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sábado, 9 de noviembre de 2013

Las bolas

Bolas criollas

En Venezuela hay un deporte bastante popular de origen mediterráneo que llamamos Bolas criollas; es lo que en Francia denominan Pétanque y en Italia Bocce (de donde el término criollo "bochar" y "no pelarse un boche"). Consiste en dos grupos de bolas grandes y una pequeña o "mingo"; los jugadores deben lanzar las bolas grandes con suavidad para acercarse al mingo (de donde proviene la expresión "arrimarse al mingo", sinónimo de acercarse a algo bueno y productivo, sea en un negocio o en política). Tengo entendido que la esquina de Bolero, cerca de Miraflores, debe su nombre a un fabricante de bolas establecido en esa esquina hace muchos años.

La referencia viene al caso porque en estos días, mientras buscaba algún material para colocar en esta bitácora, me encontré con una referencia de Carmen Clemente Travieso sobre dos distracciones criollas, siendo la Bola una de ellas. Este término, ya casi en desuso aunque aún "poner a correr" o "lanzar bolas" esté de moda, se refiere a un rumor o noticia veraz o falsa que rueda de boca en boca. Rómulo Betancourt decía que las BOLAS eran más peligrosas que las BALAS. Veamos qué nos dice Carmen Clemente Travieso en su libro Anécdotas y leyendas de Caracas (Concejo Municipal del Distrito Federal, Caracas, 1971):
Carmen Clemente Travieso
...Las "bolas" son sencillamente noticias que corren. Las inventa un político cualquiera o el pueblo que está cansado de sufrir una situación estrecha: y aparecen "las bolas"....
"En Venezuela el comercio de las bolas es muy activo", ha dicho un costumbrista. Por ello no es extraño oír un diálogo así:
-¿Qué bolas corren hoy?
-¿No sabes que se pronunció Paracotos?
La bola acaba de aparecer, corre, rueda, aumentada y corregida por cualquier amigo o enemigo de la situación. Puede asegurarse que el caraqueño de pura cepa no puede vivir sin una "bola" diaria. Aunque sea una sola. Se sentiría defraudado si no tuviera nada que comentar en contra o en pro del gobierno. Porque nuestras "bolas" están relacionadas con la política. Si no, no serían bolas. Personas hay adictas a las "bolas" que diariamente tumban un Gabinete... Y lo resuelven a levantar de acuerdo a sus aspiraciones.
Las bolas se alargan por todos los corrillos, por las "peñas", por los centros sociales, por los clubs, por los botiquines, aumentadas y corregidas. Cada cual echa abajo el personaje que no es de su agrado, y coloca en su lugar el que le conviene. Son las bolas políticas... Algunas de ellas están salpicadas de ese ingenio popular, fuente inagotable del pueblo venezolano.
¿Qué tal? El término habrá caído en desuso, pero no la actividad. Las bolas surgen -digo yo- como respuesta a una crisis no resuelta y una información escasa. Otras veces es una "mano peluda" la que la pone a rodar a guisa de termómetro o como un "trapo rojo" para distraer a la opinión pública.

También nuestra costumbrista nos habla de otro deporte caraqueño y lo titula: Los cuentos contra los gobernantes:
Antonio Guzmán Blanco
El gracejo popular venezolano se expresa en los piropos callejeros y en los refranes y cuentos, en las bolas y sátiras. Durante los tiempos de los gobernantes notables, bien por su vanidad, bien por su crueldad, el pueblo siempre ha echado mano del chiste, de la sátira y de la bola, los que toman cierta actualidad para luego desaparecer y dar paso a otros más modernos.
Fueron célebres los cuentos, refranes y coplas que los estudiantes y el pueblo inventaron en los tiempos guzmancistas, especialmente las estatuas que su vanidad levantó frente a la Universidad y en el Calvario, fueron objeto de burlas sangrientas, bautizándolas con los nombres de "Saludante" y "Manganzón". También es conocido el nombre de "adoración perpetua" con que el pueblo bautizó al grupo de los adulantes guzmancistas.
(...) El General Joaquín Crespo fue otro personaje a quien el pueblo zahería con sus chistes y cuentos. Un día en que paseaba por las calles de Caracas oyó a un pregonero gritar: "El último robo del General Crespo". Éste, sin inmutarse, interrogó al Doctor Smith, quien lo acompañaba: "¿Y quién le habrá dicho a esta gente que será el último?".
Joaquín Crespo
A Crespo se le conocía bajo el mote de "Héroe del deber cumplido". Tomás Ignacio Potentini, preso por orden suya en La Rotunda de Caracas, escribió en las paredes  de su calabozo los siguientes versos:
"Héroe del deber cumplido
es un título profundo;
héroe del pagar, no ha sido:
¿Quién no sabe que se ha ido
debiéndole a todo el mundo?

Creo que ningún gobernante ha logrado escapar del gracejo criollo y de la crítica burlesca. Lo malo es cuando el gobernante no tiene sentido del humor y no puede apreciar esta manifestación de la cultura popular. Por ejemplo, cuando El Nacional reseñó la visita de los miembros de la Junta Militar presidida por Carlos Delgado Chalbaud a las obras en construcción del estadio olímpico de la Ciudad Universitaria, deslizó en una línea  que estaban presentes "los tres cochinitos" -el pueblo los tildaba así-, lo que trajo como consecuencia el cierre temporal del periódico. Es que para reírse de sí mismo se requiere inteligencia y amplitud de criterio del que muchas veces carecen las figuras públicas. Estos cuentos y expresiones, llenos de ingenio popular, no son tan peligrosos como las bolas y deberían ser apreciados en su justo valor; tal vez hasta merezcan ingresar al repertorio de la literatura breve.



martes, 25 de septiembre de 2012

El soldado y la Virgen del Rosario (leyenda)

Nuestra Señora del Rosario, protagonista de la leyenda
Colección Museo Sacro, Caracas
Foto de Brisa del Mar 72
http://www.flickriver.com/photos/fotobrisa/tags/museo/
La imagen de Nuestra Señora del Rosario que vemos tras la vitrina del Museo Sacro de Caracas perteneció al convento y templo de San Jacinto. Ante ella muchas generaciones de caraqueños se acercaron a implorar alguna gracia, o agradecer favores concedidos. Es una pieza de valor histórico y de indudable mérito artístico. La imagen luce un elegante traje de diseñador, está colocada bajo un dosel antiguo con varas de plata labrada y lleva una corona sobredorada.


Carmen Clemente Travieso
Escritora
Esta histórica pieza es también protagonista de una vieja leyenda caraqueña, ya desaparecida de la memoria popular, que encontré en el libro Anécdotas y leyendas de la vieja Caracas (Concejo Municipal del Distrito Federal, Caracas, 1971), escrito por Carmen Clemente Travieso. Se titula El soldado de Morillo y la Virgen del Rosario y me llevó a hacerle una visita al museo, anexo a la Catedral. Aprovecharé la ocasión para incluir las fotos que tomé en el edificio.

La leyenda incluye al Pacificador don Pablo Morillo, Conde de Cartagena y Marqués de La Puerta, quien es además objeto de muchas consejas caraqueñas sobre entierros de tesoros y otras minucias. Ahora nuestra leyenda:
Iglesia y Convento de San Jacinto
a mediados del siglo XIX
Cada vez que se celebraba la fiesta de la Virgen del Rosario en la extinta Capilla de San Jacinto, perteneciente al antiguo convento de los dominicos, la imagen era adornada con los más vistosos trajes y sus más costosas joyas. Se prendía a sus hombros un espléndido manto de tisú bordado de oro y tachonado de pequeñas estrellas de plata y una hermosa túnica de raso fino ricamente galoneada; y sobre sus cabellos se colocaba la corona de plata sobredorada en que lucían piedras preciosas de gran precio, entre las manos el largo rosario de cuentas de oro y en las orejas se prendían los pendientes cuajados de diamantes, Así, entre flores y luces aparecía la Virgen ante los ojos del público fervoroso, montada en alto trono de macizas columnas de plata labrada, se destacaba la imagen con todo su esplendor desde la nave central de la iglesia.
Soldado expedicionario español
La leyenda comienza cuando un veterano militar, robusto y de gruesos músculos, se sintió atraído por aquel lujo de joyas que lucía la imagen. El joven formaba parte de uno de los regimientos que componía el cuerpo de tropas que comandaba el futuro Conde de Cartagena.
Y refiere la tradición, -no precisa fecha- que el asombro del Prior del convento llegó al extremo cuando se dio cuenta, al día siguiente de la fiesta celebrada en honor de la Virgen del Rosario, que ésta había sido despojada de sus más ricos y notables ornamentos y joyas: la corona, el anillo, el rosario y los pendientes habían desaparecido como por encanto.
Llamado a declarar el guardián del templo, dijo que él había cerrado y atrancado bien las puertas después de la minuciosa requisa que acostumbraba generalmente hacer; y que durante la noche no había percibido ningún ruido extraño, ni en lo interior ni en la parte exterior del edificio.
Cundió la alarma entre los vecinos y los feligreses; y pocos días después comenzó a regarse el rumor de que a un platero de la ciudad se le había presentado un desconocido proponiéndole la venta de varios objetos de arte muy valiosos por un precio ínfimo. El platero entró en sospechas, por lo que dio parte a la autoridad para que persiguieran al presunto ladrón sacrílego. Y no pasó una semana sin que se propalase la noticia de que el autor del hurto había sido un soldado de los que ses hallaban de guarnición en la capital, y al que se le seguía ya por ello el correspondiente juicio criminal.
El joven militar fue llevado al Consejo de Guerra ordinario que las Reales Ordenanzas españolas establecían para estos casos. Seguido el proceso en todos sus trámites hasta su conclusión, fue condenado como "reo de sacrilegio", a ser ahorcado según lo estatuía la ordenanza del Ejército entonces vigente en España y sus dominios (art. 3 y 4, título 10, trat.8).
La imagen de la Virgen del Rosario en su vitrina.
La foto es mía y se nota la vitrina sucia
No obstante que el mismo reo acusado hizo su original defensa, no fue absuelto. Comenzó por decir que no necesitaba un defensor, sosteniendo que él era completamente inculpable del hecho que se le imputaba y que él francamente había confesado. Y refirió lo siguiente:
"Aquel día yo fui a visitar la Virgen del Rosario por la que siento especial devoción porque me recordaba las glorias de Lepanto. Hallándome de hinojos ante ella, rogándole fervorosamente me protegiera en mi carrera y me remediara en mi penuria, oí una suave, celestial, dulce voz, que me decía: - Buen cristiano, acojo benigna tu petición; levántate, toma estas prendas de que no tengo necesidad y dispón de ellas como quieras: mas no olvides nunca a la madre del Rosario".
"Lleno de santo temor y alborozado de júbilo al mismo tiempo, y sin cuidarme de que alguien me viese, tomé buenamente del cuello de la efigie el magnífico rosario que ostentaba y la despojé también del anillo y los pendientes y de la corona, que en mi concepto, de nada servían al simulacro, y sí habrían de servirme a mí de mucho para salir de la pobreza en que me hallaba".
Los militares que oyeron este relato supusieron que algo insólito había sucedido a aquel veterano, cuyo valor era proverbial entre sus camaradas, por lo que no lo creyeron capaz de recurrir a una mentira para salvar su vida. Y todos se sintieron inclinados a votar por su absolución; pero al mismo tiempo les contuvo el temor de infringir la letra de la ley que prescribía para el caso la pena de la horca. Por ello, y con el debido respeto hablaron con el Capitán General, quien ya había sido informado del caso, logrando que el mismo Morillo oyese de boca misma del reo la relación del suceso que ya algunos oficiales consideraban sobrenatural.
Pablo Morillo
El joven, dueño de una gran serenidad y calma, repitió lo que ya había declarado ante el Consejo y expuso su convicción de su inocencia y de no haber hecho otra cosa que cumplir un mandato superior, aceptando el regalo que la Virgen buenamente quiso hacerle. Él era cristiano que tenía fe en Dios y en sus santos y como militar estaba obligado a la obediencia.
Morillo se dejó impresionar por las declaraciones, lo mismo que los oficiales que lo habían juzgado, quienes comenzaron a pensar que seguramente este hombre estaba refiriendo un "milagro". Influyeron sobre él para que lo absolviera y llegaron a persuadir a Morillo de la conveniencia "que bajo el doble aspecto de la religión y la política habría de no aplicarle al asunto militar la pena en que justamente había incurrido".
(... En este punto, Carmen Clemente repite los lugares comunes de los historiadores venezolanos del siglo XIX contra don Pablo Morillo...)
.... nuestra leyenda dice que el General Morillo desoyendo el dictamen del auditor de guerra, suspendió la ejecución de la sentencia librada contra el sacrílego soldado. Mandó que se revisara el proceso en la forma dispuesta por las Reales Ordenanzas que para entonces regían en los dominios de las Indias.
Al mismo tiempo el terrible caudillo, temiendo que se relajara la disciplina militar, hizo publicar un Bando en el que dispuso que "en lo adelante ningún individuo del ejército, cualquiera que fuese su empleo o graduación, pudiese recibir regalos de Dios, de María o de los Santos sin permiso especial otorgado previamente y con conocimiento de causa, por el Rey de España o por el Capitán General".
Y fue así como el mentiroso soldado salvó su vida.
Patio del Museo Sacro (ala sur). Se aprecia en la base de las
columnas la diferencia de nivel entre el Colegio Episcopal
del Siglo XIX y el pavimento del siglo XVII, con la acequia,
que se ve a la izquierda. Se nota el deterioro; las tejas
cayeron hace tiempo y no han recogido los cascajos.
Historia extraña la relatada. De ser cierta, la decisión de don Pablo Morillo de absolver al culpable obedecería a la consideración del valor del soldado y a mantener la moral de las tropas expedicionarias. Para comprender mejor su actitud frente a la disciplina militar y el soldado español, en vez de recurrir a Felipe Larrazábal, historiador de la mitología criolla, mejor buscamos a Salvador de Madariaga, quien en su biografía de Simón Bolívar, se refiere a Pablo Morillo:
...Escribía (Morillo) a su colega inglés Winpfen (19.XII.13): "Vuelvo a a reiterar a V.S. que esta tropa (se refería a las tropas españolas en Francia) ha observado una disciplina más rigurosa que en su propio país; y habiendo sido hasta esta época el modelo de subordinación por su buen comportamiento en todas ocasiones, no creo que se pueda ya exigir más de estos oficiales y soldados, cuando todo lo compran, hasta la luz y sal en sus propios alojamientos, llegando ya al extremo de que los paisanos franceses se encuentran con un orgullo superior al del soldado español, que además de haber vencido, no puede distraer de su memoria el triste estado en que dejan a su desgraciada patria, destruida y arruinada por las tropas del Tirano".
Este episodio revela la actitud de Morillo en cuanto a la disciplina y conducta militar. Soldado salido del pueblo, comprendía los sentimientos y las flaquezas de la naturaleza humana que brotaban de los amargos recuerdos que la soldadesca francesa había dejado en España o del hambre crónica que padecían los ejércitos anglo-españoles en Francia; pero "sufría lo indecible" ante la mera idea de que sus soldados se condujeran mal...
Ala norte del Museo. La estructura que sobresale (se ve sobre
el techo), corresponde a la cúpula de la Capilla del Pópolo,
contruída por el Obispo Diego de Baños y Sotomayor.
Por otro lado, sólo habría que averiguar el itinerario del Pacificador para al menos tratar de ubicar la supuesta fecha del evento y otros que se le atribuyen:

El 7 de abril de 1815 llegó a Margarita. De allí pasó a Caracas de donde partió en julio hacia Puerto Cabello, donde recluta personal, para seguir luego a poner sitio a Cartagena a la que toma el 6 de diciembre del mismo año. Permanece en Nueva Granada durante 1816 y regresa a Venezuela a principios de 1817, cuando se dirige desde Guasdualito a Margarita y envía a Miguel de la Torre a Guayana. Lo vemos de nuevo en 1818 en los llanos; es derrotado en Calabozo y vence a Bolívar en Semén, donde recibe una herida grave. Siguió en campaña por los llanos hasta junio de 1820, cuando se hace la jura de la Constitución de Cádiz, y envía comisionados a Angostura para iniciar las negociaciones para la suspensión de hostilidades. El Armisticio se firma en noviembre de 1820 y un mes después abandona Venezuela por siempre.

Desde 1815 a 1817 la Capitanía General estuvo bajo el mando de Salvador de Moxó, quien es destituído por Morillo por inepto, "cruel, injusto y corrupto" y le enrostra  el hecho de haber construido en Caracas una casa a prueba de terremotos para su compañero y socio Jaime Bolet; lo acusa también de vender perdones y lo califica de cobarde. Lo despacha para Puerto Rico en agosto de 1817. Ese Jaime Bolet, catalán con quien Moxó tenía su jujú, era pariente de Nicanor y Ramón Bolet Peraza. Me pregunto si la casa antisísmica es la misma donde nació Nicanor. Calculen ahora la posible fecha de la manifestación generosa de la Virgen hacia el soldado ladrón.

Lápida de mármol conmemorativa del
primer centenario de la independencia. Recuerda
el vínculo de la familia Bolívar con la
Catedral y su devoción por la
Santísima Trinidad
Me gustan las leyendas que incluyen a Morillo (la mayoría falsas), y que excluyen a don Salvador de Moxó, quien si era muy ladrón y sinvergüenza, pero los venezolanos parecen perdonale todo. Estoy en deuda con el amigo Sergio Guzmán para referirle una recopilación de ellas.

Una nota sobre el Museo Sacro:

Como en muchos museos, no se permite la toma de fotografías, sino en las áreas abiertas y en el espacio que existe entre las paredes exteriores de la Catedral y el Museo. Como no vi un vigilante ni un guía, tomé la foto sin el flash. El Museo podría tener un ingreso adicional publicando y vendiendo fotos de de las piezas más interesantes y hasta publicar un catálogo para la venta al público.

Me llamó la atención cierto descuido en el aseo del lugar, que se nota principalmente en las vitrinas. Los vidrios están sucios y polvorientos. Así mismo noté, como se ve en una de las fotos, que ha habido un desprendimiento de tejas y no han sido repuestas y se han dejado los cascotes en el suelo. Eso da mala impresión.

Sin embargo, aún vale la pena visitar el lugar, admirar la muestra que es muy buena y conocer la cárcel canónica y el osario del cementerio.

Uno de los respiraderos de la cripta de la
Capilla de la Santísima Trinidad. Me asomé
y vi latas de refresco y basura.
Pasillo entre los muros de la Catedral y el Museo.
Al fondo, el busto de Francisco Ibarra, primer
Arzobispo de Caracas.
Otro aspecto del patio del Museo

viernes, 21 de septiembre de 2012

Granjerías criollas

Granjerías criollas, en extinción

Ayer en la mañana, para pasar el tiempo, me di un paseo por el centro de Caracas. Ya de regreso de visitar la Iglesia de las Mercedes, la Catedral y el Museo Sacro, al pasar por la esquina de las Madrices me encontré con un carrito de granjerías criollas. Esta compra estaba pendiente desde hace varias semanas. Comparé la oferta con lo que se conseguía cuando yo era muchacho y me entró la nostalgia; faltaban ciertos dulces que antes eran frecuentes y eran la delicia de los muchachos de antaño. Extrañé la ausencia del pandehorno (aquí) y le pregunté al dulcero. Me dijo: "Esos ya no salen".

Recordé entonces a Carmen Clemente Travieso y un artículo que escribió en los años 50 sobre este tema. Para entonces ya habían comenzado a  ser sustituidos por chicles, galletas, chocolates y caramelos importados. Veamos qué nos dice doña Carmen:
Coquito y tres tipos de cocadas
Podría escribirse todo un tomo hablando de los dulces venezolanos y de las honorables familias que llevan los más altos trofeos en ese arte de aderezar un buen majarete o unas delicadas quesadillas, a unos golfiados suaves, o unos suspiros al temple... Porque todo el mundo no podría hacerse estos dulces. Era necesario ser artista para batir aquella melcocha y para dejar el rúcano en su temple; para levantar los piñonates o los mostachones y para envolver en caramelo los famosos coquitos que han pasado a la posteridad como algo delicioso.
Era esta una tradición que se conservó hasta hace pocos años en Caracas. Y más atrás aún, nuestros cronistas nos hablan de aquellas mujeres de paño y fustán almidonado que se sentaban en los alrededores del mercado de San Jacinto o a las puertas de los colegios y conventos con sus azafates de dulces cubiertos con su manto de tarlatán y con su farolillo de papel y vela de cebo cuando por las noches llevaban sus granjerías hasta la puerta del Teatro del Maderero.
Conservitas de batata, plátano, guayaba,
leche y piña, y leche y coco
Allí nos hablan de los melindres, de los besitos y cocadas, de las polvorosas, de "mírame y no me toques", de las quesadillas de granos de ajonjolí, de los merengues y suspiros, de los gofios y alfajores, de las nuecesitas polvoreadas de canela; de los trocitos de alcorza y de alfeñiques; de los meloncitos azucarados, de los bocadillos andinos, de las calabacitas acarameladas; de las melcochas y rúcanos, de los pandehornos... Y también de las pelotas de masa y los tequiches; del manjar blanco y el arroz con coco que gustaban tanto, no solamente a los niños, sino a los atildados estudiantes universitarios de comienzos de siglo.
Pero todo fue desapareciendo poco a poco. Apenas si se mira por los lados del mercado de San Jacinto una venta de jaleas y conservas de leche, bocadillos y conservas en pote hechas por algunas familias que guardan la tradición.
Si así era cuando aún existía el mercado de San Jacinto, sólo hay que imaginarse cómo será 60 años después. Antes de tener uso de razón, iba con mi madre a comprar dulces de frutas en almíbar que hacían unas señoritas de apellido Ernst (y nosotros que pronunciábamos érnest); era una experiencia inolvidable ver los frascos de duraznos, higos, lechosa, alineados sobre una mesa en la casa de esas amables damas. Entonces abundaban los carritos llenos de golosinas, con un repertorio menos amplio que el mencionado por Carmen Clemente, pero mucho más generoso y sabroso que lo que se consigue hoy.


Templón. Se elabora con la gelatina de la pata de res
Existen recetas (casi todas imprecisas) que permiten hacer estas delicias criollas en casa, pero para que valga la pena el esfuerzo no sólo se requiere experiencia y paciencia, sino también deben ser preparados en cantidad. También conspira contra ellos la falta de ciertos insumos tradicionales que han desaparecido del mercado. Así mismo, el encarecimiento del costo de vida y la carestía han incrementado el precio de estas golosinas artesanales.

Poco a poco iré dando algunas de estas recetas para probarlas en casa. Hoy daré dos muy completas y precisas, tomadas de Mi cocina a la manera de Caracas, de Armando Scannone:

PAPITAS DE LECHE
(40 a 45 unidades)
8 tazas de leche
1/2 Kg de azúcar
canela en polvo
clavos de especia
En uno olla pesada y grande para evitar que se derrame al hervir, se ponen la leche y el azúcar. Se lleva a un hervor y se cocina a fuego fuerte se cocina, revolviendo de vez en cuando con una cuchara de madera, por unos 30 minutos o hasta que la leche comienza a subir apreciablemente, que es cuando comienza a espesar. En ese momento se comienza a batir vigorosamente en forma circular y cuidando que no se pegue, se continúa cocinando hasta que adquiera una consistencia espesa y se despegue completamente del fondo y paredes de la olla, unos 10 minutos.
Se retira del fuego y se continúa batiendo por unos 8 a 10 minutos para que seque y azucare un poco.
Tan pronto se pueda trabajar con las manos y sin perder tiempo, se van tomando poquitos de esa masa y con las manos ligeramente enharinadas para que no se pegue, se van haciendo bolitas un poco achatadas que se pasan por la canela molida para colorearlas y se depositan luego en una bandeja, cada bolita se clava con un clavo de especia y se deja enfriar: las papitas deben quedar secas en su interior. Si quedan húmedas es porque no se ha batido suficientemente. Si quedan demasiado azucaradas es porque se ha batido demasiado.

Papita de leche y almidoncitos

ALMIDONCITOS
(25 a 30 unidades)
150 gr. de papelón rallado
270 gr. de almidón de maíz, para cocinar
1/2 cucharadita de canela molida
1/4 de cucharadita de clavo de especia molido
1/4 de cucharadita de anís molido
2 cucharadas de manteca de cochino, fría (que esté blanca y limpia)
6 cucharadas de agua
Nota: En caso de usar almidón de yuca, para la cocina, modifíquense las cantidades así: 165 gramos de papelón rallado; 300 gramos de almidón; 1/2 cucharadita de canela molida; 1/4 de cucharadita de clavo de especia molido; 1/4 de cucharadita de anís  molido; 2 1/2 cucharadas de manteca de cochino, fría; 4 a 5 cucharadas de agua.
Precaliéntese el horno a 350°F.
En un envase se ponen el papelón, el almidón, la canela, el clavo y el anís. se mezclan bien. se agrega la manteca y se mezcla bien. Por último se agrega el agua y se amasa muy bien hasta tener una masa compacta, consistente y bastante dura. Si es necesario, se puede agregar un poquito de almidón o de agua según el caso.
Con pequeñas porciones de la masa se hacen cordoncitos de unos 2 centímetros de diámetro. Con un cuchillo se parten diagonalmente pedazos de unos 5 centímetros de largo. A cada pedazo, se le hacen 2 o 3 cortes superficiales o hendiduras y se ponen en una bandeja de metal para hornear, separados 2 a 3 centímetros.
Se mete la bandeja al horno colocándola en el cuarto tramo de abajo a arriba, unos 22 centímetros del fondo, y se hornean por unos 20 minutos o hasta dorar.
Se saca la bandeja del horno. Con una espátula se despegan inmediatamente os almidoncitos de la bandeja y se ponen a enfriar sobre un papel absorbente.
NOTA:
Los almidoncitos quedan mejor su se hacen con almidón de yuca que con almidón de maíz o maicena. El resultado, en cuanto a consistencia y sabor, es el tradicional. Bien vale la pena hacer el esfuerzo de buscarlo.

Para las recetas de coquitos y conservas de coco, entrar por aquí.
Para la preparación del templón o gelatina de pata de res, entrar por aquí.

lunes, 17 de septiembre de 2012

La luz del Tirano Aguirre

El Tirano Lope de Aguirre
Los caraqueños de antaño, muy dados a creer cosas inverosímiles, tenían una leyenda que involucraba al alma en pena de Lope de Aguirre, conocido en Venezuela como El Tirano y también, según quien escriba, como Traidor, Peregrino o Príncipe de Libertad. Don Lope nunca estuvo en Caracas pues murió en Barquisimeto seis años antes de que Diego de Lozada llegara a las riberas del Guaire.  Dejemos que Carmen Clemente Travieso nos cuente esta vieja leyenda, que tomo de Anécdotas y leyendas de la vieja Caracas (Concejo Municipal del Distrito Federal, Caracas, 1971), pero antes debo advertir que la historia está "agarrada por los pelos" y llena de inexactitudes, pero la copio textual para conservar el sabor que quiso darle doña Carmen, al fin y al cabo es sólo una leyenda, y una excusa para poner algunas fotos que tomé en el Paseo El Calvario:
En todo el país fueron conocidos y comentados los crímenes del Tirano Aguirre, el audaz aventurero nacido en la Villa de Oñate, en Vizcaya. Durante muchos años "el tirano" vivió en el Perú domando potros y tomando parte en los levantamientos que allí se sucedían. El historiador (Rafael María) Baralt dice que "por sus alborotos continuos le habían desterrado continuamente de todas las ciudades del Perú, y en el Cuzco estuvo a punto de ser ahorcado".
Arco de la Federación recién restaurado.
Presenta figuras mutiladas por años de vandalismo
(...) A su llegada a Borburata quemó sus tres embarcaciones, junto con las demás que se hallaban allí ancladas. En Valencia y Barquismeto cometió toda clase de crímenes. Sus secuaces lo abandonaron con excepción de Juan Llamoso, quien le permaneció fiel. Entonces viéndose ya casi perdido, resuelve matar a su propia hija para que mañana no fuera llamada "la hija de un traidor" Esta hija había sido amada al extremo por él, y la había llevado desde el Perú con solícito cuidado, según rezan las crónicas. Sus propios compañeros, impresionados por este parricidio, pidieron a Paredes que les permitiera arcabucearle, lo que fue ejecutado al instante. Uno de ellos le cercenó la cabeza.
Espera un momento, Carmen... ¿parricidio? ¿la adolescente mató al padre? Será filicidio. Sus compañeros no estaban impresionados por la muerte de la niña, sino que buscaban los perdones reales y así mostraban su celo. Al matar a su hija, lo que quería don Lope era que, a su muerte, no se convirtiera en "colchón de soldadesca", que ese era el destino que él esperaba, y así lo comprendieron tanto Diego García de Paredes (el tal "Paredes"), como los marañones, ahora "fieles" a su Católica Majestad.
Fue así -nos dice doña Carmen-, como Lope de Aguirre murió el 27 de octubre de 1561, dejando trágicos recuerdos entre sus gentes. Sus crímenes fueron inspiración para muchos proverbios populares.
Gazebo victoriano estilo gingerbread, está ubicado en la parte
más alta del parque, muy cerca de la antigua caja de agua. 
Los ánimos de los habitantes de Caracas se habían quedado fuertemente impresionados por estos horrendos hechos; y fue así que nació la Leyenda de que en la colina de El Calvario aparecía "el alma en pena del tirano Aguirre", en una lucecilla vaporosa y tenue que se miraba brillar en las noches oscuras: la luz subía y bajaba, aumentaba de brillo para luego desaparecer en algún punto y aparecer en otro más lejos. Sí, era el alma del tirano Aguirre que venía a la tierra a implorar misericordia de los vivos. Y también para asustar a los malvados. Y a los que no lo eran, pues la ciudad entera, hasta los niños salían a la calle cuando oían la voz de algún vecino que decía:
- ¡Mírenla! Allá va la lucecita del alma en pena del tirano Aguirre...
Los viejos señalaban a los niños con voz trémula de miedo la fatídica lucecilla; las mujeres rezaban una oración, y los muchachos espantados con los relatos del tirano Aguirre, corrían a esconderse bajo los fustanes de la madre.
Refiere la crónica que "las almas piadosas tuvieron ocasión de aplicar sus oraciones por aquella ánima que sufría en el purgatorio".
La explicación de estas "visiones", o sea la luz del tirano Aguirre, la explica así el cronista:

Vista del valle de Caracas desde El Calvario
Hacía muchos años, existía en Caracas un famoso ladrón que era el azote de las familias y de las autoridades que nunca podían dar con él. Había sido perseguido a muerte por la policía, pero siempre escapaba de sus garras. Viéndose en apuros, pues se veía cercado, resolvió un día dispersar su cuadrilla de forajidos y esconderse. Muchos de ellos habían caído ya en manos de la policía y la verdad es que no quería correr la misma suerte. Así que aquel día los reunió por última vez y les dijo: "traten de esconderse ustedes que yo haré lo mismo". Y diciendo y haciendo buscó refugio bien lejos del sitio de sus fechorías.
... en la colina de El Calvario, en los espesos matorrales que existían en la meseta superior. No obstante, ni aquí se sintió seguro, por lo que ideó cavar una cueva que le serviría al mismo tiempo de habitación contra las lluvias, de sitio donde esconder su tesoro. Y armado de pico y pala abrió una cueva en el sitio más elevado del centro. En aquel escondrijo se puso a cubierto de las persecuciones de que era objeto por parte de la policía.
Estatua pedestre de Simón Bolívar ubicada en el punto más
alto del parque, donde estuvo la gigantesca
estatua de El Manganzón
Pero el ladrón -cuyo nombre no cita el cronista-, no tenía confianza en nadie y así resolvió encerrarse en su escondrijo con el cuantioso tesoro que había logrado reunir, producto de sus robos. Una especie de cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones, pero en pequeño.
La excavación era profunda y la realizó de manera que no se podía distinguir por la parte de afuera. Pero el ladrón no estaba solo, sino que lo atendía, llevándole el alimento y la ropa, una mujer que compartía su suerte con él.
Nuestro ladrón se sepultó en su cueva que le servía de segura habitación y su compañera le llevaba diariamente las provisiones que necesitaba para su alimentación. Así, apenas oscurecía, la pobre mujer se encaminaba hasta el escondite, dando muchas vueltas y rodeos para no llamar la atención de los vecinos ni de la patrulla que por allí rondaba. Llevaba en una mano un farol cuya llama oscilaba a los impulsos de la brisa...
Y ésta era la lucecita que miraban brillar y desaparecer los asustadizos y que, de acuerdo con su miedo - inspirado en las aventuras del tirano Aguirre-, le atribuyeron a su alma en pena.
Pero una noche, la mujer no pudo dirigirse temprano al lugar donde el ladrón se hallaba, debido a sus ocupaciones. Y eso bastó para que la patrulla que rondaba, vieran la lucecita que ésta portaba, la siguieron y dieron con el escondite del famoso ladrón. Antes tuvieron que dar muchas vueltas y revueltas por los matorrales, porque la luz parecía apagarse de repente. Hasta que la siguieron, ya seguros de dar con el escondrijo, Allí en su cueva, dieron con él y le hicieron prisionero. Su vida terminó en el patíbulo, "de acuerdo a las leyes de aquellos tiempos".
Caja de Agua del antiguo acueducto de Caracas,
colina El Calvario
Y fue éste el fin de "la luz del tirano Aguirre". Como vemos todo fue producto de la imaginación de los caraqueños. Pero he aquí lo increíble: este descubrimiento y el hecho de haberse apagado la lucecita nocturna de la colina, no bastó para que muchos empecinados siguieran creyendo ver en cada luz que atravesaba la colina , "el alma en pena del tirano Aguirre". Y no fue sino cuando desapareció totalmente la colina y los matorrales, en la transformación del Paseo Independencia, cuando los caraqueños dejaron de creer en la "luz del tirano Aguirre".
Me parece exagerada la expresión de Carmen Clemente cuando dice que "desapareció totalmente la colina y los matorrales". La colina no desapareció, sino que fue convertida en un bello paseo de gusto europeo, con caminerías, jardines y esculturas, que se designó primero con el nombre del ilustre ególatra Antonio Guzmán Blanco, luego Paseo Independencia, y desde hace pocos años, en un arranque de montonerismo decimonónico, Parque Ezequiel Zamora. Junto con el cambio de nombre, se realizaron trabajos de recuperación y rescate; no se puede hablar de "restauración" porque la idea, loable por cierto, era abrir un espacio para la recreación ciudadana. Ojalá se mantenga en el tiempo y se preserve lo que se ha podido rescatar.

Aspecto de la primera zona desarrollada del Paseo Independencia
Allí se encuentra ahora un cafetín con música en vivo; unos vecinos
cantan mejor que otros. Al fondo, la Capilla de Lourdes, recién rescatada.
Si la leyenda de la luz del tirano Aguirre se hubiera desarrollado entre la segunda mitad del siglo XX y la primera década del XXI, podríamos atribuirla a los fogonazos de los fumadores de piedra (crack) o marihuana... o tal vez a los ajustes de cuentas entre bandas rivales. El ladrón excavador de la leyenda era un niño de pecho comparado con los hampones del presente. Yo le daría un premio por su ingenio, sobre todo porque cavar ese cerro para hacerse una cueva de Alí Babá es muy difícil, en especial si sólo se tiene un pico una pala. La colina es de piedra, como lo pude observar en las bases de la Capilla de Lourdes.

Capilla de Lourdes, asentada sobre roca firme

Recuerdo que mi primera visita a El Calvario fue una noche de 1972 con mis amigos Carlos Coll y Manuel Paolillo y llegamos en carro hasta la estatua de Colón, que se elevaba al final de las escalinatas, donde hoy está un Ezequiel Zamora hierático y sin gracia. Para entonces, como ahora, había seguridad en la zona. Luego vino un período de abandono y el lugar se convirtió en guarida de maleantes y mal vivientes. Hubo una operación rescate en los años 90 y lo volví a visitar con unos compañeros del Ministerio de Relaciones Exteriores; subimos por las escalinatas bajo la canícula del mediodía y llegamos hasta el Jardín Parnasiano y luego regresamos por la misma vía hasta Carmelitas.

Jardín Parnasiano
El Paseo está limpio, bastante bien tenido y, lo más importante, hay seguridad. Creo que es una buena opción de un paseo por el centro de Caracas. Le ha sido entregado a los Consejos Comunales de los vecindarios colindantes, quienes cuidan de él , lo mantienen y lo disfrutan.

Busto de Agustín Codazzi
Lamentablemente, será muy difícil que el Parque recobre su antiguo esplendor . Es grande el daño causado por el vandalismo, la desidia y el abandono. Da lástima ver las estatua mutiladas, o los elementos decorativos maltratados y sólo queda viajar la imaginación a ese momento en que las élites políticas venezolanas maquillaban a la capital para que se pareciera a Europa, pero a una Europa de pastillaje.

La luz del mediodía no es la mejor para fotografiar este elemento decorativo


Busto de Miguel de Cervantes y Saavedra


Al pie de esta estatuilla de hierro colado se lee en francés:
Flor de los Alpes


Banca de azulejos (o lo que queda de ellos)


Caminería, cerca de la Capilla de Lourdes

Fuente en una redoma cerca del parque infantil.
Vista hacia la Basílica de Santa Teresa y el
Teatro Municipal, ambas obras de Guzmán Blanco

Vista hacia el sur

martes, 14 de agosto de 2012

El carretón de la Trinidad


Ruinas de la Iglesia de la Santísima Trinidad, viaducto y puente de la Trinidad
Ferdinand Bellerman

Cuando Ferdinand Bellerman visitó Caracas en la década de los 40 del siglo XIX, Venezuela aún no se había recuperado de los estragos de la Guerra de Independencia y Caracas aún mostraba las ruinas causadas por el terremoto del 26 de marzo de 1812.  Nada mejor para un pintor del romanticismo que encontrar ruinas en un  ambiente bucólico, y la capital venezolana abundaba de ellas.


En el cuadro que muestro, vemos el valle de Caracas se extiende hasta la Fila de Mariches (al fondo), bajo un cielo tropical, que por la inclinación de los rayos del sol y la nubosidad parece ser el mes de octubre, y en primer plano, el objeto de esta historia: el barrio de la Trinidad, con las ruinas de la Iglesia de la Santísima Trinidad -hoy Panteón Nacional-, y el viaducto y puente del mismo nombre que salva las barrancas de la quebrada de Catuche (entonces de suaves y cristalinas aguas) y une al vecindario con el centro de la ciudad, al sur. Se ve también, muy cerca del puente un samán que aún existe, hijo del famoso Samán de Güere, al cual Andrés Bello dedicó algunos versos.

Pero el tema de esta entrada no es el cuadro de Bellerman sino lo que sucedía en ese interesante barrio luego del toque de ánimas... Que sea Carmen Clemente Travieso quien nos cuente esta vieja historia caraqueña, que llenó de terror a varias generaciones de familias del norte de la ciudad.
El barrio de la Trinidad estaba rodeado de quebradas y hacia el norte el cerro. Entonces los caraqueños de aquellos tiempos consideraban que los terrenos deshabitados estaban muy lejos del centro de la ciudad, y como no existía alumbrado público, en las calles,era un sitio tenebroso cuando las sombras de la noche envolvían la ciudad. Sombrío y lleno de leyendas, de fantasmas, de ociosos que se refugiaban durante el día en las quebradas o en el cerro cercano y por las noches salían a cometer sus fechorías disfrazados de fantasmas o de "hermanos penitentes" sembrando el pánico en la ciudadanía.
El carretón sorprendió a este valiente beodo, pero el de la Trinidad
no tenía bestias que lo arrastraran y el chofer era Mandinga en persona.
 Así surgió  esta leyenda del "Carretón de la Trinidad". Dicen los que la vieron que era una visión pavorosa, y los cronistas la refieren así:
"En las noches oscuras, y en horas ya avanzadas, se divisaba en la ciudad, a favor de la tenue luz de las estrellas, las correrías del carromato que generalmente se extendían desde la plaza del Panteón (antigua Iglesia de la Trinidad), hasta dos o tres cuadras al sur del puente que lleva el mismo nombre; o bien desde Las Dos Pilitas hasta la Plaza de de La Pastora, en la parte norte de la población".

Guá! ¿Cuándo vamo a firmá ese pacto, mi vale?
Ya me monto en el carro pa' buscate.
"En el silencio de la media noche, cuando la naturaleza parecía reposar, y hasta el ave que sirve de centinela en el hogar parece dar la voz de alerta; y duerme, a esa hora, que según las gentes cándidas y las leyendas más antiguas, es la escogida por Satán para venir a este mundo a celebrar pactos con los que han sabido evocarlo; a esa hora se despertaban sobresaltados los habitantes de aquel barrio a causa de un ruido atronador, semejante al que produjeran muchos carros arrastrados por bestias cuyos cascos desempedrasen las calles".

"Algún curioso que se atrevía a averiguar lo que producía tal ruido, contaba a la mañana siguiente a los vecinos, con los pelos "erizados", que el carretón era una especie de arcón que en vertiginosa carrera atravesaba la calle por entre chispas de fuego que las ruedas despedían al tocar el pavimento, sin que en la parte delantera, ni en los costados, se viese bestia alguna que lo condujese, sino un bulto rojo que también lanzaba fuego por los ojos y boca y que al compás de un canto diabólico iba dando saltos como un demonio que era, ya que en la cabeza ostentaba enormes cuernos y en la parte posterior, a guisa de rabo, llevaba un enorme apéndice, justamente como nos representan al arcángel caído, esas antiguas estampas que tanto asustan a los niños."
Para beneficio de quienes no estén familiarizados con el Centro-Norte de Caracas, coloco el plano de la zona, incluyendo, claro está, a La Pastora, que forma también parte de la historia que nos cuenta doña Carmen. Para llegar al Panteón Nacional, cruzar el Puente de la Trinidad y ver lo que queda del viejo barrio del mismo nombre, no situamos en la esquina de La Torre y seguimos en dirección norte:  
Torre a Veroes; Veroes a Jesuitas (muy interesante esta cuadra allí están restaurando la antigua casa donde funcionó el Restaurant de los Hermanos Álvarez por más de 40 años; la antigua sede del Colegio Santa María -Casa Nuestra América "José Martí-, y la Casa Estudio de la Historia de Venezuela "Lorenzo Mendoza Quintero" esta última tiene librería, museo y un restaurant); Jesuitas a Tienda Honda (si vemos a nuestra izquierda está una plaza dedicada al Mariscal Juan Crisóstomo Falcón, erigida en terrenos que fueron del convento de los mercedarios, destruido por el terremoto de 1812 y si vemos hacia la derecha tendremos a media cuadra el colegio San Juan Bautista de la Salle; seguimos por la cuadra Tienda Honda a Puente Trinidad (al fondo veremos el Panteón Nacional con una explanada que ocupa el lugar de la Plaza del Panteón) Hay un viaducto que pasa por encima, la zona se ve fea, aceleramos el paso y al llegar a la esquina de Puente Trinidad cruzamos una amplia pasarela peatonal construida sobre el antiguo puente del siglo XVIII.
El trayecto desde la Torre hasta el Panteón en
vieja foto. El Panteón aún conservaba
la fachada neogótica de 1868
Este es el corazón del antiguo barrio de la Trinidad. El carretón bajaba de noche desde lo que hoy es el Panteón hasta la cuadra de Jesuitas a Tienda Honda, aterrorizando a los pobres vecinos. Me pregunto cuál sería la ruta que tomaba este carro endemoniado para llegar hasta la Plaza de La Pastora. Se me ocurre que una buena vía sería subir desde el Panteón hasta la esquina de Misterio (un nombre muy apropiado) y de allí bajar por el callejón Macuro, buscando el Cuartel San Carlos y luego subir hacia Dos Pilitas y luego Portillo, Torrero, para luego bajar a Pastora... Quién sabe si de vez en cuando nuestro diablo se inspiraba y hacía una ruta más amplia.

Hace unos días pasé cerca de allí. Estaba buscando granjerías criollas: pan de horno, almidoncitos, coquitos, conservitas de coco, suspiros... Era muy temprano y no contaba con que los dulceros del centro comienzan su faena hacia mediodía y se retiran cuando cierran las oficinas de la zona. Hay dos a quienes generalmente compro: un señor que se ubica de Madrices a Marrón y una señora por la esquina de Veroes. Como ninguno de los dos estaban; decidí tomar un paseo y subí hasta Tienda Honda y de allí bajé hasta Santa Bárbara y de allí subí a Fe; para este trayecto se cruza Puente Páez, que no es tan antiguo. Al cruzar el puente tendremos en todo el frente el edificio de la Biblioteca Nacional, a la derecha la Capilla de la Trinidad, recientemente pintada y refaccionada por los vecinos, y a la izquierda una plaza un poco abandonada que lleva el nombre del insigne poeta Vicente Gerbasi. En la plaza habían unos sujetos que me recodaban a los "ociosos que se refugiaban durante el día en las quebradas o en el cerro cercano" a los que se refería Carmen Clemente... mal aspecto tenían estos señores que parecían haber pasado la noche fumando y ahora se reposaban.

Puente Páez que salva el barranco sobre la quebrada de Catuche.
Tomada de Santa Bárbara a Canónigos, acera Norte

El siguiente paso era buscar el famoso Cerrito del Diablo, que era el verdadero objeto del paseo. Regresé sobre mis pasos a la esquina de Santa Bárbara y de allí, en dirección este hacia Canónigos, o Cerrito del Diablo. Después decidí bajar siguiendo el trayecto de la aventura de la madre que maldijo a su hija malcriada y vana (Abanico a Socorro). Mejor no podía ser el paseo, a pesar de no conseguir los dulces que buscaba... Otra vez será.



martes, 7 de agosto de 2012

El enano de la Catedral

Revisando entre mis libros de costumbres y crónicas de Caracas, me tropecé con esta interesante leyenda que formó parte del imaginario caraqueño, que se mantuvo vigente hasta principios del siglo XX. Varios cronistas la mencionan y es siempre más o menos la misma historia. Tomaremos la que nos da Carmen Clemente Travieso en su libro Anécdotas y leyendas de Caracas (Concejo Municipal del Distrito Federal, Caracas, 1971). Que sea doña Carmen quien nos cuente, con su prosa de caraqueña amable. No busquemos exactitudes, ni precisiones, que lo importante es el cuento del espanto:
¡Uy, qué miedo!
Foto tomada de El Universal
Es posible que muchos de los caraqueños de hoy desconozcan la leyenda del "Enano de la Torre de la Catedral", porque, aunque parezca mentira, nuestra Torre de la Catedral tiene su "enano fantasma", lo mismo que la de Notre Dame de París tiene su historia del Jorobado que casi todos conocemos.
...Las crónicas dicen que sólo los transnochadores, los aventureros, los que se arriesgaban en las tétricas noches, embozados y valientes en busca de una hora de placer, eran los que podían ver y aún hablar con el "enano de la torre de la catedral".
(...)
La leyenda del enano fantasma corría de boca en boca. Y era corriente en cualquier salón caraqueño mirar y oír algún personaje importante, quien después de aclararse la voz y ponerse de pie, comenzaba a relatar la leyenda del día, ante el asombro y terror de las jóvenes y damas encopetadas de la sociedad.
Buenosmozos o patiquines, espíritus
de la movida nocturna...

El mes de enero ha sido siempre un mes neblinoso en la ciudad de Caracas. las noches son friolentas y luminosas. Fue precisamente en una de esas noches neblinosas cuando comienza nuestra historia.
Un joven muy buen mozo, muy enamorado, muy simpático, muy parrandero y amigo de nocturnas aventuras, se dirigía una noche a su casa situada en la apartada barriada de Candelaria, después de pasar una noche de diversiones y aventuras. Al pasar bajo la torre de la catedral, vio, en el ángulo de la esquina Noroeste, un hombre pequeño, que desde lejos se le hubiere tomado por un niño.
En hombrecito estaba fumando un puro y nuestro aventurero se le acercó para pedirle:
- ¿Puede usted darme una candela para este cigarrillo?, por favor...
Después de darle las gracias por el favor prestado, se disponía a retirarse cuando se le ocurrió preguntarle:
El enano catedralicio
- Puede usted decirme qué hora es?
El enano fantasma contestó con voz cavernosa:
- Pronto darán las doce en el reloj de san Pedro en Roma.
Al oír aquella voz de bajo profundo y aquella contestación, el joven se asustó, y su miedo se transformó en terror cuando vio al enano crecer de tal manera que llegó a alcanzar con la mano la gran muestra situada bajo la estatua de la Fe, que está en lo alto de la torre de la iglesia.
Señalándole con un dedo gigantesco el minutero del reloj, le dijo:
- ...y sólo cinco minutos faltan para que en este reloj suenen las cinco de la mañana...
Torre a Gradillas. El enano endiablado esperaba
al patiquín donde estaba La Iberia.
Imagen tomada de Viejas Fotos Actuales
El joven cayó desvanecido de terror en medio de la calle. Allí fue hallado al día siguiente por un transeúnte que se dirigía temprano a su trabajo.
Trasladado a su casa, el joven aventurero estuvo a los bordes de la muerte. Los médicos le hicieron volver de su desvanecimiento, pero su estado general era tan lastimoso que apenas abría los ojos comenzaba a temblar y los volvía a cerrar horrorizado ante la visión que había tenido aquella noche. Una especie de terror se había apoderado de él.
Muchos meses permaneció postrado en cama recibiendo cuidados de sus familiares y amigos, hasta que al fin pudo recobrarse de la sacudida de terror que le invadía. Y refieren  las crónicas que después de restablecido, se le erizaban los cabellos, palidecía y temblaba como un poseído cuando alguno le exigía el relato de aquella tremenda aventura.
Me pregunto en qué tugurio de El Silencio se habrá metido este patiquín y qué habrá consumido para tener tal visión. Tal vez fue que el chino lavandero lo invitó a echarse un pipazo de opio y luego siguió con absinthe, miche y cocuy. ¡Qué susto pasó! Pero los cronistas no nos cuentan si trabajaba o estudiaba... Tal vez su padre, un pulpero canario de Candelaria, le daba para sus gastos menudos ¿Quién sabe?

Antonio Guzmán Blanco
1829-1899
Existe otro personaje, importante y con nombre y apellido a quien el enano se le apareció una noche. Era masón, liberal, ilustrado y positivista, pero también le salió el enano y le pegó tamaño susto. Me refiero al Ilustre Americano Antonio Guzmán Blanco. Lamentablemente, no encuentro la referencia en mis libros... Se las debo.

La historia es la siguiente: En su afán "civilizador", pensó que le había llegado el turno de hacerle obras de pastillaje europeizante a la Catedral de Caracas, que ya desentonaba con su París de un piso. Así que una noche, tarde, salió de la Casa Amarilla (para entonces sede de la Presidencia), cruzó la recién inaugurada Plaza Bolívar y se puso a dar vueltas por la fachada para ver por dónde comenzaría las demoliciones e instruir al efecto a sus arquitectos. Al llegar a la torre se encontró con nuestro enano fumándose un buen cigarro de tabaco guácharo. El Ilustre pegó un brinco y en tres trancos llegó a Casa Amarilla, donde se encerró y decidió no tocar el histórico templo.