jueves, 21 de noviembre de 2013

Ana Isabel, una niña decente

Iglesia y Plaza de la Candelaria hacia 1901. La vida de Ana Isabel transcurre en sus alrededores.
Los editores erróneamente identifican al templo como Catedral.

La postal que encabeza este artículo es evocadora de una Caracas que ya no es. A pesar de lo que los editores digan, no es la Catedral de Caracas, sino la Iglesia y plaza de la Candelaria como lucía en 1901 (desde su ángulo sur-oeste, Cruz a Alcabala). Era entonces la última parroquia urbana de Caracas antes de comenzar el camino a Petare; un vecindario de clase trabajadora fundado en el siglo XVIII por canarios, que para el momento de la foto seguía manteniendo su carácter popular, con una fuerte presencia de artesanos isleños y criollos. Es en ese ambiente donde se desarrolla la novela de Antonia Palacios Ana Isabel, una niña decente, publicada en 1949. El ejemplar que he leído mientras pasaba la gripe es una edición de Monte Ávila (Caracas, 1980), prologada por Juan Liscano.

Antonia Palacios
(1904-2001)
Ana Isabel es hija de una familia de abolengo venida a menos; es decir, eran pobres pero decentes y seguían siendo "gente bien", con acceso a ciertas familias por razones de parentesco. Sus compañeritos de juego en la plaza no entraban en la categoría de decentes porque eran pobres o porque como en el caso de la niña catalana, Justina, se desconocía su origen o quiénes eran sus ancestros.

El concepto venezolano de "decencia" no es el que da el diccionario de la Real Academia, sino el de nuestros prejuicios sociales; si se tiene dinero. nos acercamos a la decencia, como aquel Ministro Celestino Fajardo, cuya hermana era vecina de los Alcántara, quien hizo fortuna robando sacos de cemento. El padre de Ana Isabel se parecía al de Antonia Palacios, gente de buena familia venida a menos por no estar enchufados a los gobiernos de turno. La protagonista, inocente niña, no tenía prejuicios y mantenía sincera amistad con los niños buenos, pero no decentes, que jugaban con ella. ¿Habremos cambiado de concepto en los últimos cien años? Claro, ahora no somos tan radicales, pero seguimos prefiriendo a la gente con plata. Luego de varios años, un culpable de peculado puede optar a la categoría de gente bien. ...Pero ese no es el tema, sino la novela de Antonia Palacios.

Es ésta una novela pletórica de reminiscencias que nos lleva a una Caracas semi-rural prepetrolera, en la cual la gran mayoría pasa trabajo, enfermedades y dificultades. Allí todo el mundo se conoce y campean los prejuicios sociales. Es la Caracas de los techos rojo. En ocasiones, Ana Isabel filosofa:
(...) El Señor ha hecho el sol, la luna, las estrellas... y, toda la hermosa y triste Venezuela. Y chiquillos flacos y desnudos y Gregoria soplando junto al anafe, con los ojos llorosos y su dedo negro y cabezón...
- Los pobres son pá aguantá. Sufrí y aguantá...
¿Para aguantar ha hecho el señor a los pobres? ¿Y por qué, Dios mío? Entonces, ¿por qué no roban como Don Celestino Fajardo y se compran una casa grandota, toda de mosaico y comen fresas con leche, según cuenta Cecilia, de Cristina, la hija del Ministro?
¿Por qué los pobres no roban?
Si los pobres robasen, se acabarían los pobres. Todo el mundo seria rico. Todo el mundo estaría contento y el Señor no castigaría a nadie, igual que a Don Celestino, que vive tan feliz.
¡Cristofué! ¡Cristofué!
Cristofué
El cristofué se ha puesto a cantar. Está posado en una rama delgada y se balancea alegremente. Ana Isabel contempla sus ojillos redondos y su cabeza parda.
Si los pobres robasen, se acabarían los pobres. Todo el mundo tendría una casa grande. Perico y Carmencita no vivirían en ese cuartucho sucio y oscuro. Pepe el monaguillo, no se acostaría sobre la tierra negra, en el rancho de San José del Ávila. Ella lo había visto, Ana Isabel, un día en que fue a volar papagallos... Pepe la hizo entrar a su casa. Ana Isabel buscaba la casa por todas partes y sólo miraba un trozo de tierra dura y pelada y una mujer que tosía sin descanso. Aquel día, la señora Alcántara reprendió a la vieja Estefanía, por haber permitido que Ana Isabel penetrase en ese rancho tan sucio.
- Esos ranchos, Estefanía, donde sólo se cogen enfermedades y malas mañas...
¡Si todo el mundo fuese rico! Si todo el mundo fuese rico, ella, conocería el mar. Le comprarían el velo largo y la corona de rosas y todos los días, podría comerse un gran plato de fresas con leche...
¡Cristofué! ¡Cristofué!
Cuando el cristofué canta, seguro que va a llover. Pero el cielo está azul. Ni una sola nube negra. Ana Isabel se ha quitado los zapatos para marchar sobre las tejas sin romperlas. Quiere ver qué dice el tiempo por Petare. Petare está clarito. El cielo es de un azul desvaído, porque ya se oculta el sol.
Por encima de las tejas rojas pasa una brisa tibia, una brisa suave, que adormece los sueños.
Y Ana Isabel está soñando.
¡Si todo el mundo fuese rico, se acabarían los pobres!
Se acabarían los pobres...
Juan Liscano (1914-2001)
Foto Papel Literario. El Nacional
Juan Liscano, en el prólogo, al comparar la obra de Antonia Palacios con la de Teresa de la Parra nos dice:
(...) En primer lugar que con Ana Isabel, como Teresa de la Parra con los dos únicos libros suyos, se da la espalda a un concepto descriptivo, historicista, geográfico y sociológico de la literatura prevaleciente en aquel momento entre los escritores de mayor nombradía y entre los jóvenes de la generación del 28. Antonia Palacios toma el camino de la intimidad, de la vida interior, del conocimiento de sí mismo. Con una obra como Ana Isabel, se pasa de una literatura realista, edificante, de referencia exterior e impersonal, a una literatura  interiorizada, casi confesional, reveladora de la persona en sus oposiciones y atracciones con los otros y el medio social. En este aspecto, Ana Isabel es obra de avanzada y ruptura con la tradición de narrativa agrarista y vernácula.
(...) Para mí es la escritora más importante de nuestro país en estos momentos (se refiere a 1949), porque conjuga los poderes de la narrativa y la poesía en una síntesis expresiva que sitúa ante el vértigo de la instrospección o el develamiento de la extrañeza, de la imprevisto, de lo fantástico aterrador o liberador. A nuestra literatura le ha faltado misterio, imaginación y fantasía. Es lo que le sobra a Antonia Palacios, cuya obra más reciente sorprende siempre con vivencias y fábulas del sueño o de otra vida, más allá o más acá de la realidad que ella renueva, recrea, transfigura. 


11 comentarios:

  1. Amigo Abraham, leyendo todo esto que expones aquí, lo que hago es cerrar mis ojos e imaginar aquella “Caracas de los techos rojos”, pura y plana que bastaba subir descalzo al techo de la casa“para ver què dice el tiempo por Petare”… y por igual leo que desde entonces “había gente de buena familia venida a menos por no estar enchufados a los gobiernos de turno”...
    Cosas que cambian con el tiempo y otras que no…

    Me encanta tu manera de escribir, tienes este don especial!

    Un abrazo desde Atenas!

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    1. Gracias, Stratos. Luego de muchos años de escribir para el Estado, quedan las mañas... Jajaja!

      En verdad esta breve novela nos transporta en el tiempo. Era otro mundo en el que juegos infantiles, golosinas y en general la vida diaria era completamente diferente. Los lugares que menciona existen, aunque las viejas casonas han desaparecido.

      Un abrazo desde Caracas, donde hoy hay un sol esplendoroso.

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  2. Don A. Quintero
    Excelente artículo, me encantó leerlo, es tan y tan verdadero, como el sol que sale diario.
    Me recordó un poco al Federico García Lorca que dijo:
    Amo en todo la sencillez. Este modo lo aprendí en mi infancia, allá en el pueblo. Toda mi infancia es pueblo. Pastores campos, cielo, soledad. Sencillez en suma. Yo me sorprendo mucho cuando creen que esas cosas que hay en mis obras son atrevimientos míos, audacias de poeta.
    No. Son detalles auténticos, que a mucha gente le parecen raros…
    Saludos
    Gabriel

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    1. Gracias, Gabriel.

      En efecto, la sencillez es lo auténtico. Muchos la esconden y se privan de lo mejor de la vida.

      Un abrazo.

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  3. Efectivamente, eso no es la Catedral de Caracas, con su Plaza Bolívar y la estatua del Libertador en el centro. Y si se parece a la iglesia de La Candelaria que recuerdo, salvo que la base de la estatua que existe en mi memoria tenia en los cuatro ángulos algo que para nosotros, los niños, era un tobogán en el que solíamos deslizarnos.

    En lo que no estoy de acuerdo es en comparar a Ana Isabel con Blanca Nieves. Ana Isabel es una preadolescente o adolescente, entre los 10 y los 14 años. Blanca Nieves es una niñita de 5 años, edad que casi nunca recordamos bien. por lo que yo recuerdo, es la edad en que se pregunta por que el cielo es azul o, en mi caso y recordando la apendicectomia que había sufrido un año antes, se llega a la conclusión de que todos los niños nacen por operación cesárea. Pero no recuerdo haberme preguntado nunca el por que había niños que vivian en un cuarto en una casa de vecindad y yo en una casa donde solo habitaba mi familia. Era así y basta.

    En cambio no se tiene en cuenta la crítica y burla en absoluto disimulada a la sociedad de 1847 y a la de 1920- Y no es en absoluto difícil encontrarla en frases como aquel "Bravo, bravísimo que no hemos entendido nada!" que aún hoy en día es utilizada y muchas otras como esa.

    En todo caso, me quedo con Blanca Nieves a quien conocí cuando yo no era mucho mayor que ella. Y conste que no me gustó en lo mas mínimo su Ifigenia.

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    1. Efectivamente es la Iglesia de Candelaria, que por cierto, está en restauración. La foto es de 1901, por eso el ´pedestal de la estatua es diferente al que conociste. Yo el que recuerdo es la estatua de Urdaneta frente a la Avenida (lado norte). Por donde va caminando el señor vestido de oscuro ahora hay una caminería y un gimnasio al aire libre. Las ceibas existen, pero mucho más grandes.

      Nunca he visto una comparación entre Ana Isabel y Blanca Nieves. La comparación que hace Liscano entre Palacios y De la Parra, se refiere al estilo. Esta es una pieza clásica de la literatura femenina venezolana del siglo XX.

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  4. Si mal no me equivoco, la estatua que se vé era José Gregorio Monagas mudada luego al espacio que se llamó Plaza del Municipal entre el Teatro y el Hotel Majestic. En los cuarentas no sé a donde fue a parar luego.
    Hoy además de las caminerías y el gimnacio casi a sombra de una abultada y vieja ceiba de Candelaria hay varios puestos de estampas e imágenes de José Gregorio Hernández principalmente. Hace años tambien está un busto del Dr. José Manuel Nuñez Ponte en el lugar.
    El encanto del género de Ana Isabel y de Ifigenia es que entremezcladas con el costumbrismo y criollismo de esta tierra va presentando escenas de la vida cotidiana de los primeros años del siglo 20.

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    1. Exacto. Es la estatua de Monagas. Quién sabe dónde estará. La Iglesia y la plaza están en su enésima "restauración" y "mejoras".El gimnasio al aire libre siempre me ha dado mala impresión.

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  5. Y lo tranquila de entonces la de Candelaria de ahora parece de otro mundo. Es una plaza tan llena de gente y de actividades diversas y pareciera de dos épocas en una, hacia el norte la mitad modernista la que propiamente podría llamarse Plaza de Urdaneta y la otra mitad, la vieja plaza la que en cuarenta años ha sido igual pero hoy un poco más irregular e informal. El "gimnasio" es siempre aprovechado por juventudes, algunos informales y acaso algún borrachito. El "pasaje" hacia la calle de Alcabala a Urapal por el flanco sur de la iglesia me recuerda vagamente lo que las fotos me han mostrado de lo que fueron los laterales y el lado este vecinos del templo hace décadas: callejones con pequeñas, sencillas y muy viejas casitas. De los tiempos de MaríaMoñitos, Antonia Palacios, Teresa de La Parra y demás personajes no quedan sino el templo allí más o menos tratando de que con sus nuevas galas darle un poco más de vida, y honor a las reliquias que conserva, la plaza vieja con su bulbosa y curiosa ceiba y el samán centenario, además de tantos recuerdos que vagan por allí errantes.

    Saludos en estos tiempos ¡vivos! AMGD

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    1. Ese callejón, entre la Iglesia y el edificio París, tiene su nombre: Callejón de la Chancleta; luego continúa bajando hacia la quebrada Anauco bajo el nombre de callejón Campo Elías (según Rafael Valery allí está la esq. de Campo Elías). Me imagino a Ana Isabel viviendo por allí.

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  6. Me encantó tu "resumen" y también imagino a Ana Isabel por esas calles de la Candelaria

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