CANTO TERCERO DE LA DIVINA COMEDIA
VISIÓN DE LOS BIENAVENTURADOS
Dante y Beatriz a orillas del Leteo Cristóbal Rojas 1889 |
Aquel sol que primeramente abrasó mi corazón me había descubierto, con sus pruebas y refutaciones, el dulce aspecto de una hermosa verdad: y yo, para confesarme desengañado y persuadido, levanté la cabeza tanto como era necesario, a fin de declararlo resueltamente. Pero apareció una visión, la cual, haciéndose perceptible, me atrajo de tal modo hacia si, que ya no me acordé de mi confesión. Así como a través de cristales tersos y transparentes o de aguas nítidas y tranquilas, aunque no tan profundas que se oscurezca el fondo, llegan a nuestra vista las imágenes tan debilitadas, que una perla en una fuente blanca no la distinguirían más débilmente nuestros ojos, así vi yo muchos rostros prontos a hablarme; por lo cual caí en el error contrario a aquel que inflamó el amor entre un hombre y una fuente. En cuanto los distinguí, creyendo que fuesen imágenes reflejadas en un espejo, volví los ojos para ver los cuerpos a que correspondían; y como nada vi, los dirigí a mi dulce Guía, que sonriendo despedía vívidos destellos de sus santos ojos.
- No te asombres porque me sonría de tu pueril pensamiento -me dijo-: pues no se apoya todavía tu pie sobre la verdad y, como de costumbre, te inclina a las ilusiones. Esas que ves son verdaderas sustancias, relegadas aquí por haber faltado a sus votos. Por consiguiente, habla con ellas y oye y cree lo que te digan, pues la verdadera luz que las regocija no permite que se tuerzan sus pasos.
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Fuente: Dante Alighieri.
La Divina Comedia. M.E. Editores, 1995
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