sábado, 31 de diciembre de 2011

Esta noche se nos muere un año...


Andrés Eloy Blanco
1896-1955
Poeta y político venezolano

LAS UVAS DEL TIEMPO


Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas esta alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujeres ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.



Esta es la noche en que todos se ponen 
en los ojos la venda, 
para olvidar que hay alguien cerrando un libro, 
para no ver la periódica liquidación de cuentas, 
donde van las partidas al Haber de la Muerte, 
por lo que viene y por lo que se queda, 
porque no lo sufrimos se ha perdido 
y lo gozado ayer es una pérdida.


Aquí es de la tradición que en esta noche, 
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega, 
todos los hombres coman, al compás de las horas, 
las doce uvas de la Noche Vieja. 
Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!, 
como en los pueblos de mi tierra; 
en este gozo hay menos caridad; la alegría 
de cada cual va sola, y la tristeza 
del que está al margen del tumulto acusa 
lo inevitable de la casa ajena.


¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes, 
sin conocerse, con la buena nueva! 
Las manos que se buscan con la efusión unánime 
de ser hormigas de la misma cueva; 
y al hombre que está solo, bajo un árbol, 
le dicen cosas de honda fortaleza: 
«¡Venid compadre, que las horas pasan; 
pero aprendamos a pasar con ellas!» 
Y el cañonazo en la Planicie[i]
y el himno nacional desde la iglesia, 
y el amigo que viene a saludarnos: 
«feliz año, señores», y los criados que llegan 
a recibir en nuestros brazos 
el amor de la casa buena.


Y el beso familiar a medianoche: 
«La bendición, mi madre» 
«Que el Señor la proteja...» 
Y después, en el claro comedor, la familia 
congregada para la cena, 
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado, 
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa. 
¡Madre, cómo son ácidas 
las uvas de la ausencia!


¡Mi casona oriental[ii]! Aquella casa 
con claustros coloniales, portón y enredaderas, 
el molino de viento y los granados, 
los grandes libros de la biblioteca 
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes 
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—. 
Al lado, el gran corral, donde parece 
que hay dinero enterrado desde la Independencia; 
el corral con guayabos y almendros, 
el corral con peonías y cerezas 
y el gran parral que daba todo el año 
uvas más dulces que la miel de las abejas.


Bajo el parral hay un estanque; 
un baño en ese estanque sabe a Grecia; 
del verde artesonado, las uvas en racimos, 
tan bajas, que del agua se podría cogerlas, 
y mientras en los labios se desangra la uva, 
los pies hacen saltar el agua fresca.


Cuando llegaba la sazón tenía 
cada racimo un capuchón de tela, 
para salvarlo de la gula 
de las avispas negras, 
y tenían entonces 
una gracia invernal las uvas nuestras, 
arrebujadas en sus telas blancas, 
sordas a la canción de las abejas...


Y ahora, madre, que tan sólo tengo 
las doce uvas de la Noche Vieja, 
hoy que exprimo las uvas de los meses 
sobre el recuerdo de la viña seca, 
siento que toda la acidez del mundo 
se está metiendo en ella, 
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura 
las uvas de la ausencia.


Y ahora me pregunto: 
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo 
más que tu amor, que me llevaba 
a la dulce aninomia de tu puerta? 
¡Oh miserable vara que nos mides! 
¡El Renombre, la Gloria..., pobre cosa pequeña! 
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria, 
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!


Y esta es la lucha ante los hombres malos 
y ante las almas buenas; 
yo soy un hombre a solas en busca de un camino. 
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda 
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta 
por los campos frutales, pintada de hojas secas, 
siempre recién llovida, 
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea, 
hombres que dicen: «Buenos días, niño», 
y el queso que me guardas siempre para merienda? 
Esa es la Gloria, madre, para un hombre 
que se llamó fray Luis y era poeta.


¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede 
mi poesía andar como una reina! 
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas, 
de metros y de escuela? 
Tú eres mi madre, que me dices siempre 
que son hermosos todos mis poemas; 
para ti, soy grande; cuando dices mis versos, 
yo no sé si los dices o los rezas... 
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo 
toda una vida absurda, la promesa 
de vernos otra vez se va alargando, 
y el momento de irnos está cerca, 
y no pensamos que se pierde todo! 
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta 
y en la última uva libo la última gota 
del año que se aleja, 
pienso en que tienes todavía, madre, 
retazos de carbón en la cabeza, 
y ojos tan bellos que por mí regaron 
su clara pleamar en tus ojeras, 
y manos pulcras, y esbeltez de talle, 
donde hay la gracia de la espiga nueva; 
que eres hermosa, madre, todavía, 
y yo estoy loco por estar de vuelta, 
porque tú eres la Gloria de mis años 
y no quiero volver cuando estés vieja!...


Uvas del Tiempo que mi ser escancia 
en el recuerdo de la viña seca, 
¡cómo me pierdo, madre, en los caminos 
hacia la devoción de tu vereda! 
Y en esta algarabía de la ciudad borracha, 
donde va mi emoción sin compañera, 
mientras los hombres comen las uvas de los meses, 
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta. 
Mi labio está bebiendo de tu seno, 
que es el racimo de la parra buena, 
el buen racimo que exprimí en el día 
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.


Madre, esta noche se nos muere un año; 
todos estos señores tienen su madre cerca, 
y al lado mío mi tristeza muda 
tiene el dolor de una muchacha muerta... 
Y vino toda la acidez del mundo 
a destilar sus doce gotas trémulas, 
cuando cayeron sobre mi silencio 
las doce uvas de la Noche Vieja.


Año Nuevo en Caracas


FELIZ AÑO A TODOS, QUE EL 2012 ESTÉ LLENO DE COSAS BUENAS




[i] La Planicie: Antigua Academia Militar de Venezuela, luego Ministerio de la Defensa. Hoy es el Museo Histórico Militar. La costumbre dictaba un cañonazo desde la Planicie al marcas la medianoche del 31 de diciembre. En ese momento el carrillón de la Catedral de Caracas tocaba el Himno Nacional. Los ciudadanos se congregaban en la Plaza Bolívar para recibir el año. Originalmente se disparaba desde el Cuartel San Carlos, al norte de la ciudad.
[ii] Andrés Eloy Blanco era natural de Cumaná, estado Sucre, al oriente de Venezuela

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Mandarinas para el Año Nuevo

Mandarinas frescas y jugosas


Algunas tradiciones recomiendan el uso de la mandarina en los "rituales mágicos" del Año Nuevo. Supuestamente atraen la buena suerte y la prosperidad. ¡Pamplinas! La suerte se la hace uno y sólo el trabajo constante da prosperidad. Supercherías aparte, la mandarina tiene sus propiedades que vale la pena tener en cuenta a la hora de pensar en la salud.

De la página www.demayores.com cito (con algunas correcciones):

...Como todo cítrico contiene grandes cantidades de vitamina C que ayudan a luchar contra los agentes infecciosos y a fortalecer el sistema inmune. Sirve para hacer frente a la anemia y a prevenir enfermedades de tipo inflamatorio. Tiene efectos diuréticos por lo que facilita eliminar líquidos y, por tanto, tiene gran poder adelgazante. Contiene, así mismo, propiedades antioxidantes, por lo que su ingestión garantiza el retraso del envejecimiento celular y fomenta una mejor calidad de la piel. Protege al organismo humano frente a patalogías oncológicas y cardiovasculares. La mandarina tiene también alto contenido en potasio y bajo en sodio, lo que coadyuva a la mejora de la circulación sanguínea y la regulación de la presión arterial. ¿Se puede pedir más? Todos los mayores y los viejos deberían tener siempre la mandarina dentro de su dieta.

Si bien en Venezuela se cosecha durante todo el año, las mejores se consiguen entre diciembre y marzo-abril. Las como casi a diario, pero en temporada son más dulces y jugosas.

martes, 27 de diciembre de 2011

Zombies, una invasión de muertos vivientes

Zombies, los mejores relatos de muertos vivientes
Carátula
Ayer salí a comprar los regalos de Navidad que estaban pendientes. Regalar libros es una buena solución, pero cada vez la gente lee menos. Sin embargo, entré a una librería bien provista de un centro comercial y no pude resistir la tentación de comprar el regalo a mi tía Imelda, que tiene poco más de ochenta años, y dos para mí.  Uno de éstos es la antología que recopiló John Joseph Adams de relatos de muertos vivientes. Son casi 700 páginas de infestación de zombis caníbales.

Leemos en la contraportada:
De La legión de los hombres sin alma a El amanecer de los muertos, de Resident Evil a Guerra mundial Z, los zombies (sic) han invadido la cultura popular y se han convertido en las criaturas que mejor expresan los miedos y ansiedades del mundo moderno. Son los depredadores definitivos: regresan de la muerte y se alimentan de los vivos, sus numerosas hordas siempre están hambrientas, siempre impacientes por saciarse, como máquinas devoradoras sin mente ni rostro. Se ha calificado a los muertos vivientes de subordinados controlados mentalmente, se les ha descrito como los infectados que se arrastran, los muertos descompuestos, el lumpemproletariado definitivo, pero, en cualquier caso,no son más que un reflejo de nosotros mismos, simples mortales que viven asustados por la muerte en una sociedad a borde del colapso.
Esta antología reune la mejor literatura zombie de las tres últimas décadas a través de los autores más reconocidos de la fantasía, la ficción especulativa y el terror actuales, entre los que destacan Stephen King, Harlan Ellison, Robert Silverberg, George R. R. Martin, Dan Simmons, Poppy Z. Brite, Neil Gaiman, Joe Hill, Laurell Hamilton y Joe Lansdale. Zombies cubre el amplio espectro de la ficción de la temática zombie. Los muertos vivientes de esta antología van desde los Zombies de Romero hasta cuerpos reanimados, pasando por zombies vudú o tiernos niños que regresan de la muerte.
Debo confesar que dudé en comprarlo por varias razones. La primera es que en castellano el título debería ser ZOMBIS, plural de ZOMBI, palabra tomada directamente del Créole haitiano. Segundo, no soy fanático de este tipo de historias de terror que recuerdan a producciones cinematográficas de dudosa calidad. Los zombis de esta calaña no tienen la sensualidad de los vampiros y asumo que los autores tampoco tienen la calidad de sus colegas del siglo vampiresco. Hay un tercer aspecto: estos personajes son descendientes directos de las películas de George Romero; es decir, son unos muertos que reviven, canibalizan e infectan a sus congéneres al morderlos. Nada que ver con la zombificación que se practica en Haití, donde nadie teme a los zombis, sino ser convertidos en uno de ellos por artes maléficas de algún bocor. Sin embargo, compré el libro y anoche, antes de dormir, leí tres de las historias, demás está decir cuál fue el tema de alguno de los sueños.

Zonbi, por Wilson Bigaud

El verdadero zombi (Zonbi, en créole haitiano) no es un muerto resucitado, sino un muerto en vida. La leyenda dice que el hechicero zombifica a la persona, que "muere", es revivida y posteriormente llevada a trabajar como esclavo en alguna plantación. La víctima, al ser alimentada se le establece una dieta que no incluye la sal. Si un zombi prueba una comida salada regresará a su tumba, la abrirá con sus propias manos y morirá. La verdad es que el zombi, si prueba sal, no regresa a la tumba, sino a su lugar de origen.

El célebre antropólogo francés Alfred Méthreaux en su libro Le vodou haïtien, trata el tema. Él creía que no había tal, sino que los supuestos zombis recuperados no eran sino personas subnormales con cierto parecido físico a personas desaparecidas. Sin embargo existen numerosos casos documentados como el de Clairvius Narcisse, "muerto" en 1960 y que regresó con su familia 20 años después.

Un caso famoso que forma parte aún de los chismorreos entre la bourgeoisie local es el del párroco de la Iglesia del Sacré Coueur quien encontró a una niña bien robándose hostias para "alimentar a las culebras" (o hacer ouanga). Eso sucedió en plena campaña antisupersticiosa en los años 40 del siglo XX. El sacerdote amonestó públicamente a la aristócrata sacrílega. Poco después el cura enferma, "muere" y luego aparece cortando caña en una plantación en Leogane. Conocí a los nietos de la protagonista (Mme. Mallebranche) y a mucha gente que recordaba el episodio. ¡Qué feo!

El Código Penal haitiano, que es napoleónico en su forma y concepción jurídica, considera la zombificación como un asesinato y contempla la misma pena (cadena perpetua; hasta la época de Jean Claude Duvalier era pena de muerte). Recuerdo un caso de un muchacho que se recuperó y llegó a denunciar a su tío en los tribunales. Generalmente la zombificación se usa para resolver problemas sucesorales, límites de tierras o disputas entre vecinos. El éxito o no del proceso depende del bokó (bocor o hechicero) y de la calidad de la pócima utilizada. El proceso se efectúa en tres etapas: aplicación del "veneno"y fallecimiento civil de la víctima; entierro y levantamiento del "cadáver", y sometimiento a la esclavitud.  Interesante ¿no?

jueves, 22 de diciembre de 2011

Niquitao y su queso ahumado

Queso ahumado, adornado con una salsa artesanal de ají picante

Hace unos días estuvo de visita en Caracas un viejo amigo. Venía por pocas horas desde Boconó (un pueblo de grato clima y fértil suelo al que Simón Bolívar llamó el "Jardín de Venezuela")  para hacer unas diligencias en Caracas, pero llegó cargado de regalos con si fuera uno de los Reyes Magos. Llegó con un cargamento de delicias regionales: café de su propia cosecha, tostado y molido en casa; hongos frescos (champignon de Paris) grandes y deliciosos, y un queso ahumado elaborado artesanalmente en el pueblo de Niquitao.

Ese queso es una verdadera joya. Lo vemos en la foto acompañado de una salsa de crema y ají picante que compré en una feria navideña en Caracas. El picante combina muy bien con los productos trujillanos... Así me lo comí al desayuno. No duró mucho la rueda de queso ahumado porque estaba tan bueno, que no le dí reposo. Es un tipo de requesón prensado y ligeramente madurado al humo de leña, que le da un gusto muy especial. Cuando visite a mi compadre en Boconó, me acercaré hasta Niquitao para degustar las especialidades del pueblo.

Hay un poema a Simón Bolívar que se refiere a "ese sol de Niquitao que no cabe en el firmamento" y el himno del estado Trujillo dice: "Niquitao el valor en la historia", ambas frases realzan el significado de este pintoresco pueblo, en donde el 2 de julio de 1813 los patriotas, al mando de José Félix Ribas, Rafael Urdaneta y Vicente Campo Elías, derrotaron a las tropas del coronel realista Martí, que se oponían al avance del ejército libertador en la Campaña Admirable. La batalla se libró en el caserío de Tirindí de Niquitao, donde existe un monumento conmemorativo.

Teta de Niquitao (4.0006 msnm), a cuyos pies está ubicado el pueblo
Vista desde el estado Mérida
El pueblo se encuentra situado frente a la Teta de Niquitao, a una altura de 1.937 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura promedio entre 10 y 15°C, todo el año. Es una población tranquila que conserva todo el encanto de los Andes, con sus casonas antiguas y su gente laboriosa y amable. Fruto de la labor de su población es el queso ahumado, el vino de moras y de rosas, mantecadas, arepitas de trigo y la famosa mantequilla paramera.

Es un pequeño paraíso gastronómico para los amantes de los platos tradicionales. En los alrededores de la Plaza Bolívar se encuentran restaurantes típicos donde se sirven preparaciones lugareñas, tales como: la sopa de arvejas con berros y cambures (bananas), tungos de maíz (hallaquitas) y queso, hervido de gallina, dulce de higos y currunchete (miel de papelón, queso y leche) y pastelitos andinos. También se pueden degustar las bebidas típicas de la región: mistela, vino de mora, leche de burra, chicha de maíz, ponche crema y miche sanjonero (aguardiente artesanal de caña). Si se visita el pueblo también se deben probar las famosas mantecadas, que son unas tortas de maíz con huevo, cocidas en un horno de leña.

Creo que vale la pena llegarse hasta allá.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Un cuento de Navidad con mensaje

DE CÓMO PANCHITO MANDEFUÁ CENÓ CON EL NIÑO JESÚS

Por José Rafael Pocaterra (1890-1955)

José Rafael Pocaterra 1890-1955

A ti, que esta noche irás a sentarte a la mesa de los tuyos, rodeado de tus hijos, sanos y gordos, al lado de tu mujer que se siente feliz de tenerte en casa para la cena de Navidad; a ti, que tendrás a las doce de esta noche un puesto en el banquete familiar, y un pedazo de pastel y una hallaca y una copa de excelente vino y una taza de café y un hermoso “Hoyo de Monterrey”, regalo especial de tu excelente vicio; a ti, que eres relativamente feliz durante esta velada, bien instalado en el almacén y en la vida, te dedico este cuento de Navidad, este cuento feo e insignificante, de Panchito Mandefuá, granuja billetero, nacido de cualquiera con cualquiera en plena alcabala, chiquillo astroso a quien el Niño Dios invitó a cenar.

II

Como una flor de callejón, por gracia de Dios no fue palúdico, ni zambo, ni triste; abrióse a correr un buen día calle abajo, calle arriba, con una desvergüenza fuerte de nueve años, un fajo de billetes[i] aceitosos y paltó de casimir indefinible que le daba por las corvas y que era su magnífico macferland de profundos bolsillos profundos, con un bolsillito pequeño para los cigarrillos, que era su orgullo, y que le abrigaba en las noches del enero frío y en los días de lluvia hasta cerca de la madrugada, cuando los puestos de los tostaderos[ii] son como faros bienhechores en el mar de niebla, de frío y de hambre que rodea por todas partes en la soledad de las calles, al pobre hamponcillo caraqueño. Hasta cerca de media noche, después de hacer por la mañana la correría de San Jacinto y del Pasaje[iii] y el lance de doce a una en las puertas de los hoteles, frente a los teatros o por el boulevard del Capitolio[iv], gritaba chillón, desvergonzado, optimista:

-Aquí lo cargooo…El tres mil seiscientos setenta y cuatro, el que no falla nunca ni fallando, ¡archipetaquiremandefuá…!

El día bueno, de tres mil billetes y décimos, Panchito se daba una hartada de frutas; pero cuando sonaban las doce y sólo- después de soportar empellones, palabras soeces, agrios rechazos de hombres fornidos que toman ron- contaban en la mugre del bolsillo catorce o dieciséis centavos[v] por pedacitos vendidos, Panchito metíase a socialista, le ponía letra escandalosa a “La maquinita” y aprovechaba el ruido de una carreta o el estruendo de un auto para gritar obscenidades graciosísimas contra los transeúntes o el carruaje del General Matos o de cualquiera de esos potentados que invaden la calle con un automóvil enorme entre una alarido de cornetas y una hediondez de gasolina…; y terminaba desahogándose con un tremendo “Mandefuá” donde el muy granuja encerraba como en una fórmula anarquista todas sus protestas al ver, como él decía, las caraotas[vi] en aeroplano.

Quiso vender periódicos, pero no resultaba; los encargados le quitaron la venta: le ponía el “mandefuá” a las más graves noticias de la guerra, a las necrologías, a los pesares públicos:

-Mira hijito- le dijeron- mejor es que no saques el periódico, tú eres muy “Mandefuá”.

III

Tuvo, pues, Panchito su hermoso apellido Mandefuá, obra de él mismo, cosa esta última que desdichadamente no todos son capaces de obtener, y él llevaba aquel Mandefuá con tanto orgullo como Felipe, Duque de Orleans, usaba el apelativo de Igualdad en los días un poco turbios de la Convención, cuando el exceso de apellidos podía traer consecuencias desagradables.

Pero Panchito era menos ambicioso que el Duque y bastábale su “medio real podrido[vii]”- como gritaba desdeñosamente tirándoles a los demás de la blusa o pellizcándoles los fondillos en las gazaperas del Metropolitano[viii].

-Una grada para muchacho, bien ¡Mandefuá!

De sus placeres más refinados era el irse a la una del día, rasero con la estrecha sombra de las fachadas, y situarse perfectamente bajo la oreja de un transeúnte gordo, acompasado, pacífico; uno de esos directores de ministerio que llevan muchos paqueticos, un aguacate y que bajan a almorzar en el sopor bovino del aperitivo:

- El mil setecientos cuarenta y siete ¡mandefuá!
- Granuja ¡atrevido!


Y Panchito, escapando por la próxima bocacalle, impertérrito:

-Ese es premiado, ¡no se caliente mayoral!

El título de Mayoral lo empleaba ora en estilo epigramático, ora en estilo elevado, ora como honrosa designación para los doctores y generales del interior a quienes les metía su numeroso archipetaquiremandefuá.
 


Y con su vocablo favorito, que era panegírico, ironía, apelativo –todo a su tiempo-, una locha[ix] de frito y un centavo de cigarros de a puño comprado en los kioscos del mercado, Panchito iba a terminar la velada en el Metro con “Los misterios de Nueva York”, chillando como un condenado cuando la banda apresaba a Gamesson advirtiéndole a un descuidado personaje que por detrás le estaba apuntando un apache con una pistola o que el leal perro del comandante Patouche tenía el documento escondido en el collar. Indudablemente era una autoridad en materia de cinematógrafo y tenía orgullo de expresarlo entre sus compañeros, los otros granujas:

-Mira, vale, para que a mí me guste una película tiene que ser muy crema[x].

IV

Panchito iba una tarde calle arriba pregonando un número “premiado” como si lo estuviese viendo en la bolita[xi]… Detúvose en una rueda de chicos después de haber tirado de la pata a un oso de drildiávolos, un automóvil y un velocípedo de “ir parado”… Y, de paso rayó con el dedo y se lo chupó, un cristal de la India[xii] a través del cual se exhibían pirámides de bombones, pastelillos y unos higos abrillantados como unas estrellas.

En medio del corro malvado, vio una muchachita sucia que lloraba mientras contemplaba regada por la acera una bandeja de dulces; y como moscas, cinco o seis granujas, se habían lanzado a la provocación de los ponqués y de los fragmentos de quesillo[xiii] llenos de polvo. La niña lloraba desesperada, temiendo el castigo.
Panchito estaba de humor; cinco números enteros y seis décimos ¡ochenta y seis centavos[xiv]! La sola tarde después de haber comido y “chuchado[xv]”… Poderoso. Iría al Circo que daba un estreno, comería hallacas y podría fumarse hasta una cajetilla. Todavía le quedaban dos bolívares con que irse por ahí, del Maderero[xvi] abajo para él sabía qué… ¡Una noche buena crema!
Seguía llorando la chiquilla y seguían los granujas mojando en el suelo y chupándose los dedos…
Llegó un agente. Todos corrieron, menos ellos dos.
-¿Qué fue? ¿Qué pasó?
Y ella sollozando:
Que yo llevaba para la casa donde sirvo esta bandeja, que hay cena para esta noche y me tropecé y se me cayó y me van a echar látigo…
Todo esto rompiendo a sollozar.
Algunos transeúntes detenidos encogiéronse de hombros y continuaron.
-Sigan, pues- les ordenó el gendarme.
Panchito siguió detrás de loa llorosa.
-Oye, ¿cómo te llamas tú?
La niña se detuvo a su vez, secándose el llanto.
-¿Yo? Margarita
-¿Y ese dulce era de tu mamá?
-Yo no tengo mamá.
-¿Y papá?
-Tampoco
-¿Con quién vives tú?
-Vivía con una tía que me “concertó” en la casa en que estoy[xvii].
-¿Te pagan?
-¿Me pagan qué?
Panchito sonrío con ironía, con superioridad:
-Guá[xviii], tu trabajo: al que trabaja se le paga, ¿no lo sabías?
Margarita entonces protestó vivamente:
-Me dan la comida, la ropa y una de las niñas me enseña, pero es muy brava.
-¿Qué te enseña?
-A leer… Yo sé leer, ¿tú no sabes?
Y Panchito, embustero y grave:
-¡Puah! Como un clavo… Y sé vender billetes, y gano para ir al cine y comer frutas y fumar de a caja…
-Dicho y hecho, encendió un cigarrillo… Luego, sosegado:
-¿Y ahora qué dices allá?
-Diga lo que diga, me pegan…- repuso con tristeza, bajando la cabecita enmarañada.
-¿Y cuánto botaste?
-Seis y cuartillo[xix], aquí está lista- y le alargó un papelito sucio.
-¡Espérate, espérate!- le quitó la bandeja y echó a correr.
Un cuarto de hora después volvió:
-Mira, eso era lo que se te cayó, ¿nojerdá[xx]?
Feliz, sus ojillos brillaron y una sonrisa le iluminó la carita sucia.
-Sí… eso.
Fue a tomarla, pero él la detuvo:
- ¡No, yo tengo más fuerza, yo te la llevo!
-Es que es lejos- expuso tímida.
-¡No importa!
Por el camino él le contó, también que no tenía familia, que las mejores películas eran en las que trabajaba Gamesson y que podían comerse un gofio[xxi]
-Yo tengo plata, ¿sabes?- y sacudió el bolsillo de su chaquetón tintineante de centavos.
Y los dos granujas echaron a andar.
Los hociquillos llenos de borona, seguían charlando de todo. Apenas si se dieron cuenta que llegaban.
-Aquí es… dame.
Y le entregó la bandeja.
Quedarónse viendo ambos los ojos:
-¿Cómo te pago yo?- le preguntó con tristeza tímida.
Panchito se puso colorado y balbuceó:
-Si me das un beso.
-¡No, no! ¡Es malo!
-¿Por qué…?
-Guá, porque sí…
Pero no era Panchito Mandefuá a quien se convencía con razones como ésta; y la sujetó por los hombros y le pegó un par de besos llenos de gofio y de travesura.
-Grito…, que grito…
Estaba como una amapola y por poco tira otra vez la dichosa dulcera.
-Ya está, pues, ya está.
De repente se abrió el anteportón[xxii]. Un rostro de garduña, de solterona fea y vieja apareció:
¡Muy bonito el par de vagabunditos estos!- gritó.
El chico echó a correr. Le pareció escuchar a la vieja mientras metía dentro a la chica de un empellón.
-Pero, Dios mío, ¡qué criaturas tan corrompidas éstas desde que no tienen edad! ¡Qué horror!


V

¡Era un botarate! No le quedaban sino veintiséis centavos, día de Noche Buena… Quién lo mandaba a estar protegiendo a nadie…
Y sentía en su desconsuelo de chiquillo una especie de loca alegría interior… No olvidaba en medio de su desastre financiero, los dos ojos, mansos y tristes de Margarita. ¡Qué diablos! El día de gastar se gasta “archipetaquiremandefuá…
A las once salió del circo. Iba pensando en el menú: hallacas de “a medio”, un guarapo[xxiii], café con leche, tostadas de chicharrón y dos “pavos rellenos[xxiv]” de postre. ¡Su cena famosa! Cuando cruzaba hacia San Pablo, un cornetazo brusco, un soplo poderoso y Panchito Mandefuá apenas quedó, contra la acera de la calzada, entre los rieles del eléctrico, un harapo sangriento, un cuerpecito destrozado, cubierto con un paltó de hombre, arrollado, desgarrado, lleno de tierra y de sangre..
Se arremolinó la gente, los gendarmes abriéndose paso…
-¿Qué es? ¿Qué sucede allí?
-¡Nada hombre! Que un auto mató a un muchacho “DE LA CALLE”
-¿Quién…? ¿Cómo se llama…?
-¡No sé sabe! Un muchacho billetero, un granuja de esos que están bailándole a uno delante de los parafangos…- informó, indignado, el dueño del auto que guiaba un “trueno”.


VI

Y así fue a cenar en el Cielo, invitado por el Niño Jesús esa Noche Buena, Panchito Mandefuá….


Panchito Mandefuá, fotograma de la película de 1985


NOTA: Este es uno de los Cuentos Grotescos de J. R. Pocaterra, colección publicada en 1922 y ampliada en 1955, un clásico de la literatura venezolana del siglo XX.  Para beneficio de los lectores que no son caraqueños y aquellos caraqueños que desconocen su ciudad, me he permitido poner notas al pié para hacer más inteligible la lectura. Cualquier error en esas notas aclaratorias es exclusivamente mío, no de José Rafael Pocaterra.



[i] Billetes de lotería.
[ii] Tostaderos: vendedores de arepas rellenas fritas o tostadas. Sus ventorrillos permanecían abiertos hasta altas horas de la noche.
[iii] San Jacinto y el Pasaje. Se refiere la la zona del mercado municipal que funcionó en la zona de la Plaza del Venezolano, cerca de la casa natal de Simón Bolívar. El Pasaje es el Pasaje Linares, que está siendo objeto de restauración.
[iv] Boulevard Capitolio es la calle que pasa el norte del edificio del Capitolio Federal, entre las esquinas de Monjas y Padre Sierra.
[v] Para la época un bolívar eran 20 centavos de 5 céntimos cada uno. Se les conocía como puya (plural puyas)
[vi] Caraotas, alimento básico del venezolano. Son los frijoles negros guisados. Ver caraotas en aeroplano o volando era una expresión que denotaba hambre.
[vii] Medio real equivale a 25 céntimos de bolívar. Para el momento era una pequeña moneda de plata. Dos medios eran un real, 20 medios eran un fuerte o cachete (Bs. 5,00)
[viii] Se refiere al Circo Metropolitano, frente a la Plaza Miranda de El Silencio. Fue demolido y en su lugar se construyó en 1952 un lujoso cine-teatro; el Teatro Metropolitano.
[ix] Locha era una moneda de níquel de un valor de 12 céntimos y ½. 2 lochas equivalía a un medio, 4 a un real y 8 a 1 bolívar.
[x] Crema en el sentido de Crema y Nata. Algo de muy buena calidad. Expresión caraqueña desaparecida en los años 50 del siglo XX.
[xi] La bolita del sorteo de la Lotería de Caracas.
[xii] La India, famosa chocolatería caraqueña. Además de fabricar chocolate en barras, tenía su propio salón para recibir a “la distinguida clientela”. Era un lugar elegante en el centro de Caracas.
[xiii] Ponqué es un bizcochuelo ligero, su nombre es un anglicismo proveniente de pound cake. Quesillo es el nombre venezolano para el flan.
[xiv] 86 centavos, equivalían a Bs. 4,30; una fortuna para Panchito.
[xv] Chuchado, de chuchar o comer chucherías.
[xvi] Maderero: una esquina de la parroquia San Juan. En la zona hubo una especie de teatro popular.
[xvii]  Concertar quería decir “entregar” a un niño a una casa de familia en el supuesto que recibiría ropa, comida, educación y “un oficio”. Era una forma de explotación infantil. Afortunado el niño que caía en casa de familia con buena posición y sensibilidad social. Si un niño era entregado a gente sin decencia, o recién vestidos, recibiría el trato de Margarita. Mientras más baja era la clase social de la familia que recibía, peor el trato al “recogido”.
[xviii]  Guá, expresión caraqueña que expresaba muchas cosas. Hoy casi totalmente desaparecida.
[xix] Seis y cuartillo son seis reales (Bs. 3,00) y cuartillo de un real (una locha o 12, 5 céntimos).
[xx] ¿No es verdad?
[xxi] Gofio: golosina criolla
[xxii] Denota que la casa donde vivía Margarita era de construcción antigua o al menos tradicional. El anteportón era la puerta que abría al zaguán, que se mantenía abierta; al final de éste estaba el portón que permanecía cerrado, pero se podía ver el interior de la casa, al menos el patio, a través de la celosía.
[xxiii] Guarapo: el jugo de la caña de azúcar, recién exprimido en un trapiche ambulante, o el guarapo de papelón que se hace con panela o pan de azúcar sin refinar, agua y jugo de limón.
[xxiv] Pavos rellenos, dulce criollo hoy desaparecido. Consistía en una masa de trigo, rellena de dulce de guayaba, piña o coco, y luego horneada.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Como para diabéticos... dulces navideños

Torta negra o de frutas

Los venezolanos amamos el dulce. Lo amamos tanto que hasta en los guisos ponemos "un punto de dulce", en particular en la zona central del país. Parece no importarnos la propensión genética a la diabetes, que tenemos por nuestros ancestros aborígenes. La afición por lo dulce llega al nivel que podría calificarse de "edulcolatría", sin llegar al fanatismo de otros que consumen el azúcar por cucharadas sin preparación alguna. Nos gustan los panes dulces, los dulcitos a media mañana, algo dulce para completar el almuerzo, un antojo de una conservita a media tarde, o tal vez un dulcito antes de dormir. Los venezolanos tenemos un amplio repertorio de preparaciones de este tipo sea para un antojo o para un postre.

El Niño de Belén, talla veneciana del siglo XVII,
Iglesia de San Francisco, Caracas.
Cuando se acerca el fin de año, el apetito venezolano por lo dulce despierta con abandono o frenesí, según el caso. Niños y adultos, jóvenes y viejos esperan la venida del Niño Jesús con ganas de hacer honor a la caña de azúcar y sus productos. Los dulces y postres que adornan nuestras mesas navideñas tienen diversos orígenes, ingredientes y formas de preparación. Comencemos por hacer un breve inventario de las preparaciones más antiguas, con obvia influencia española: los dulces en almíbar.

El más común e infaltable es el Dulce de lechosa (Carica papaya). Se hace con lechosa o papaya verde, a la que se le elimina la piel y las semillas, se corta en tiras de unos 3 o 4 cm de largo. Se lees extrae la papaína y luego se cocina en un almíbar aromatizado con clavos de especia. Puede hacerse con azúcar blanco, moreno o papelón (panela, pan de azúcar o piloncillo). Hay varias maneras de extraer la papaína, una de ellas se explica en:
http://www.directoalpaladar.com/postres/dulce-de-lechosa

Más elegante es el Dulce de cabello de ángel (Curcubita ficifolia, zapallo, cayote) Es un tanto insípido por lo que generalmente se aromatiza y da gusto al combinarlo con piña, o la piel de limón francés. Encontrarán una receta auténtica por aquí.

El tercero de los dulces más populares es quizá el más antiguo y es frecuente en toda América Latina; debió llegar temprano en el período colonial.  Me refiero al Dulce de higos (Ficus carica, o brevas). Se usan los frutos inmaduros a los que se les extrae el látex y se preparan en un almíbar aromatizado con canela o clavos de especia. Uno de mis favoritos. Una buena receta se consigue en:
 http://recetasdemartha.blogspot.com/2007/09/dulce-de-higos.html

Estas preparaciones son muy dulces, más bien empalagosas, por lo que se sirven en pequeñas cantidades, tal vez acompañándolas de una natilla o manjar blanco, que son postres más insípidos; el contraste es agradable e interesante.

Con el curso del tiempo se fue ampliando el repertorio con tortas de clara influencia foránea. El primer lugar lo ocupa la Torta Negra o Torta de frutas (de frutas secas, confitadas, nueces, avellanas y almendras en larga maceración) Esta torta, evidentemente, es de origen británico.  Otra muy popular en la temporada es la Torta de Piña, que no es otro que el Upside down cake de los estadounidenses, ingresó a las mesas venezolanas a partir de los años 40 o 50 del siglo XX. 

Torta de dátiles
Hay otra torta, mi favorita: Torta de dátiles y nueces. Esa la hacían mis tías como un secreto bien guardado. Me correspondía a mi pelar y cortar nueces y despepitar los dátiles. Lo primero que hacían era majar con un tenedor los dátiles.  Luego se cortaban las nueces y se enharinaban, reservando algunas mitades para decorar la torta. Seguidamente procedían a calentar leche, azúcar moreno y mantequilla hasta que ésta se derritiera. La dejaban reposar y luego batían en esa mezcla el puré de dátiles hasta que se emulsionara bien. Le agregaban ralladura de piel de naranja y procedían a mezclar la harina, bicarbonato, polvo de hornear y un punto de sal, con movimiento envolvente y después las nueces enharinadas antes de verterlo en un molde previamente enmantequillado y enharinado. Lo adornaban, por último con las mitades de nueces reservadas y cerezas confitadas y lo llevaban al horno hasta que al introducirle el probador, éste salía limpio. Lo dejaban reposar unos minutos antes de desmoldarlo. El resultado es una torta densa, dulce y aromática. Para la receta de la Torta de dátiles, ingresar por aquí.

 Por influencia de las inmigraciones europeas, luego de la II Guerra Mundial, la mesa se ha visto enriquecida con preparaciones portuguesas, españolas, italianas y centroeuropeas; así, aparecen juntos el dulce de lechosa con un bolo preto, un strudel, o un panettone.

Nota del 15-11-2012: Para leer dos recetas de Torta negra o de frutas ingresar por aquí.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Mi plato navideño

Plato navideño de restaurant: hallaca, pernil, ensalada de gallina y pan de jamón

Mi plato navideño ideal sería: una hallaca de cerdo y gallina, una rueda de pan de jamón, una lonja de pernil horneado con frutas secas y una ración de ensalada de gallina. De postre una cuña pequeña de torta negra (versión venezolana de torta de origen británico) y dulce de cabello de ángel. Al final un café. Nada de andar comiendo todo el día como si el mundo se fuera a acabar. ¿Vinos? Un bien tinto, por ejemplo un Chianti. Mejor prevenir que lamentar; no hay necesidad abusar y luego arrepentirse.

Ensalada de gallina
En mis artículos de esta semana me he referido a los platos tradicionales. Falta la famosa ensalada de gallina, que ahora muchos preparan con pollo (¡Horror, esos pollos de batería saben a trapo hervido!). Esta ensalada es una ensaladilla rusa, muy española en su gusto, a la que se le adicionan trozos de carne hervida de gallina. El aderezo es por supuesto mayonesa con un toque de mostaza. Así de simple. Lo más probable es que sus orígenes se remonten al período colonial o a la sumo al siglo XIX. Con el tiempo se le agregaron otros ingredientes: manzana, guisantes y espárragos enlatados, unas gotas de salsa Worcestershire en el aderezo clásico. Los guisantes o petit pois y los espárragos son un agregado postpetrolero. Antes del surgimiento de la industria petrolera en Venezuela y la inclusión de los enlatados en la dieta diaria, las ensaladas se adornaban con granos de granada.


Bien preparada, esta ensalada es muy sabrosa, por lo que les dejo la receta de Armando Scannone, que tiene un sabor muy caraqueño:

http://www.elplacerdecomer.com/webs/website7/EnsaGallW31.htm

O esta otra que es menos dulce:

http://recetasdemartha.blogspot.com/2007/09/ensalada-de-gallina-pollo.html


En uno de los recetarios que compré hace años, Bistro Cooking  (Workman Publishing, New York, 1989), de Patricia Wells, la autora narra una anécdota que se atribuye a San Ignacio de Loyola, asceta fundador de la Compañía de Jesús, según la cual el padre de todos los jesuitas había dicho:

"La Gourmandise (Gula) es un pecado capital. Por tanto, hermanos, cuidémonos de ser gourmands. Seamos Gourmets."
¿Será cierto? No creo que Íñigo de Loyola (Iñaki, dirían los nacionalistas vascos) haya usado esos términos en pleno siglo XVI. Parece más bien una interpretación del siglo XX a un llamado del padre a la Templanza como virtud.

La cita viene al caso porque hoy hablamos del plato navideño venezolano y hay que tomar en cuenta lo que nos dice un médico sobre los males que causa una ingesta desmedida de platos tradicionales. Lo sé por experiencia; recuerdo como si fuera ayer las cenas de Navidad y Año Nuevo de los años 60 y 70 (de madrugada) y la sensación combinada de resaca, indigestión y malestar general, que impedía disfrutar a plenitud del período festivo. Puede ser un ejercicio suicida de gula (feo pecado capital que indica una conducta desordenada en el comer y el beber). Tal vez sea que con los años me he puesto más exigente y prefiero ser gourmet a ser gourmand; o tal vez sea porque estudié con los jesuitas desde primaria hasta la universidad.

Veamos lo que nos dice el médico si no queremos escuchar a San Ignacio:
El médico Mohamad Al Risai, explica que la ingesta copiosa de comida o alimentos ricos en grasas y muy condimentados, discutir o hablar mucho mientras se está comiendo, comer muy rápido, o consumir alcohol en exceso, pueden ocasionar indigestión.
Por lo general los platos típicos navideños aunado a la temporada de celebración suelen ser ideales para producir este tipo de malestar, que aunque no suele ser un problema de salud serio, puede arruinarle las fiestas.
Sin embargo, este médico explica que hacer las cosas antes mencionadas desmedidamente, pueden degenerar en patologías más serias.
Por ejemplo, hace poco vino un señor con dolores fuertes. Resulta que el 24 de diciembre había comido mucho, pero esperó 4 días para venir al hospital, y le diagnosticamos una pancreatitis”, cuenta este médico.
Al Risai recomienda que “una vez que metieron la pata”, es decir, que tuvieron una celebración con muchos excesos, dependiendo de los síntomas pueden tomar antiácidos, antiflatulentos, protectores gástricos, sin embargo recomienda no automedicarse, así que si el problema es severo deben acudir a algún centro asistencial de salud.
 Recordemos en consejo de Íñigo de Loyola
NO SEAMOS GLOTONES, SEAMOS GOURMETS