Ayer en la tarde, atendiendo una invitación de mi cuñada Luis Helena Calcaño, me acerqué a la librería El Buscón donde será bautizado el poemario Mapa del desalojo (Común Presencia Editores, Bogotá, 2014) de uno de los príncipes de la poesía venezolana actual, Armando Rojas Guardia. Así, a pesar de los diréticos, asistí porque era una actividad que valía la pena el esfuerzo. No quedé defraudado.
Luis Helena presentó a los participantes, ambos poetas de primera línea, Rafael Cadenas y Armando Rojas Guardia. Me gustaron las palabras de Cadenas sobre el autor y su obra. Fue una aproximación culta como solo un poeta puede hacerlo. Seguidamente, Rojas Guardia hizo los agradecimientos pertinentes, entre ellos los editores que se esmeraron en la publicación, y leyó algunos poemas. No es lo mismo leer del papel para uno mismo que escuchar al poeta declamar con su propia cadencia, ritmo y entonación. Lo disfruté en grande.
El libro en si es una verdadera joya tipográfica: una edición bien cuidada, con una diagración de calidad e ilustraciones de Jim Amaral. Bello libro con poemas muy escogidos de la larga carrera de Armando, donde podemos encontrar de los poemarios El mismo amor ardiendo (1979); Poemas de Quebrada de la Virgen (1985); Yo que supe de la vieja herida (1985); Hacia la noche vida (1989); La nada vigilante (1994); El esplendor y la espera (2000), y Patria y otros poemas (2008). Entre los poemas leídos por Rojas Guardia escogí Patria, que transcribo a continuación:
PATRIA
Alguna vez amamos, o dijimos amar,
la terquedad sombría de tu fuerza.
La voz del padre enronquecía
al evocar calabozos, muchedumbres,
hombres desnudos vadeando el pantano,
llanto de mujer, un hijo
y más arriba (¿dónde arriba?)
el trapo contumaz de una bandera.
Supimos, lenta y vagamente,
que lo imposible te buscaba
extraviándote los pies
-aquellos pies de Hilda obsesionaron
a mis ojos de niño: su corteza
terrosa, vegetal, desconcertada
sobre la pulitura del granito.
Tal vez una tarde, entre los campos,
la música te deletreó de pronto
al lado de algún bosque, una colina,
un lago triste que se te parece:
la misma terquedad al revelarte
ávida no precisamente de nosotros
(los efímeros, los quizá, los transeúntes)
sino de tu pátina absurda de grandeza
-esos sueños opulentos de la historia
que son más bien su horror, su pesadilla.
Ahora que te conoces vil, prostibularia,
porque tanta voluntas ecuestre
se apeó bajo el sol a regatear
y el héroe mercadeó con su bronce
y el oro solemne del sacófago
adornó dentaduras, fijó réditos,
y no hay toga ni charretera ni sotana
que te oculten cuadrúpeda, obsequiosa
por treinta monedas ancestrales,
yo me atrevo a cubrir tu desnudez.
No es verdad que te vendiste. Tú anhelabas
dilapidarte brusca, totalmente:
un lujoso imposible.
Lo sabías,
siempre lo has sabido y como siemprearas en el mar. Te concibieron
con voluntad precisa de fracaso.
Cómo afirmar, pasito, que hoy te quedas
en la dificultad de sonreírte
levantando los hombros, desganado,
y diciéndote con sorna, con ternura,
mañana sí tal vez. Quizá mañana...
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