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viernes, 31 de agosto de 2012

Páez y Manuelote

Mi prima Margarita y un ciberamigo me piden que les eche el cuento de Manuelote, el soldado realista que había sido mayordomo del Hato La Calzada cuando José Antonio Páez era un simple peón. El Centauro de los Llanos contó la historia en su Autobiografía (Ediciones Antártida, 1960), de donde tomo la historia, manteniendo la ortografía original. Recordemos que a los 17 años de edad, José Antonio Páez Herrera, un muchacho de familia, luego de matar a un salteador de caminos que quería robarle, huye hacia Barinas y hasta las riberas del Apure, temeroso de que las autoridades españolas lo hicieran preso (así sucede con los gobiernos ineptos; se hacen los suecos con los malandros y molestan al que se defiende). Eso sucedía en 1807.
(...) Tocóme de capataz un negro alto, taciturno y de severo aspecto, a  quien contribuía a hacer más venerable una híspida poblada barba. Apenas se había puesto el novicio a sus órdenes, cuando, con voz imperiosa, le ordenaba que montase un caballo sin rienda, caballo que jamás había sentido sobre el lomo ni el peso de la carga, ni el del domador. Como ante órdenes sin réplica ni excusa, no había que vacilar, saltaba el peón sobre el potro salvaje, echaba mano a sus ásperas y espesas crines, y no bien se había sentado, cuando la fiera empezaba a dar saltos y corcovos, o tirando furiosas dentelladas al jinete, cuyas piernas corrían graves peligros, trataba de desembarazarse de la extraña carga, para él insoportable, o despidiendo fuego por los ojos y narices, se lanzaba enfurecida en demanda de sus compañeros en los llanos, como si quisiera impetrar su auxilio contra el enemigo que oprimía sus ijares.
La doma
Tomada de www.llanero.webs.com
Páez nos cuenta de seguidas cómo era la doma de un caballo y las sensaciones del peón en la faena, antes de entrar a describir su relación con Manuelote, el mayordomo, quien debió ser un esclavo de suma confianza del viejo Pulido:

El hato de la Calzada se hallaba a cargo, como he dicho, de un negro llamado Manuel o, según le decíamos todos, Manuelote, el cual era esclavo de Pulido y ejercía el cargo de mayordomo. El propietario no visitaba en aquella época su finca, por haberse quemado la casa de habitación, y todo cuanto existía en el hato se hallaba a la disposición del ceñudo mayordomo. Las sospechas que algunos peones habían hecho concebir a Manuelote, de que, bajo el pretexto de buscar servicio, había ido yo a espiar su conducta, hicieron que me tratase con mucha dureza, dedicándome siempre a los trabajos más penosos, como domar caballos salvajes, sin permitirme montar sino los de esta clase; pastorear los ganados durante el día, bajo un sol abrasador, operación que por esta causa y la vigilancia que exijía, era la que yo más odiaba; velar por las noches las madrinas de los caballos, para que no se ahuyentasen; cortar con hacha maderos para las cercas, y finalmente, arrojarme con el caballo a los ríos, cuando aún no sabía nadar, para pasar como guía los ganados de una ribera a otra. Recuerdo que un día, al llegar a un río, me gritó: "Tírese al agua y guíe el ganado ". Como yo titubease, manifestándole que no sabía nadar, me constó en tono de cólera: "Yo no le pregunto a Ud. si saber nadar o no; le mando que se tire al río y guíe el ganado".
Guiando el ganado
Tomada de www.talleres-jadani.blogspot.com
Mucho, mucho sufrí con aquel trato: las manos se me rajaron a consecuencia de los grandes esfuerzos que hacía para sujetar los caballos por el cabestro de cerda que se usa para domarlos, amarrado al pescuezo de la bestia, y asegurado al bozal en forma de rienda. Obligado a bregar con aquellos indómitos animales, en pelo o montado en una silla de madera con correas de cuero sin adobar, mis muslos sufrían tanto que muchas veces se cubrían de rozaduras que botaban sangre. Hasta gusanos me valieron en las heridas, cosa no rara en aquellos desiertos y en aquella vida salvaje; semejantes engendros produce la multitud de moscas que abundan allí en la estación de las lluvias.
Los ñames de Manuelote serían como estos, tal vez.
Tomada de www.cuentaelabuelo.blogspot.com
Acabado el trabajo del día, Manuelote; echado en la hamaca, solía decirme: "Catire Páez, traiga un camazo de agua, y láveme los pies"; y después me mandaba que le meciese, hasta que se quedaba dormido. Me distinguía con el nombre de catire (rubio), y con la preferencia sobre todos los demás peones, para desempeñar cuanto había más difícil y peligroso que hacer en el hato.
Cuando algunos años después lo tomé prisionero en Mata de la Miel, le traté con la mayor bondad, hasta hacerle sentar en mi propia mesa, y un día que le manifesté el deseo de serle útil en alguna cosa, me suplicó como único favor que le diera un salvo-conducto para retirarse a su casa. Al momento lo complací, por lo que, agradecido al buen tratamiento que había recibido, se incorporó más tarde en mis filas. Entonces, los demás llaneros en su presencia solían decirse unos a otros con cierta malicia: "Catire Páez, traiga un camazo de agua y láveme los pies": Picado Manuelote con aquellas alusiones de otros tiempos, les contestaba:"Ya sé que Uds. dicen eso por mí; pero a mí me deben tener a la cabeza un hombre tan fuerte, y la patria una las mejores lanzas, porque fui yo quien lo hizo hombre".
Páez, detalle de Vuelvan Caras
Arturo Michelena
Después de vivir  dos años en el hato de La Calzada, pasé con Manuelote al Pagüey, propiedad también de Pulido, con el objeto de ayudar a la hierra y a la cojida de algún ganado para vender. Allí tuve la buena suerte de conocer a Pulido, quien me sacó del estado de peón, empleándome en la venta de sus ganados, y como mi familia me había recomendado a él me ofreció su protección conservándome a su lado...
Aquí tenemos a dos personajes importantes en la vida del León de Payara: Manuelote, que lo hizo hombre y lo enseñó a domar hombres y bestias; y don Manuel Pulido, propietario de varios hatos, quien reconoció su talento, le enseñó un oficio y luego lo instó a luchar por la patria y la libertad.



jueves, 30 de agosto de 2012

La diablocracia


Vuelvan Caras
Arturo Michelena

Como ofrecí al tratar el tema de la guerra social en Venezuela, ahora averiguaremos cómo la República convirtió a una horda infernal en un ejército de libertadores.

Mariscal de Campo
Francisco Tomás Morales,
pulpero y militar
1781-1845
Boves muere a lanzazos en Urica; sea que Pedro Zaraza "acabó con la bovera", o que Francisco Tomás Morales aprovechó para deshacerse del jefe incómodo. Al igual que Boves, era  pulpero, oficio que parece engendraba gente mala y feroz. El canario se hace proclamar jefe de las hordas realistas. Me imagino lo orgullosa que se sentiría su esposa, la barcelonesa Josefa Bermúdez, ante el progreso de su maridito.

No era Morales un militar disciplinado (Miguel de la Torre y Pando experimentó su indisciplina en plena Batalla de Carabobo en 1821). Fue efectivo por su crueldad y llegará a ostentar el grado de Mariscal de Campo y Capitán General de Venezuela hasta el 3 de agosto de 1823. Estaba en Carúpano cuando, el 7 de abril de 1815, llega la expedición de pacificación y reconquista de Costa Firme al mando de don Pablo Morillo, "El Pacificador". Mala noticia para Francisco Tomás, digo yo, porque llegaba un poco de orden en medio del caos. No es lo mismo comandar las fuerzas realistas en una Capitanía General sede vacante, que presentarse ante una fuerza expedicionaria experimentada y disciplinada como cabecilla de una partida de bandoleros.

Don Pablo Morillo, El Pacificador
I Conde de Cartagena, I Marqués
de La Puerta
 La expedición partió de Cádiz en febrero de 1815, dirigida a las Provincias del Río de la Plata, aunque su fin último eran Venezuela y Nueva Granada. Constaba de unos sesenta y cinco buques principales, de los cuales dieciocho eran de batalla incluyendo al San Pedro Alcántara, nave capitana, de setenta y cuatro cañones. El total de la expedición entre la marinería, servicios logísticos y fuerza de combate sumaban unos 15.000 hombres, aunque el ejército destinado a combatir estaba formado por 10.642 hombres, organizados en seis batallones de infantería, dos regimientos de caballería, dos compañías de artilleros, un escuadrón a caballo, y un piquete de ingenieros militares, además de pertrechos y víveres. Fue el mayor esfuerzo que saldría de España en el curso de la contienda. Veamos qué nos dice un realista, que he encontrado citado por Salvador de Madariaga en su  Bolívar (Editorial Hermes, México, 1951):
El 6 de abril, la flota pasaba frente a Carúpano, "que parecía una taza de oro desde el mar, arbolaron en el fuerte el pabellón español, tiraron algunos cañonazos en señal de salva, y vino a bordo una balandra con el brigadier Morales". Dice Sevilla que convinieron en tomar la Isla de Margarita, pero ya el proyecto venía en las instrucciones de Morillo. Morales pidió permiso para embarcar un batallón de negros zambos, que eran, dice Sevilla, "el terror del enemigo".
Más adelante, Madariaga nos da la clave para responder nuestra pregunta; se encuentra en la instrucciones redactadas por el Ministro Universal de Indias, un mexicano de apellido Lardizábal:

Mapa de la Expedición de Morillo
Con una sola, aunque grave, excepción, las instrucciones son bastante razonables. "Ocupada la Isla de Margarita se emplearán para su sosiego y buen orden todos los medios de dulzura, apoderándose tan sólo de las personas encontradas con las armas en la mano, y de los buques o efectos que no pertenezcan a vasallos de S.M., por lo que el Gobernador que allí quede debe ser de buen juicio, activo y vigilante". Se encarece la importacia de la Isla de Margarita "por la proximidad a Cumaná y porque estando a Barlovento es la guarida de los cosarios y el asilo de los insurgentes arrojados del continente". En cuanto a la actitud para con los insurrectos, los párrafos 4 a 8 son a la vez generosos y sagaces: habrá amnistía general, pero dentro de ciertos límites de tiempo; pasado este límite (aquí viene la grave excepción) "podrá a precio las cabezas de aquellos que más influencia tengan"; cláusula que iba a ser simiente de grandes males. Se declaraban libres los negros armados por el adversario, pero quedaban alistados como reclutas, y sus dueños acreedores a indemnización. Se mandaban a España los caudillos desterrados y las personas de dudosa conducta "con pretextos lisonjeros para ellos". Y viene por último un párrafo, evidente alusión al tipo de guerrillero sangriento y cruel como Boves, Zuazola y el propio Morales, que conviene citar por entero: "En un país donde desgraciadamente está el asesinato y el pillaje organizado, conviene sacar las tropas y gefes que hayan hecho allí la guerra, y aquellos que como algunas de nuestras partidas han aprovechado el nombre del Rey y Patria para sus fines particulares cometiendo horrores, debe ir separándoselos con marcas muy lisongeras, destinándoles al Nuevo Reyno de Granada y bloqueo de Cartagena."
Se les acabó el pan de piquito... Ahora el objeto de la lucha dejaría de ser la rapiña, el robo de haciendas y la violación de blanquitas, sino servir disciplinadamente a la causa del "Rey y Patria". Lo demostraron en la toma de Cartagena, donde acuchillaron, bajo las órdenes de Morales (o tal vez del Indio Pacheco), a 400 civiles indefensos. La apropiación de bienes y los abusos corresponderán a las juntas de secuestro y a tipejos como Salvador de Moxó. Otra fuente nos menciona que, en el afán de poner orden en las tropas que fueron de Boves, Cervériz y Zuazola, algunos fueron pasados por las armas, otros enviados como guarnición a Puerto Rico, e incluso a España, donde tuvieron que disciplinarse o perecer. Llegó el momento de saltar la talanquera.... Preferible una disciplina horizontal a la criolla que una disciplina vertical peninsular. El mono sabe en qué palo trepa.

Volveremos a Pablo Morillo y su expedición cuando hablemos de la Virgen del Valle y varias leyendas caraqueñas que lo involucran.

José Antonio Páez
El Catire Páez, en su Autobiografía (Ediciones Antártida, 1960), nos menciona a dos de estos personajes que tomaron las armas contra la Patria y la Libertad. Uno de ellos fue Manuelote, el esclavo capataz del Hato La Calzada, quien mucho humilló al joven José Antonio, y el otro es Pedro Camejo, o Negro Primero, valiente soldado hasta la muerte. Negro Primero tuvo una conversación muy interesante con Simón Bolívar en un campamento, y nos la narra Páez:
Cuando yo bajé a Achaguas después de la acción del Yagual, se me presentó este negro, que mis soldados de Apure me aconsejaron incorporase al ejército, pues les constaba a ellos que era un hombre de gran valor y sobre todo muy buena lanza. Su robusta constitución me lo recomendaba mucho, y a poco hablar con él, advertí que poseía la candidez del hombre en su estado primitivo y uno de esos caracteres simpáticos que atraen bien pronto el afecto de los que los tratan.

Llamábase Pedro Camejo y había sido esclavo del propietario vecino de Apure, don Vicente Alfonzo, quien le había puesto al servicio del rey porque el carácter del negro, sobrado celoso de su dignidad, le inspiraba algunos temores.
Después de la acción de Araure quedó tan disgustado del servicio militar que se fue al Apure, y allí permaneció oculto un tiempo hasta que vino a presentárseme, como he dicho, después de la acción del Yagual. 
Pedro Camejo (a)
Negro Primero
Pedro Centeno Vallenilla

Admitíle en mis filas y siempre a mi lado fue para mí preciosa adquisición. Tales pruebas de valor dio en todos los reñidos encuentros que tuvimos con el enemigo, que sus mismos compañeros le dieron el título de Negro Primero.

Estos se divertían mucho con él, y sus chistes naturales y observaciones sobre todos los hechos que veía o había presenciado, mantenía la alegría de sus compañeros que siempre le buscaban para darle materia de conversación.
Sabiendo que Bolívar debía venir a reunirse conmigo en el Apure, recomendó a todos muy vivamente que no fueran a decirle al Libertador que él había servido en el ejército realista.

Semejante recomendación bastó para que a su llegada le hablaran a Bolívar del negro, con gran entusiasmo, refiriéndole el empeño que tenía en que no supiera que él había estado al servicio del rey.


Así, pues, cuando Bolívar le vio por primera vez, se le acercó con mucho afecto, y después de congratularse con él por su valor le dijo:

-¿Pero que le motivó a usted a servir en las filas de nuestros enemigos?
Miró el negro a los circundantes como si quisiera enrostrarles la indiscreción que habían cometido, y dijo después:

-Señor, la codicia.
Simón Bolívar
-¿Cómo así? preguntó Bolívar.
- Yo había notado, continuó el negro, que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con un uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo. Entonces yo quise ir también a buscar fortuna y más que nada a conseguir tres aperos de plata, uno para el negro Mindola, otro para Juan Rafael y otro para mí. La primera batalla que tuvimos con los patriotas fue la de Araure: ellos tenían más de mil hombres, como yo se lo decía a mi compadre José Félix; nosotros teníamos mucha más gente y yo gritaba que me dieran cualquier arma con que pelear, porque yo estaba seguro de que nosotros íbamos a vencer. Cuando creí que se había acabado la pelea, me apeé de mi caballo y fui a quitarle una casaca muy bonita a un blanco que estaba tendido y muerto en el suelo. En ese momento vino el comandante gritando “a caballo”. ¿Cómo es eso, dije yo, pues no se acabó esta guerra?

-Acabarse nada de eso, venía tanta gente que parecía una zamurada.
-¿Qué decía usted entonces? dijo Bolívar.
-Deseaba que fuéramos a tomar paces. No hubo más remedio que huir, y yo eché a correr en mi mula, pero el maldito animal se me cansó y tuve que coger monte a pié.
El día siguiente yo y José y Félix fuimos a un hato a ver si nos daban que comer; pero su dueño cuando supo que yo era de las tropas de Ñañá (Yáñez) me miró con tan malos ojos, que me pareció mejor huir e irme al Apure.
-Dicen, le interrumpió Bolívar, que allí mataba usted las vacas que no le pertenecían.
-Por supuesto, replicó, y si no ¿Qué comía? En fin vino el mayordomo (Páez) al Apure, y nos enseñó lo que era la Patria y que la diablocracia no era ninguna cosa mala, y desde entonces yo estoy sirviendo a los patriotas.
Conversaciones por este estilo, sostenidas en un lenguaje sui generis divertían mucho a Bolívar, y en nuestras marchas el Negro Primero nos servía de gran distracción y entretenimiento

Batalla de Araure
Tito Salas


lunes, 11 de junio de 2012

Homenaje al Catire Páez en su cumpleaños

Vuelvan Caras
El 13 de junio de 1790 nació "en una muy modesta casita, a orillas del riachuelo Curpa, cerca del pueblo de Acarigua, cantón de Araure, provincia de Barinas, Venezuela", José Antonio Páez Herrera, destacadísimo prócer de la independencia, el Catire, León de Payara, Centauro de los Llanos y me niego a poner los epítetos que le endilgó la canalla federalista, porque no viene al caso, ni vale la pena.

JoséAntonio Páez
Litografía coloreada, 1847
Estuve leyendo en estos días la Autobiografía de José Antonio Páez (2 tomos, Ediciones Atlántida, 1960), obra que con el paso de los años no se deteriora, sino que, como el buen vino, se añeja. Leerla es adentrarse en un mundo entrañable que nos permite conocer mejor al héroe. A modo de regalo de cumpleaños, entresacaré de la introducción y del epílogo algunos puntos de interés que no pierden relevancia, e ilustraré con una pequeña colección iconográfica. Comencemos con la Introducción:
Va siendo costumbre y es deber de todo hombre que ha figurado en la escena política de su patria, el escribir la relación de los sucesos que ha presenciado y de los hechos en que ha tenido parte, a fin de que la juiciosa posteridad pueda con copia de datos y abundancia de documentos desentrañar la verdad histórica que oscurecen las relaciones apasionadas y poco concordes entre sí de los escritores contemporáneos. He aquí por qué después de los afanes de una vida agitadísima, acometo hoy la empresa de abrir el archivo de mis recuerdos, de registrar los documentos que he logrado salvar de los estragos del tiempo y de las tempestades revolucionarias, y de ocuparme en fin en la penosa tarea de redactar lo que me dicta la memoria y me recuerdan dichos documentos.
Páez escribió estas líneas desde Nueva York en 1867.  Ya casi octogenario y en el exilio, se ocupa aún de su patria. Nada le impide revisar el inventario historiográfico existente hasta el momento: Restrepo, Montenegro, Baralt... Todo lo revisa y sopesa; es un hombre culto y leído. Pero no es sólo eso lo que lleva al anciano a sentarse a escribir sus memorias:
J. A. Páez
Litografía obra de su sobrino
Carmelo Fernández
Si el deseo de dar a mi patria un documento más para su historia no fuera suficiente, estímulo para hacerme emprender el trabajo que me he tomado de escribir mis Memorias, moveríame a ello la necesidad en que me han puesto mis adversarios políticos de contestar a algunos cargos que me hacen con agravio de la verdad y desdoro tal vez de las glorias de la patria. Gracias sean dadas a la providencia que me ha prolongado la vida suficientemente  para haber oído lo que todos han hablado y poder hablar cuando todavía algunos no han callado. Es pues mi ánimo e intención decir todo lo que sé y tengo por cierto y averiguado; corregir algunos errores históricos en que han incurrido los escritores, y sin dejar de confesar las faltas que haya cometido por error de entendimiento y no de corazón, defenderme de los ataques que contra mí ha fulminado la mala fe o el espíritu de partido, que pocas veces hace justicia al adversario.
José Antonio Páez de civil
Cuál será la causa que me haya traído esa animadversión de algunos escritores, lo comprenderá fácilmente quien conozca los odios que dividen nuestra sociedad política y como los principios que en ella se disputan el predominio no son de todos conocidos, paréceme oportuno dar aquí una idea de ellos para instrucción de quien lo ignore.
Aún hoy hay venezolanos malagradecidos que denigran de este héroe a quien acusan de todos los males y es objeto hasta de chistes vulgares. No se ha estudiado bien su obra militar, política y civilizadora, y se le presenta como un traidor a Bolívar, jefe de los oligarcas y militarista, cuando la realidad histórica es todo lo contrario. Trató de establecer una república próspera y civilizada donde las relaciones se basaran en el respeto a la ley. Estaba siempre dispuesto al diálogo y al perdón de las ofensas e hizo un gran esfuerzo por subordinar el estamento militar al poder civil. Hoy es muy fácil decirlo, pero en el siglo XIX venezolano era casi imposible. En la Introducción también nos da un buen consejo, que aún es válido y que ojalá nuestros ancestros hubieran seguido:
José Antonio Páez en uniforme
con condecoraciones
Terminaré esta introducción recomendando a mis compatriotas encarecidamente que tengan valor y armas sólo para una guerra extranjera y que trabajen con fe y devoción por el porvenir de nuestra patria, que sólo necesita paz, y más que nada orden, para el desarrollo de todos los variados elementos de prosperidad, a los cuales no se ha atendido por las disensiones y anarquía que han asolado siempre países tan favorecidos por la mano del Hacedor Supremo.
José Antonio termina sus memorias con una manifestación de humildad, difícil de ver en un político. Veamos lo que nos dice en la Conclusión:
Termino, pues, la historia de mi vida donde debió haber acabado mi carrera pública. Las alteraciones de la política me llamaron después a la patria para luchar con nuevos inconvenientes, y recoger cosecha de desengaños, hasta que volví a la tierra de Washington, resuelto a pasar en ella el resto de mis días. Para entender la actividad de mi espíritu y contribuir de algún modo a la historia verídica e imparcial de los sucesos en que tuve parte, consagré el tiempo a evocar mis recuerdos y a consultar los documentos que había acumulado; y al fin he dado cima a un trabajo, tal vez útil a quien emprenda escribir la historia del medio siglo que cuenta Venezuela de existencia como nación libre e independiente.

Acuarela de Robert Ker-Porter, 1827
Siguiendo la piadosa costumbre de los tiempos en que vine al mundo, termino esta obra rindiendo al Todopoderoso un tributo de gracias por tantos y tan marcados favores me ha dispensado en el curso de mi larga vida. Por uno de esos misteriosos designios en que la previsión humana no puede penetrar, la fuerza de acontecimientos inesperados me sacó de la humilde esfera en que nací para darme parte en la gloriosa lucha que en América emprendieron los principios de la civilización moderna, con las doctrinas transmitidas por los siglos de oscurantismo y barbarie. Favorecido siempre de la suerte, y por una serie de acontecimientos en que se advierte palpablemente la intervención de una potencia superior, llegué, con merecimientos iguales a otros muchos hombres, a obtener la confianza de mis compatriotas, y ayudarles en la gran obra de la regeneración política. La maldad de unos y los errores de otros interrumpieron la comenzada obra, y ya en este libro se habrá visto cómo en lo próspero y adverso mi suerte estuvo siempre unida a los destinos de la patria. Al fin me retiré de la escena política, llevando conmigo la pobreza, prenda, cuando menos, de mis desinteresados servicios a la causa de la paz y el orden.
Es seguro que en tantos años de carrera pública habré cometido yerros de más o menos consecuencia; pero también merece perdón quien sólo pecó por ignorancia, o por concepto equivocado. Mi propio naufragio habrá señalado a mis conciudadanos los escollos que deben evitar.
Me pregunto si en la historia de Venezuela habrá un político que humildemente reconozca sus errores, y que muestre pudor al reconocer que no supo retirarse a tiempo. Lo dudo... ¿Quién se atreve?


Para ver un interesante blog sobre el General en Jefe José Antonio Páez ingresar por aquí.


Moneda de oro conmemorativa
al bicentenario de José Antonio Páez

GRACIAS, CATIRE, VALES ORO