sábado, 31 de diciembre de 2011

Esta noche se nos muere un año...


Andrés Eloy Blanco
1896-1955
Poeta y político venezolano

LAS UVAS DEL TIEMPO


Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas esta alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujeres ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.



Esta es la noche en que todos se ponen 
en los ojos la venda, 
para olvidar que hay alguien cerrando un libro, 
para no ver la periódica liquidación de cuentas, 
donde van las partidas al Haber de la Muerte, 
por lo que viene y por lo que se queda, 
porque no lo sufrimos se ha perdido 
y lo gozado ayer es una pérdida.


Aquí es de la tradición que en esta noche, 
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega, 
todos los hombres coman, al compás de las horas, 
las doce uvas de la Noche Vieja. 
Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!, 
como en los pueblos de mi tierra; 
en este gozo hay menos caridad; la alegría 
de cada cual va sola, y la tristeza 
del que está al margen del tumulto acusa 
lo inevitable de la casa ajena.


¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes, 
sin conocerse, con la buena nueva! 
Las manos que se buscan con la efusión unánime 
de ser hormigas de la misma cueva; 
y al hombre que está solo, bajo un árbol, 
le dicen cosas de honda fortaleza: 
«¡Venid compadre, que las horas pasan; 
pero aprendamos a pasar con ellas!» 
Y el cañonazo en la Planicie[i]
y el himno nacional desde la iglesia, 
y el amigo que viene a saludarnos: 
«feliz año, señores», y los criados que llegan 
a recibir en nuestros brazos 
el amor de la casa buena.


Y el beso familiar a medianoche: 
«La bendición, mi madre» 
«Que el Señor la proteja...» 
Y después, en el claro comedor, la familia 
congregada para la cena, 
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado, 
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa. 
¡Madre, cómo son ácidas 
las uvas de la ausencia!


¡Mi casona oriental[ii]! Aquella casa 
con claustros coloniales, portón y enredaderas, 
el molino de viento y los granados, 
los grandes libros de la biblioteca 
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes 
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—. 
Al lado, el gran corral, donde parece 
que hay dinero enterrado desde la Independencia; 
el corral con guayabos y almendros, 
el corral con peonías y cerezas 
y el gran parral que daba todo el año 
uvas más dulces que la miel de las abejas.


Bajo el parral hay un estanque; 
un baño en ese estanque sabe a Grecia; 
del verde artesonado, las uvas en racimos, 
tan bajas, que del agua se podría cogerlas, 
y mientras en los labios se desangra la uva, 
los pies hacen saltar el agua fresca.


Cuando llegaba la sazón tenía 
cada racimo un capuchón de tela, 
para salvarlo de la gula 
de las avispas negras, 
y tenían entonces 
una gracia invernal las uvas nuestras, 
arrebujadas en sus telas blancas, 
sordas a la canción de las abejas...


Y ahora, madre, que tan sólo tengo 
las doce uvas de la Noche Vieja, 
hoy que exprimo las uvas de los meses 
sobre el recuerdo de la viña seca, 
siento que toda la acidez del mundo 
se está metiendo en ella, 
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura 
las uvas de la ausencia.


Y ahora me pregunto: 
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo 
más que tu amor, que me llevaba 
a la dulce aninomia de tu puerta? 
¡Oh miserable vara que nos mides! 
¡El Renombre, la Gloria..., pobre cosa pequeña! 
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria, 
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!


Y esta es la lucha ante los hombres malos 
y ante las almas buenas; 
yo soy un hombre a solas en busca de un camino. 
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda 
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta 
por los campos frutales, pintada de hojas secas, 
siempre recién llovida, 
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea, 
hombres que dicen: «Buenos días, niño», 
y el queso que me guardas siempre para merienda? 
Esa es la Gloria, madre, para un hombre 
que se llamó fray Luis y era poeta.


¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede 
mi poesía andar como una reina! 
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas, 
de metros y de escuela? 
Tú eres mi madre, que me dices siempre 
que son hermosos todos mis poemas; 
para ti, soy grande; cuando dices mis versos, 
yo no sé si los dices o los rezas... 
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo 
toda una vida absurda, la promesa 
de vernos otra vez se va alargando, 
y el momento de irnos está cerca, 
y no pensamos que se pierde todo! 
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta 
y en la última uva libo la última gota 
del año que se aleja, 
pienso en que tienes todavía, madre, 
retazos de carbón en la cabeza, 
y ojos tan bellos que por mí regaron 
su clara pleamar en tus ojeras, 
y manos pulcras, y esbeltez de talle, 
donde hay la gracia de la espiga nueva; 
que eres hermosa, madre, todavía, 
y yo estoy loco por estar de vuelta, 
porque tú eres la Gloria de mis años 
y no quiero volver cuando estés vieja!...


Uvas del Tiempo que mi ser escancia 
en el recuerdo de la viña seca, 
¡cómo me pierdo, madre, en los caminos 
hacia la devoción de tu vereda! 
Y en esta algarabía de la ciudad borracha, 
donde va mi emoción sin compañera, 
mientras los hombres comen las uvas de los meses, 
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta. 
Mi labio está bebiendo de tu seno, 
que es el racimo de la parra buena, 
el buen racimo que exprimí en el día 
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.


Madre, esta noche se nos muere un año; 
todos estos señores tienen su madre cerca, 
y al lado mío mi tristeza muda 
tiene el dolor de una muchacha muerta... 
Y vino toda la acidez del mundo 
a destilar sus doce gotas trémulas, 
cuando cayeron sobre mi silencio 
las doce uvas de la Noche Vieja.


Año Nuevo en Caracas


FELIZ AÑO A TODOS, QUE EL 2012 ESTÉ LLENO DE COSAS BUENAS




[i] La Planicie: Antigua Academia Militar de Venezuela, luego Ministerio de la Defensa. Hoy es el Museo Histórico Militar. La costumbre dictaba un cañonazo desde la Planicie al marcas la medianoche del 31 de diciembre. En ese momento el carrillón de la Catedral de Caracas tocaba el Himno Nacional. Los ciudadanos se congregaban en la Plaza Bolívar para recibir el año. Originalmente se disparaba desde el Cuartel San Carlos, al norte de la ciudad.
[ii] Andrés Eloy Blanco era natural de Cumaná, estado Sucre, al oriente de Venezuela

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