lunes, 16 de julio de 2012

Mejor no ser vividores....

¡Oh, se parece al Musiú Laval!
Les voy a contar hoy la espeluznante historia de Monsieur Laval, antillano francoparlante que migró a Venezuela durante el gobierno del General José Gregorio Monagas (1851-1855), atraído, como tantos antillanos, por la loable medida de la abolición de la esclavitud, el 24 de marzo de 1854. Ante la buena imagen liberal del régimen venezolano, pues, M. Laval decidió probar fortuna en esa tierra de promisión. ¿Cuál era su nacionalidad? Las crónicas no lo dicen pero bien pudo ser francés de Martinica, Guadalupe o Cayena, o quizá haitiano. La nacionalidad es lo de menos porque en poco tiempo, sin internarse en las selvas a recolectar oro, diamantes, o balatá, al poco tiempo era un hombre rico.

Se quedó en Caracas donde pronto fue un personaje conocido entre los pobres de la ciudad, que eran muchos, y recibió el apodo respetuoso de Musiú Laval, o más cariñosa y familiarmente "Bien Bien", por ser desprendido y dado a hacer obras de beneficencia.

En efecto, Musiú Laval, a base de regalar dinero y ser el paño de lágrimas de todos los sablistas y pedigüeños de Caracas, era dueño de la vida y conciencia de buena parte de la población. Todos acudían a él y salían consolados; pero siempre hay vivos y aprovechados. De cualquier manera, Bien Bien siguió su camino de desprendimiento y nadie se atrevía a preguntar el origen de una fortuna tan repentina, o por qué era tan manirroto con su dinero. En fin, ellos se beneficiaban. Pero tanto va el cántaro a la fuente, que...

Un cronista nos cuenta:
Una noche que caía sobre la ciudad un fuerte aguacero, uno de esos necesitados que siempre frecuentaban a Musiú  Laval, tocó a su puerta en demanda de una pequeña ayuda para comprar con urgencia un remedio que en vano había querido lograr por otros medios. Pero "el protector de los pobres" no parecía oír los desesperados toques del pobre hombre, que todo hecho aguas, trataba de acurrucarse al marco de la puerta. Ya cansado de tocar y tiritando de frío, pensó retirarse creyendo ausente a Musiú Laval; pero su asombro fue grande cuando juzgó oír dentro de la casa quejumbrosos gritos, llamando al verdadero jefe de los demonios. En efecto, los gritos no eran una ilusión de su cabeza atormentada. Con la curiosidad del caso, y no sin algún temor, se recostó tanto del portón como para escuchar mejor, que el esfuerzo que hizo dio por rewsultado que se abriera, pues no estaba cerrada del todo. En medio de la semioscuridad que reinaba, pudo ver en una de las habitaciones de la casa, a Musiú Laval vestido totalmente de rojo, y en medio de un círculo de velas, danzando y llamando al mismo tiempo al diablo: "Ven, príncipe mío -decía con la boca llena de espuma-, ven; aquí tengo los nombres de las almas que yo ayudo con tu dinero, yo te las regalaré al final de esta jornada...".
A la mañana siguiente, muchas personas conocían el "secreto infernal" de tan popular personaje. Ahora se explicaban con cierto misterio y espanto, el verdadero origen de su fabulosa fortuna. Era el propio diablo que lo había hecho, de la noche a la mañana, como suele decirse, un "poderoso señor".
¡Te espero en la bajaíta, Monsieur Laval...
Ja ja ja!
Lo mejor viene ahora. La mayoría de las personas que habían recibido dinero o ayuda, se agolparon en las puertas del ahora endiablado Laval para devolverle las cantidades prestadas (y que nunca pensaban pagar) e incluso las recibidas a título de ayuda. Tal era el temor de perder el alma. Pero siempre hay gorrones recalcitrantes, y éstos continuaron visitándolo. A costa de su fama, y caído en desgracia social, el Musiú llevaba una vida solitaria y libre de pedigüeños; pueblo chico, infierno grande. La gente  seguía observándolo con sospecha y temor por ser un asociado al Príncipe de las Tinieblas. Se decía que expedía un olor terrible a azufre y que lo cubría con perfumes de aroma escandaloso.

Pasa el tiempo y Laval muere. Vox populi decía que murió acompañado de un "personaje extraño" ¿Y quién podría ser este personaje, sino Mandinga, el mismo Pedro Moreno?  Lo enterraron  en el Cementerio de los Hijos de Dios, a donde concurrieron poquísimas personas.

Cementerio de los Hijos de Dios, Caracas
Un mes había pasado -nos dice el cronista-, cuando empezaron a correr espeluznantes y macabros comentarios. El viejo sepulturero salió una noche despavorido y gritando a todo pulmón que había visto a Musiú Laval envuelto en fuego y en compañía del propio Lucifer, rondando las tumbas, señalándolas y diciendo: "Este es uno... Aquel es otro".

Como era el mes de noviembre y muchísimas personas acudían a visitar a sus muertos hasta entrada la noche, se atemorizaron tanto que a las cinco de la tarde el camposanto quedaba vacío.

Según la tradición caraqueña, hasta el cierre del cementerio en 1876, los que estaban próximos a morir pedían que no los enterraran cerca de la tumba del antillano por temor a ser llevados por el diablo, o quizá por saberse en la lista que hizo Laval a su socio Mandinga.





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