Elogio de la berenjena Portada |
Hace unos días mi amigo y colega Ender Araujo Romero me prestó un libro sin yo solicitárselo. Nada de particular, dirán algunos, pero yo lo considero un acto de confianza y valentía. Hay un proverbio que dice: Libro prestado; perdido o estropeado. Ender me indicó mientras me lo entregaba, que le había sido regalado hace unos años por una amiga a quien él quería mucho. Le advertí lo del proverbio, y mientras hojeaba el libro, le dije que provocaba robárselo. Esta semana, cuando concluya la lectura y tome algunas notas se lo devolveré en las mismas condiciones que lo recibí. Sólo así se puede retribuir la confianza.
El libro al que me refiero se titula Elogio de la Berenjena (Javier Vegara Editor, Buenos Aires, 2000), obra de Abel González, periodista argentino. Se trata de un delicioso libro de anécdotas e historia menuda de personajes históricos y de cosas que tal vez comieron, mas nos advierte el autor:
Estas inciertas, vacilantes crónicas, diría Jorge Luis Borges, oscilan -sin decidirse- entre el relato de época, la biografía fantasiosa, el comentario gastronómico y el recetario de cocina.Partí de la tesis de que comer forma parte insoslayable de la cultura humana. Lo que se lleva a la boca -tanto crudo como cocido- alcanza en efecto, para definir una civilización entera. Y lo mismo se puede decir de los individuos. Porque no es igual almorzar unas tostadas con caviar que despacharse un pan flauta con mortadela y queso. "Lo que un hombre pone en la mesa -decía Oscar Wilde, es inseparable de su estilo". Así, todos los personajes famosos que figuran en este libro comen aquí no para saciar su mucho apetito (que también lo tuvieron) sino para que uno sepa mejor cómo vivieron en algún momento de su existencia.En efecto, en el libro desfilan numerosos personajes: políticos, militares, cineastas, escritores, pintores. A medida que lo leo, lo disfruto y me preparo a tomar nota de las recetas más interesantes, para luego devolverlo a su legítimo propietario que es, como la dedicatoria que le escribió su amiga cuando se lo regaló:..."un gourmet valiente, tajante hasta el dolor".
Por simple curiosidad busqué también en el índice para ver si había algún venezolano entre los famous who que figuran en él. Pensaba en particular en Francisco de Miranda que todo lo dejaba registrado en su diario, incluyendo sus aventuras gastronómicas (desde el caviar que comió en la Corte de Rusia, hasta la olleta y las hallaquitas que añoraba en Coro), pero quien surgió fue Simón Bolívar, que era bastante frugal.
Al referirse a los amores de Simón Bolívar con Manuela Sáenz -tormentosos y posesivos como corresponde a una relación del romanticismo-, el autor menciona de Manuelita podía ser también "clemente como ninguna, tierna y amorosa. Como sabía que al Libertador le gustaba mucho, le regalaba el estómago con una leche nevada que había aprendido a hacer cuando era niña". La víspera de su muerte, señala, "le habían dado de comer al general una leche nevada, de la que apenas tomó dos cucharadas. Los oficiales que rodeaban su cama le gastaron algunas chanzas y él murmuró: '¡Ah, mi Manuela!'..."
LECHE NEVADA A LA SIMÓN BOLÍVAR
Manuela Sáenz |
Ésta es una vieja receta peruana. Por algunos comentarios se sabe que Manuela Sáenz, amante de Bolívar, le daba un toque personal, que si bien no le imponía un gusto diferente, al menos le añadía un poco de encanto. Se disuelve una taza de crema de leche en otra taza de leche fría. Se le agrega azúcar a gusto y se bate muy bien hasta que haga alguna espuma. En un plato se coloca una rodaja fina de bizcochuelo sobre la cual se va echando con una cuchara esa espuma hasta cubrirlo del todo. Se sirve con un relieve de confites. Manuela le ponía un poco de ralladura de chocolate y mojaba el bizcochuelo con unas pinceladas de ron venezolano... que es el mejor del mundo, por más que protesten los castristas y se enojen los zapatistas.
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