domingo, 1 de julio de 2012

Caribay y el cambio climático


Sierra Nevada de Mérida

LAS CINCO ÁGUILAS BLANCAS


Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento: cinco águilas enormes cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas.

¿Venían del norte? ¿Venían del sur? La tradición indígena solo dice que las cinco águilas blancas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota.

Eran aquellos los días de Caribay, el genio de los bosques aromáticos, primera mujer entre los indios mirripuyes, habitantes del Ande empinado. Era hija del ardiente Zuhé y la pálida Chía; y remedaba el canto de los pájaros, corría ligera sobre el césped como el agua cristalina, y jugaba como el viento con las flores y los árboles.

Caribay vio volar por el cielo las enormes águilas blancas, cuyas plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornar su cabeza con tan raro y espléndido plumaje. Corrió sin descanso tras las sombras errantes que las aves dibujaban en el suelo; salvó los profundos valles; subió a un monte y otro monte; llegó, al fin, fatigada a la cumbre solitaria de las montañas andinas. Las pampas, lejanas e inmensas, se divisaban por un lado; y por el otro, una escala ciclópea, jaspeada de gris y esmeralda, la escala que forman los montes, iba por la onda azul del Coquivacoa.

 Las águilas blancas se levantaron perpendicularmente sobre aquella altura hasta perderse en el espacio. No se dibujaron más sus sombras sobre la tierra.

 Entonces Caribay pasó de un risco a otro risco por las escarpadas sierras, regando el suelo con sus lágrimas. Invocó a Zuhé, el astro rey, y el viento se llevó sus voces. Las águilas se habían perdido de vista, y el sol se hundía ya en el Ocaso.

Aterida de frío, volvió sus ojos al oriente, e invocó a Chía, la pálida luna; y al punto detúvose el viento para hacer silencio. Brillaron las estrellas, y un vago resplandor en forma de semicírculo se dibujó en el horizonte.

Caribay rompió el augusto silencio de los páramos con un grito de admiración. La luna había aparecido, y en torno de ella volaban las cinco águilas blancas refulgentes y fantásticas.

Y en tanto las águilas descendían majestuosamente, el genio de los bosques aromáticos, la india mitológica de los Andes moduló dulcemente sobre altura su selvático cantar.

Las misteriosas aves revoletearon por encima de las crestas desnudas de la cordillera, y se sentaron al fin, cada una sobre un risco, clavando sus garras en la viva roca; y se quedaron inmóviles, silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el norte, extendidas las gigantescas alas en actitud de remontarse nuevamente al firmamento azul.

Caribay quería adornar su coroza con aquel plumaje raro y espléndido, y corrió hacia ellas para arrancarles las codiciadas plumas, pero un frío glacial entumeció sus manos; las águilas estaban petrificadas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.

Caribay da un grito de espanto y huye despavorida. Las águilas blancas eran un misterio, pero un misterio pavoroso.

La luna se oscurece de pronto, golpea el huracán con siniestro ruido los desnudos peñascos, y las águilas blancas despiertan. Erizánse furiosas, y a medida que sacuden sus monstruosas alas el suelo se cubre de copos de nieve y la montaña toda se engalana con el plumaje blanco.

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Tulio Febres Cordero
Este es el origen fabuloso de las Sierras Nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas de la tradición indígena son los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas; y el silbido del viento en esos días de páramo, es el remedo del canto triste y monótono de Caribay, el mito hermoso de los Andes de Venezuela.

Tulio Febres Cordero


Esta leyenda indígena fue publicada por primera vez en el periódico merideño EL LÁPIZ el 10 de julio de 1895 y desde entonces es un clásico de la cultura venezolana. Existe una versión de esta leyenda de Ciclo Timote titulada CARIBAY, publicada por María Manuela de Cora en su libro Kuai-Mare. Mitos aborígenes de Venezuela (Monte Ávila Editores, Caracas, 1993). Es un poco más larga que la de don Tulio, pero en líneas generales es la misma historia, palabras más, palabras menos.

El escudo de la ciudad de Mérida está compuesto por un campo de oro en el centro con aspecto de vitral, en el mismo se ubica una Cruz de Santiago de gules. Rodeando al campo del centro se encuentra una bordadura de azur en la que se emplazan cinco águilas de plata. A su vez, se encuentran 16 cañones simétricamente repartidos en el área alrededor del bordado. Del Jefe hasta la punta (de arriba a bajo) se aprecian 7 bocas y una culata a cada lado del escudo. En la cresta remata una cinta de sínople con el lema en latín: "Non Potest cívitas abscondi supra montem posita" y tres plumas de esmalte gules, oro y azur respectivamente de los cuales caen lambrequines de los mismos colores del blasón.

Escudo de Armas de Santiago de los
Caballeros de Mérida
Las cinco águilas blancas de la tradición indígena son los picos más elevados de los Andes de Venezuela, siempre cubiertos de nieve, denominados: La Corona (Humboldt y Bonpland), La Concha, La Columna (Bolivar y Espejo), El León y El Toro. Lamentablemente, con el cambio climático, se han ido retirando lo glaciares y ya la Sierra Nevada no luce el mismo aspecto que tenía, digamos, hace 40 años, cuando la avisté por vez primera. Las águilas de Caribay siguen despertando y engalanando con sus plumas en páramo venezolano, pero quién sabe por cuanto tiempo permanecerán aposentadas en los picos nevados de la sierra.

Existe un monumento en la ciudad de Mérida, Venezuela, dedicado a las Cinco Águilas Blancas, ubicado en la redoma de la Vuelta de Lola, al final de la Av 1, Hoyada de Milla, en la vía que conduce al páramo. En el mismo se observan las cinco imponentes águilas blancas de la leyenda narrada por Tulio Febres Cordero.


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