|
Destrucción de Pompeya |
Cuanto escribí el artículo sobre
El último día de pompeya, me referí a la Carta de Plinio el Joven, sobrino de Plinio el Viejo, en la cual relata los hechos desde el inicio de la erupción del Vesubio, hasta la muerte de su tío asfixiado en Stabia. La misiva estaba dirigida a su amigo el historiador Cayo Cornelio Tácito y está identificada como Epist. 6,16, entre las obras sobrevivientes de Plinio el Joven
C. PLINIO a su querido Tácito, salud
[1] Pides que te escriba la muerte de mi tío para poder
transmitirla a la posteridad con más veracidad. Te doy las gracias, pues veo
que a su muerte, si es celebrada por ti, se le ha planteado una gloria
inmortal.
|
Gayo Cornelio Tácito, destinatario |
[2] En efecto, aunque murió en la destrucción de unas
hermosísimas tierras, destinado en cierto modo a vivir siempre, como
corresponde a los pueblos y ciudades de memorable suerte, aunque él mismo
redactó obras numerosas y duraderas, sin embargo la inmortalidad de tus
escritos incrementará mucho su permanencia.
[3] En verdad considero dichosos a quienes les ha sido
dado por obsequio de los dioses o hacer cosas dignas de ser escritas o
escribir cosas dignas de ser leídas, pero considero los más dichosos a quienes
se les ha dado ambas cosas. En el número de éstos estará mi tío, tanto por sus
libros como por los tuyos. Por eso con mucho gusto asumo, incluso reivindico,
lo que propones.
[4] Estaba en Miseno y presidía el mando de la flota. El día
24 de agosto en torno a las 13 horas mi madre le indica que se divisa una nube
de un tamaño y una forma inusual..
[5] Él, tras haber disfrutado del sol, y luego de un
baño frío, había tomado un bocado tumbado y ahora trabajaba; pide las
sandalias, sube a un lugar desde el que podía contemplar mejor aquel
fenómeno. Una nube (no estaba claro de qué monte venía según se la veía de
lejos; sólo luego se supo que había sido del Vesubio) estaba surgiendo. No se
parecía por su forma a ningún otro árbol que no fuera un pino.
[6] Pues extendiéndose de abajo arriba en forma de tronco,
por decirlo así, de forma muy alargada, se dispersaba en algunas ramas, según
creo, porque reavivada por un soplo reciente, al disminuir éste luego, se
disipaba a todo lo ancho, abandonada o más bien vencida por su peso; unas veces
tenía un color blanco brillante, otras sucio y con manchas, como si hubiera
llevado hasta el cielo tierra o ceniza.
[7] Le pareció que debía ser examinado en mayor medida y más
cerca, como corresponde a un hombre muy erudito. Ordena que se prepare una
libúrnica;
me da la posibilidad de acompañarle, si quería; le respondí que yo prefería
estudiar, y casualmente él mismo me había puesto algo para escribir.
[8] Salía de casa; recibe un mensaje de Rectina, la esposa
de Tasco, asustada por el amenazante peligro (pues su villa estaba bajo el
Vesubio, y no había salida alguna excepto por barcos): rogaba que la salvara de
tan gran apuro.
[9] Cambia de plan y lo que había empezado con ánimo
científico lo afronta con el mayor empeño. Sacó unas barcas con cuatro
filas de remos y embarcó dispuesto a ayudar no sólo a Rectina, sino también a
muchos (pues lo agradable de la costa la había llenado de bañistas).
[10] Se apresura a dirigirse a la parte de donde los
demás huyen y mantiene el rumbo fijo y el timón hacia el peligro, estando sólo
él libre de temor, de forma que fue dictando a su secretario y tomando notas de
todas las características de aquel acontecimiento y todas sus formas según las
había visto por sus propios ojos.
[11] Ya caía ceniza en las naves, cuanto más se acercaban,
más caliente y más densa; ya hasta piedras pómez y negras, quemadas y
rotas por el fuego; ya un repentino bajo fondo y la playa inaccesible por el
desplome del monte. Habiendo vacilado un poco sobre si debía girar hacia atrás,
luego al piloto, que advertía que se hiciera así, le dice: «La fortuna ayuda a
los valerosos: dirígete a casa de Pomponiano».
[12] Se encontraba en Estabias apartado del centro del
golfo (pues poco a poco el mar se adentra en la costa curvada y redondeada. Allí
aunque el peligro no era próximo pero sí evidente y al arreciar la erupción muy
cercana, había llevado equipajes a las naves, seguro de escapar si se aplacaba
el viento que venía de frente y por el que era llevado de forma favorable mi
tío. Él abraza, consuela y anima al asustado Pomponio. y para mitigar con
su seguridad el temor de aquél, le ordena proporcionarle un baño; después
del aseo, se reclina junto
a la mesa, cena realmente alegre o (lo que es igualmente grande) simulando
estar alegre.
[13] Entre tanto desde el monte Vesubio por muchos lugares
resplandecían llamaradas anchísimas y elevadas deflagraciones, cuyo resplandor
y luminosidad se acentuaba por las tinieblas de la noche. Mi tío, para remedio
del miedo, insistía en decir que debido a la agitación de los campesinos,
se habían dejado los fuegos y las villas desiertas ardían sin vigilancia.
Después se echó a reposar y reposó en verdad con un profundísimo sueño, pues su
respiración, que era bastante pesada y ruidosa debido a su corpulencia, era
oída por los que se encontraban ante su puerta.
[14] Pero el patio desde el que se accedía a la
estancia, colmado ya de una mezcla de ceniza y piedra pómez se había
elevado de tal modo que, si se permanecía más tiempo en la habitación, se
impediría la salida. Una vez despertado, sale y se reúne con Pomponiano y los
demás que habían permanecido alertas.
[15] Deliberan en común si se quedan en la casa o se
van a donde sea al campo. Pues los aposentos oscilaban con frecuentes y amplios
temblores y parecía que sacados de sus cimientos iban y volvían unas veces a un
lado y otras a otro.
[16] A la intemperie de nuevo se temía la caída de
piedras pómez a pesar de ser ligeras y carcomidas, pero se escogió esta opción
comparando peligros; y en el caso de mi tío, una reflexión se impuso a otra
reflexión, en el de los demás, un temor a otro temor. Atan con vendas
almohadas colocadas sobre sus espaldas: Esto fue la protección contra la caída
de piedras.
[17] Ya era de día en otros sitios y allí había una
noche más negra y más espesa que todas las noches. Sin embargo muchas teas y
variadas luminarias la aliviaban. Se decidió dirigirse hacia la playa y
examinar desde cerca qué posibilidad ofrecería ya el mar; pero éste permanecía
aún inaccesible y adverso.
[18] Allí echado sobre una sábana extendida pidió una y otra
vez agua fría y la apuró. Luego las llamas y el olor a azufre, indicio de las
llamas, ponen en fuga a los demás. A él lo alertan.
|
Plinio el Joven, remitente |
[19] Apoyándose en dos esclavos se levantó e inmediatamente
se desplomó, según yo supongo, al quedar obstruida la respiración por la mayor
densidad del humo, y al cerrársele el esófago, que por naturaleza tenía débil y
estrecho y frecuentemente le producía ardores.
[20] Cuando volvió la luz (era el tercer día, contando
desde el que había visto por última vez) se halló su cuerpo intacto, sin
heridas y cubierto tal y como se había vestido. El aspecto era más parecido a
una persona dormida que a un cadáver.
[21] Entre tanto en Miseno mi madre y yo ... pero esto
no importa a la historia, ni tú quisiste saber otra cosa que su final. Por
tanto termino.
[22] Únicamente añadiré que he narrado todo en lo que yo
había estado presente y lo que había oído inmediatamente, cuando se recuerda la
verdad en mayor medida. Tú seleccionarás lo más importante; de hecho, una cosa
es escribir una carta y otra escribir historia, una cosa es escribir a un amigo
y otra a todos. Adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario