martes, 11 de junio de 2013

Sobre la poesía elocuente, por J. A. Ramos Sucre


SOBRE LA POESÍA ELOCUENTE

Calíope, por  Leonhard Kern (1640)
Wurtembergisches Landesmuseum, Sttutgart
Foto de Andreas Praefcke, 2006.
La elocuencia es el don natural de persuadir y conmover. La retórica, arte de bien decir, es sierva leal o desleal de la elocuencia, y cuando usa palabra altisonante o superflua merece el nombre de declamación. De modo que no hay disculpa al confundir maliciosamente la elocuencia, ventaja del contenido, emanada del afecto vehemente o de la convicción sincera, con la declamación que es vicio de la expresión, retórica defectuosa.
Algunos poetas sostienen que debe torcerse el cuello a la elocuencia, y conviene objetarles que tal severidad sólo debe usarse con la declamación, porque aquel don afortunado sirve muy bien a la poesía entusiasmada y lírica. Además, debe distinguirse entre los poetas inactuales y egotistas y los poetas comunicativos, de apostolado y de combate, bardos de aliento profético y simpatía ardorosa que ejercen una función nacional o humanitaria. Los últimos no pueden prescindir jamás de la elocuencia y se expresarán inevitablemente en imágenes, medio que puede enunciar la filosofía ardua y comunica eléctricamente la emoción. La imagen es la manera concreta y gráfica de expresarse, y declara una emotividad fina y emana de la aguda organización de los sentidos corporales. Algunos dialécticos, enamorados de la idea universal y sin fisonomía, reprueban esta manera de expresión, considerándola de humilde origen sensorial, y abogando por la supremacía de la inteligencia, con lo cual insisten en la distintas facultades de la mente humana, que es probablemente una totalidad sin partes.
La imagen siempre está cerca del símbolo o se confunde con él, y, fuera de ser gráfica, deja por estela cierta vaguedad y santidad que son propias de la poesía más excelente, cercana de la música y lejana de la escultura.
La imagen, expresión de lo particular, conviene especialmente con la poesía, porque el arte es individuante.
La imagen es un medio de expresión concreta y simpática, apta para poner de relieve las ideas sublimes e independientes de la metafísica y las nociones contingentes de la experiencia, y comunica instantáneamente los afectos. Pero nunca deja de ser un medio de expresión, y quien la use como fin viene a parar en retórico vicioso, en declamador.

La torre de Timón (1925)
José Antonio Ramos Sucre


José Antonio Ramos Sucre
1890-1930
En lo esencial, su obra se condensa en tres libros. El primero, La torre de Timón, publicado en Caracas, en 1925, reúne, junto con nuevas composiciones, varios de los textos (breves "ensayos" y semblanzas, reflexiones sobre historia, arte, literatura, y poemas en prosa) que integraron el libro Trizas de papel (1921), y el ensayo Sobre las huellas de Humboldt, que circuló inicialmente en 1923. Los otros dos libros restantes, Las formas del fuego y El cielo de esmalte, fueron editados, casi simultáneamente, en 1929. Estos dos últimos están integrados en su totalidad por poemas en prosa.

Salvador Tenreiro. Prólogo a la Antología de José Antonio Ramos Sucre. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1992


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