jueves, 8 de mayo de 2014

La escuela de Platón

La escuela de Platón, por Jean Deville (1898)
Museo de Orsay, París

Ayer, cuando me preparaba para concurrir la cita con el médico, resolví llevar algún material de lectura para la sala de espera. Busqué en la enorme pila de lecturas pendientes y me encontré con un volumen de la segunda edición de La escuela de Platón (Anagrama, Barcelona, 2000) por Fernando Savater. Su pequeño formato y brevedad (140 páginas) lo hacen de fácil lectura en las incómodas sillas que ponen los médicos para sus pacientes. Así que lo tomé y me fui a la cita.

Mientras esperaba, leí con deleite unas 48 páginas, pero a medida que me adentraba en el texto caí en cuenta que no es un libro para de leer de un tirón, sino que debe leerse con detenimiento, tal vez marcando aquí y allá, y reflexionando sobre su contenido filosófico. No nos confundamos, que no es un libro pesado; al contrario, es ameno y la tentación es seguir leyéndolo sin parar -como de hecho hice-, prometiéndome hacer una lectura más detenida el fin de semana.

Veamos lo que nos dice la contraportada:
Fernando Savater
(...) A caballo entre el ensayo y la ficción, este libro inclasificable gira en torno a ese cuadro (La escuela de Platón, por Jean Deville, pintor simbolista belga), cuya fascinación confina con la ridiculez. Es un acercamiento a la obra, al museo que la guarda  y al iluminado artista que la produjo. Pero también presta voz a los personajes representados e imagina sus pensamientos, sus anhelos y sus angustias. Por medio de monólogos de los jóvenes oyentes de Platón, explora los motivos de la filosofía y su desconcierto: la relación entre idea y carne.
"Mi único propósito -asegura Fernando Savater al final de la obra- ha sido componer un entretenimiento reflexivo para ociosos cultos. Algo nítido, breve, agudo, como el sonido que produce golpear con una uña el borde de un fino cristal."
El autor cumplió su propósito, mas no es el libro adecuado para una sala de espera con señoras tosiendo y pacientes con cara de tragedia. Sin embargo, lo disfruté en la medida de las circunstancias. Esto se lo comenté a un parroquiano en la barra del restaurant donde almorcé -resultó ser un médico que conoce bien la obra de Savater- y coincidió conmigo en que hay que leerlo en el ambiente adecuado. Espero que al  releerlo con calma este fin de semana la experiencia sea aún más grata



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