domingo, 9 de diciembre de 2012

La pava y lo pavoso

Pavita, ejemplar juvenil
Entre las especies de lechuzas, mochuelos, pavitas y currucucúes de Venezuela existe una que el venezolano asocia con la la mala suerte, la guiña, lo pavoso y lo mabitoso. Se llama la pavita, de la cual hay dos especies: Pavita andina (Glaucidium jardinii) y la Pavita ferrugínea (Glaucidium brasilianum). Esta última, muy extendida en el territorio nacional es la especie a la cual se atribuyen esas cualidades. No hay que confundirlas con las varias especies de pava de monte, galliforme cracide, familia donde ubicamos a las guacharacas, camatas, úquiras y paujíes.

Conseguimos la descripción de esta ave en Una guía de aves de Venezuela (Armitano, Caracas, 1979), por Williams Phelps, Jr. y Rodolphe Meyer de Schauensee, la cual resumo:

Pavita ferrugínea (Glaucidium brasilianum)
Lechuza pequeña (16.5 cm.), sin penachos auiriculares, muy similar a la Pavita andina. Más probable verla de día que otras especies. Corona parda que tiene listas en los astiles en vez de puntitos (como es el caso de la pavita andina), cola cruzada por 5 a 6 bandas (la andina tiene 4). No es rara una fase rufo encendido. No es exclusivamente nocturna. No arisca. Sola o en parejas entre las ramas de baja altura. Se alimenta de roedores, reptiles, aves e insectos. Llamada:una serie de juuts repetidos, sencillos, metálicos, silbados y cortos. Puede responder a la imitación de su llamada.

Aquiles Nazoa, con su grato humor caraqueño nos dejó en Caracas física y espiritual (Panapo, Caracas, 1987) un simpático artículo sobre este tema, que refleja un interesante aspecto de la caraqueñidad. Se titula La pava y lo pavoso y no tiene desperdicio. De allí trataremos de dilucidar este misterio de la cultura caraqueña tradicional, que parece desvanecerse con el paso del tiempo y el imperio del mal gusto. Para facilitar la lectura por este medio, me tomé la libertad de dividir los párrafos. Veamos qué nos dice:
Aquiles Nazoa
Como en ninguna otra forma del folklore urbano, la espiritualidad del caraqueño tradicional -mezcla curiosa de humor, de sentido mágico de la vida y de una buena propensión natural al buen gusto-, tiene su manifestación más típica en la idea de la "pava". Con sus sinónimos de mabita y guiña y con su terrible derivado pavoso, se define entre nosotros como pava a la superstición popular que atribuye a ciertos objetos -principalmente a ciertos objetos de carácter decorativo- la propiedad de atraer la mala sombra sobre el infeliz que la posee. Semejante en este aspecto a la alusión italiana de la iella, a la yeta argentina y al ñeque de los cubanos, se diferencia nuestra pava criolla de aquellos ilustres congéneres en ser el único entre ellos que ha evolucionado del plano puramente supersticioso, para convertirse en la institución crítica por excelencia de que disponemos para la valoración de nuestros gustos estéticos. La fina intuición crítica de los caraqueños cataloga dentro del género pava y le atribuye según su peligrosidad su correspondiente lugar entre las diversas categorías de lo pavoso, a todo lo que es estéticamente mostrenco, a las cosas fabricadas con una finalidad decorativa y que fracasaron en su aspiración de belleza; a cuanto en el mundo resulta innecesariamente feo.

Guarura o botuto, puede ser un
objeto sumamente pavoso, a
pesar de su belleza natural si
se le utiliza como florero...
Otras veces es a la inarmonía entre la cosa y el uso indebido que se hace de ella -tal como usar una vela para calentar un café, o emplear una brocha de afeitar para pintar los muebles, a muchas formas de conducta, a algunos personajes por su manera de vestir o por su modo de ser, y hasta a muchas venerables instituciones que han ido a la quiebra al caer bajo tan ominosa catalogación.
Al atribuirle las cosas enumeradas la propiedad de atraer el malestar al ambiente en que se encuentran, coincide curiosamente la institución caraqueña con las teorías de la moderna psico-biología, según las cuales el hombre es un animal de naturaleza optodinámica, un ser cuyo medio más importante de comunicación con el mundo es la vista, y por eso, tanto mayor será su sensación de bienestar, de equilibrio psíquico y tanto mejores sus aptitudes para el disfrute de la vida, para el amor, para la elevación moral y plena realización de la personalidad, cuanto más intensa sea la sensación de armonía, de claridad y de belleza que reciban sus ojos. Si la disposición de lo visible es capaz de influir de tal forma en las impulsos de nuestra subjetividad, es comprensible entonces que en la presencia de lo chato, de lo mediocre, de lo inestable y de lo ramplón, nos sintamos como ensombrecidos, como psiquicamente perturbados. Es un mal que los psiquiatras denominan psicosis de lo feo y que el folklore urbano de Caracas llama sencillamente la pava. Si el que se siente bajo la influencia de la pava no está en capacidad de discernir racionalmente los verdaderos motivos del malestar que lo perturba, hay en él un cambio una especie de intuición crítica, algo así como una potencia defensiva secreta, o vacuna espiritual, que lo conduce invariablemente a localizar la causa de su perturbación en el objeto más antiestético o más anacrónico que tenga en su cercanía y que es, para él, un objeto pavoso.
Aquí quería yo llegar y hacer algún comentario que no está en el artículo de Nazoa porque en su época no existía. Recuérdese que el texto fue escrito hacia 1967, cuando todo era más bonito y sabroso. Quiero referirme a la PAVA CIRÍACA COLECTIVA, tal vez la peor de las mabitas. Esta se da cuando en una sociedad los valores éticos y estéticos se ven trastocados por la presencia de lo chato, de lo mediocre, de lo inestable y de lo ramplón... ¡Uy, guillo! Allí es cuando parecemos tocados por un rey Midas de la pava y no levantamos cabeza. Personas, objetos y conductas incívicas se conjuran para encerrar a esa sociedad en un vórtice infinito de guiña, sin llegar a ver la luz al final del túnel. ¿Percibimos que estamos empavados? ¿Qué hacer? Tal vez, comenzar haciendo nuestra propia lista de cosas, personas y acciones pavosas... En Caracas abundan y parecen concentrarse como el fango de un tremedal. Luego podremos a evitarlas y desterrarlas de nuestra vida  privada, nuestros hogares, y lugares de trabajo y esparcimiento. Huir de ellas como de Mandinga mismo.

Ya no es el objeto feo en casa o en la oficina que molesta nuestros parámetros de estética, ni aquella persona que al pasar marchita hasta las flores plásticas (que de hecho son bien pavosas) Esa es una pava simple que se quita evitando el contacto perjudicial, o -si somos supersticiosos- dándonos un baño de cariaquito morado (Lantana montevidensis o Lantana verbenacea, creo que da lo mismo), o tal vez colgar una penca de sábila (Aloe vera) detrás de la puerta puede ser efectivo. Nazoa nos da una larga lista de objetos, actitudes y conductas que nos pueden afectar. Nosotros podemos ampliarla, comenzando por revisarnos nosotros mismos e irla eliminando de nuestro entrorno. Creo que eso es lo mejor

Cariaquito morado. Esta variedad de Lantana parece
ser efectiva para casos ligeros de pava.
Me queda sólo una cosa en el teclado. ¿Qué tiene que ver esa simpática lechuza con la estética y la ética? Aquiles Nazoa nos da una respuesta:
A tan peculiar expresión del folklore caraqueño le viene el nombre de pava del ave nocturna así llamada -en otros tiempos habitante de las arboledas de Ávila-, cuyo vuelo sobre las casas en la alta madrugada con su melancólico quejido, se tenía como anuncio de desgracia. Creíase que la pavita nocturna era la forma que adoptaba alguna bruja del vecindario para echar sus maleficios sobre las casas, y para conjurarla, la primera mujer que oyera su canto en la noche debía gritarle: ¡Venga mañana por sal!, mientras tendía en el patio un pantalón blanco con las piernas abiertas. Se suponía que atraída por el pantalón (pues las brujas son siempre mujeres solas), en la primera hora del siguiente día la hechicera, ya restituida de su figura humana, visitaría la casa con el pretexto de pedir un poquito de sal, permitiendo así su identificación por los vecinos a los cuales quiso echar un daño.

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