martes, 21 de agosto de 2012

En agosto de 480 a. C.

Leonidas en las Termópilas por Jean Louis David
Esta vez los conducía Jerjes, que sucediera a su padre en 485 y ardía en deseos de vengar la única derrota de éste. Empleó cuatro años en preparar la expedición. Y lo que en 481 se puso en marcha para el gran castigo era un ejército que Heródoto calculó en dos millones y medio de hombres, apoyado por una flota de mil doscientas naves. “Cuando se paraban a beber en un sitio, los ríos se secaban”, añade el historiador para hacer más creíbles sus cifras. Los espías griegos que Temístocles mandó para procurarse informaciones fueron descubiertos. Pero Jerjes ordenó que se les soltase. Prefería que los griegos se enteraran y que, sabiendo, se rindiesen.
Leónidas
Los estados del norte lo hicieron. Al ver a los ingenieros fenicios y egipcios construir un puente de setecientas barcas, sobre el que extendieron encima una capa de troncos de árbol y tierra, y excavar después un canal de dos kilómetros para atravesar el istmo del monte Atos, aquellos pobres campesinos pensaron que Jerjes debía ser una encarnación del dios Zeus y que, por lo tanto, era inútil resistirle. Como de costumbre, al lado de la temeraria Atenas, de momento sólo estuvo Platea. A ésta se agregó Tespias. Y, poco después, Esparta, decidióse finalmente a unirse a la coalición. Su rey, Leónidas, condujo a las Termópilas un extenuado grupo de trescientos hombres, todos viejos, pues los jóvenes tenían que quedarse a actuar como simiente en casa. Y de dar crédito a los historiadores griegos, aquéllos hubieran rechazado solos a los dos millones y medio de enemigos, si unos traidores no hubiesen guiado a éstos, por un sendero oculto, cogiendo de revés a Leónidas. Éste cayó con doscientos noventa y ocho de los suyos, tras haber causado veinte mil muertes al enemigo. De los sobrevivientes, uno se suicidó por vergüenza y el otro se rehabilitó, cayendo en Platea.
Una lápida fue colocada en conmemoración del episodio. En ella está escrito: “Ve, extranjero, y di en Esparta que nosotros caímos aquí en obediencia a sus leyes”.
La noticia del desastre llegó a Temístocles el día siguiente de la batalla naval de Artemisium, donde, si bien se encontrase uno contra diez, logró no perder. la víspera, los otros almirantes querían retirarse. Mas los eubeos, temerosos de un desembarco persa, le habían enviado treinta talentos para que él les decidiera a batirse. Temístocles les dio la mitad. El resto de la propina se la guardó. El desastre de las Termópilas no le permitió reanudar la batalla el día siguiente. Era preciso mandar la flota a  Salamina para embarca a los atenienses, que comenzaban a huir ante el ejército de Jerjes en marcha hacia la ciudad. Ésta no se rindió. Un diputado que lo había propuesto fue muerto en la Asamblea, y su esposa y sus hijos lapidados por las mujeres.
los persas saquearon la ciudad desierta, y creyeron haber vencido porque, mientras tanto, su flota había entrado también en la rada.
Temístocles
En este punto se vio quién era Temístocles. No pudiendo oponerse a sus colegas que, unánimes, querían huir, mandó a escondidas un esclavo suyo a Jerjes para informarle del plan de retirada que había de efectuarse la noche siguiente. Si aquel mensaje hubiese sido descubierto, Temístocles habría pasado por un traidor. En cambio, llegó a su destino. Jerjes, para que el enemigo no le rehuyese, le cercó, y Temístocles alcanzo su objetivo: el de obligar a los griegos a batirse.
Jerjes, desde tierra firme, asistió a la catástrofe de su flota, que perdió doscientas naves contra cuarenta griegas. Los únicos de entre los marineros que sabían nadar eran también griegos, que se unieron al enemigo. Los demás se ahogaron.
Así, por segunda vez desde Maratón, Atenas salvóse a sí misma y a Europa en Salamina. Corría el año 480 antes de Jesucristo.

El texto está tomado de Historia de los griegos (Plaza y Janés, Barcelona, 1999) de Indro Mantanelli. A casi 2.500 años de distancia, y con la sencilla prosa del historiador italiano, la segunda guerra médica se ve simple. Lo que estaba en juego, tal vez no lo sabían Leónidas ni Temístocles, era la civilización occidental, su sistema de libertades y el derecho a escoger sin arrodillarse (proskýnesis) ante un amo. Estos héroes helenos lo arriesgaron todo con decisión y firmeza por un ideal, como debe ser, y aún son ejemplos válidos para todos nosotros. Que su gloria y su fama sean fuente de inspiración en el cumplimiento del deber.

Ὦ ξεῖν’, ἀγγέλλειν Λακεδαιμονίοις ὅτι τῇδε
κείμεθα, τοῖς κείνων ῥήμασι πειθόμενοι

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