Paisaje de Venezuela Anton Goering, 1880 |
EN LA SELVA
Para Pablo A. Vílchez
I
Del lago al sur, por extendido llano,
entretejen los árboles bravíos
su copa secular, sobre cien ríos
que ruedan con rumores de océano.
Nunca en sus bosques el progreso humano
abrió senderos y formó bohíos,
sin que se alzaran a menguar sus bríos
la humedad y la fiebre del pantano.
Al paso de la audaz locomotora,
que dominó las rústicas barreras,
turba inmensa de pájaros se azora;
y cual protesta a la invasión extraña,
el rugido espantoso de las fieras
simula un terremoto en la montaña.
II
Bajo un límpido crepúsculo de gualda
mueve el río su linfa luminosa,
mientras la selva, cual propicia diosa,
con orquídeas y juncos le enguirnalda.
De nudoso caimán sobre la espalda
falange de pelícanos se posa
como gigantes pétalos de rosa,
que caen sobre un tronco de esmeralda.
Finge el caimán un barco en la corriente;
de su plumón la púrpura luciente
tiende la tropa, como vela henchida;
y al sumergirse el monstruo en las suaves
linfas, el rojo vuelo de las aves
abre en el éter sanguinosa herida.
III
La frente en alto, la pupila roja,
se hallan dos ciervos junto a dulce charco,
donde forja la grama verde marco
que agita el viento y que la linfa moja.
Uno al otro colérico se arroja;
y bajo un sol de otoño en luces parco,
cruzan las astas múltiples en arco
cual una ramazón desnuda de hoja.
Ambos se buscan a la débil llama
que baña el charco en lumbre amarillenta;
y al fin cansados por la lid violenta,
se desploman los dos sobre la grama,
presos por la enredada cornamenta.
IV
La joven india a quien la tribu nombra
"Lirio del bosque", por su dulce gracia,
busca en la siesta florecida acacia,
y al abrigo se duerme de su sombra.
Siempre escondida bajo mustia alfombra
muestra de pronto, entre la hierba lacia,
dos pupilas que fulgen con audacia
y una lengua de púrpura que asombra.
Avanza con sigilo y sin premura;
sube y se esconde entre la tosca urdimbre
que guarda el seno de la virgen pura.
Hinca el diente mortal entre claveles,
y con airosa ondulación de mimbre
sacude sus sonantes cascabeles.
V
Cuando bajo los árboles copudos
de la jauría audaz vibran los ecos,
abandonan los báquiros sus huecos,
labrados en los troncos hechos nudos.
Hay gritos en la selva, choques rudos,
crujir de hojas y de ramos secos;
y jirones de piel, cual rojos flecos,
cuelgan de los colmillos puntiagudos.
En el encono de la lid salvaje,
eriza la manada su pelaje
y hediondo almizcle de su espalda brota.
Mas cuando el trueno del fusil estalla,
rompen los cerdos la silvestre malla
como un tropel de ejército en derrota.
VI
Por oculta vereda, que enmaraña
la selva con sus juncos y sus flores,
en silencio los indios cazadores
buscan un claro abierto en la montaña.
Siente la corza allí, que en luz se baña
de un sol canicular, leves rumores,
y, fiando en sus cascos voladores,
huye hacia un bosque de tupida caña.
Mas la turba la cerca, y la encamina
de soto en soto, hacia la trampa obscura
de un lago de betún que el sol calcina.
Y al dar la corza en él con rudo salto,
se queda, cual inmóvil escultura,
de pies hundida en el hirviente asfalto.
VII
Para en la hacienda el tráfago del día;
y al entregar la tribu sus labores,
con chumbes y refajos de colores,
a su modo salvaje se atavía.
Después, en la cercana ranchería,
resuenan papayeros y tambores,
semejando sus ecos vibradores
un iracundo mar bajo la umbría.
La tribu forma cerco; y al instante,
suelta pareja, en danza extravagante,
se estrecha y huye, retrocede y gira.
Y no cesa la danza bulliciosa
hasta que el indio, a quien su dama acosa
cae a los pies de la gentil guajira.
VIII
Escapó con sigilo de la hacienda
por huir las fatigas del trabajo,
cuando el pueblo a sus chozas se retrajo
y retiróse el jefe a su vivienda.
Atravesó la solitaria senda
en pos de la barranca hendida a tajo,
y se fue río abajo, río abajo,
sobre el tronco flotante de una penda.
Era un esclavo que en perenne duelo
sufrió de un caporal el yugo impío;
soñó en la huida, y al lograr su anhelo,
aunque era noche plácida de estío,
se ocultaron los astros en el cielo,
cómplices de su fuga por el río.
IX
Charlaban en la nave los peones,
mientras iban clavando sus palancas
en el rojo tapiz de las barrancas
y del río en las verdes ramazones.
Apareció un caimán. -De esos bridones
en más de una ocasión domé las ancas,-
un boga dijo; y se lanzó a las blancas
espumas que el raudal alza en turbiones,
Fuese el caimán con ánimo sereno;
combatió con el monstruo frente a frente;
y haciendo al fin de su chamarra freno,
de la temprana luz al rayo tibio
se le vio cabalgar por la corriente
sobre la espalda del rugoso anfibio.
X
No brilla en el espacio estrella alguna
ni un cocuyo fugaz; el hondo río
se aleja con medroso murmurio
bajo las sombras de la noche bruna.
Repente, en el follaje, tiembla una
diafanidad de plata; y el bravío
raudal, en sus espumas, siente el frío
ósculo no esperado de la luna.
Al tenue resplandor, surge un bohío,
como un fantasma pálido y sombrío,
de la alta vega en la tendida puna.
Blanquea en la distancia el caserío;
y va una balsa en pos de la laguna,
cual un saurio monstruoso, hendiendo el río.
XI
El toro en la alta noche condenado
a morir del peón bajo el acero,
dejó al caer, orillas del sendero,
una felpa de púrpura en el prado.
Cuando mostró en oriente el sol dorado
de su tesoro el rol primero,
guiaron los pastores al estero
herboso y florecido, su ganado.
Fue cada res al charco purpurino;
la sangre olfateó; rompió en lamentos
de triste vibración por el camino;
y, bajo un cielo recamado de oro,
se estremeció la selva a los acentos
roncos y extraños del doliente coro.
Los primeros versos de Udón Pérez que leí en mi vida, lo recuerdo claramente, están plasmados en este largo poema. El Ministerio de Educación sugería, entre otras, leer alguna estrofa de este autor marabino. Allí está lo que me quedó grabado en mi memoria de adolescente:
Bajo un límpido crepúsculo de gualda
mueve el río su linfa luminosa
mientras la selva, cual propicia diosa,
con orquídeas y juncos le enguirnalda.
De nudoso caimán sobre la espalda
falange de pelícanos se posa
como gigantes pétalos de rosa,
que caen sobre un tronco de esmeralda.
¡Con qué colores e imágenes nos pinta Udón el paisaje zuliano! Por muchos años estuve buscando el texto completo, pero en mi poca aplicación al estudio, no guardé en la memoria sino el nombre del autor y algunas indelebles imágenes. Con el tiempo y al llegar la madurez, volví a encontrarme con En la selva, completa en todas sus partes. Está publicada en la Antología de la poesía venezolana, compilada por Rafael Arráiz Lucca (Panapo, Caracas, 1997), de donde tomé el texto, y en La antigua y moderna literatura venezolana, de Pedro Díaz Seijas, cuya transcripción, aunque imperfecta, sirvió para cotejar.
Hoy veo a En la Selva como un paseo por la cuenca del Lago de Maracaibo, su flora, su fauna, su ambiente y también su paisaje humano. Allí aparecen las zonas húmedas, silvestres y pantanosas del sur del lago, con sus venados, caimanes, báquiros, orquídeas, juncos y árboles; los indios motilones esclavizados por los hacendados mestizos; los guajiros del norte del lago bailando la chicha maya luego del trabajo; la bella "Lirio del bosque" picada por una serpiente cascabel; la ganadería, los pozos de brea que indican la presencia del petróleo... Todo ello en un lenguaje florido, bello y lleno de colorido.
De él dice Pedro Díaz Seijas en (Ediciones Armitano, Caracas, 1966):
...poeta descriptivo, de una gran fuerza lírica, Udón Pérez se convierte en el mejor cantor de su zona. El lago de Maracaibo, con sus bellezas de tierra caliente, sus selvas adyacentes, su pintoresca naturaleza, es un leit-motiv en la poesía de Udón Pérez. La musicalidad de su poesía, una gran facilidad para la versificación, le dieron en su tiempo una justa y dilatada fama. (...) Por su formación y sus preferencias literarias pertenece a lo que la crítica americana ha denominado dentro del modernismo, la corriente mundo-novista.
Para ilustrar este poema no me parece otro autor más indicado que Christian Anton Goering (1836-1905) naturalista prusiano que visitó la zona durante sus viajes de exploración zoológica a cuenta de la Sociedad Zoológica de Londres. Anton Goering vivió en Venezuela varios años y a su regreso a Europa escribió Von Tropische tieflande zum ewigen schenee. Su obra, que otro día comentaremos, nos muestra una Venezuela que ya no existe y expresa el cariño que le tomó al país.
Imagen de unos palafitos en el Lago de Maracaibo, dibujo de Anton Goering. Allí vemos a las señoras wayúu vestidas con su manta y a sus maridos atendiéndolas como reinas. |
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