Es curioso ver cómo los humanos se ven a sí mismos y cómo nos perciben nuestros vecinos y relacionados. Un caso que siempre me ha llamado la atención es el de los aguerridos caribes, tan vilipendiados en el pasado por "caníbales y sodomitas", y alabados por otros en nombre de "resistencia a la ocupación europea" en los siglos XVI y XVII. Ambas son leyendas (Negra o Dorada, según el caso, como la que acompaña a los españoles de la conquista o a los héroes de la independencia). Esas leyendas no pasan de ser un cuento que sirve de justificación política para algo. Prefiero leer y compartir la mitología indígena, que tiene su encanto.
Hace muchos años compré el libro West Indian Folk-tales (Oxford University Press, Londres, 1983), que es una colección de cuentos caribeños, algunos de origen indígena, otros africanos, recontados por Philip Sherlock. Uno de los cuentos que más me gustan de la colección es el relativo al origen de los caribes, que difiere de cómo lo cuentan, por ejemplo, los sálivas. El cuento se llama The Coomacka-Tree, que no es otro que nuestra ceiba (Ceiba pentandra). No debe causarnos extrañeza de que el mito sea etnocéntrico, pero la condición humana es así. Procedo con la traducción:
EL ARBOL KUMAKA
En la brillante procesión de los mundos que movían alrededor de ellos, los caribes vieron uno que nunca brillaba con luz, sino que se mantenía velado con una niebla gris y espesa, que con el paso de las estaciones se ponía más gris y opaca. Si a veces el velo de niebla se levantaba por un breve período, se revelaban picos desolados surgiendo de la oscuridad retinta.
El caribe más viejo señalaba a la rotante y oscura Tierra y decía a su nieto más joven: Es una tierra opaca. Necesita que la limpien.
Una muchachita caribe, peinando sus largos y negros cabellos, apuntó a la Tierra y dijo: Parece que se pone más opaca y más opaca. Lo que necesita esa tierra es ser pulida.
Así, los caribes descendieron a la Tierra en sus carros de nubes. A medida que se acercaban, ellos se maravillaban de los desolados picos y del espesor de la niebla que, como una alfombra gris, descansaba sobre las llanuras y los pastizales. Tenemos mucho trabajo que hacer -dijo el caribe más anciano- Esta bruma se ha ido poniendo más espesa y más oscura año tras año.
Como había mucho que hacer, los caribes se dividieron el trabajo. Los más jóvenes frotaron para la bruma gris que cubría las llanuras hasta que el verde brilló con la luz y las corrientes resplandecían radiantes. Las mujeres restregaron la opacidad que velaba los valles y las colinas, borrando la oscuridad de las flores y las hojas hasta que éstas bailaban con la luz. Los hombres sacaron lustre a las tierras más altas y las sierras, puliéndolas hasta que los picos más altos brillaban con los fuegos del amanecer. Así, los primeras personas, los caribes, dieron a la Tierra los tres esplendores que ellos conocían; la luz del sol, de la luna y de las estrellas, llenando la Tierra con brillo refulgente.
Kabo Tano, nos escuchará - dijo el más anciano de los caribes - Implórenle a él.
Por un día y una noche los caribes llamaron a Kabo Tano, subiendo y bajando sus voces a través de la selva como el murmullo de un río distante. Entonces todo fue silencio. Ninguna palabra vino en respuesta. Kabo Tano no les dio señal alguna, ni la voz lejana del trueno, ni siquiera el susurro de las hojas de la selva cercana. Estaban solos.
A través de las extensas sabanas y las húmedas selvas, los caribes vagaron en búsqueda de comida porque se estaban muriendo de hambre. En su apuro, ellos hicieron torticas de roja arcilla y las horneaban sobre carbones, pero Kabo Tano no estaba allí para convertir la arcilla en pan.
Entonces, de repente, un caribe joven, con mejor vista que sus compañeros, apuntó a un árbol muy alto; y la esperanza resurgió en ellos, porque las ramas del árbol estaban cargadas con frutas rojas, las cuales comían bandadas de pájaros. Los caribes corrieron hacia el árbol, probaron las frutas y las encontraron buenas. Por un tiempo las frutas satisficieron su hambre, pero el jugo rojo no los proveía alimento para sus cuerpos desgastados. Los niños se debilitaban, las mujeres caían cuando cruzaban la sabana y los hombres jóvenes caminaban arrastrando los pies.
¡Oh, nunca hemos debido dejar nuestro hogar en la Luna! Decían los caribes en su desgracia.
Kabo Tano los escuchó. Viendo su debilidad y su miseria, el creó, para su confort, un árbol poderoso como nunca antes había sido visto; cada rama era tan grande como un ábol de la selva, cada una muy cargada con frutas: ésta con naranjas de rico oro; aquella con bananas madurando en amarillo verdoso, aquí nísperos listos para comer; allá mangos -con cualquier variedad de frutas creciendo y madurando en cada rama; y bajo la sombra de árbol crecía todo tipo de plantas que dan alimento: yuca, papas, ñame, maíz, etcétera.
Mapuri, el báquiro, fue el primero en encontrar el árbol que estaba escondido en la profundidad de la selva. Metiendo su hirsuta nariz a través del monte y sacando raíces, llegó hasta frutas que habían caido de las ramas del árbol y encontró las gordas raices de yuca y de papas escondidas bajo tierra. Pronto Mapuri, que había tan flaco como una estaca, se puso gordo y fuerte. Los caribes vieron el cambio del báquiro y se preguntaban cómo Mapuri había engordado, mientras ellos parecían sombras. trataron de seguir a Mapuri, pero él los escuchó y se escondió en la hierba alta.
Entonces el caribe más anciano dijo: Necesitamos ayuda. Quizá uno de los animales nos ayudará a perseguir a Mapuri.
Entonces los caribes buscaron al pájaro carpintero y le contaron cómo el hambriento báquiro estaba ahora gordo y hermoso. Si Carpintero pudiera averiguar dónde consiguió Mapuri su comida, él tendría su parte y los caribes la suya.
La mañana siguiente, Carpintero salió; un pájaro de buen corazón, pero estúpido. Voló sobre los árboles, observando a Mapuri meterse a través del monte tupido, dejando la marca de su paso; pero de vez en cuando el pájaro se subía a álgún árbol viejo y martillaba el tronco. Mapuri escuchó el repiqueteo. Notó que a medida de que se adentraba en la selva, el repiqueteo le seguía. Cuando se detenía, el martilleo cesaba. Llegó a la conclusión que Carpintero le seguía, así que se escondió hasta el anochecer, cuando el pájaro debía regresar a su nido.
Sin ser visto, Rata siguió a Mapuri, quien se movía cuidadosamente, atento al repiqueteo de Carpintero, sin saber que tenía compañía. Confiado por el hecho de que no escuchaba el martilleo del pájaro, Mapuri se movía rápido hacia el árbol y así Rata descubrió el secreto del báquiro. ¡Qué buena era la fruta, cuán satisfactoria la comida y qué sabrosa. Los mangos que se balanceaban en las ramas eran ricos, amarillos y jugosos; los ñames en el suelo tenían un sabor delicado; los plátanos y los cambures dulces y satisfactorios. El tesoro de la comida era demasiado bueno para compartirlo con los hambrientos caribes! - pensó Rata. Además, eran tantos y estaban tan hambrientos que la comida, aunque abundante, no alcanzaría para todos. Así, al llegar la tarde, regresó a quienes lo habían enviado, aduciendo que Mapuri lo había eludido.
Ciertamente, Rata no se veía más gordo que cuando saliuó y los caribes aceptaron su palabra, acordando que trataría de nuevo al día siguiente. Por una semana Rata salía cada mañana y regresaba por las tardes con su historia de fracasos - de que Mapuri se había salido con la suya, cruzando a nada un caño, o que parecía sospechar repentinamente de ser seguido y se mantenía quieto todo el día. Pero los caribes notaron que Rata estaba ganando peso. Ya sus costillas no siobresalían. Se le notaba más pesado y más lento. Por fin, una noche, un caribe que tenía mejor vista que los demás, vió restos de comida pegados en los bigotes de Rata. Le señaló su hallazgo a los demás y Rata, a pesar de toda su astucia, tuvo que decir la verdad. Uno lo retuvo firmemente, mientras Rata los conducía hasta el árbol. A la vista de las ramas cargadas de frutas y los florecientes cultivos que crecían a su sombra, la tribu cantó sus alabanzas a Kabo Tano. Las palabras rebotaron por toda la selva: Alabado sea Kabo Tano, el Antiguo, quien nos da este árbol precioso.
En ese momento, para su sorpresa, les llegó una voz procedente de lejos: corten el árbol.
Maravillados, los hombres se pusieron a derribar el árbol con sus hachas de piedra. Por diez meses trabajaron. Al final del décimo mes, el Árbol Kumaka, balanceándose cayó con un ruido de trueno. Cada hombre tomó cortes de las ramas, tronco y raíces; y hasta el día de hoy cada caribe tiene comida cerca de su casa.
Cerro Autana, estado Bolívar Con un poco de fantasía, podría ser el tocón del Árbol Kumaka |
Eso de que "cada caribe tiene comida cerca de su casa", me recuerda a esa expresión venezolana que nos indica que cada quien nace con la arepa bajo el brazo.
Para leer la segunda parte, ingresar por aquí.
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