Pierre-Ambroise-Francois Choderlos de Laclos 1741- 1803 Autor |
No sé qué pasa, pero desde que llegó julio he visto a los libertinos revolucionarios franceses de mi biblioteca manifestarse y querer surgir de sus anaqueles, cubiertos de polvo como sus bicentenarias tumbas. Hace unos días concluí de leer Los bohemios, del Marqués de Pelleport, que es una nueva adquisición. Hoy le toca el turno a Las relaciones peligrosas (Liaisons dangereuses), novela en género epistolar de Choderlos de Laclos. Eso sucede cuando uno se pone a organizar la biblioteca y a actualizar el índice.
Esta fue una de las primeras obras literarias para adultos que adquirí cuando comencé a trabajar. No estaba preparado intelectualmente para leerla y hasta me aburrió. Sin embargo, aún conservo el ejemplar. Si mi memoria no me falla lo compré en la tienda de la Imprenta Universitaria de la Universidad Central de Venezuela (la casa que vence las sombras).
Se trata de una buena traducción al castellano realizada en 1962 por el Departamento de Idiomas Modernos de la Facultad de Humanidades y Educación. No le falta mérito a esta traducción; que estaba destinada a "1° Facilitar a los alumnos de Literatura Francesa una versión española de una obra que figuraba en el programa; y 2° ejercitar a los alumnos de la especialización de francés en el arduo trabajo que constituye la traducción rigurosa y literaria cuidada de una obra de más de cuatrocientas páginas." La obra está precedida de un acucioso estudio por el Dr. Jean Catrysse, a la sazón Jefe del Departamento de Lenguas Modernas, quien también coordinó la traducción. Tiene calidad académica, pues.
La versión de la UCV vino también a llenar un vacío en nuestro idioma; hasta 1954 se había traducido al castellano sólo 6 veces, la última en 1929, sin nombre del traductor y con errores y omisiones (estaba agotada). En los días en que la traducción caraqueña estaba casi terminada, llega desde México una nueva (Herrero Hnos. 1960), que si bien era más cuidada que la de 1929, presentaba ciertos defectos, entre los cuales estaba el uso de vos respetuoso (como traducción literal del vous francés), o la "mejoría" del estilo de escribir de Cecilia de Volanges, con lo que perdía su ingenuidad.
Este cuadro de Jean-Honoré Fragonard siempre me ha recordado la obra de Choderlos de Laclos |
En 1782 fue un best seller en París, la gente lo leía en privado y lo comentaba en público. Era una obra escandalosa en la que la gente bien, con la conciencia cargada, se sentía reflejada. ¡Vaya morbosidad! Hasta la reina María Antonieta tenía en su biblioteca un ejemplar con las tapas cubiertas... Luego vino el romanticismo gazmoño y pequeño burgués que lo hizo desaparecer hasta que surgieron los poetas malditos y luego las ediciones en masa del siglo XX hasta la actualidad. Ya no nos ruboriza.
Ahora viene la pregunta ¿Cómo leerlo?
Ahora viene la pregunta ¿Cómo leerlo?
Pues bien, creo que, como no es una narración convencional, la lectura de carta tras carta puede ser árida, sobre todo si no se conoce bien el fondo del problema. En primer lugar hay que buscar una buena edición que no sea de bolsillo, para así poder sentarse en un escritorio a leerlo (en privado, por supuesto), que esa edición tenga una buena introducción y, por último, leer las cartas a solas, como si el joven Danceny o tal vez un mensajero las hubiera dejado en casa... una entrega por partes... cartas para leer con detenimiento; eso son. Así lo disfrutaremos mejor; como un chisme escandaloso.
Como abreboca, transcribo algunos fragmentos de la larga Carta LXXXI (de la Marquesa de Mertreuil al Vizconde de Valmont), en la que explica cómo logró su formación libertina. Fue un proceso que le tomó tiempo, pero le dio resultados:La Marquesa de Mertreuil (Glenn Close) Fotograma de la película |
...si, en medio de esas revoluciones frecuentes, mi reputación, sin embargo, se ha mantenido pura, ¿no debió usted sacar la conclusión de que, nacida para vengar a mi sexo y dominar al suyo, supe crearme unos medios desconocidos hasta mí?
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Digo mis principios y lo digo a propósito; porque no son como los de las demás mujeres, dados al azar, recibidos sin examen y seguidos por costumbre: son el fruto de mis profundas reflexiones; yo los he creado y puedo decir que soy mi propia obra.
Habiendo hecho mi entrada en la sociedad en la época en que, soltera aún, estaba dedicada, por esa misma condición, al silencio y a la inacción, supe aprovecharlos para observar y reflexionar. Mientras me consideraban atolondrada o distraida, escuchando poco en verdad las conversaciones que se esforzaban en tener conmigo, recogía con esmero las que trataban de ocultarme.
Esa útil curiosidad, a la vez que servía para instruirme, me enseñó, además, a disimular; obligada a menudo a esconder los objetos de mi atención de los ojos que me rodeaban, traté de guiar los míos a mi gusto; logré desde entonces esa mirada voluntariamente distraída que usted ha alabado tantas veces. Alentada por ese primer éxito, traté de regular del mismo modo los distintos movimientos de mi rostro.Si sentía algún disgusto, me ejercitaba para dar una impresión de serenidad y hasta de alegría; llevé el celo hasta causarme dolores voluntarios para buscar mientras tanto la expresión de placer. Me ejercité con el mismo cuidado y mayor esfuerzo para reprimir los síntomas de una alegría inesperada. Así es como he sabido imponer a mi fisonomía ese dominio ante el cual lo he visto, a veces, tan asombrado.
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No había cumplido aún quince años y ya poseía los talentos a los que la mayoría de los políticos deben su reputación y sólo me encontraba en los primeros elementos de la ciencia que quería adquirir.
Se puede imaginar que, como todas la jóvenes, yo trataba de adivinar el amor y sus placeres; pero, por no haber estado nunca en un convento, ni tener una buena amiga, y vigilada como lo estaba por una madre atenta, no tenía sino ideas vagas y que no podía fijar (...) Me di cuenta que el único hombre con quien podía hablar sobre ese tema sin comprometerme era mi confesor. En seguida me decidí; vencí mi pequeña vergüenza y, vanagloriándome de una falta que no había cometido, me acusé de haber hecho todo lo que hacen las mujeres. Tal fue mi expresión; pero al hablar así, no sabía, en verdad, qué idea expresaba. Mi esperanza no fue ni del todo defraudada, ni completamente satisfecha; el temor de traicionarme me impedía aclararme, pero el buen padre me pintó el mal tan grande, que saqué en conclusión que el placer debía ser extremo; y al deseo de conocerlo sucedió el de saborearlo.
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Mi madre contaba con que entraría al convento o regresaría a vivir con ella (Se refiere a su viudez; durante su matrimonio con el señor marqués, aprovechó para dar un campo más amplio a sus experiencias y cerciorarse "de que el amor, que nos alaban como la causa de nuestros placeres, es, cuando más, su pretexto"). Rechacé una y otra proposición y lo único que concedí a la decencia fue regresar al campo, donde me quedaba aún algunas observaciones por hacer.
Una vez concluido el luto, nuestra marquesa regresa a sociedad. Ya comenzaba a aburrirse de sus placeres rústicos,Las reforcé con ayuda de la lectura; pero no crea que fuera toda de la clase que usted supone. Estudié nuestras costumbres en las novelas; nuestras opiniones en los filósofos; hasta busqué en los moralistas más severos lo que nos exigían, y me aseguré así de lo que se podía hacer, lo que se debía pensar y lo que había que aparentar. Una vez enterada sobre estos tres puntos, sólo el último presentaba algunas dificultades en su ejecución; esperé vencerlas y medité los medios para conseguirlo.
La Marquesa y el Vizconde
Fotograma de la película...demasiado poco variados para mi activa cabeza; sentía una necesidad de coquetería que me reconcilió con el amor; no para sentirlo, sino para inspirarlo y fingirlo.
A partir de allí todo lo que hizo fue aplicar lo aprendido con un gran despliegue de talento teatral y de una gran habilidad para pasar por lo que no era. Se mostraba con una matrona honorable, si bien joven, rodeada de un grupo de señoras respetables que estaban dispuestas a salir en su defensa ante cualquier comentario ligero:
Usted sabe lo rápido que me decido: es por haber observado que son casi siempre los cuidados anteriores los que revelan el secreto de las mujeres. Por más que se haga, el tono no es nunca igual, antes que después del éxito. Esta diferencia no escapa al observador atento y me ha parecido menos peligroso equivocarme en la selección que dejar que me descubran. Saco de ahí otra ventaja, la de suprimir la verosimilitud que es lo único por lo cual se nos puede juzgar.
Estas precauciones y la de no escribir jamás, no entregar prueba escrita de mi derrota, podían parecer excesivas y nunca me han parecido suficientes. Habiéndome adentrado en mi propio corazón, en él he estudiado el de los demás. He visto que no hay nadie que no conserve en él algún secreto que le interesa que no sea descubierto; verdad esta que la antigüedad parece hacer conocido mejor que nosotros....
No se crea que la obra termina con el triunfo del bien sobre el mal, o que Valmont y Mertreuil recibieron su justo castigo (él murió en un duelo con Danceny, y ella tuvo que huir de París, rechazada por todos, y vio su belleza destruida por la viruela). Al contrario, en la lucha de estos dos libertinos por destruirse el uno al otro; causaron mucho daño a quienes rodeaban. La Mertreuil no sólo se equivocó, sino que fue descubierta y dejó prueba escrita de sus fechorías.
Buen libro para leer con calma, como ya dije, y nos ayuda a revisar los conceptos de libertino y libertinaje. No es un roman de feuilleton, sino algo perverso y refinado. Ha sido llevada al teatro y al cine, una de ellas francesa, cuya exportación fue prohibida por el Departamento de Relaciones Culturales de Francia (hablamos de la década del 50 del siglo XX) Me gustó la producción de 1988 con Glenn Close (la Marquesa), John Malkovich (el Vizconde) y Michelle Pfeiffer (la Presidenta). Anoche, mientras tecleaba, estas líneas me puse a verla en DVD. Aquí les dejo a la Marquesa explicando su formación libertina al Vizconde.
Comprè el mismo libro que usted, sabe el cielo cuantos años hace de ello. pero no era ninguna niñita. Y si hay libro que me asqueò y que detesto, es ese. Con mas tranquilidad de conciencia le daría a alguien el Diàlogo de las Damas del Aretino, las Confesiones de una Doncella Inglesa de no se quien o un libro pornográfico chino y hasta las obras completas del Marquès de Sade que Las relaciones Peligrosas
ResponderEliminarNunca he podido leerlo completo. Tiene algo que da fastidio. Creo que esta es la más reciente edición en castellano (así de popular será)
EliminarFeliz Pascua.