jueves, 20 de junio de 2013

Marcha triunfal

El panteón de los héroes, por Arturo Michelena (1898)

MARCHA TRIUNFAL


¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
¡ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines!

Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes, 
llevados por manos robustas de heroicos atletas.
Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros,
los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
los cascos que hieren la tierra
y los timbaleros,
que el paso acompasan con ritmos marciales.
¡Tal pasan los fieros guerreros
debajo los arcos triunfales!

Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
su canto sonoro,
su cálido coro,
que envuelve en un trueno de oro
la augusta soberbia de los pabellones.
Él dice la lucha, la herida venganza,
las ásperas crines, 
los rudos penachos, la pica, la lanza,
la sangre que riega de heroicos carmines
la tierra;
los negros mastines
que azuza la muerte, que rige la guerra.

Los áureos sonidos
anuncian el advenimiento
triunfal de la Gloria;
dejando el picacho que guarda sus nidos,
tendiendo sus alas enormes al viento,
los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!

Ya pasa el cortejo.
Señala el abuelo los héroes al niño:
Ved cómo la barba del viejo
los bucles de oro circundan de armiño.
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores
y bajo sus pórticos, vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera;
honor al herido y honor a los fieles
soldados que muerte encontraron por mano extranjera!
¡Clarines! ¡Laureles!

Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros:
Las viejas espadas de los granaderos, más fuertes que osos,
hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros.
Las trompas guerreras resuenan;
de voces los aires se llenan...
A aquellas antiguas espadas,
a aquellos ilustres aceros,
que encarnan las glorias pasadas,...
Y al sol que hoy alumbra las victorias ganas,
y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,
al que ama la insignia del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las nieves y vientos del gélido invierno,
la noche, la escarcha,
y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
saludan con voces de bronce de guerra que tocan la marcha
triunfal...



Rubén Darío (1895)

Rubén Darío
1867-1916

Rubén Darío escribió su Marcha triunfal teniendo en mente un Triunfo en la Roma clásica, mas la ocasión, tengo entendido, fue una celebración patria en la República Argentina. En esa época los latinoamericanos parecían ver una luz al final del oscuro túnel del siglo XIX. Con raras excepciones, las repúblicas parecían experiencias fallidas, sumidas como estaban en guerras civiles, conflictos limítrofes, dictaduras, pobreza y enfermedades.

Recuerdo mi primer encuentro con Marcha triunfal. El padre jesuita que nos daba clases de literatura latinoamericana, al llegar al modernismo y a Rubén Darío nos hacía notar el peso del ritmo de este poema y agregaba que no debía leerse con la sensiblería de una poesía romanticista a la amada muerta, sino marcando el paso en las sílabas acentuadas, como si estuviéramos marchando en la Vía Sacra al son de ritmos marciales, pero que tuviéramos en mente que se cantaba a los héroes americanos.

Ayer tarde, mientras conversaba con mi librero sobre algún hecho del siglo XIX, recordé el poema y recité bastante mal la primera estrofa, olvidando lo que hace más de 40 años aprendí en la escuela. Se me ocurrió que podría ilustrarse con el Panteón de los héroes, "estudio para un gran cuadro alegórico", obra de Arturo Michelena.

La escena se ubica en el valle de Caracas, usando el Ávila como telón de fondo para un pórtico neoclásico; en lo alto de la escalinata, bajo la estatua de la Victoria, se encuentra, sentado en una curul, el Libertador Simón Bolívar; se identifican otros: el Generalísimo Francisco de Miranda (de pie a su izquierda) y, junto a la columna, el Gran Mariscal de de Ayacucho Antonio José de Sucre. Al pie de la escalera, mirando al espectador, está el General José Félix Ribas, tocado con su gorro frigio; se ven varios próceres militares con rostros apenas esbozados y, apoyado al plinto de la estatua, en actitud relajada, el General José Antonio Páez, el Centauro de los Llanos. A la izquierda del cuadro, algunos de espalda al público, discuten los civiles que inspiraron la independencia; el sacerdote al centro es el presbítero chileno José Cortés de Madariaga; detrás de él, vestido de marrón y leyendo un libro o un documento parece estar el licenciado Miguel José Sanz, el Licurgo de América; sobre un podio hay otros militares entre los que se distingue uno que puede ser el General Rafael Urdaneta. Detrás de este grupo hay otro con una señora vestida de amarillo, Luisa Cáceres de Arismendi, del brazo de su esposo el General neoespartano Juan Bautista Arismendi...

Por supuesto, Michelena no llegó a conocer personalmente a ninguno de estos próceres y muchos retratos están idealizados. Lamentablemente, la muerte sorprendió al pintor después de este boceto, antes de pintar definitivamente el encargo.

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