domingo, 10 de junio de 2012

Lecturas de un preadolescente

Las nueve musas y Apolo

Hace unas semanas estaba en una librería conversando con el librero y un parroquiano interesante. Hablamos por unas tres horas sobre lo divino, lo humano y libros. No recuerdo quién de los dos comentó que un diario español había pedido a un grupo de personas (intelectuales, creo) que hicieran una lista de los diez libros que habían influido en su formación no profesional. Muchos pusieron en su lista libros que ellos creían que debían influir en la cultura de una persona: otros, sin especificar, decían cosas tales como las obras completas de Fulano de Tal, o los ensayos de Zutanejo de los Palotes. Ante esto acotó uno de los interlocutores que los libros que más influyen en la formación de una persona son las lecturas juveniles, y en esto los demás coincidimos. Cada quien expuso algunos títulos,  que a su juicio, habían influido... Todas las apreciaciones llevaban al inicio del buen hábito de la lectura.

Luego de esta conversación, me quedé con el gusanillo... ¿Cuáles serían mis diez títulos? Recuerdo los que enumeré a mis interlocutores, cuyo número no llegaba la decena y una anécdota que marca el inicio de mi afición a la lectura de libros sin ilustraciones. Primero la anécdota:
Las tres Gracias
P. P. Rubens
Tendría yo unos 11 o 12 años, cuando compré con mis ahorros un libro de mitología griega (creo que se llamaba Historias Mitológicas o algo así, publicado por Editorial Novara, México). De esa misma casa yo tenía libros sobre tigres, leones, monos y otras fieras. Tenía plena libertad para comprar los libros infantiles y juveniles que quisiera, porque en casa no existía censura previa; la única condición era que los comprara con mis ahorros. Pues bien, este libro de mitología era para mí un tesoro de historias apasionantes y estaba profusamente ilustrado con reproducciones de obras de grandes maestros europeos, como Pedro Pablo Rubens, de las que recuerdo a Las tres Gracias y El rapto de las hijas de Leucipo. 

Se puede decir que ese libro influyó en mi vida en dos sentidos: mi amor por las lecturas clásicas y a leer sin ilustraciones. ¿Por qué? Porque una buena tía, al verme leyendo, se acercó, vio muchas figuras desnudas, y me dijo: "Un niño cristiano no debe ver tantas cochinadas   ¡Dámelo acá!" Y decomisó mis historias mitológicas, pero amablemente se tomó el tiempo para leérmelo, mientras yo tomaba notas. Me devolvió el libro cuando ya el texto no me decía mucho y las ilustraciones no eran de tan buena calidad como las de los textos de Educación Artística. Fue una bendición, porque al haber libertad de lectura y ser heredero de la cama y la biblioteca de mi hermano, pude lanzarme de lleno a la lectura de cosas serias. Recuerdo que entre los libros que tenía a mano estaba la colección de Clásicos Jackson, que papá había regalado a mi hermano hacia 1958 y por allí comenzó la aventura. Recuerdo que el tomo de Vidas de los doce Césares (creo que era el tomo 5 o 6) fue el primero en ser devorado. No era lectura infantil, ni juvenil, pero me dio gusto. A ese siguieron otros que no estaban en la colección de Jackson, sino que pertenecían al repertorio literario venezolano.

Algunos lomos de los famosos
Clásicos Jackson

Recuerdo algunos títulos que leí antes de los 15 años y marcaron mi vida de lector (a ver si llego a 10):

1.- Vidas de los doce Césares, Suetonio
2.- El reino de este mundo, Alejo Carpentier
3.- Fiebre, Miguel Otero Silva
4.- Lanzas coloradas, Arturo Uslar Pietri
5.- Doña Bárbara, Rómulo Gallegos
6.- La trepadora, Rómulo Gallegos
7.- Puros hombres, Antonio Arráiz
8.- Mocedades de Bolívar, Rufino Blanco Fombona
9.- De la tierra a la Luna, Julio Verne
10.- El faro del fin del mundo, Julio Verne

Después de los 15, gracias al pénsum oficial y a una excelente profesora de castellano de nombre Carmen Cecilia Mayz:

Ilíada, Homero
Odisea, Homero
Cántigas de Santa María, Alfonso X, El Sabio
Cantar del Mio Cid

No es que yo fuera un niño prodigio, sino que me gustaba leer y eso era lo que conseguía de gratis en mi cuarto. Ahora podría disponer de mi pocos haberes para almorzar en el colegio en una tarde de piscina, o degustar una arepa reina pepiada con los amigos. No fueron esos los únicos libros que leí, pero fueron los que marcaron.

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