paso por sanatorios europeos y su agonía final son narrados con un lenguaje cuya concisión, luminosidad y sutileza sirven de sereno cauce a una atormentada existencia creadora. Enmarcada en un clima onírico, a ratos pesadillesco, de evocaciones y persecuciones, La tarea de testigo, es una impecable recreación narrativa de uno de los raros más prodigiosos de la poesía venezolana de todos los tiempos.

Me gustó y espero releerlo pronto, porque no es una novela desechable, sino que merece ser degustada con calma. Como bono, Guerra nos incluye al final tres historias perdidas de JARS: La barcaLa taberna y La campaña, que permite al lector conocer la forma de expresión de este gran poeta cumanés.



Rubi Guerra (1958- )
Autor
Rubi Guerra, nació en San Tomé, estado Anzoátegui, Venezuela en 1958. Promotor cultural en las áreas de cine y literatura. Fundador de la Sala de Arte y Ensayo Ocho y Medio. Asesor literario de la Casa Ramos Sucre en Cumaná. Ha publicado los libros de cuentos El avatar (1986), El mar invisible (1990), Partir (1998), El fondo de los mares silenciosos (2002), Un sueño comentado (2004), La forma del amor y otros cuentos (2010), y las novelas El discreto enemigo (2001) y La tarea de testigo (El Perro y la Rana 2007 y Lugar Común en 2012).


martes, 8 de mayo de 2012

El poeta Ramos Sucre nos invita a leer

José Antonio Ramos Sucre
1890-1930
El poeta parnasiano venezolano José Antonio Ramos Sucre es el autor de una obra que representó un desafío a las orientaciones poéticas de la Venezuela de su tiempo al proponer libertades formales en la reinvención del lenguaje y la creación de un universo repleto de visiones, fábulas e historias, escrita en prosa poética enigmática y solemne. Da gusto leerlo.

Ramos Sucre fue una fina pluma, con un lenguaje exquisito y bien expuesto. Desde su infancia se aficionó a la cultura y los idiomas (una larga lista: latín, francés, italiano, alemán, y luego griego, danés, sueco y holandés). Estudió Derecho, literatura y filosofía en Caracas y fue traductor en el Ministerio de Relaciones Exteriores, hasta que fue designado Cónsul en Ginebra, donde se suicida. Cuando revisemos la obra de este gran cumanés, pariente del Mariscal de Ayacucho, volveremos a él y a su formación.

José Antonio se carteaba con Lorenzo Ramos. ¿Quién era Lorenzo? Un hermano menor con necesidad de una orientación sobre qué leer para mejorar su lenguaje y cómo escribirlo. En una de las Antologías de este autor que tengo en la biblioteca aparecen algunas de las cartas. Lorenzo era empleado del Banco de Venezuela y José Antonio aconseja sobre la vida y qué leer y cómo escribir.

Estamos en 1921:
... Ya te había escrito diciéndote que debes escribir con el único adorno de la expresión exacta y suprimiendo cruelmente lo que pueda sonar a discurso. La palabra debe ser siempre humilde y llana. Nunca debe llamarse la atención. Evita las malas compañías. Allí hay muchos alcohólicos. Vive solo, pero sé amable.
Los marabinos beben, pero los cumaneses no son abstemios, digo yo. Bueno, eso es chauvinismo provinciano. El consejo interesante viene ahora:
Debes tener de tu propiedad estos libros en versiones francesas y en prosa, excepto la Biblia, que debe ser la versión protestante de Cipriano de Valera:
La Ilíada y Odisea, Plutarco, Virgilio, El Edda o sea Mitología escandinava (este último te lo consigue Francois Jarrin, Rue des Écoles 48 o J. Gamber, Rue Danton 7) La Divina Comedia, Orlando Furioso por Ariosto, Don Quijote en español, el Fausto de Goethe, el Telémaco, las Mil y Una Noches.
Leer, aunque no los tengas:
Teatro inglés (Shakespeare), Teatro Español (Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Alarcón), Teatro griego (Esquilo, Sófocles, Eurípides), Teatro francés (Moliére, Racine y Corneille). Con leer algún drama de cada autor te basta.
Lorenzo Ramos Sucre
Te basta leer algún ejemplar de cada tipo de novela: Novela picaresca (Gil Blas). Novela de casualidades inverosímiles (Tres Mosqueteros). Novela histórica (Walter Scott). Novela típica de Inglaterra (Dickens, Jorge Eliot que es mujer). Novela típica de Francia (Balzac). Novela típica de Rusia (Dostoyevsky): Novela típica de España moderna (Galdós, Pedro Antonio de Alarcón, el dramático es Ruiz de Alarcón).
Los mejores manuales de historia universal son los de Duruy, y la mejor historia de Venezuela es la de  Baralt que debes tener propia.
El día que hayas leído todo esto poseerás una cultura literaria enorme. Ya ves, no es necesario leer muchos libros, sino los libros característicos de cada nación y d cada época.
Y más adelante:
Ocúpate de leer primero los libros que te aconsejo, y no te dejes guiar en este punto por más nadie.
Estoy dispuesto a servirte con todas mis potencias. Mándame como quieras. Sé amable y vive solo. Complace a tus semejantes y esquívalos. Haz de cada persona con quien trates un amigo, pero no un amigo importuno sino un amigo útil.
En 1924:
Escribe siempre a la misma hora. Redacta con la mayor simplicidad y con el menor número de palabras. No intentes redactar sin saber muy bien lo que quieres decir. No imites nunca lo que otro haya dicho, porque cada hombre es un mundo aparte, y además cada hombre tiene dentro del espíritu una mina en la cual siempre halla lo que necesita. Oyete a ti mismo. Lee a Baralt, Ricardo León, Pedro Bazán, Cervantes, Mariana. Sobre todo lee muy bien a Baralt como si fuera un libro de oraciones. Con esos autores aprenderás a manejar castellano. Consulta constantemente el diccionario. Uno siente cuál es el adjetivo que debe aplicar al sustantivo, y ése es el que debe aplicar. Pon adjetivos originales, propios de ti, que sean la opinión tuya sobre lo que pienses o veas. Para ser original te basta escucharte a ti mismo, evitando copiar. Pero no olvides que primero está la belleza que la originalidad. Otra cosa, sé muy moderado al escribir, no incurras nunca en exageración, en desproporción. Familiarízate con Baralt, léele todos los días. Cada vez que leas un libro, escribe tus impresiones, en un estilo sencillo, con el menor número de palabras, y con lógica, deduciendo cada pensamiento del anterior.
Más adelante en la misma carta:
Rafael María Baralt
1810-1860
... Te repito que debes escoger un escritor como maestro, yo te recomiendo a Baralt y a Ricardo León. Más al primero.
Leí casi toda la lista que recomienda José Antonio a Lorenzo en bachillerato (el pensum de estudios del Ministerio de Educación lo imponía), además de muchas obras de autores venezolanos que Ramos Sucre ni menciona porque aún no se habían escrito. Tengo en la biblioteca a Baralt, casi sin abrir desde que lo compré hace muchos años porque se deshoja a medida que avanza la lectura. El título es Resumen de la Historia de Venezuela (reimpresión de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1975) por Rafael María Baralt y Ramón Diaz. Un clásico de la historiografía venezolana que abarca el período 1797-1830, con mucho de mitología patriótica. Habrá que revisar los tres tomos y leer, evitando que se deshoje.