Sátiro y ninfas, por William-Adolphe Bouguereau (1873) |
HIMNO XIX
A PAN
Del amado hijo de Hermes háblame, Musa,
del de pies de cabra, bicorne, bullicioso, el que por los valles
arbolados camina en compañía de las ninfas hechas a la danza;
ellas en las cimas rocosas, impracticables, posan sus pies
a Pan invocando, al dios pastor de brillante melena,
hirsuto, que toda cumbre nevada tiene por lote,
y las cimas de los montes y los rocosas caminos.
Marcha de aquí para allá por el sotobosque tupido;
ora le atraen las corrientes de curso suave,
ora vaga entre elevados roquedos,
a la más alta cima (atalaya del ganado) ascendiendo.
A menudo recorre las vastas montañas blanquecinas,
a menudo por sus faldas pasa matando fieras
en tanto agudas miradas lanza; a veces, a la tarde, se le oye solitario
de la caza tornando, mientras con las cañas una música toca
placentera; a éste no le aventajaría a melodioso
el pájaro que, entre el follaje de la primavera rica en flores,
su lamento derrama y vierte el dulce son de su canto.
Con él entonces las ninfas montaraces del armonioso canto,
moviendo de un lado a otro sin parar sus pies, junto a las fuentes de oscuras aguas
cantan; en torno a la cima del monte resuena el eco.
El dios está en una parte y otra del coro, arrastrándose a veces hasta el medio,
y con el rápido batir de sus pies la danza dirige; sobre las espalda la jaspeada piel
de un lince lleva y alegra su ánimo con los armoniosos cantos
en la mullida pradera, donde azafrán y jacinto
aromático en todo su esplendor se mezclan, en número incontable, con la hierba.
Cantan a los dioses bienaventurados y al vasto Olimpo:
y así, del raudo Hermes, destacado entre todos,
hablaban, de cómo éste para todos los dioses es veloz mensajero,
y de cómo a Arcadia rica en fuentes, madre de rebaños,
llegó, donde está su santuario cilenio.
Allí él, aun siendo dios, rebaños de dura lana pastoreaba
en casa de un hombre mortal; es que estaba en todo su vigor el mórbido anhelo que le sobrevino
de unirse en amor con la ninfa de hermosas trenzas, la hija de Dríope.
Y contrajo un matrimonio próspero, y dio a luz en su morada
para Hermes a su querido hijo, desde el primer momento monstruoso a la vista:
de pies de cabra, bicorne, bullicioso, de dulce risa;
lo rehuyó pegando un salto y abandonó al niño la nodriza,
pues sintió miedo al ver su rostro arisco, barbado.
A éste rápidamente el raudo Hermes lo tomó en sus manos,
acogiéndolo como suyo, y se alegró en su ánimo de modo extraordinario el dios.
Con presteza a las sedes de los inmortales iba, al niño cubriendo
entre espesas pieles de montaraz liebre,
junto a Zeus se sentó y los demás inmortales,
y les mostró a su vástago: todos en su espíritu se regocijaron,
los inmortales, pero singularmente el báquico Dioniso,
Pan se llamaba porque todos sus mientes alegró.
Salud así también a ti, señor, te propicio con mi canto;
Que yo de ti me acordaré, y de otro canto.
Fuente:
Himnos homéricos. Traducción José B. Torres
Cátedra, Madrid, 2005
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