domingo, 8 de septiembre de 2013

Un poco de astronomía antigua


El eje del mundo y las constelaciones circumpolares: Hemisferio boreal. Lástima que no se ven todas las figuras completas para apreciar la descripción.



 En una ocasión conversaba con un librero sobre la escasez de clásicos griegos y romanos en las librerías caraqueñas. Le comentaba que en Italia, por ejemplo, habían secciones enteras dedicadas a estos textos y abundaban las ediciones bilingües. De allí pasamos a las casas editoriales y me mostró un catálogo de la editorial española Gredos que me recordó a la biblioteca de Alejandría; había de todo y para todos  los gustos. Son ediciones costosas -me dijo-, pero valen la pena por la calidad de las traducciones, los comentarios y la buena impresión. Donde veas un libro de esa casa, cómpralo al precio que te pidan porque ya no vienen.

En otra librería tuve el placer de revisar algunos libros editados por Gredos. Allí encontré una buena selección, entre ellos varios que no eran literatura, mitología filosofía o historia, sino ciencia. Recordando el consejo del otro librero, compré, entre otros, un volumen que contiene Fenómenos, de Arato, e Introducción a los fenómenos, de Gémino (Gredos, Madrid, 1993), que es un libro de astronomía, de donde he tomado la cita que leeremos a continuación, referida a las constelaciones del hemisferio norte, según Arato:
Todas sin excepción, cada una hacia un lado, al deslizarse son arrastradas con el cielo todos los días sin cesar nunca; por el contrario, el eje no se traslada ni un poco siquiera, sino que está siempre bien fijado, mantiene en equilibrio la tierra, atravesándola toda por el centro, y él mismo hace girar en torno al cielo. Dos polos lo limitan por ambos lados: uno no es visible, y el otro está en el extremo opuesto en la región boreal, encima del Océano. Las dos Osas que están en torno suyo corren a una; razón por la cual se les llama Carros. Por lo demás, tienen siempre las cabezas junto a los ijares la una de la otra, y siempre evolucionan espalda con espalda, vueltas en sentido opuestos, hombros contra hombros. En caso de ser esto verdad, aquéllas subieron al cielo desde Creta por voluntad del gran Zeus, pues siendo todavía niño lo ocultaron en la perfumada gruta del Dicte, no lejos del monte Ida, y lo alimentaron durante un año, cuando los Curetes Dícteos engañaron a Crono. A una se le da el sobre nombre de Cinosura y a la otra el de Hélice. Con Hélice los aqueos determinan en el mar el lugar donde hay que dirigir las naves; confiados en la otra, pues, atraviesan el mar los fenicios. Pero si Hélice está clara, fácil de reconocer y muy visible desde el comienzo de la noche, la otra, por el contrario es pequeña pero mejor para los marinos, porque gira toda ella en una órbita menor; con ella también los sidonios navegan sin torcerse lo más mínimo.
Entre ambas, como la corriente de un río, se revuelve el Dragón, monstruo prodigioso, varias veces retorcido, inconmensurable; las Osas recorren su círculo  desde uno y otro lado de su espiral, guardándose del azulado Océano. Pero aquél toca a una con la punta de la cola y rodea a la otra con su espiral: la punta de su cola descansa junto a la cabeza de la Osa Hélice; Cinosura tiene la cabeza en su espiral: ésta se enrolla exactamente en torno a la cabeza y desciende hasta el pie, después retrocede bruscamente. En la cabeza del Dragón brilla, en más de un punto, más de una estrella: dos en las sienes, dos en los ojos; y más abajo otra señala la parte más extrema de la mandíbula del terrible monstruo. Su cabeza está inclinada: parece enteramente que mira hacia la punta de la cola de Hélice; su boca y su sien derecha están completamente en línea recta con la punta de la cola. La cabeza del Dragón casi va a parar allí donde se confunden los límites de los ocasos y de los otros unos con otros.
Allí mismo rueda una figura parecida a un hombre que se esfuerza; nadie es capaz de nombrarlo claramente ni decir por qué clase de trabajo está suspendido en el cielo, sino que simplemente le llaman "el Arrodillado". Parece que al afanarse en algo dobla las rodillas; entre ambos hombros se elevan sus manos y se extienden los brazos en cruz. Tiene la punta del pie derecho encima de la cabeza del tortuoso Dragón.
Allí mismo también la Corona que colocó Dioniso para que fuese recuerdo insigne de la desaparecida Ariadna, da la vuelta bajo la espalda de la sufriente figura.
La Corona está cerca de su espalda, pero cerca de su cabeza puedes observar la testa de Ofiuco, y a partir de ella te es posible reconocer al resplandeciente Ofiuco; sus hombros, que están debajo de su cabeza, aparecen rutilantes. Éstos se pueden mostrar a la vista de la Luna llena, pero las manos no brillan del todo igual: un tenue resplandor recorre a una y a otra. No obstante, también éstas son visibles: pues no son pequeñas. Ambas luchan con una serpiente que envuelve por la mitad a Ofiuco; éste, bien plantado y bien ajustado, aplasta con los pies una bestia enorme, el Escorpión, a quien pisa en postura recta los ojos y el tórax. Pero la serpiente se le enrosca en ambas manos, un poco en la derecha, más en la izquierda que está en alto.
(...) Detrás de Hélice evoluciona, parecido a un conductor, Artofílace, a quien los hombres dan el sobrenombre de Boyero, porque hace el efecto de tocar con la aguijada el carro de la Osa, y es todo él muy brillante; debajo de su cintura da vueltas, clara entre las demás, la estrella Arturo (Bootis, en griego).
Bajo los pies del Boyero puedes observar a la Virgen, que sostiene en la mano una Espiga floreciente. Tanto si ella es del linaje de Astreo, de quien dicen los antiguos que es el padre de los astros, como si lo es de algún otro, que siga tranquila su ruta. Pero entre los hombres circula otra versión: que antes vivía en la tierra y venía abiertamente a presencia de los hombres, y no desdeñaba la compañía de los antiguos, hombres o mujeres; antes bien, se sentaba mezclándose con ellos aunque era inmortal.. Y la llamaban Justicia: pues congregando a los ancianos en una plaza o en una calle espaciosa, los exhortaba a votar leyes favorables al pueblo. Entonces los hombres no sabían de la funesta discordia, ni de las censurables disputas, ni del tumulto del combate; vivían sencillamente; el peligroso mar quedaba a un lado, y las naves no iban lejos a buscar el sustento, sino que los bueyes, el arado y ella misma, la Justicia soberana de pueblos, suministraba todo abundantemente, ella, la dispensadora de bienes legítimos. Esto duró mientras la Tierra aún alimentaba a la raza de oro. Mas con la plata, poco y de mala gana se relacionaba, pues echaba de menos la manera de ser de los pueblos antiguos. Pero a pesar de ello, todavía estaba presente durante la edad de plata: al atardecer descendía de los montes rumorosos, solitaria, y no se comunicaba con nadie con palabras amables, sino que cuando había cubierto de hombres inmensas colinas, los increpaba entonces censurando su perversidad, y decía que ya no vendría más a la presencia de quienes la llamaran: "¡Cuán degenerada descendencia dejaron vuestros padres de la edad de oro! Pero vosotros engendraréis unos descendientes peores todavía. Entonces ocurrirá que habrá guerras y, de cierto, también muertes impías entre los hombres: el dolor caerá sobre sus faltas". Después de hablar así, se encaminaba de nuevo a las montañas y abandonaba a todas aquellas gentes que la seguían todavía con la mirada.. Pero cuando aquéllos murieron, nacieron éstos, la raza de bronce, hombres aún más perversos que los anteriores, los primeros que forjaron espadas criminales propias de asaltantes de caminos, los primeros que comieron la carne de los bueyes de labor. Entonces la Justicia sintió aversión por el linaje de aquellos hombres y voló hacia el cielo; y a continuación habitó esta región donde de noche aparece todavía a los mortales como la Virgen, cerca del esplendente Boyero.
Encima de sus hombros gira una estrella (cerca del alada derecha; y se llama el Heraldo de la Vendimia;) de tal  magnitud, y dotada de tal brillo, como la que se ve debajo de la cola de la Osa Mayor; ésta es deslumbradora, como también lo son  las estrellas cercanas; una vez que las has visto no necesitas buscar otro punto de referencia, tal y como ruedan delate de sus patas, hermosas y grandes; hay una delate de las patas que prolongan los hombros, otra delante de las que descienden desde los ijares, y otra debajo de las rodillas posteriores. Pero todas evolucionan independientes, cada cual por su sitio y anónimas.
Cielo babilónico



2 comentarios:

  1. Excelente como siempre y totalmente espectacular. Feliz Domingo

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    1. Un poco largo, pero al fin salió.

      Gracias y feliz domingo a los tres. Un abrazo.

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