jueves, 28 de marzo de 2013

Siega y vendimia



SIEGA Y VENDIMIA

I

El día, los campos que enlutó la noche
Con sus primeras rosas engalana
Y prende el sol cual diamantino broche
En la túnica azul de la mañana:

El viento juega con la luz naciente
En las doradas mieses del plantío,
Y riza acariciando dulcemente
La blanda cabellera del estío.

Ya llegan los alegres segadores,
Contento el corazón, el brazo fuerte,
Entréganse a las rústicas labores
Que el pan en vida y en amor convierte.

La siega comenzó... Rinde su seno
La rubia espiga con la hoz tronchada
Y un río pactolo por el campo ameno
Se extiende hacia la éra afortunada.

Oscura Ruth de la vecina aldea,
Una muchacha de la ermita viene,
Y en las espigas que la brisa orea
Los dulces ojos con amor detiene.

Su rostro radia con belleza extraña
En el suave misterio del Santuario
Donde colma de dicha su alma pura
El dulce prisionero del Sagrario.

II

Al vespertino encanto, en la remota
Linde del horizonte, el cielo miente
Un lago en cuyas agua flota,
Nenúfar gigantesco, el sol poniente.

Del verde otero por la fresca falda
Buscan las aves con alegre coro
Entre tupidas grutas de esmeralda
La miel ardiente del racimo de oro.

Piensa el vendimiador, ya fatigado,
En los encantos de su hogar vecino,
Do habrá en las noches del invierno helado
Repuestos odres de oloroso vino.

La vendimia finó... Cien carros ledos,
Del rico fruto de la vid colmados
Pasan... y gime el viento en los viñedos
De su fragante gloria despojados.

Triste Noemí que a la turba esquiva
Una anciana de nívea cabellera
Fija su honda mirada pensativa
En los racimos que el lagar espera.

Y reclina su lánguida cabeza
Que hacia la tumba con temblor gravita
Mientras la tarde moribunda reza
En la vieja campana de la ermita.

Y sueño con los cálices benditos
Que rebosa la Sangre Redentora
Y en éxtasis de anhelos infinitos
La pobre anciana se prosterna y ora.


Hacía tiempo, unos seis meses, que no publicaba en esta bitácora algún poema del P. Carlos Borges. Hoy, revisando la antología de su obra compilada por J. M. Núñez Ponte,  Páginas perdurables (Enrique Requena Mira, Caracas, 1955), encontré este poema poco conocido del sacerdote y poeta caraqueño. Para leer más de este autor, ingresar por aquí.

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