miércoles, 30 de abril de 2014

Supremas de pollo con funghi porcini y mozzarella

Supremas de pollo, recién salidas del horno, con sus papas asadas
El sábado fui a la carnicería del vecindario (sólo queda una y bien cara) para hacer las compras para la semana. Cuando hacía mi pedido, le dije al carnicero que quería dos milanesas y él interpretó que eran de pollo, mientras yo me distraía viendo al otro carnicero preparándolas de res. Acepté la opción, a pesar de que no soy afecto al pollo industrial, y me propuse crear algún platillo con lo que tuviera en casa. He aquí el resultado:

SUPREMAS DE POLLO CON FUNGHI PORCINI Y MOZZARELLA

Ingredientes:

  • 2 milanesas de pechuga de pollo, bien limpias
  • 1/2 taza de chalotas (Allium ascalonicum) picaditas. En Venezuela sólo se producen en Güiria, estado Sucre. En Caracas se las consigue en el Mercado de Chacao. Se puede sustituir por cebolla.
  • 2 o 3 cucharadas de funghi porcini seco, remojado en agua tibia por unos 20 minutos
  • 6 tiras delgadas de queso mozarrella
  • 1 cucharada de aceite de oliva
  • 1 cucharada de mantequilla
  • sal, pimienta, hierbas de Provenza
  • 2 papas cocidas, cortadas en trozos


Procedimiento:

  1. Precalentar el horno a 350°F.
  2. Se adoban las milanesas de pollo ligeramente con hierbas de Provenza, sal y pimienta.
  3. Se cortan las chalotas y se les hace fundir en el aceite y la mantequilla. Cuando estén transparentes, Se agregan los hongos secos, exprimidos y cortados menudo (se reserva el agua de remojo). Se sofríen adobando ligeramente.
  4. Se cortan las tiras de queso mozzarella.
  5. Se extienden las milanesas y se untan con la mezcla de hongos y chalotas. Se les colocan las tiras de queso y se enrollan. Se colocan en una pieza para hornear, con el cierre hacia abajo. Sobrará una pequeña cantidad del aderezo de hongos que se usará para adobar las papas y adornar las supremas.
  6. En la misma olla donde se preparó el aderezo, se agregan los trozos de papa cocida y se saltean. Se le agrega un poco de agua de remojo de los hongos y se le hace reducir. Las popas tomarán un interesante color parduzco. Se colocan las papas alrededor del pollo. Si sobró algo se la salsa, se vierte sobre el pollo.
  7. Se lleva al horno y se cocina hasta que esté en su punto (dependerá del tamaño de las supremas, unos 20 a 30 minutos.

¡Buen provecho!


Dramatis personae

Manuel Caballero
1931-2010
Imagen de El Universal
Dramatis personae, doce ensayos biográficos (Alfadil Ediciones, Caracas, 2004) es el título con el que Manuel Caballero designó a una selección de sus ensayos biográficos sobre un grupo selecto de venezolanos que fueron protagonistas de la historia reciente de Venezuela. Hace días encontré en una librería un volumen de este libro (el volumen 5 de la colección Biblioteca Manuel Caballero) y me decidí a adquirirlo. Son escas las biografías de personajes del siglo XX y esta era una oportunidad de aproximarme a varios de ellos. De la contraportada:
En estos ensayos sobre Arturo Úslar Pietri, Eleazar López Contreras, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, Ramón J. Velasquez, Gonzalo Barrios, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Pompeyo Márquez, Augusto Mijares, Mario Briceño Iragorry y Luis Castro Leiva, se traza no sólo un retrato sino sobre todo una interpretación de la obra de estos destacados venezolanos. Se trata de estudios de historia intelectual, partiendo de la base de lña desconfianza manifiesta de Manuel Caballero hacia esas biografías que pretenden presentar "el lado humano" de un personaje histórico, pues, como lo ha afirmado repetidas veces, la única dimensión verdaderamente humana es aquella donde interviene la inteligencia, incluso cuando actúan las pasiones. También para contrarias la historia común, "de calle", centrada en héroes militares, ésta es una historia de la inteligencia, una historia civil.
En Venezuela es difícil conseguir biografías o semblanzas de personajes de su historia reciente y mucho menos si éstas son objetivas. Estos ensayos de Manuel Caballero logran presentarnos objetivamente a los biografiados, independientemente de las simpatías o antipatías el autor. Tienen el mérito adicional de haber sido escritas en diversas ocasiones, algunas de ellas en vida de los "biografiados", cuando aún no había concluido su carrera de la vida y luego seleccionadas para figurar en este volumen. Como nos acostumbró Caballero, es un libro muy ilustrativo y de grata lectura.

martes, 29 de abril de 2014

Lumpia de banana

Lumpias de cambur; el color dorado caramelo se lo imparte el azúcar fundida al calor.


Hace unos años, cuando trabajaba en Roma, la Embajada de Filipinas ante la Santa Sede celebró el día nacional y, luego de una misa, se ofreció a los asistentes un rico refrigerio de especialidades gastronómicas de ese país. Conrado Padolina, filipino que trabaja para Venezuela, me dijo: Falta la lumpia de banana. Fue una sorpresa para mi, pero me la imaginé muy sabrosa porque Conrado es todo un gourmet y nunca recomienda nada malo.

El tiempo pasó y la "lumpia camburera" pasó al archivo de cosas olvidadas, aunque no del todo. Hace poco me puse a revisar por Internet y encontré el Turon de banana (la famosa lumpia de Conrado) y cómo se prepara. Es éste un bocadillo callejero favorito de los filipinos. Para prepararlo se usa una variedad de banana (cambur, dominico o plátano) que se denomina Saba, muy parecida a nuestro cambur manzano. Un día preparé unas cuantas de estas lumpias para unos amigos usando cambures titiaros (bocadillos en el Zulia,  y baby bananas en inglés), que le dan un dulzor y textura especiales. Son fáciles de hacer y requieren pocos ingredientes.


TURON DE BANANA
para 6 lumpias

Ingredientes:

  • 3 cambures de la variedad que más nos plazca, que estén maduros pero firmes (eso es importante)
  • 6 obleas de Spring roll wrappers. Es una confección que se consigue en los mercados de especialidades asiáticas, elaborada con harina de arroz y almidón de yuca.
  • 2 o 3 cucharadas de azúcar moreno. Yo usé papelón (panela o piloncillo) rallado
  • Agua tibia para remojar las obleas
  • Aceite para freír.

Preparación:

  1. Se cortan los cambures a lo largo en cuartos, eliminando las partes duras o magulladas. Debe procuranse que las tajadas queden parejas.
  2. En un plato aparte, se coloca el azúcar moreno o el papelón rallado que se usará para espolvorear los trozos de cambur.
  3. En otro plato se extiende una toalla de tela ligeramente húmeda.
  4. Se toma una oblea y se sumerge en el agua tibia por unos 30 segundos, hasta que ablande y sea flexible. Si se deja demasiado tiempo se deshará. Si no ha ablandado lo suficiente se partirá.
  5. Con cuidado, se coloca la oblea extendida sobre la tela húmeda. Como a tres dedos del borde inferior, se colocan dos tajadas de cambur, previamente espolvoreadas con azúcar moreno. Se procede a enrollarlas procurando que quede firme. Al llegar a la mitad de la oblea, se envuelven las solapas derecha e izquierda hacia el centro y se sigue enrollando has llegar al final de la oblea.
  6. En otro plato, se colocan las lumpias a medida que van estando listas para freír,con la costura hacia abajo, procurando que no se toquen. Se cubren con otra toalla húmeda para evitar que se resequen.
  7. Cuando se ha concluido se procede a freírlas en aceite caliente (fuego medio alto) con un dedo de profundidad. Se van volteando con cuidado para evitar que se rompan. Una vez fritas se pasan a un plato donde se han puesto unas toallas de papel absorbente. Se las deja drenar el exceso de aceite por no más de un minuto (se pegarían al papel si se las deja por un tiempo más largo).
  8. Listas para servir, acompañadas de dulce de leche o un helado de vainilla. Hay que comerlas calientes, pues la oblea se torna chiclosa cuando se enfría.

En Filipinas, además de la banana, también se le agrega un trozo de jack fruit, o tal vez mango.

Los ingredientes para las lumpias
Ayer, mientras las comía, recordaba a un ilustre venezolano del siglo XVIII que vivió muchos años en Filipinas. Me refiero al Rev. P. Fr. Juan de Arecherra y Tovar (1686-1751), hijo de la futura marquesa del Valle de Santiago al contraer segundas nupcias con Francisco de Berroterán, primer marqués de ese título. Don Francisco, el padrastro, no veía con buenos ojos la vocación religiosa de Juan, quien sin embargo ingresó al Convento de San Jacinto de Caracas en 1701, y luego, finalizado el noviciado, se trasladaría a Ciudad de México, donde obtuvo licenciatura y doctorado en teología; Lector de filosofía en el colegio dominico Porta Coeli y de teología en el Pontificio de Puebla de los Ángeles. En 1713 parte para Filipinas donde llegó a ser provincial de la orden dominica, rector tres oportunidades de la Real Universidad de Manila, comisario del Santo Oficio, Obispo de Nueva Segovia, y hasta Capitán General interino de todo el archipiélago a partir de 1745.

Fachada de la Catedral de Nueva Segovia, Filipinas

Me lo imagino recordando la lejana Caracas y las frutas de su verde valle, mientras se deleitaba con una merienda de "turones" de cambur, rememorando sus variedades: guineos, manzanos, topochos, cuyacos, titiaros... En Asia descubriría nuevas variedades de esta deliciosa musácea. Tal vez los llamaría plátanos, como lo hacen lo hacen los mexicanos, o cambur como los venezolanos ¿Quién sabe?.

Si caso tenía don profético, sabría que cien anos después, instaurada la república en el lar nativo, el cambur tenía otra acepción idiomática, relacionada con la política. Es un símil que no hay que confundir con "ganarse la arepa"; los plátanos, bananos y cambures no requieren de mucho esfuerzo y siempre son productivos. La arepa, en cambio requiere mucho sudor de la frente. Veamos qué es un cambur republicano:

  • Cambur, cargo público;
  • Camburero, quien está a la procura del cargo público y quiere que lo pongan "donde haiga".
  • Cambural, conjunto de cargos públicos, donde hay para escoger;
  • Encamburarse: lograr la posición deseada en la administración pública, donde se gane bien sin mucho esfuerzo ni dedicación;
  • Policamburista, quien detenta varios cargos públicos y cobra completo en todos, aunque no se dedique a exclusividad.

Mapa antiguo del Pacífico.

lunes, 28 de abril de 2014

Rocotos rellenos

Rocotos rellenos de carne, con sus papas gratinadas
La primera vez que comí rocotos rellenos fue en la Academia Militar de Chorrillos, Perú. En esa ocasión, mayo de 1997, las autoridades académicas homenajearon a los cursantes del XXVI Curso Superior del IAEDEN que estábamos de visita. Me gustaron tanto, que repetí y, venciendo mi timidez, pregunté a un soldado que cómo se hacían. Lacónico como el Inca triste, se limitó a decirme: Se remojan en agua con azúcar. Me pareció poco, pero capté bien el mensaje: lo más importante es quitarle un poco de bravura a este ají (Capsicum pubescens), que está en un rango medio- alto en la Escala Scoville (entre 100.000 y 200.000 SHU).

Una vez de vuelta en Caracas traté de reproducir el plato. En primer lugar procedí a remojar los rocotos en agua con azúcar por unas 24 horas. Luego preparé un guiso de carne molida y una salsa de tomate criolla. El resultado, si bien era sabroso, mostraba toda la ferocidad de este picante. Con cada pieza que ingería, debía consumir una o dos latas de cerveza. Algo andaba mal.

Años más tarde, supe que los mexicanos, maestros en el arte de degustar ajíes proceden a disminuir el picor utilizando sal en el remojo. Es más efectivo, quedaron bien, pero no es el procedimiento peruano. Para eso está la Internet.

La semana pasada, de paseo por el mercado de Chacao, vi unos bellos rocotos de producción nacional. Son un poco más pequeños que los se crían en el Perú, pero aún así tienen capacidad para recibir un buen relleno de carne. Decidí comprarlos y probar con alguna de las recetas que encontré: en unas se horneaban inmersos en una salsa de tomate criolla; en otras se les aplicaba una mezcla de leche, huevo y queso rallado; en otra se incluían papas cocidas, lonjas de queso blanco que se coloca sobre los ajíes y las papas antes de bañarlos en una mezcla de leche y huevos.

Cuenta la leyenda que un tal Manuel de Masías (estamos en el siglo XVIII) tenía una hija que murió y estaba en poder del demonio. Para salvarla, Manuel acordó prepararle al diablo una cena que lo dejara satisfecho y liberase a su hija. Inventó entonces los rocotos rellenos que fueron de la completa complacencia del Maligno. Extravagante historia, sin duda, porque una vez que el alma está en el Infierno, nada la saca de allí. Sin embargo, se comprende la metáfora. No hay receta fija para este plato arequipeño que tiene orígenes legendarios y se sirve como entrada. Voy a explicar cómo lo preparé para el almuerzo del sábado basándome en lo que capté en Internet.


Rocotos rellenos, servidos con sus papas.

ROCOTOS RELLENOS

Preparación previa

  1. Se escogen los ajíes que tengan la piel tersa y firme. Mejor evitar aquellos que estén magullados o reblandecidos. Se lavan bien y se secan.
  2. Con un cuchillo afilado se corta cuidadosamente la parte superior. Con la ayuda de una cucharita se eliminan las venas y semillas. Yo utilicé una de esas cucharas que se usan para comer toronjas. Conviene utilizar guantes de látex o unas bolsas plásticas para manipular este fruto. Se lavan de nuevo para eliminar cualquier semilla o resto de vena.
  3. En una olla amplia, se pone a hervir suficiente agua (como para que los ajíes puedan nadar). Al llegar al hervor, se agregan dos cucharadas de azúcar y una de vinagre blanco. Se agregan los ajíes y las tapas que servirán de sombrero (la parte superior que se cortó). Se lleva a un hervor. Se retiran del agua y se ponen a escurrir. Se elimina el agua de cocción.
  4. Se repite el procedimiento otras dos veces, agregando cada vez dos cucharadas de azúcar y una de vinagre, desechando el agua luego de cada blanqueado. Los ajíes quedarán tiernos y con muy poca fiereza. 


Para el relleno

Preparé un relleno de carne de res molida, al gusto venezolano. De hecho, en América Latina los guisos de carne molida son los mismos, con pocas variantes. Aquí doy una receta peruana que lleva carne de res y de de cerdo, que me parece interesante:

Ingredientes

  • 8 rocotos
  • 400 gr. de carne de res molida
  • 400 gr de carne de cerdo molida
  • 4 cucharaditas de ajo picadito (o molido)
  • 120 gr de unas pasas remojadas
  • 4 tazas de cebolla roja picada en cuadritos
  • 8 tomates, pelados, despepitados  y picados en cuadritos
  • 4 cucharadas de ají panca
  • 8 cucharadas de aceite
  • 8 aceitunas negras, despepitadas y picadas
  • 2 huevos duros picados
  • Sal, comino, pimienta


Preparación: 

  1. En una sartén o caldero amplio, se calienta el aceite, en el cual se sofríen los ajos y la cebolla a fuego medio hasta que ésta esté transparente (unos 5 a 7 minutos).
  2. Se agregan las carnes y se continúa cocinando a fuego medio, trabajando con una cuchara o espátula de madera para deshacer cualquier grumo.
  3. Cuando la carne ha perdido su color y está cocida, se agrega el ají panca, tomates, pasas, sal pimienta y comino. Se cocina por diez minutos más.
  4. Se baja del fuego y se agregan los huevos y las aceitunas. Se mezcla.
  5. Con la ayuda de una cuchararita se rellenan los rocotos que se han preparado y se van colocando en una pieza para hornear.
En este momento podemos decidir si los vamos a hornear con salsa de tomate criolla, en cuyo caso un arroz blanco es un buen acompañamiento, o si por el contrario vamos a usar queso y servirlos con papas doradas, o tal vez lo horneamos con papas cocidas, queso y una mezcla de leche, huevo batido, sal y pimienta. Resolví prepararlos de esta última forma.

Para hornear:
  1. Se precalienta el horno a 350° F.
  2. Se engrasa una bandeja para hornear lo suficientemente profunda. 
  3. Se colocan los ajíes rellenos boca arriba. Se alternan con cuartos de papas sancochadas.
  4. Se colocan trozos o lonjas de queso blanco que funda bien y dore (usé mozzarella), sobre los ajíes y las papas.
  5. Se baña con una mezcla de 1/4 de litro de leche, dos huevos batidos y sal y pimienta al gusto. Se bañan los ajíes y las papas con esta mezcla.  Se le coloca el "sombrero" a los ajíes.
  6. Se lleva al horno por 30 minutos o hasta que el queso esté fundido y dore un poco.
El ají panca o Capsicum chinensis, se consigue seco. Para hacer la pasta de esté ají, se procede de la siguiente manera:
  1. Se toman los ajíes y se les eliminan el tallo y las semillas. Se lavan bien.
  2. Se remojan por 3 horas en abundante agua para que se hidraten. Se escurren y desecha esta agua.
  3. Se ponen a hervir cubiertos por agua fresca. Se escurren. Se repite el procedimiento dos veces más, cambiando siempre el agua.
  4. Se licuan con sal y un chorro de aceite. Si está muy espesa, se le puede agregar algo del agua de la última cocción.




Inquisiciones peruanas


Rara vez uno consigue un libro tan grato como Inquisiciones peruanas (Páginas de Espuma, Madrid, 2007) colección de cuentos del escritor peruano Fernando Iwasaki, basados en hechos reales extraídos de los archivos de la Inquisición en Lima, en el Archivo del Museo Histórico Nacional de Madrid, y del Archivo General de Indias. El libro, que no tiene desperdicio, está prologado por Mario Vargas Llosa.

Esta colección de historias de beatas, frailes, iluminados y penitenciados me recuerdan a Ricardo Palma y sus Tradiciones peruanas, pero son más sabrosas y sensuales por lo irreverentes. En la contraportada leemos:
Hablar de la Inquisición supone trasladarnos a una época de torturas, represión y oscurantismo que nadie asociaría jamás al humor y la ridiculez. Sin embargo, después de seleccionar unos casos tan reales como inverosímiles, Fernando Iwasaki consigue hacernos reír conjurando a una rocambolesca cofradía de beatas voladoras, confesores pecaminosos, monjas endemoniadas, obispos sodomitas y otras devotas especies que florecieron en el virreinato peruano. Páginas de Espuma se complace en presentar la edición definitiva de Inquisiciones Peruanas, con la esperanza de que su autor sea prohibido p -por lo menos- excomulgado.
Es un libro escrito con donaire y lisura, que deja una sonrisa en el corazón. Lo único lamentable es que el lector se queda con las ganas de conocer más casos... pero de lo bueno poco.

Fernando Iwasaki nació en Lima en 1961. Es escritor, ensayista,
historiador y autor de más de una docena de títulos de diversos géneros
Jesús el Librero, cada vez que paso por la librería de los jesuitas, me recomienda otra obra de F. Iwasaki: Ajuar funerario, de la misma casa editorial. Creo que ese será el próximo título que lea de este autor.

viernes, 25 de abril de 2014

Las acuarelas recomendadas

Acuarela por Hector Whilster (1967)
Estas flores le recordaron a Oswaldo Vigas la obra de N. Ferdinandoff, en particular por sus líneas
Cuando publiqué en esta bitácora una visita de Oswaldo Vigas a una galería de arte en Puerto España, hace casi 30 años (leer aquí), me referí a tres acuarelas que el maestro me recomendaba para iniciar una colección de arte, de las cuales pude adquirir dos. La amiga Elizabeth Conte Chassin-Trubert y mi sobrino Fernando me pidieron que les mostrara las acuarelas para conocerlas. Las fotos no son de lo mejor, pero aquí los complazco.

Las flores que encabezan este artículo son obra de Hector Whilster (1905-1978), nacido en Jersey, Islas del Canal de la Mancha. Egresado de Victoria College (Jersey), London School of Architecture y Slade School of Art. Fue pintor, muralista e ilustrador. En 1948 se estableció en Jamaica y fue muy conocido en todo el Caribe angloparlante, exhibiendo sus obras en Jamaica, Trinidad y Tobago, Barbados, sin perder sus contactos con París y Londres. Sin duda Oswaldo Vigas tenía buen ojo; lo curioso del caso reside en que cuando adquirí la acuarela habían pasado 17 años desde que se concluyera y el autor tenía ya varios años fallecido. Si se busca en la Internet se puede apreciar lo variado de su obra.
La marina que ilustra el fondo de este artículo es obra de Knolly Greenidge (1937-1998), pintor trinitobaguense  nacido en Cedros (sur de Trinidad). Estudió dibujo arquitectónico, mas fue pintor autodidacta. Sus obras forman parte de colecciones en Trinidad y Tobago, Brasil, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Canadá y Alemania. Sus obras, inspiradas en el paisaje humano y rural de Trinidad, al decir de la Art Society of Trinidad and Tobago, son cautivantes.

Acuarela por Knolly Greenidge (s/f)
Al Maestro Vigas le gustó la composición y el uso del color en esta marina.

jueves, 24 de abril de 2014

Un recuerdo para Oswaldo Vigas

Oswaldo Vigas en su taller
Imagen de www.lapatilla.com


El 22 de abril murió Oswaldo Vigas (1926-2014), uno de los grandes de las bellas artes venezolanas del siglo XX. Sus obras figuran en colecciones públicas y privadas de Venezuela y el exterior. Algunas de mis favoritas son los murales de mosaico que creó para la Universidad Central de Venezuela. Huelga comentar el currículo de don Oswaldo porque ya es noticia vieja.

Sin embargo, no quiero pasar por alto esta ocasión. Conocí a este gran artista en 1984 cuando el Gobierno Nacional envió una exposición de arte itinerante (Vigas, Manaure, Quintana Castillo) a los países del Caribe. Para entonces yo iniciaba mi carrera y me tocó, por el cargo que ejercía, algo del apoyo logístico y atender al ilustre visitante. Todo un honor para un joven admirador de su obra.

Pues bien, una tarde me pregunta Vigas si en Puerto España hay una galería de arte que él pudiera visitar. Le dije que conocía una, mas le advertí que buena parte de lo que iba a ver era arte para turistas (paisajes, flores, escenas típicas), pero que la propietaria, Clara Rosa de Lima, era un personaje muy interesante y culto, que bien valía el viaje para conocerla y visitar la galería. Se animó y fuimos en el carro de la Embajada. Conversamos con Clara Rosa y pasamos una grata tarde.

Al revisar los folders donde estaban los grabados y acuarelas, don Oswaldo me los comentaba uno a uno. Fue como una clase de arte contemporáneo. Al final me dice: "Te recomiendo estas tres acuarelas que son de calidad; la primera me recuerda a Ferdinandov; esta otra es cubista y se hace interesante por su composición, y de ésta última me gusta el uso del color, el tema que se percibe y la composición... Si te interesa, cómpralas e inicias una buena colección". Demás está decir que a los pocos días estaba en la galería dispuesto a comprar las tres acuarelas, pero sólo conseguí dos; la cubista había desaparecido como por encanto. Cuando compré mi apartamento esas dos acuarelas estaban colocadas en lugar destacado. Hoy están en mi habitación. Para ver las acuarelas, ingresar por aquí.

Gracias, Don Oswaldo. Dios lo tenga en si gloria.




miércoles, 23 de abril de 2014

Historia de los venezolanos del siglo XX

El día que mi tía Imelda cumplió 89 años, le regalé dos libros. Generalmente le regalo poesía y narrativa, pero esta vez preferí regalarle algo de historia. Así que me acerqué a una librería y me puse a revisar. Tenían en existencia una obra de mucha claridad y de grata lectura que ya figuraba en mi biblioteca. Así que compré Historia de los venezolanos del siglo XX (Editorial Alfa, Caracas, 2010) del fallecido polígrafo venezolano Manuel Caballero.

Pues bien, la anciana tía se devoró el libro de una sentada y luego lo ha releído aquí y allá, de alante pa'tras, y me dice: "Todo esto es lo mismo que ahora con sus variantes". Y sé por qué lo asevera; la historia venezolana es repetitiva y ella recuerda como si fuera ayer todo el proceso venezolano desde la muerte de Gómez hasta hoy.

El siglo XX es casi ignorado por los venezolanos del presente y Caballero nos lleva a revisarlo, analizarlo y reflexionar. En la contraportada leemos:
Durante muchos años, Manuel Caballero ha investigado y reflexionado sobre su siglo, el XX, enfrentando tanto la tradición historiográfica venida del siglo XIX que confundía historia con épica como el utopismo que sacraliza un futuro donde toda perfección es posible a condición de sacrificar las generaciones presentes. Este libro resume, y a la vez completa, todo ese trabajo y ese enfrentamiento, lo cual le permite concluir que el siglo XX es el siglo de la política, más que de la paz y de la democracia.
Nacida de la paz, la política es más importante que la democracia. Ella parte de dos supuestos, dos principios ineludibles. El primero es el abandono del recurso a las armas, su sustitución por la palabra. El segundo es el reconocimiento de la existencia del adversario como tal, no como enemigo mortal. En las seis partes de este polémico libro, la lucha entre la política y la antipolítica recorre el siglo XX, el de mayor desarrollo material y espiritual de los quinientos que, a partir de 1498, forman el cuerpo de la historia de Venezuela.
El libro no tiene desperdicio y creo que debe leerse como lo hace la tía Imelda: de punta a cabo y de cabo a rabo. Muchas cosas buenas contiene que nos permiten explicarnos el presente y el pasado reciente. En el blog del amigo Carlos Balladares Castillo (recomiendo visitarlo, pues es uno de los más leídos de Venezuela) aparece una entrevista con el autor, la cual se puede leer por aquí.

Manuel Caballero
(1931-2010)
Foto tomada del Blog Venezuela y su historia

Pasta con coliflor

Bucatini con il cavolfiore

Hay una receta siciliana que quería preparar desde hace días y tenía todos los ingredientes menos las uvas pasas. Una vez resuelto el problema, decidí hacerla hoy para el almuerzo. El nombre de Pasta con coliflor no expresa lo que verdaderamente es el aderezo de estos bucatini, plenos de sabores mediterráneos. La receta está tomada de Sicilian Cookery, de donde han salido algunas otras. Hela aquí:

PASTA CON IL CAVOLFIORE

Ingredientes:

  • 500 gr. de bucatini
  • 1 kg de coliflor
  • 100 gr de queso rallado (caciocavallo, pecorino, o parmesano)
  • 15 gr de piñones
  • 50 gr de uvas pasas
  • 4-5 filetes de anchoa
  • 1/4 de cucharadita de azafrán
  • 1 cebolla grande
  • sal y pimienta
  • aceite de oliva


Preparación:

  1. Se corta la coliflor en ramilletes, descartando en tallo del centro. se hierve en abundante agua salada. Se drenan con la ayuda de una espumadera, reservando el agua de cocción.
  2. En una sartén muy amplia, se pone aceite de oliva al gusto, la cebolla y las anchoas y se saltean a fuego medio-bajo, aplastando las anchoas con una cuchara o espátula de madera. 
  3. Se agregan las pasas, los piñones y la coliflor hervida (es preferible dorar un poco en el aceite los piñones antes de agregar el vegetal). Se cocina por unos 10 minutos, aplastando la coliflor para mezclar los sabores.
  4. En el agua de cocción del vegetal, se cocina la pasta hasta que esté al dente.
  5. Justo antes de retirarla del fuego, se retira unas cuantas cucharadas de esa agua en la que se disolveré el azafrán. Se agrega a la salsa. Se corrige la sazón y se le agrega pimienta. 
  6. Con la ayuda de una pinza o un tenedor largo, se saca la pasta del agua y se coloca en la sartén donde está la salsa (cuesta sacarlos de agua, pues quedan como un látigo, pero vale la pena el esfuerzo). Se adereza con el queso rallado, se mezcla y se sirve.

NOTA: 

  • Creo conveniente secar al calor el azafrán antes de agregarlo al agua para que rinda bien su color y aroma.

martes, 22 de abril de 2014

La cigarra de San Francisco

San Francisco de Asís con animales, por Lambert de Hondt el Viejo (siglo XVII)

LA CIGARRA DE SAN FRANCISCO

San Francisco de Asís en las horas de siesta
iba a gozar del grato frescor de la floresta.

Los árboles su sombra regalaban al santo,
las fuentes su murmullo, los pájaros su canto.

Él al Señor las gracias daba en frases sencillas
por tan emocionantes y hermosas maravillas.

Y el viento, complacido, unía en flébil aria
al ritmo de las hojas la bíblica plegaria.

San Francisco de Asís, por artes milagrosas,
sabía los lenguajes de seres y de cosas.

Hablaba con los astros y con los ruiseñores,
lloraba con las fuentes, reía con las flores...

A veces en los prados para oír sus sermones
en torno de Francisco bajaban los gorriones.

(Y por morar tan lejos, tal vez, no quedan huellas
de que a escuchar al santo bajaran las estrellas.)

Una tarde el asceta el florestal contorno
recorría, al abrigo del cálido bochorno,

cuando una cigarra en las hojas lucientes
echó a volar sus límpidas músicas estridentes.

Del armoniosos hemíptero la nítida sonata
hizo vibrar las hojas cual láminas de plata.

Oyendo el vivo canto reír del sol al beso,
se quedó San Francisco en plácido embeleso.

Y extendiendo la mano a la cantora ufana,
con voz dulce y gozosa, le dijo: "¿Ven, hermana!"

La vibrante cigarra, del milagroso hermano
se posó blandamente sobre la abierta mano...

Y allí se estuvo dando sus ritmos estivales
como un temblor melódico de luces y cristales.

Y su trémulo canto abría al sol su timbre
como un plumaje de oro entre la verde urdimbre.

Así, cuando el bochorno las frondas achicharra,
el santo por el canto iba de la cigarra;

y nemoroso insecto del asceta al oído
estallaba en el chorro de luz su chirrido.

Olvidando los múltiples cuidados de su aprisco,
hablar con el hemíptero solía San Francisco.

Una vez la cigarra con si vívido canto
así hablaba en la mano milagrosa del santo:

"Tú me llamas hermana, ¡oh Francisco! ¿Tú sabes
por qué son tus hermanas las bestias y las aves?

Las bestias y las aves, las piedras y las plantas
son, amoroso hermano, como tú mismo, santas.

Cuando la muerte fría te dé sus blancos besos,
pelados, como piedras, se quedarán tus huesos;

de tu carne podrida nacerán mariposas
y matas que los mayos coronarán de rosas

y en cuyos frescos ramos, en los meses de estío,
una alegre cigarra cantará el canto mío...

¿Sabes por qué, Francisco, somos todos hermanos:
hombres, árboles, piedras, pájaros y gusanos?

Porque todos vivimos bajo la misma norma;
porque es el mismo barro el que a todos nos forma,

porque es un mismo enigma el que nosotros yerra
y todos retornamos al seno de la tierra.

Por eso, como dices, somos todos hermanos;
hombres, plantas, insectos, pájaros y gusanos..."

San Francisco escuchaba la lírica doctrina
de la resplandeciente cigarra cristalina.

Y cuando ya alcanzaba la clave del misterio,
presa de un santo escrúpulo, se fue poniendo serio...

Mirando el talle erguido de la cigarra ufana,
con voz llena de asombro, le dijo: "¡Vete, hermana!..."

Y el vibrador insecto, pulsando su cordaje,
con su risa de luces se perdió en el frondaje...

Jesús Enrique Lossada
(1892-1948)
Hoy, Día de la Tierra, me pareció oportuno transcribir el poema La cigarra de San Francisco, obra del intelectual marabino Jesús Enrique Lossada. Lo tomé del tomo correspondiente a Venezuela de la Antología de la poesía hispanoamericana (Biblioteca Nueva, Madrid, 1958).

FELIZ DÍA DE LA TIERRA


lunes, 21 de abril de 2014

Cuernos olímpicos

Marte y Venus sorprendidos por Vulcano, por Guillemot Alexandre Charles (1827)
La imagen que encabeza este artículo representa una de las escenas más interesantes de la mitología griega. Este fin de semana largo, me dediqué a releer La Odisea (Biblioteca Edaf, Madrid, 2007), una edición no muy bien cuidada y con errores tipográficos, con una Introducción a cargo de Alberto Bernabé. Allí aparece la escena, que ha sido representada por numerosos pintores y escultores. Se trata de una infidelidad celestial.

Ulises/Odiseo ha llegado al palacio de Alcínoo, rey de los feacios. El rey indica al huésped que entre los méritos de sus súbditos no destacan ni el pugilismo ni la lucha. ...Somos buenos corredores y excelentes marinos -le dice-; pero para nosotros nada vale, en cualquier tiempo, como los banquetes, la cítara, la danza, las vestiduras limpias, los baños calientes y el amor... Los feacios eran, pues, un pueblo coqueto y festivo y para muestra, invita al bardo Demódoco a tomar la cítara y cantar:
Después de un preludio, Demódoco empezó a cantar hermosamente los amores de Ares y de la coronada Afrodita, su primera entrevista secreta en la mansión de Hefesto, los regalos de Ares y el ultraje al lecho  de Hefesto, y cómo el Sol fue a contar al marido que los había sorprendido en flagrante adulterio. Hefesto oyó la desagradable noticia y, dirigiéndose veloz a su fragua, acariciaba en el fondo de su corazón sus propósitos vengativos. Preparó el gran yunque y forjó una red de cadenas irrompibles para atrapar a los amantes. Una vez terminada la trampa, lleno de cólera contra Ares, volvió a la estancia en donde tenía su lecho, atando a sus pies unas cadenas y colgó del techo otras que caían como una tela de araña: una trampa sin igual, invisible para todos, incluso para los dioses inmortales. Una vez dispuesto así el lecho, fingió un viaje a Lemnos, su ciudad predilecta. Ares, que lo espiaba, apenas vio al insigne artífice ponerse en camino, empuñó sus áureas riendas y corrió a casa de Hefesto, encendido de amor por Citérea, la de la hermosa corona.
La hija de Zeus el todopoderoso acababa de llegar de la mansión de su padre y descansaba sentada. Ares entró en la estancia  y tomándola de la mano dijo:
Venus y Marte con Cupido y un caballo, por Paolo Veronese (1570)
-¡Vamos al lecho, amada mía, a disfrutar de nuestro amor...! Hefesto se ha puesto en camino; sin duda se dirige a Lemnos a reunirse con sus gentes de bárbaro lenguaje.
Habló así, y el deseo del amor se apoderó de la diosa. Pero apenas se tendieron sobre el lecho, el ingenioso mecanismo de cadenas preparado por Hefesto cayó sobre ellos, impidiéndoles cualquier movimiento. Comprendieron que no podían escapar.
Avisado por el Sol que acechaba a los adúlteros, Hefesto, el ilustre cojo, desanduvo su camino hacia Lemnos y regresó a su morada, lleno de rabia su corazón.
Se detuvo en el umbral, loco de cólera, y con tremendos gritos invocó a los dioses:
-¡Padre Zeus y todos los demás bienaventurados y sempiternos dioses, venid! ¡Venid y os reiréis  viendo algo insólito!.... Es cierto que soy cojo, pero la hija de Zeus, Afrodita, solo vive para deshonrarme. ¡Se ha enamorado del insolente Ares por la sola razón de que es arrogante y no tiene, como yo,  las piernas torcidas! Pero si yo nací contrahecho, ¿de quién es la culpa? ¿Mía  o de mis padres que nunca debieron haberme engendrado?... Pero venid; ¡venid y veréis el lugar que han elegido para amarse! ¡Mi propio lecho!... Mas aunque mi cólera sea inmensa, no creo que ellos puedan gozar mucho del amor que se tienen, pues mis redes los mantendrán encadenados hasta que mi suegro me restituya hasta el último de los regalos que le hice como dote de la puerca de su hija, tan hermosa como desvergonzada.
Habló así el afrentado esposo, y los dioses acudieron hacia el umbral de bronce de su casa. El primero en llegar fue Poseidón, el que sacude la tierra, y luego el servicial Hermes y Apolo, el de las flechas de largo alcance. Con el pudor de su sexo, las diosas prefirieron quedarse en su mansión...
El grupo de inmortales que nos dispensan todos los bienes se mantuvo en el umbral. Al contemplar la ingeniosa artimaña del hábil Hefesto prorrumpieron en grandes risas.
Mirándose unos a otros se decían:
Afrodita calipigia. Copia romana de un original helenístico
Museo Arquelógico Nacional. Nápoles.
-La mala conducta no proporciona la felicidad...! ¡El cojo ha ganado al ágil! ¡El patituerto Hefesto ha cazado a Ares! ¡El más veloz de los dioses del Olimpo se burló del cojitranco, pero va a pagar caro su adulterio!
Así cuchicheaban entre sí los dioses. Y el soberano Apolo, tomando aparte a Hermes, le preguntó:
-¡Yo creo, Hermes, hijo de Zeus, mensajero divino y sembrador de riquezas, que de buena gana te dejarías aprisionar entre pesadas cadenas con tal de dormir en la cama de la áurea Afrodita!
Dijo así, y de nuevo la risa estalló entre los inmortales. Solo Poseidón, sin reír, implorando de Hefesto la libertad de Ares, decía al insigne artífice estas aladas palabras:
-¡Suéltalo, y yo te garantizo ante los dioses que pagará lo que ordenes!
El ínclito paticojo le respondió:
-¡No me pidas eso, Poseidón, señor de la tierra! ¡A mal pagador, mala garantía!... ¿Cómo podría yo apremiarte ante los dioses, si una vez liberado, Ares olvidara la deuda y las cadenas?
A lo que Poseidón, el que sacude la tierra, contestó:
-Si Ares huyese y se negara a pagar su deuda, seré yo quien te pague, Hefesto.
Dijo así y empleó todas sus fuerzas en deshacer la red. Liberada de las pesadas cadenas, la pareja levantó el vuelo, él hacia Tracia y ella hacia Chipre. La sonriente afrodita volvió a Pafos, para encontrar su bosque cercado y el incienso en su altar. Allí las Gracias la bañaron y ungieron con ese aceite divino que reluce sobre la piel de los dioses sempiternos, y le pusieron sobre su cuerpo una hermosa vestidura que hechizaba a cuantos la contemplaban.

Nacimiento de Venus, por Sandro Boticelli
En el cuadro de Boticelli vemos a Simonetta Vespucci, prima de Américo Vespucio posando como Venus. Afrodita/Venus fue una diosa casquivana, nacida de la sangre de Urano y de la espuma del mar. Su nacimiento dotó de voz a la Naturaleza, hasta entonces muda. Una nota al pie de esta historia nos dice:
Educada por las Horas, hijas de Zeus y de Temis, aprendió el arte de agradar y enamorar, de seducir los corazones y proporcionar la felicidad y el placer. Las horas le regalaron un cinturón tejido por las Gracias que hacía irresistible su hermosura y con él se presentó en la corte del Olimpo, deslumbrando a todos los inmortales.
No le faltaron aventuras amorosas con dioses y mortales.

Pasta con calabacín frito

Spaghetti con zucchine fritte
Cuando se vive solo a veces no apetece ponerse a cocinar algo complicado; tal vez se tiene poco apetito y el estómago pide algo ligero que no requiera mucha preparación. Así me sucedió hace unos días cuando estaba atareado en otras cosas y llegó la hora del almuerzo. Había revisado el recetario Sicilian Cookery (Casa Editrice Bonechi, Florencia), por Eufemia Azzolina Pupella, y visto una preparación veraniega que se prepara en un santiamén, aunque la autora diga que toma 45 minutos. Me decidí a probarla y el resultado resolvió la crisis momentánea.

PASTA CON ZUCCHINE FRITTE

Ingredientes:

  • 500 gr. de spaghetti
  • 4 calabacines (zucchini)
  • 2 dientes de ajo
  • queso pecorino o parnesano rallado
  • sal
  • pimienta
  • aceite de oliva


Preparación:

  1. Se pelan y aplastan los dientes de ajo. Se les hace dorar en suficiente aceite de oliva. Se desechan.
  2. Se cortan los calabacines en ruedas y se fríen en el aceite caliente que hemos aromatizado, hasta que tomen el color deseado.
  3. Mientras tanto, se cocinan los spaghetti en abundante agua salada hasta que estén al dente. Se drenan y se llevan a un bowl.
  4. Se adereza la pasta con los calabacines y el aceite de fritura. Se mezcla  bien.
  5. Se sirve, acompañado por abundante pimienta y queso rallado que cada comensal agregará a su gusto.

miércoles, 16 de abril de 2014

Jorge Luis Borges y Gilgamesh



Hace unos días aproveché que estaba en el centro de Caracas para saludar a los libreros del puente de la Av. Fuerzas Armadas y ver lo que tenían. Siempre consigo algo de interés y esta vez no fue una excepción. En uno de mis puestos favoritos estaba un volumen de la colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges (Tomo 6, Ediciones Orbis, Barcelona,  1986). El libro contiene el Poema de Gilgamesh y el Bhagavad-Gita, con un breve prólogo de la pluma de Jorge Luis Borges. Lo compré de inmediato para explorar algo de esta literatura.

Veamos qué nos dice Borges sobre Gilgamesh:
Jorge Luis Borges
(1899-1986)
La otra pieza de este volumen es la epopeya de Gilgamesh. Tal vez no sólo cronológicamente es la primera de las epopeyas del mundo. Fue redactada o compilada hace cuatro mil años. En la famosa biblioteca de Asurbanipal doce tablas de arcilla contenían el texto. La cifra no es casual; corresponde al orden astrológico de la obra. Dos son los héroes del poema: el rey Gilgamesh y Enkidu, un hombre primitivo y sencillo, que vaga entre las gacelas de la pradera. Ha sido creado por la diosa Aruru para destruir a Gilgamesh, pero los dos se hacen amigos y em,prenden aventuras que prefiguran los doce trabajos de Hércules. También se prefiguran en la epopeya el descenso a la Casa de Hades en la Odisea, el descenso de Eneas y la Sibila y la casi de ayer Comedia dantesca. La muerte del gigante Khumbaba, que guarda la foresta de cedros y cuyo cuerpo está revestido  de ásperas escamas, es una de las muchas maravillas de este multiforme poema. La triste condición de los muertos y la búsqueda de la inmortalidad personal son temas esenciales. Diríase que todo ya está en este libro babilónico. Sus páginas inspiran el horror de lo que es muy antiguo y nos obligan a sentir el incalculable peso del Tiempo.
Ya con estas palabras del gran Borges uno puede leer de otra manera la epopeya de Gilgamesh y verla en el contexto de la búsqueda permanente del hombre por la inmortalidad y las cosas trascendentes de la vida, y no como un resto arqueológico incompleto.

Sorbete de mango



El sábado me reuní a cenar con unos amigos. Habíamos acordado que prepararíamos un menú del sudeste asiático y que el postre sería un Turón de banana, una lumpia filipina que acompañaríamos con un helado o un sorbete. Pues bien, todo andaba sobre ruedas hasta el momento en que debía trasladarme a casa de los amigos. La manifestación estudiantil bloqueó el vecindario y tuve que caminar como un kilómetro hasta que conseguí un taxi. Por supuesto, el sorbete tuvo que regresar al congelador. Hoy comparto la receta que tomé de El libro de los helados y sorbetes (Bonvivant/Robinbook, Barcelona, 2007) de Vicki Smallwood. Otro día haremos la lumpia de cambur.

SORBETE DE MANGO

Ingredientes:

  • 100 gr de azúcar
  • 150 ml de agua
  • 850 gr de pulpa de mango


Procedimiento:

  1. Se disuelve el azúcar en el agua temperatura ambiente y se lleva a la ebullición. Se deja cocer a fuego alto por 3 minutos. Se retira del fuego y se deja enfriar.
  2. Sobre un cuenco se extrae la pulpa de los mangos con la ayuda de una cuchara, raspando con cuidado la piel y las semillas, procurando no perder los jugos. Se pasa por una licuadora hasta que sea una mezcla homogénea. Se pasa este puré por un cedazo fino con la ayuda de una cuchara. Así se elimina el exceso de fibras.
  3. Una vez que el almíbar se ha enfriado, se le agrega a la pulpa de mango y se trabaja de nuevo en la licuadora. Se lleva a la nevera por un mínimo de dos horas.
  4. Una vez que la mezcla del sorbete esté bien fría se lleva a la máquina de hacer helados, siguiendo las instrucciones del fabricante. 


NOTA:
Si no se posee una de estas máquinas, se puede hacer a mano, para lo cual se coloca la mezcla en una pieza poco profunda y se lleva al congelador. Cada dos o tres horas se sacará la mezcla y, con la ayuda de un tenedor, se retirarán los cristales de hielo que se forman en los bordes hacia el centro. Este procedimiento se repetirá unas tres o cuatro veces hasta que tome la textura deseada.

martes, 15 de abril de 2014

Un ejemplo para Silverio

El Diácono Silverio Osorio. Domingo de Ramos bajo el sol maracucho


Hace unos días, el amigo Silverio Osorio, seminarista de la Arquidiócesis de Maracaibo, fue ordenado diácono. Lamentablemente, no pude llegarme hasta allá para y darle mis parabienes. Silverio es un joven con una firme vocación y serias inquietudes culturales. Siempre le digo que la formación del Seminario no debe bastar, sino que debe enriquecerla cada día más; ese es un deber.

El Viernes de Concilio, el Seminario Santo Tomás de Aquino, de Maracaibo, le encomendó la prédica del día. No me extrañó pues Silverio es un hombre serio que no va a decir tonterías. Lo incité a que investigara un poco y se animara en preparar su prédica, que yo le pediría el Paráclito que lo iluminara. Le deseé que su actividad fuera tan brillante como las homilías de Mons. Olegario Villalobos, o como las famosas Siete Palabras que predicaba todos los Viernes Santos Mons. Jesús María Pellín. Él sabe a qué me refiero. Le ofrecí una sorpresa como regalo de ordenación y ahora le cumplo.

Comenzaremos con una breve semblanza que hizo en los años 50 el padre Juan Francisco Hernández en su libro Vida y Destino (Impresores Laca, Caracas, 1958):
Mons. Jesús María Pellín, en 1954
Una de las cosas que más llaman la atención en toda la actuación periodística de Monseñor Pellín es su profundo respeto por la persona humana, que de inmediato se desprende inclusive del hermoso lema que se destaca en el mismo cabezal de su periódico: "Amad a los hombres. Detestad los errores"...
Quizá eso de diferenciar entre el error y el errado, entre el pecado y el pecador, entre la ideología y el hombre..., le costó a Pellín más de una contrariedad. Es que no falta en esta viña del Señor quien piense que es necesario caerle a piedras a todo el que sea comunista y acabar a pescozadas las reuniones de los protestantes.
El otro día, por ejemplo, en un artículo contra los presuntos errores de cierto periodista, leía yo que este periodista, a quien se acusaba de heterodoxo, había escrito un libro perfectamente herético y anticatólico. El libro, que me obsequió su autor, lo leí y lo leyeron también en la insospechable revista "Sic" de los jesuitas, y nada de eso le dijeron en la nota bibliográfica. Posteriormente, yo mismo lo entrevisté en mi programa "Lo de Hoy Domingo", y tampoco salieron herejías al aire. Esto es lo que no hace Pellín: mentir para defender la religión, porque él sabe que Dios no necesita de nuestras mentiras (...)
Monseñor Pellín tiene dos vicios que le conocemos muy bien sus amigos íntimos: el teléfono y el tabaco. Y cuando combina los dos, algo se trama.
Hay que verlo, con un tabaco en la boca y uno o dos teléfonos pegados a las orejas, arguye, suplica o increpa. Yo creo que el teléfono le ha ganado a Monseñor Pellín más polémicas que todas sus notas editoriales... Él prefiere siempre polemizar por teléfono antes de llevar las controversias a las columnas de la prensa, desde las cuales no siempre el pueblo fiel saca la mejor parte de sus ganancias espirituales. Antes que la pueril vanidad aldeana del propio nombre y el propio prestigio personal, "está el bien de la Iglesia y de las almas", que es lo que busca siempre el Pellín periodista, inseparable del Pellín sacerdote.
En los cinco años que trabajé con él y a lo largo de todos estos años posteriores, nunca pude averiguar exactamente cuántos tabacos se fuma al día Monseñor Pellín. A lo mejor, tantos como mi primo político Miguel Octavio, el viejo. Sin embargo, como soy fumador, tengo mis dudas sobre si Monseñor Pellín fuma tabacos inhalándolos y saboreándolos o "quema" tabacos. Yo creo que se contenta con quemarlos para sedar un poco sus nervios. Yo, siendo tabaco, protestaría...
Un tabaco ofrecido a tiempo lima esperezas y abre caminos al apostolado. llega, a veces, a desarmar al adversario hostil. Eso lo sabe Monseñor Pellín.
Monseñor Pellín ha sido un abanderado de la convivencia, convivencia que no tiene que ser confundida -¡mucho ojo!- con la fuga ideológica o con la rendición o renuncia de los propios principios sustentados. Convivencia que no es liberalismo, sino amor y respeto a la santa libertad de los hijos de Dios; ni es tampoco medievalismo reaccionario, sino amor y respeto a nuestra vocación cristiana y a todas sus exigencias. Mucho de esto lo puede hacer Monseñor Pellín con el acierto y la elegancia que comunican a sus posturas esa gran autoridad moral de que goza en nuestro medio y ese prestigio personal suyo, que otros se afanan inútilmente en improvisar,
En los agitados años del 36 y del 37, a los hombres que combatió Pellín, ideológicamente, los hizo después sus mejores amigos.
Ese ha sido el gran secreto de Pellín: diferenciar el error -odiándolo- del hombre que lo sustenta y a quien hay que amar.
Pellín combatió a los marxistas terriblemente, demoledoramente y ¿por qué no? violentamente; lo cual no fue obstáculo para que el mismo Pellín acudiera el primero a la cárcel a llevarles la palabra generosa y confortadora y los tabacos, por supuesto, y se preocupara posteriormente por sus familias cuando salieron al destierro. Y todo esto sin gestos, sin esas odiosas actitudes de protección humillante de quien se hace sentir benefactor o de quien pretende comprar una ideología.
Nada de eso. Muy al contrario: todo sencillamente, cordialmente, cristianamente, sacerdotalmente. 

Nos falta aún referirnos a la Siete Palabras que predicaba Monseñor Pellín todos los Viernes Santos, por la radio y en los diversos templos de Caracas. Esta actividad, hasta 1969, año en que fallece, fue sinónimo de Semana Santa. Nos cuenta Óscar Yanes:
Él era el orador más brillante de la Semana Mayor, las mujeres y los hombres de todas las clases sociales venían hasta del interior del país a escuchar las siete palabras de Monseñor Pellín. (...) Las emisoras de radio se peleaban la transmisión de las siete palabras de Monseñor Pellín; lo asaltaban los concesionarios de las estaciones de radiodifusión. Era como una estrella a quien le pedían la exclusiva de sus siete palabras hasta que el propio padre fundó la emisora "La Voz de la Patria", que pasó a tener, entonces, la exclusiva...
El padre Pellín aprovechaba para hacer una radiografía, un examen de la situación venezolana, no se le salvaba nadie: ni los ricos, ni los borrachos, no se le salvaban  las mujeres que llamaban de vida alegre; el padre Pellín daba la impresión que durante todo el año iba anotando los pecados de los venezolanos para desnudarnos a todos en Semana Santa.
Pellín fue director del diario La Religión, por más de treinta años. Era periodista y sus siete palabras estaban llenas de noticias, todo era noticia; podemos decir que periodísticamente las siete palabras de Monseñor Pellín eran siete reportajes, cada palabra era un reportaje. Bueno, se hizo tan famoso que las congregaciones religiosas y las iglesias se disputaban como la gran atracción de la Semana Mayor; le llovían peticiones dos meses antes; entonces el padre Pellín contrató un chofer, alquiló un automóvil -que estacionaba a la puerta de la iglesia-; apenas Monseñor pronunciaba la última palabra, salía corriendo del templo, se montaba en el carro y volaba para otra iglesia. Monseñor Pellín llegó a tener un récord de pronunciar en un Viernes Santo, cuatro, cinco y hasta seis veces los discursos de las siete palabras. Cada uno tenía una característica distinta, por ejemplo, en el templo de El Valle, en la vieja iglesia, el padre Pekllín siempre hablaba de política.
En La Pastora o en Las Mercedes se refería al problema de las mujeres que no daban el ejemplo, lo que él llamaba "las chicas zafadas", que eran una tentación en la calle. Pero las personas cultas preferían al padre Pellín cuando hablaba en Santa Teresa, porque sus discursos en esta basílica eran unos sermones que parecían más bien análisis sociológicos de los venezolanos...
Lápida sepulcral de Mons. Jesús María Pellín, Obispo Titular de Aguas Tibilitanas y Auxiliar de Caracas
Catedral de Caracas

Macarrones aderezados con ricotta

Maccheroni con la ricotta
Hoy, ocupado en quehaceres domésticos, se me hizo tarde para cocinar un almuerzo que compartir en esta bitácora. Eso no un problema si se tienen en la despensa algunos ingredientes y las ganas de preparar algo. Desde hace días quería compartir una receta romana que lleva ricotta y al revisar la nevera sólo me faltaba el queso parmesano. Me acerqué al supermercado vecino y había largas colas de gente comprando arroz y mayonesa, por lo que tuve que olvidarme del parmesano italiano y conformarme con una confección uruguaya que no está mal, pero no es lo mismo ni sabe igual.

La receta que comparto hoy está publicada en el recetario Come se magna a Roma (Lito-Rama, Nápoles, 2003), que es un tesoro de recetas típicas de la Ciudad Eterna y que son muestra del ingenio y economía de las romanas de siempre. Se trata de unos macarrones con aderezo simple, rápido de preparar y muy sabroso. En esta ocasión, la salsa no se aplica in padella (en el sartén), sino in zuppiera (en un cuenco amplio).

MACCHERONI CON LA RICOTTA

Ingredientes

  • 400 gr. de macarrones (mezzi zitti, sigarette, penne rigate... Yo usé unos rigatoni)
  • 350 gr. de ricotta fresca
  • 2 yemas de huevo
  • 80 gr. de queso parmesano rallado (que sea de calidad, por favor)
  • 30 gr. de mantequilla
  • sal y pimienta al gusto.

Preparación:

  1. Mientras se cuece la pasta, mezcle en la zuppiera la ricotta y mézclese bien con las yemas de huevo, el queso parmesano y algunas cucharadas del agua de cocción de la pasta. Se ajusta la sazón.
  2. Cuando la pasta está al dente, se cuela y se adereza rápidamente con la mantequilla., luego se vierte en el cuenco, donde se mezcla velozmente, agregando una espolvoreada de pimienta. Se sirve de inmediato.


NOTA:
El secreto de esta salsa es tener todos los ingredientes a temperatura ambiente y trabajar rápido. Caso contrario, la salsa estará fría a la hora de servir. 

jueves, 10 de abril de 2014

Memorias de un adicto al sexo


Ignoro cuál habrá sido el objeto del autor al escribir Memorias de un adicto al sexo (La Hoja del Norte, Caracas, 2011) obrita sin mucho valor escrita bajo el seudónimo de Antonio Gaggia, "nombre sonoro con apellido de máquina de café". No se puede decir que es literatura erótica, tampoco es pornografía y, sin duda, tampoco pertenece a las bellas letras. Cuando uno abre este macizo ladrillo encuentra párrafos de 5, 6 o 7 cuartillas, sin mayúsculas y con un lenguaje aburrido,hacen regresar a la memoria las peroratas "filosóficas" precoito de los personajes del Marqués de Sade, pero sin el sabor libertino dieciochesco que supo imprimir a su obra el Divino Marqués. No, no entra en el esquema en la filosofía de tocador. Tampoco erotiza, ni provoca, ni incita. ¿Será un alarde?

En la contraportada tratan de venderlo como algo de valor:
(...) Estas memorias auténticas cuentan con detalle lo que puede ocurrir cuando un hombre y una mujer que se desean coinciden en una inocente posada en el mar o la montaña, en un restaurante cerrado, una oficina, un callejón. Cosas que no deberían hacerse en público, aunque no siempre se respeta.
Tampoco es corriente porque es anónimo. Justamente porque lo que cuenta es cierto, su autor optó por publicar bajo un nombre falso, por ocultar su verdadera identidad porque con eso oculta la de las audaces e independientes mujeres venezolanas que aquí miran, susurran, abren, cierran, levantan, acuestan, besan, lamen, muerden, aprietan, agotan enamoran. Las mujeres de distintos temperamentos, cotidianidades, colores, sabores y olores que alimentan la adicción de este hombre que se atrevió a cruzar la frontera que muchos avizoran pero pocos conocen de cerca; la que separa la fantasía de la realización, el sueño del recuerdo.
En un país como Venezuela, donde escasea en papel sanitario, me parece extravagante gastar pulpa de papel y tinta en imprimir esto. Algún uso tendrá, digo yo.

Tulia, la parricida

Bajorrelieve que muestra a Tulia arrollando el cadáver de su padre 

Cuando cursaba la primaria, había una asignatura que llamaban Historia Universal que incluía muchos hechos de la historia clásica, con las mismas enseñanzas moralizantes de los historiadores helenos y latinos. Creo que el fin último de la materia era educar a los niños sobre lo que es honroso y digno y contraponerlo a los deshonroso e indigno, de tal manera que ni se piense en hacer el mal. Una de esas historias, que me llamaba mucho la atención era la de la pérfida Tulia, que arrolló con su carro el cadáver de su padre Servio Tulio, rey de Roma.

Además de los hechos feos y cruentos, me atraía la historia porque dos buenos amigos y compañeros de escuela llevaban nombres clásico. Uno de ellos se llamaba Servio Tulio y el otro Tulio. Mi imaginación de muchacho hasta le ponía caras a los protagonistas de esta historia. En estos días, releyendo a Tito Livio, me topé con Tulia y con su marido Tarquino el Soberbio. Luego del asesinato de Tarquino Prisco (o el Viejo) comienza a gobernar Servio Tulio su yerno. Tarquino moribundo, lo instruye su suegra Tanaquil:
"Si eres hombre -añadió-, el trono es tuyo y no de aquellos que han recurrido a manos extrañas para cometer el crimen más espantoso. Levanta y obedece a los dioses que te destinaron al poder real, cuando anunciaron tu alta fortuna por medio de la llama celestial, que en otro tiempo brilló en derredor de tu cabeza. Que aquella llama te caliente hoy; que sea hoy  cuando despiertes en realidad. ¿No hemos reinado también nosotros aunque seamos extranjeros? Piensa en quien eres y no de dónde vienes. Si lo repentino del caso te aturde, al menos permíteme que te guíe".
L. Tarquino Prisco y su señora Tanaquil. Grabado de Guillaume Rouillé
La llama celestial a la que se refiere  Tanaquil fue un prodigio que se manifestó en forma de corona de fuego sobre la cabeza del infante Servio Tulio y que causó se le educara con esmero en la casa real, a pesar de su ínfimo origen, incluso sobre sus propios hijos.

¿Quién asesinó a Tarquino? Dos aguerridos pastores que, a sueldo de los hijos de Anco Marcio, se presentaron en el palacio con una supuesta querella y terminando matando al rey de un hachazo en la cabeza "dejando el hierro en la herida". Los asesinos fueron apresados de inmediato y los instigadores se fueron voluntariamente al exilio. Las causas del regicidio incluían, entre otros factores, el favor que gozaba Tulio en casa de Tarquino, en desmedro de personajes más encumbrados.  Guiado por su buena suegra Tanaquil, que lo preparó todo, Tulio comenzó a gobernar y a juzgar en nombre del difunto hasta que, una vez establecido en el poder, se anunció públicamente la muerte de Tarquino Prisco.
Apolo de Veyes.
Escultura etrusca. Museo de la Villa Giulia, Roma

Habiendo puesto su poder al abrigo de toda oposición popular, Servio quiso hacer lo propio en lo referente a las asechanzas domésticas; y para que los hijos de Tarquino no le tratasen como éste había sido tratado por los Anco, casó a sus dos hijas con Lucio y Armino, que eran hijos de Tarquino. Pero la prudencia de un hombre no pudo desbaratar los designios de los hados, y la ambición de reinar produjo por todas partes, especialmente entre los miembros de la familia real, enemigos y traidores. Afortunadamente para la tranquilidad de Servio, había expirado la tregua con los veyos y demás pueblos de Etruria, y la guerra volvió a reanudarse; guerra en la que brilló tanto la fortuna de Servio como su valor...
Pero Servio Tulio no fue sólo un buen militar, sino que se dedicó a las organización del Estado. La posteridad -nos dice Tito Livio- atribuye a Servio la gloria de haber introducido en el Estado el orden que distingue las categorías, las fortunas y las dignidades, estableciendo el censo, institución especialmente provechosa para un pueblo destinado a tanta grandeza.  Este reglamento imponía a cada uno la obligación de contribuir  a las necesidades del Estado, lo mismo en la paz que en la guerra, no por tasas individuales y comunes como antes, sino en proporción a sus rentas. Estas reforma impositiva será una de las causas de su derrocamiento por Tarquino el Soberbio, pero no nos adelantemos. También este rey, ante el incremento de la población, amplió el Pomoerium de la Urbe, incluyendo primero al Palatino y Viminal, y después las Esquilias (Esquilino) donde construyó un palacio. Aún existen restos de las murallas Servias en el tramo que va del Monte Celio al Esquilino.

Servio Tulio. Grabado de Frans Huys (S. XVI)
Pero volvamos a los problemas domésticos. Esa familia real era un tanto disfuncional y el joven Tarquino lo acusaba de reinar en contra del consentimiento del pueblo:
El palacio romano vino a ser entonces el centro de terribles horrores, como si se propusieran acelerar el advenimiento de la libertad en contraposición a la monarquía, y que aquél fuese el último  reinado que comenzase con el crimen. Este L. Tarquino, hijo o nieto de Tarquino el Viejo (detalle que no está completamente averiguado, pero que le supongo hijo de éste último, ateniéndome a la versión de la mayoría de los escritores), tenía otro hermano llamado Arunto Tarquino, que era un joven de carácter apacible. Las dos Tulias, tan diferentes en sus costumbres como los mismos Tarquinos, según dijimos ya, estaban casadas con los dos príncipes. Mas la realidad, y según creo también la fortuna de Roma, no quiso que el matrimonio reuniese  en un mismo destino los dos caracteres violentos; quizá sucediera esto para prolongar el reinado de Servio y dar lugar a que se robusteciesen las costumbres romanas. La altiva Tulia se indignaba al no ver en su esposo la ambición ni el valor, demostrando todas sus preferencias por el otro Tarquino, que excitaba su entusiasmo, considerándole como un varón verdadero, nacido de regia estirpe; y despreciaba a su hermana, que era la esposa de aquel hombre, cuyos sentimientos y generosos pensamientos entorpecía con sus torcidos consejos. La afinidad de sus gustos atrajo en seguida a los dos cuñados, puesto que el mal constantemente está llamando al mal. Pero en este caso fue la mujer la que provocó el conflicto:  en las secretas entrevistas que de antemano tenía preparadas con aquel hombre, que no era su esposo, no perdonó injuria contra su marido ni contra su propia hermana, añadiendo que mejor le sería ser viuda y que él continuase en el celibato, antes que encontrase unidos el uno y la otra con personas tan diferentes a ellos mismos, permaneciendo sujetos a envejecer bajo la influencia vergonzosa y cobarde del otro. "Si los dioses -decía- me hubieran deparado el esposo que merezco, empuñaría muy pronto el cetro que todavía estoy viendo en las manos de mi padre". No tardó mucho tiempo en comunicar al joven su audacia con esas insidias, y por fin la muerte casi simultánea de Arunto y de su hermana Tulia le permitieron contraer matrimonio con su cómplice; matrimonio que no fue aprobado por Servio, pero que tampoco se atrevió a impedir.
Después de este adulterio incestuoso y asesino, vino el golpe de Estado y el asesinato de Servio Tulio, instigado por la pérfida Tulia. Para ello, a la par que le recordaba su origen regio, insistía con frecuencia ante su nuevo marido:
Tarquino el Soberbio. Grabado Guillaume de Rouillé
"Si verdaderamente  fueras tú ese hombre que yo buscaba -añadía-, ese hombre que pensaba haber encontrado, te reconocería por esposo y por rey; si no lo eres, en ese caso mi suerte es ahora peor que la de antes, porque al crimen se añade la cobardía. ¿Qué te detiene? Tú no has necesitado venir desde Corinto o de Tarquinia para apoderarte de un trono extranjero por medio de intrigas como hizo tu padre. Tus dioses penates, los de tu patria, la imagen de tu padre, ese palacio que habita, ese solio que ocupa, el mismo nombre de Tarquino, todo señala que tú eres rey, todo te invita a serlo. Si tu espíritu no se revela en la presencia de tan elevados destinos ¿a qué seguir engañando por más tiempo a Roma? ¿Por qué consentir que se te considere como al hijo de un rey? Marcha a Tarquinia o a Corinto; vuelve al oscuro estado del que saliste, porque eres más digno de ser hermano de Arunto que el hijo de tu padre". Estas y otras reconvenciones inflamaron al joven: Tulia no podía contenerse ante la idea de que Tanaquil, aquella extranjera, hubiera podido conseguir por dos veces, en virtud del ascendiente de su valor, elevar al trono a dos reyes: su esposo y su yerno; en cambio ella, que procedía de estirpe real, se consideraba impotente tanto para proporcionar una corona como para quitarla. Dominado muy pronto por la ambición desenfrenada de la esposa, Tarquino comenzó a insinuarse poco a poco a los senadores, especialmente a los más modernos; les adulaba y al mismo tiempo les recordaba los favores de su padre y terminó pidiéndoles correspondencia...
Llegó el momento oportuno y Tarquino procede en consecuencia y acompañado de un grupo armado:
En medio del terror de todos ocupó el asiento real, delante del Senado, y por medio de un heraldo ordenó convocar a todos los senadores para que acudiesen a la presencia del rey Tarquino. Todos llegaron enseguida; loas unos porque estaban advertidos de antemano para este golpe de audacia, y los otros por temor de que se les imputase su ausencia como un crimen y asombrados además por aquel extraño acontecimiento y persuadidos de que todo había terminado para Servio. Tarquino comenzó por atacar la baja estirpe de Servio, diciendo: "Ese esclavo, hijo de una esclava, después del indigno asesinato del rey, sin interregno alguno, según era la costumbre, y sin que para su elección se reuniesen  los comicios ni se pidiesen los votos del pueblo, recibió de manos de una mujer el reino como un regalo. Las consecuencias de su usurpación corresponden a la bajeza de su origen. Su predilección por la clase ínfima, de la que salió, y su odio a todos los hombres importantes le han inspirado la idea de arrebatar a los grandes las tierras que ha repartido entre los más despreciables. Lasw cargas públñicas, anteriormente comunes a todos, las hace pesar ahora solamente sobre las clases elevadas, y tan sólo ha establecido el censo para poner en manifiesto el caudal de los ricos ante la avidez de los pobres, y para conocer de dónde puede sacar el dinero cuando quiera, para sus generosidades con los desgraciados".
Mapa de Roma que muestra la muralla de Servio Tulio. 
Allí está el anzuelo para atraer a su lado a la case senatorial, rica y terrateniente, en su conflicto con un rey dedicado al pueblo. El dinero hace sensible a cualquiera. Cuando llega Servio, se encuentra con el hecho consumado. Sin embargo, increpa al golpista y se queja:
Tarquino le contestó con altivez que estaba ocupando el puesto de su padre; asiento más digno del hijo de un rey, de un heredero del trono, que de un esclavo; que desde mucho tiempo atrás Servio venía insultado a sus amos y prescindía de su intervención...
Hubo tumulto público y reacciones de ambos bandos:
Arrastrado Tarquino por lo crítico de la situación, se atrevió ya a todo; más joven y más robusto que Servio, agarró al rey por la cintura, y, sacándolo del Senado, lo arrojó desde lo alto de la escalinata. Con toda rapidez volvió a entrar al Senado para retener a los senadores; los aparitores y acompañantes del rey huyeron, y el mismo Servio, medio muerto, cuando se retiraba hacia su palacio en compañía de algunos partidarios suyos aterrados, al llegar a lo alto de la calle Cypria, fue alcanzado y muerto por unos asesinos que Tarquino había enviado en su persecución. Se afirma que Tulia aconsejó este crimen, siendo verosímil esta afirmación si se tienen en cuenta los crímenes cometidos por ella con anterioridad. Pero es un hecho comprobado sin lugar a duda que montada en su carro, se presentó en el centro del Foro, y allí mismo, sin perder la serenidad en medio de tanta gente reunida, llamó a su marido, siendo la primera en saludarle con el título de rey; y después que Tarquino le ordenó retirarse de aquellas tumultuosas manifestaciones, marchó de nuevo hacia su casa. Cuando llegó a lo alto de la calle Cypria, el auriga, al intentar la vuelta por la calle Virbia para pasar al barrio de las Esquilias, paró los caballos y, pálido de terror, le mostró el cadáver de Servio tendido en el suelo, en el mismo lugar en que se alzaba  en otros tiempos un pequeño templo dedicado a Diana; se cuenta que ella entonces cometió un acto infame y espantosamente cruel. El nombre de la calle, que desde entonces se llamó Malvada, ha perpetuado hasta nuestros días su horrible recuerdo. Aquella mujer, dominada por todas las furias de la venganza que la perseguían desde la muerte de su hermana y la de su esposo, hizo pasar, según se dice, las ruedas de su carro sobre el cadáver de su padre; a continuación horriblemente manchada con la sangre paterna, llevó aquellas ruedas ensangrentadas y repugnantes hasta los pies de los dioses penates que le eran comunes con su marido. Pero la ira de aquellos dioses tenía preparada para aquel reinado otra catástrofe digna de sus comienzos.
El lugar de esta profanación se conserva en la prodigiosa memoria del pueblo romano. Estando en Roma leí en una guía turística que Tulia atropelló el cadáver de su padre en un lugar muy cercano a la Piazza di San Pietro in Vincoli (ubicada frente a la basílica del mismo nombre, donde está el Moisés de Miguel Ángel), y a la Scala Borgia, sobre la vía Cavour. Eso queda en el Rione Monti, subiendo de los foros imperiales hacia el Esquilino. Hay algunos restaurantes indostanos en la zona, para aprovechar el paseo.

Scala Borgia sobre la Via Cavour, en Roma.
Por ella se sube hacia la Piazza di San Pietro in Vincoli, lugar donde la tradición romana ubica el
atropello de Tulia al cadáver de su padre.
Servio Tulio reinó -dice Tito Livio- durante cuarenta y cuatro años con tal sabiduría, que hubiera sido difícil, hasta para un sucesor bueno y moderado, el poder competir a esta gloria. La misma circunstancia  de con él se extinguió la monarquía legítima sirve de aumento a esta gloria. También se afirma que proyectaba abdicar aquella autoridad suya tan suave y prudente tan solo porque estaba en las manos de un hombre solo, y este generoso proyecto lo hubiera realizado, si aquel crimen no le hubiera impedido dar la libertad a su patria.
Con este largo artículo espero haber satisfecho la curiosidad de un amable lector anónimo de esta bitácora, quien manifestó no conocer a la pérfida Tulia y ahora cumplo con presentar a la famosa joyita.