sábado, 19 de octubre de 2013

Bodas negras / Obra macabra

Amanecer en el cementerio de los Hijos de Dios, por Nicolás Ferdinandov (1919)


OBRA MACABRA

Oye la historia que contóme un día
el viejo enterrador de la comarca:
Era un amante a quien, con saña impía,
su dulce novia le robó la Parca...

Todos los días iba al cementerio
a visitar la tumba de la hermosa;
las gentes murmuraban con misterio:
Es un muerto escapado de una fosa.

En una horrenda noche hizo pedazos
la losa de la tumba abandonada,
cavó la tierra y se llevó en sus brazos
el rígido esqueleto de su amada.

Y allá en su triste habitación sombría,
de un cirio fúnebre a la llama incierta,
sentó a su lado la osamenta fría
y celebró sus bodas con la muerta.

Ató con cintas los desnudos huesos,
el yerto cráneo coronó de flores,
cubrió la horrible boca con sus besos,
y le contó sonriendo sus amores.
Llevó la novia al tálamo mullido,
se tendió junto a ella enamorado,
y para siempre se quedó dormido
¡al esqueleto rígido abrazado!


Este viejo poema del padre Carlos Borges, es también, con algunas modificaciones, la letra de un famoso bolero hecho muy popular en América Latina, entre otros, por Julio Jaramillo. Se le ha atribuido erróneamente al cubano Julio Flores. En estos días, releyendo el libro Ternera y puerta franca (Planeta, Caracas, 2003), de Oscar Yanes encontré extractos de dos artículos del padre Borges sobre este poema y su historia, publicados originalmente en las revistas Atenas (1912) y La Lectura (1923). Mientras escuchamos a Julio Jaramillo, leamos lo que escribió el presbítero poeta, quien tenía un bajo concepto de estos versos:




Puente Anauco, Candelaria. Allí Manuel Díaz Rodríguez dió a conocer el Cancionero de H. Heine a Carlos Borges
Postal antigua
Tenía yo dieciocho años y era estudiante de jurisprudencia en la Universidad de Caracas. Manuel Díaz Rodríguez, algo menor que yo en edad, estudiaba entonces medicina. Ya habíamos sido condiscípulos en el Santa María durante los dos últimos años del curso filosófico.
Una de aquellas noches inolvidables, noches de íntimas confidencias en el puente Anauco, Manuel puso en mis manos el Cancionero de Heinrich Heine, traducido por Llorente. Hasta entonces yo conocía muy poco del gran poeta alemán. No obstante, la mala traducción, sus versos me encantaron.
Desde aquel día Heine fue el poeta de mis predilecciones y su amargo romanticismo ejerció en mi espíritu una honda influencia morbosa.
Canté, en versos lúgubres, amores fantásticos; en plañideras rimas, lloré supuestos infortunios; di serenata a las tumbas, en las del camposanto, bajo los cipreses melancólicos, bañados por la luna; y me afronté con los espectros, armado en punta en negro como un caballero de la muerte.
Carlos Borges
Fue entonces cuando, una noche de insomnio, con el título de Obra macabra, escribí en versos detestables cierta canción fúnebre que, atribuida a Julio Flores, tuvo la suerte de alcanzar una inmensa popularidad en toda la América española. No hay pueblo de Venezuela ni de Colombia donde no la canten mujeres románticas y trovadores de arrabal. Muchas veces la he oído en boca de lindas muchachas, al son del piano o la guitarra, en claras salitas caraqueñas y en las playas de Macuto bajo el palio de los uveros, como también en lejanas aldeas del interior, dolientemente acompañadas por el triste cuatro del llanero. En dos ocasiones, y con distintas músicas, sorprendióme el melancólico placer de escucharla, primero en La Habana, desde una azotea, y luego en México, cantada esta vez por una Loreley del arroyo, en la ignominia de un congal. Hace muchos años que, bajo el peregrino rótulo de Contestación de la canción Murió sin una lágrima, fue publicada anónima en ciertos aguinaldos navideños, editados en Caracas (...) Razón tiene el proverbio:"más vale caer en gracia que ser gracioso". El favor y la simpatía con que el público americano acogió tan pésimas estrofas, indudablemente se deben a la paternidad putativa de Julio Flores. El nombre del poeta querido transformó en brillantes luciérnagas los oscuros gusanos de mis versos. Por mi parte, jamás llegué a publicarlos. En mil ochocientos noventa y tres di copia de ellos a don Julio Calcaño, junto con otras composiciones que me pidió para el segundo tomo del Parnaso venezolano. Después hice dos copias más que entregué a los señores Agustín Silva y Gerónimo Maestre. No sé quién fue el primero en dar a la luz pública las referidas lamentables estrofas, pero es lo cierto; mis fúnebres tenebrionas volaron en la prensa, desde su nativo surco, orillas del Guaire, hasta México y la Argentina.
Alguien me asegura que esta triste, aunque afortunada composición, corregida e inserta bajo el título de Bodas negras, aparece en un volumen de versos de Julio Flores. Por lo que a mi me toca, no lo afirmo, puesto que no me consta. Sin embargo, fuerza es convenir en que si tales versos no son de Julio Flores, merecen serlo. Tienen  toda la lugubria característica de aquel macabro trovador.
Con toda la vergüenza que produce el confesarme autor de semejantes rimas, cópiolas aquí en penitencia por mi antiguo sacrilegio heiniano, tal como las escribí en aquella época y como las cantan nuestras sencillas y encantadoras cancioneras, sin tocarlas ni una sola palabra, con su Parca y su saña impía, etc, etc, etc, etc. Absuélvame el lector en gracia de mi arrepentimiento...
Oye la historia que contóme un día
el viejo enterrador de la comarca:
Era un amante a quien, con saña impía,
su dulce novia le robó la Parca...

2 comentarios:

  1. Conozco el poema desde niña Lo recitaban a veces mi madre o una de mis tias. Pero nunca lo oi cantar. Para mi, iba de la mano con el Nocturno de Josè Asunciòn Silva

    En lo que respecta al padre Borges, me hacían mas gracia sus poemas profanos que nunca he visto puestos por escrito y que lamentablemente he olvidado por completo

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    1. Sin duda, en los versos profanos se encuentra el verdadero Borges. Periódicamente coloco aquí alguno de ellos. Cuando puse la "Confesión", un español la copió en su página y escribió: Daría una mano por escribir como Carlos Borges.

      Tengo en casa una antología de su obra que contiene no sólo poemas, sino piezas de oratoria, entre ellas el discurso inaugural de la Casa Natal de Simón Bolívar.

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