domingo, 10 de junio de 2012

Tan tonto como Creso II


Solón y Creso conversan
Cuando me referí a la invitación de Creso a varios de los siete sabios de Grecia para hacerles preguntas tontas, mencioné a Heródoto de Halicarnaso, quien  cuenta con detalle la entrevista con Solón. Tal vez el encuentro nunca se produjo como lo describe Heródoto, pero no deja de ser interesante tener en cuenta la reflexiones del padre de la democracia ateniense.

El texto sigue siendo atractivo hasta para personas que tienen poco interés por el mundo antiguo, o la cultura en general. Tenía un amigo, muerto ya, cuyos intereses eran totalmente opuestos a los míos, a quien leí el episodio que transcribo a continuación (Libro I, Clío, XXX-XXXIII), se interesó tanto por la sabiduría de Solón y la estupidez de Creso, que insistía en que le leyera más. He debido regalarle el libro, que lo hubiera disfrutado.

Seguiré el texto de la traducción de Los nueve libros de la historia por P. Bartolomé Pou (Biblioteca Edaf, Madrid, 1998). Me tomo la libertad de dividir los párrafos a mi arbitrio para colocar algún comentario, que no es erudito, ni aspira a serlo, mas conservando la numeración establecida:

XXX. Estos motivos y el deseo de contemplar y ver mundo, hicieron que Solón partiese de su patria y fuese a visitar al rey Amasis en Egipto, y al rey Creso en Sardes. Este último le hospedó en su palacio, y al tercer o cuarto día de su llegada dio orden a los cortesanos para que mostrasen al nuevo huésped todas las riquezas y preciosidades que contenía su tesoro. Luego que todas las hubo visto y observado prolijamente por el tiempo que quiso, le dirigió Creso este discurso: “Ateniense, a quien de veras aprecio, y cuyo nombre ilustre tengo bien conocido por la fama de tu sabiduría y ciencia política, y por lo mucho que has visto y observado con la mayor diligencia, respóndeme, caro Solón, a la pregunta que vaya a dirigirte: Entre tantos hombres, ¿has visto alguno hasta ahora que sea completamente dichoso?” Creso hacía esta pregunta porque se creía el más afortunado del mundo.
Atenas, patria del sabio Solón
y de Tello, el hombre feliz
Es difícil explicarse cómo un Jefe de Estado (un rey riquísimo y poderoso, según la tradición) podía hacer una pregunta semejante a un estadista de la talla de Solón a quien hasta el tirano Pisístrato de Atenas deseaba honrar y era reconocido en todo el mundo. Lo mejor hubiera sido que le pidiera consejos de buen gobierno. Veamos la respuesta del buen sabio y cómo persiste en su torpeza en rey lidio:

Pero Solón, enemigo de la lisonja, y que solamente conocía el lenguaje de la verdad, le respondió: “Sí, señor; he visto a un hombre feliz: Tello el ateniense”. Admirado el rey, vuelve a insistir: “¿Y por qué motivos juzgas a Tello el más venturoso de todos?” “Por dos razones, señor, -le responde Solón-; la una, porque floreciente su patria, vio prosperar a sus hijos, todos hombres de bien, y crecer a sus nietos en medio de la más risueña perspectiva; y la otra, porque gozando en el mundo de una dicha envidiable, le cupo la muerte más gloriosa, cuando en la batalla de Eleusina, que dieron los atenienses contra los fronterizos, ayudando a los suyos y poniendo en fuga a los enemigos, murió en el lecho del honor con las armas victoriosas en la mano, mereciendo que la patria le distinguiese con una sepultura pública en el mismo sitio en que había muerto”.
La felicidad, le dice Solón, es llevar una buena vida, verla completarse honestamente y morir con honor. Pero Creso no se da por vencido. Insiste. Solón le pone otro ejemplo.

Altar tardío que representa la escena 
de Cleobis y Biton arrastrando el
carro de su madre.
XXXI. Excitada la curiosidad de Creso por este discurso de Solón, le preguntó nuevamente a quién consideraba después de Tello el segundo entre los felices, no dudando que al menos este lugar le sería adjudicado. Pero Solón le respondió: “A dos argivos, llamados Cleobis y Biton. Ambos gozaban en su patria una decente medianía, y eran además hombres robustos y valientes, que habían obtenido coronas en los juegos y fiestas públicas de los atletas. También se refiere de ellos, que como en una fiesta que los argivos hacían a Juno fuese ceremonia legítima el que su madre hubiese de ser llevada al templo en un carro tirado de bueyes, y como éstos no hubiesen llegado del campo a la hora precisa, los dos mancebos, no pudiendo esperar más, pusieron sus cuellos debajo el yugo, y arrastraron el carro en que su madre venía sentada, por el espacio de cuarenta y cinco estadios, hasta que llegaron al templo con ella.
Habiendo dado al pueblo que a la fiesta concurría este tierno espectáculo, les sobrevino el término de su carrera del modo más apetecible y más digno de envidia; queriendo mostrar en ellos el cielo que a los hombres a veces les conviene más morir que vivir. Porque como los ciudadanos de Argos, rodeando a los dos jóvenes celebrasen encarecidamente su resolución, y las ciudadanas llamasen dichosa a la madre que les había dado el ser, ella muy complacida por aquel ejemplo de piedad filial, y muy ufana con los aplausos, pidió a la diosa Juno delante de su estatua que se dignase conceder a sus hijos Cleobis y Biton, en premio de haberla honrado tanto, la mayor gracia que ningún mortal hubiese jamás recibido. Hecha esta súplica, asistieron los dos al sacrificio y al espléndido banquete, y después se fueron a dormir en el mismo lugar sagrado, donde les cogió un sueño tan profundo que nunca más despertaron de él. Los argivos honraron su memoria y dedicaron sus retratos en Delfos considerándolos como a unos varones esclarecidos”.

Este es un buen ejemplo de amor filiar. ¿Qué muerte más bella que morir con la bendición de una madre agradecida y el respeto de los conciudadanos? Esta madre, Cídipe era su nombre, era sacerdotisa de Hera (Juno para los romanos) y la diosa, conmovida por la acción de los jóvenes, concede el favor de una buena muerte. Murieron felices y satisfechos.
XXXII. A éstos daba Solón el segundo lugar entre los felices; oyendo lo cual Creso exclamó conmovido: “¿Conque apreciáis en tan poco, amigo ateniense, la prosperidad que disfruto, que ni siquiera me contáis por feliz al lado de esos hombres vulgares?” “¿Y a mí, -replicó Solón-, me hacéis esa pregunta, a mí, que sé muy bien cuán envidiosa es la fortuna, y cuán amiga es de trastornar los hombres? Al cabo de largo tiempo puede suceder fácilmente que uno vea lo que no quisiera, y sufra lo que no temía. 
Cleobis y Bitón, los gemelos délficos.
Retratos dedicados por los argivos´para
honrar la memoria de este ejemplo de
amor filial.
Supongamos setenta años el término de la vida humana. La suma de sus días será de veinticinco mil y doscientos, sin entrar en ella ningún mes intercalar. Pero si uno quiere añadir un mes cada dos años, con la mira de que las estaciones vengan a su debido tiempo, resultarán treinta y cinco meses intercalares, y por ellos mil y cincuenta días más. Pues en todos estos días de que constan los setenta años, y que ascienden al número de veintiséis mil doscientos y cincuenta, no se hallará uno solo que por la identidad de sucesos sea enteramente parecido a otro. La vida del hombre ¡oh Creso! es una serie de calamidades”.
Y continuó Solón: “En el día sois un monarca poderoso y rico, a quien obedecen muchos pueblos; pero no me atrevo a daros aún ese nombre que ambicionáis, hasta que no sepa cómo habéis terminado el curso de vuestra vida. Un hombre por ser muy rico no es más feliz que otro que sólo cuenta con la subsistencia diaria, si la fortuna no le concede disfrutar hasta el fin de su primera dicha. ¿Y cuántos infelices vemos entre los hombres opulentos, en tanto que muchos con un moderado patrimonio gozan de una real felicidad?
Ruinas del templo de Hera en Olimpia
El que siendo muy rico es infeliz, en dos cosas aventaja solamente al que es feliz, pero no rico. Puede, en primer lugar, satisfacer todos sus antojos; y en segundo, tiene recursos para hacer frente a los contratiempos. Pero el otro le aventaja en muchas cosas; pues además de que su fortuna le preserva de aquellos males, disfruta de buena salud, no sabe qué son trabajos, tiene hijos honrados en quienes se goza, y se halla dotado de una hermosa presencia. Si a esto se añade que termine bien su carrera, ved aquí el hombre feliz que buscáis; pero antes que uno llegue al fin, conviene suspender el juicio y no llamarle feliz. Désele, entretanto, si se quiere, el nombre de afortunado. Pero es imposible que ningún mortal reúna todos estos bienes; porque así como ningún país produce cuanto necesita, abundando de unas cosas y careciendo de otras, y teniéndose por mejor a aquel que da más de su cosecha, del mismo modo no hay hombre alguno que de todo lo bueno se halle provisto; y cualquiera que constantemente hubiese reunido mayor parte de aquellos bienes, si después lograre una muerte plácida y agradable, éste, señor, es para mí quien merece con justicia el nombre de dichoso. En suma, es menester contar siempre con el fin; pues hemos visto frecuentemente desmoronarse la fortuna de los hombres a quienes Dios había ensalzado."
XXXIII. Este discurso, sin mezcla de adulación ni de cortesanos miramientos, desagradó a Creso, el cual despidió a Solón, teniéndolo por un ignorante que, sin hacer caso de los bienes presentes, fijaba la felicidad en el término de las cosas.
Ciro El Grande
Rey de Persia
Pronto tendría Creso razones para recordar a Solón: 1) El hijo mayor, en quien ponía sus esperanzas sucesorales, murió como lo indicaba el oráculo (por hierro), a pesar de las previsiones del padre; 2) malinterpretó otro oráculo y le declaró la guerra a Ciro El Grande, causando la destrucción de un gran imperio: el suyo; 3) Lo único bueno fue el tercer oráculo que se cumplió en su hijo mudo. Cuando Sardes es tomada por el ejército persa y las tropas irrumpen en palacio, un soldado está presto a matar al rey de los lidios; en ese momento el hijo mudo grita sus primeras palabras: ¡Soldado, no mates a Creso!


En otra oportunidad hablaremos de las aventuras de Creso en la corte de Ciro.





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