Siempre trato de evitar leer libros que me causen desazón. Tal vez sea escapismo, o que quiero seguir siendo libre y feliz. Hoy terminé de leer La eliminación (Anagrama, Barcelona, 2013), obra del cineasta Rithy Panh, sobreviviente de los campos de exterminio de Camboya, en colaboración con el novelista francés Christophe Bataille. Es éste un documento, o un testimonio, sobre un régimen sanguinario, sus esbirros y un pueblo masacrado.
"A los trece años -dice Rithy Panh-, perdí a toda mi familia en pocas semanas. Mi hermano mayor, que se marchó solo a pie hacia nuestra casa en Phnom Penh. Mi cuñado, médico, ejecutado en una cuneta. Mi padre, que decidió no seguir alimentándose. Mi madre, que en el hospital de Mong se echó en la cama donde acababa de morir una de sus hijas. Mis sobrinas y mis sobrinos. Todos ellos barridos por la crueldad y la locura de los jemeres rojos. Me quedé sin familia. Me quedé sin nombre. Me quedé sin rostro y fue así como pude seguir con vida, porque me había quedado sin nada". Treinta años después del fin del régimen de Pol Pot, que causó la muerte de 1.700.000 personas, el niño se ha convertido en un cineasta de prestigio. Decide entrevistar a uno de los grandes responsables de ese genocidio: Duch, que no es ni un hombre banal ni un demonio, sino un organizador educado, un verdugo que habla, olvida, miente, explica, trabaja en su propia leyenda. La eliminación es el relato de esta confrontación fuera de lo común. Un gran libro sobre nuestra historia, sobre la cuestión del mal, en la línea de Si esto es un hombre de Primo Levi o La noche de Elie Wiesel. (...)El siglo XX, que muchos consideran un período de progreso y el desarrollo, fue el siglo de las ideologías y las atrocidades cometidas a nombre ellas; comunistas, nazis, fascistas, y muchos otros (desde la guerra bóer hasta la invasión a Iraq) dieron muestra de lo que se puede hacer para degradar al ser humano. Al leer estas páginas de Rithy Panh, se da uno cuenta de lo poco que han cambiado las cosas desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
¿Qué puede preocupar tanto a los tiranos? Siempre tendrán de cómplices a intelectuales (de izquierda, las más de las veces), gobiernos "amigos" (amigo el ratón del queso) y esos clubes gobierneros que son las organizaciones internacionales. Pol Pot murió tranquilo, sin ser molestado, muchos de sus secuaces siguen tranquilos en Camboya, o fueron enjuiciados por suaves burócratas que no buscan la justicia sino cerrar expedientes. Si no hay justicia, no hay paz y los hechos se pueden repetir. La eliminación, al presentarnos el caso de Campuchea Democrática, nos abre los ojos.
Dejo aquí un documental sobre el tema que encontré paseándome por la Internet.
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